Apertura.Una muestra de espíritu festivo y masivo, como Mar del Plata, fue la elección para inaugurar el Museo de Arte Contemporáneo (MAR)
LOS NEURÓTICOS. Edgardo Giménez, Delia Cancela y Marta Minujín posan sobre la obra de 1968 de Giménez. |
Por Ana María Battistozzi
¿Por dónde empezar a explicar el fenómeno de un nuevo museo instalado en el balneario más popular del país que, desde que abrió sus puertas, el 27 de diciembre, hasta el cierre de esta edición, el 8 de enero, ha convocado a 75.000 personas? ¿Por su impactante edificio emplazado frente al mar en un postergado sector de la ciudad? ¿Por la oportuna intervención de Marta Minujín en la explanada de acceso, mezcla de alfajores y estatua de lobo de mar que conjuga todas las representaciones asociadas al recuerdo de unas vacaciones en la ciudad? ¿O por el contenido mismo de la exhibición inaugural que se impuso sintonizar con el espíritu festivo que caracterizó desde siempre al verano marplatense? Junto a cualquier variante que se elija como aproximación, emergerá la noción de espectáculo, que tan bien define todo lo que acontece en La feliz .
¿Por dónde empezar a explicar el fenómeno de un nuevo museo instalado en el balneario más popular del país que, desde que abrió sus puertas, el 27 de diciembre, hasta el cierre de esta edición, el 8 de enero, ha convocado a 75.000 personas? ¿Por su impactante edificio emplazado frente al mar en un postergado sector de la ciudad? ¿Por la oportuna intervención de Marta Minujín en la explanada de acceso, mezcla de alfajores y estatua de lobo de mar que conjuga todas las representaciones asociadas al recuerdo de unas vacaciones en la ciudad? ¿O por el contenido mismo de la exhibición inaugural que se impuso sintonizar con el espíritu festivo que caracterizó desde siempre al verano marplatense? Junto a cualquier variante que se elija como aproximación, emergerá la noción de espectáculo, que tan bien define todo lo que acontece en La feliz .
Sólo que en este caso coincide con el rasgo dominante y distintivo de los museos en la era actual. Es en la lógica institucional globalizada de los espacios de arte contemporáneo que habría que considerar la irrupción del MAR. Tanto por el rotundo protagonismo que asume su edificio como por la ausencia de una colección que en esta primera ocasión ha sido sustituida por una atractiva exhibición temporaria cuyo tono festivo eligió evocar y espejarse en la cultura que produjo uno de los momentos más auspiciosos y expansivos de la economía argentina del s. XX.
EL MAR (DÍPTICO). De Nicolás García Uriburu. Óleo sobre tela. Dos módulos 70 x 60 cm cada uno. |
Un momento que despunta hacia fines de los 50 cuando Mar del Plata dejó de ser el balneario exclusivo de los Peralta Ramos y los Martínez de Hoz y empezó a ser el de la clase media argentina que encumbró el desarrollismo de los 60, imprimiéndole su sello y su estética. Cuando las colas empezaron a ser el signo de una recién estrenada bonanza, ya fueran a la entrada del restorán Montecatini, de las marisquerías del puerto o para ver a Jorge Shussheim, a Vinicius y Toquinho en La Fusa o a Susana Giménez, Porcel y Olmedo.
Se diría que con la aparición del MAR se abre una nueva perspectiva para la “Feliz” hoy recobrada de la crisis que le infligieron el éxodo hacia los balnearios vecinos y del Uruguay en los 90 y la crisis de 2001. Recuperada de ese trance puede postularse como la única en condiciones de erigirse en un centro cultural de importancia en las adyacencias del mar. “Queremos que el MAR se convierta en un faro de actividad cultural de excelencia, se entusiasmó el presidente del Instituto Cultural Jorge Telerman la noche de la apertura.
En los últimos veinte años los museos se han revelado poderosos motores de desarrollo urbano asociados al turismo. La nave insignia de ese proceso a escala mundial fue el Guggenheim. Desde que Frank Gehry instaló en una de las rías de Bilbao su descalabrado edificio de paredes de titanio, la fortuna de la alicaída ciudad vasca cambió radicalmente. Hay similitud con el proyecto del marplatense: el punto de partida aquí, como allá, fue un edificio de museo sin colección para exhibir.
SIN TÍTULO. 1968, de Josefina Robirosa. Óleo sobre tela, 84 x 95 cm. |
Con todo, al parecer no fue éste el modelo que dio origen al proyecto. Según relató Pacho O’Donnell, invitado a la tribuna el día de la inauguración, fue una sugerencia suya al gobernador Scioli que lo instó a dejar alguna “obra que lo trascendiera”. Sólo que su fuente inspiración fue la tradición monárquica francesa, actualizada en el siglo XX por Georges Pompidou y Valéry Giscard D’Estaing con el Centro Pompidou y el arco de La Defénse en París.
La sagaz elección del curador Rodrigo Alonso le permitió entre otras cosas reinstalar en la cresta de la “ola del MAR” a los personajes más populares de ese universo, para muchos caprichoso e indescifrable, que es el arte contemporáneo. Así en la inefable noche de apertura se codearon –no sin recelo– los ex Di Tella, Marta Minujin, Delia Cancela y Nacha Guevara con Moria Casán en vivo como el último aporte de Edgardo Giménez a la estética protagónica de la ocasión.
La selección de Alonso no se limitó a reconstruir la cronología canónica del pop que en el relato tradicional despunta entre 1964 y 1966 y se presenta mayormente asociada al acontecer bullicioso, irreverente y hedonista que monopolizó el Di Tella y propagó Primera Plana. En los tres núcleos que articulan la exhibición se advierten desplazamientos temporales que van más allá de aquellos años y exceden el staff y el espíritu oficial del movimiento en Argentina.
Por caso, en el primer apartado se ha incluido la serie de collages sobre papel que Alberto Greco realizó en 1964 a raíz de la muerte de Kennedy y presentó en Madrid un año antes de su propia muerte junto a Antonio Saura. También, la torta que Alfredo Rodríguez Arias realizó en 2011 como homenaje al clásico recetario de doña Petrona C. de Gandulfo. Y el “Rompecabezas” que Jorge de la Vega montó a su regreso de Estados Unidos en 1968 cuando presentó su “muestra concert” en la galería Carmen Waugh. El “espiritu pop” alcanzó también a los no encuadrados formalmente pero que de un modo u otro participaron de él. Tal el caso de Josefina Robirosa, con su serie de figuras de 1968 inspiradas en las vibraciones solares de un día de playa o Elsa Soibelman, representada aquí por la serie De ayer para hoy con afecto de 1968 que hizo retratos pop del panteón de héroes argentinos. También Luis Wells y ese pariente afín y poco recordado que es Anteo Salvi, Antonio Seguí, Juan Carlos Distéfano y Marie Orensanz.
ROMPECABEZAS. 1968-70, de Jorge de la Vega, acrílico sobre tela, 17 paneles de 100 x 100 cm cada uno. |
Por caso, en el primer apartado se ha incluido la serie de collages sobre papel que Alberto Greco realizó en 1964 a raíz de la muerte de Kennedy y presentó en Madrid un año antes de su propia muerte junto a Antonio Saura. También, la torta que Alfredo Rodríguez Arias realizó en 2011 como homenaje al clásico recetario de doña Petrona C. de Gandulfo. Y el “Rompecabezas” que Jorge de la Vega montó a su regreso de Estados Unidos en 1968 cuando presentó su “muestra concert” en la galería Carmen Waugh. El “espiritu pop” alcanzó también a los no encuadrados formalmente pero que de un modo u otro participaron de él. Tal el caso de Josefina Robirosa, con su serie de figuras de 1968 inspiradas en las vibraciones solares de un día de playa o Elsa Soibelman, representada aquí por la serie De ayer para hoy con afecto de 1968 que hizo retratos pop del panteón de héroes argentinos. También Luis Wells y ese pariente afín y poco recordado que es Anteo Salvi, Antonio Seguí, Juan Carlos Distéfano y Marie Orensanz.
Pero también y en íntima sintonía con el clima y simpatías del público marplatense el curador rescató los retratos que Martha Peluffo hizo de Nicolino Locche y el “Negro” Guerrero Marthineitz. Su trabajo ha sido especialmente minucioso y creativo en ese sentido.
Desde ya que la constelación de estrellas del pop local que integran Marta Minujin, Juan Stoppani, Pablo Menicucci, Delia Cancela, Pablo Mesejean, Nicolás García Uriburu y Eduardo Costa ocupan un lugar central en el espacio que ordenó de modo espectacular el diseño de Dani Fischer.
Sólo faltan Dalila Puzzovio y Charlie Squirru, al parecer ausentes con aviso. Es de destacar también el gran protagonismo de Edgardo Giménez que junto a varias piezas históricas como “El mono albino”, de 1966, la escenografía de Los neuróticos, de 1968, y el retrato de Federico Klemm de 1971 suma otras recientes.Entre ellas, la gran intervención de la entrada con la figura de Moria Casán. Otros favorecidos por el diseño o la producción que permitió reconstruir adecuadamente obras de época fueron el marplatense Pablo Menicucci y el binomio Cancela-Mesejean, cuyas obras lucen mejor que nunca en el espacio asignado. Hasta aquí la fiesta del MAR. Por delante queda el arduo camino de su organización administrativa, su definición presupuestaria e institucional. Los tiempos que vienen tal vez no permitan internarse en el largo plazo, pero es fundamental que una iniciativa de semejante importancia se inscriba en él.
NICOLINO LOCCHE. 1969, de Martha Peluffo. Acrílico sobre tela, 116 x 89 cm. |
Sólo faltan Dalila Puzzovio y Charlie Squirru, al parecer ausentes con aviso. Es de destacar también el gran protagonismo de Edgardo Giménez que junto a varias piezas históricas como “El mono albino”, de 1966, la escenografía de Los neuróticos, de 1968, y el retrato de Federico Klemm de 1971 suma otras recientes.Entre ellas, la gran intervención de la entrada con la figura de Moria Casán. Otros favorecidos por el diseño o la producción que permitió reconstruir adecuadamente obras de época fueron el marplatense Pablo Menicucci y el binomio Cancela-Mesejean, cuyas obras lucen mejor que nunca en el espacio asignado. Hasta aquí la fiesta del MAR. Por delante queda el arduo camino de su organización administrativa, su definición presupuestaria e institucional. Los tiempos que vienen tal vez no permitan internarse en el largo plazo, pero es fundamental que una iniciativa de semejante importancia se inscriba en él.
FICHA
El espíritu pop
Lugar: Museo de Arte Contemporáneo de Bs. As (MAR), Av. Camet y López de Gomara.
Fecha: hasta abril.
Horario: jue a mar, 17 a 23.
Entrada: gratis.
¿Museo o centro cultural?
El debate detrás del nuevo polo de las artes plásticas en la Costa Atlántica: ¿qué objetivos persigue en relación con el turismo y la comunidad local de Mar del Plata? Aquí, las preguntas todavía abiertas.
Por Mercedes Pérez Bergliaffa
Sofisticadas e imponentes, las amplias salas del MAR –el nuevo Museo de Arte de Mar del Plata se ubican sobre la costa de la ciudad argentina, de cara a la popular playa La Perla y tan sólo a unos cien metros del agua. Aquí, para pasar de una ola a una obra, sólo hay que cruzar la calle: la avenida costera Camet. El museo está pensado de esta manera para que el gran público del verano también pueda –en ojotas y traje de baño, con heladerita y sombrilla–, tener su dosis de arte dándose una vuelta por el MAR al caer el sol o durante los días lluviosos. Es decir, es un museo ubicado en un gran punto turístico nacional, un punto de encuentro de públicos muy distintos provenientes de todo el país, que es parte de nuestro imaginario e identidad nacionales (¿o acaso a alguien le falta la foto en La Rambla o con el Monumento al lobo marino realizado por José Fioravanti en los años 40?). Por otro lado, el MAR tiene la clara intención de querer acercar el arte a un público masivo: es gratuito. Podríamos decir que constituye un cruce de proyecto turístico-cultural en vínculo con las industrias culturales y con el mundo de las artes plásticas, audiovisuales, musicales y performáticas. Hasta ahora, esta era una falta en la ciudad. Aunque como veremos más adelante, el MAR está pensado para tener público constante durante todo el año, no sólo durante el verano: es una entidad cultural con un fuerte interés en trabajar con la comunidad local, con su identidad. ¿Es éste un objetivo exclusivo de un museo? Parecería que la cuestión se flexibiliza y los límites se vuelven laxos cuando se trata de arte contemporáneo. Tal vez por eso, durante un recorrido por el lugar acompañando a Ñ, Jorge Telerman –director del Instituto Cultural Provincial y responsable del museo– se referirá al MAR con un “centro cultural”, una denominación que pasó inadvertida en la inauguración de la primera exposición del museo.
Con una superficie de 7 mil metros cuadrados –el Museo Nacional de Bellas Artes tiene 8.800; el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires llegó a 6.950 con su reciente ampliación; el museo Franklin Rawson de San Juan tiene 4.800, el Caraffa de Córdoba, 4.400–, y grandes salas pensadas para exhibir obras de gran escala, diseñadas por el estudio Monoblock, el MAR está pensado de manera celular, es decir, como un sistema de módulos semi-independientes que pueden ir aumentando a medida que se vayan construyendo más para sumarse a los anteriores. Funcionaría de manera similar a un organismo en desarrollo, siempre contemplando la posibilidad de ampliación. Esto se nota a simple vista desde el exterior y también desde dentro mismo del espacio del MAR: ni bien el visitante traspasa la puerta, observa un gran módulo cúbico central que funciona como espacio distributivo. A él dan todas las salas, que –por el momento– son tres y están destinadas a exhibir muestras de arte. Las dimensiones son inusuales: dos salas tienen 20 por 30 metros de base, por 9 metros de altura y la tercera 30 por 30, con la misma altura. Construidos en hormigón, sin embargo gran parte de la superficie de los cubos es de vidrio, con lo que se logró continuidad entre el espacio interior del museo y el paisaje urbano. Enormes ventanales permiten amplias vistas hacia las puestas de sol sobre el mar, hacia La Perla, las calles laterales del museo o hacia al predio que recientemente se anexó como parte del museo gracias al convenio que firmó con el municipio marplatense. Es en este predio donde se proyecta construir en el futuro un anfiteatro para presentaciones musicales, teatrales y performáticas. A su vez, a los costados del terreno se ubican actualmente dos “domos” que asilarán pronto muestras temporarias complementarias a la exposición central (montada dentro del cuerpo nuclear del museo). Las dos primeras muestras son Yo, Sandro y Homenaje a Alberto Olmedo .
Curada por Rodrigo Alonso y dedicada al arte pop argentino –sobre todo aquel que sigue la línea del Instituto Di Tella– Ola pop en el mar , la muestra con la que se inauguró el museo marplatense, fue precedida en años recientes por otras dos exposiciones. Para ¡Pop! La consagración de la primavera, realizada en el espacio de la Fundación OSDE durante 2010, su curadora, la historiadora del arte María José Herrera, seleccionó buena parte de los artistas cuyos trabajos se exhiben hoy en Mar del Plata, coincidiendo con el mismo abordaje sobre el pop nacional: haciendo un recorte de un tipo de obras que muestran un optimismo vitalista, mucho hedonismo juvenil, y que ven a la tecnología (de los 60) y al mundo “del futuro” de entonces como “promesas”. Bien diferente fue “Arte de contradicciones. Pop, realismos y política. Brasil- Argentina 1960”, que Rodrigo Alonso y Paulo Herkenhoff curaron en la Fundación Proa durante 2012. En ella los curadores hicieron foco en las obras pop regionales que mostraban cierta resistencia política, proponiendo una resonancia diferente para “lo popular” en el sur del mundo, en contrapunto con lo mismo pero en el hemisferio norte.
Estas comparaciones parecen señalar que la exposición fundacional del museo se inclina por un fuerte acento en el pop “alegre” y nacional (se muestran sólo obras de artistas argentinos).
“Hoy queremos que el MAR exceda el criterio de museo”, comenta Telerman, “que convulsione, que polemice. Que sea apropiado por la escena artística marplatense.”
–¿Entonces el MAR pasaría a tomar otra forma, antes que la de “museo”?–Sí. Nuestra idea es que funcione más bien como un centro cultural, siguiendo una de las tendencias que existen a escala planetaria de la función museística, mucho más en relación a un museo de arte contemporáneo, contestó Telerman.
–¿Entonces el MAR pasaría a tomar otra forma, antes que la de “museo”?–Sí. Nuestra idea es que funcione más bien como un centro cultural, siguiendo una de las tendencias que existen a escala planetaria de la función museística, mucho más en relación a un museo de arte contemporáneo, contestó Telerman.
El Comité Internacional de Museos (ICOM) define museo como “una institución permanente, sin fines de lucro, al servicio de la sociedad y abierta al público, que adquiere, conserva, estudia, expone y difunde el patrimonio material e inmaterial de la humanidad con fines de estudio, educación y recreo”. El MAR todavía se encuentra en pleno proceso de formación y también transformación: se inauguró el edificio estando el resto de la estructura museística en plena creación y se está modificando ahora cierta parte de su naturaleza: constituiría, según el director del Instituto Cultural, un museo con ciertas funciones de centro cultural.
El espacio tiene un enorme potencial para trabajar con el patrimonio cultural tangible pero también intangible, de Mar del Plata : es capaz, por ejemplo, de provocar cruces inauditos, como el de reunir, en un mismo lugar y con el mismo motivo, a Divina Gloria semi-vestida de monja, Delia Cancela, el gobernador Daniel Scioli, Moria Casán, Edgardo Giménez, Fabián Burgos, Adriana Rosenberg, las hermanas Xipolitakis y una gran cantidad de público en pareo y con el termo bajo el brazo. Todos ellos, brindando alrededor del lobo marino de diez metros de altura recubierto por 80 mil falsos alfajores Havanna (la obra de Marta Minujín) dan una idea de lo que la existencia del MAR podría crear, a partir de la exposición de obras de arte: el nacimiento de nuevos tipos de movimientos, conocimiento y comunidades.
Experiencia colectiva
Por Ataulfo Pérez Aznar
Tengo recuerdos de Mar del Plata desde 1958, cuando visitaba la obra del departamento que aún tenemos sobre la peatonal, que en ese entonces compraron mis padres. Así comenzó mi profundo vínculo con esa ciudad, yendo los tres meses de verano y los 15 días de vacaciones de invierno.
Cuando terminé el secundario en 1973, la ciudad era producto de cambios vertiginosos, se había modificado su fisonomía. Los grandes chalets de la avenida Colón y la costa fueron arrasados por la piqueta, dando paso a altos edificios de departamentos y a hoteles sindicales; aumentó la cantidad de plazas disponibles y se masificaron los usos y costumbres. La Mar de Plata aristocrática de principios del siglo XX se transformó en los 70 en una ciudad masiva y popular que sintetiza nuestra idiosincrasia y diversidad cultural.
En 1981, cuando volví a Mar del Plata después del período de la represión, a medida que fotografiaba me fui encontrando con imágenes que estaban latentes en mis recuerdos. Una de mis fotos más conocidas es la de la señora gorda en Mardel, de espaldas, que usa un corpiño bajo la malla, algo común en mi niñez. Las señoras también se agarraban de la soga para que no las tiraran las olas. Hace décadas que tampoco eso existe.
Mientras que en Pinamar o Punta del Este las personas siempre llevan la última moda uniformada, en Mar del Plata conviven el desenfado y la espontaneidad. Se visten de una manera tal que pareciera que el tiempo se ha detenido en diferentes décadas. El batón, por ejemplo, nunca perdió vigencia.
Lo único que añoro –que hasta ahora no he podido fotografiar–, son las famosas mallas “con pollerita”, tan recatadas; y las gorras de baño con flores, tan comunes y llamativas en mi infancia.
Mar del Plata hace varios años cruzó el nivel de ciudad turística para ser ciudad a secas, de más de medio millón de habitantes y con la complejidad que eso significa.
En lo personal, creo que en la actualidad hay cierto menosprecio por los turistas de esta ciudad, creyendo que sólo asisten al teatro de revistas y al cine, o a los espectáculos gasoleros de la rambla.
Con respecto al proyecto de abrir un museo de arte contemporáneo, pienso que quizás el mal de este tipo de museos en general sea que se volvieron elitistas y aislados de la comunidad que les da sentido y los nutre como experiencia colectiva de intercambio. Por eso creo que lo más positivo del MAR es que ha ido a la gente, al lugar que durante el verano reúne a más de un millón de argentinos con tiempo libre para nuevas experiencias.
Cuando terminé el secundario en 1973, la ciudad era producto de cambios vertiginosos, se había modificado su fisonomía. Los grandes chalets de la avenida Colón y la costa fueron arrasados por la piqueta, dando paso a altos edificios de departamentos y a hoteles sindicales; aumentó la cantidad de plazas disponibles y se masificaron los usos y costumbres. La Mar de Plata aristocrática de principios del siglo XX se transformó en los 70 en una ciudad masiva y popular que sintetiza nuestra idiosincrasia y diversidad cultural.
En 1981, cuando volví a Mar del Plata después del período de la represión, a medida que fotografiaba me fui encontrando con imágenes que estaban latentes en mis recuerdos. Una de mis fotos más conocidas es la de la señora gorda en Mardel, de espaldas, que usa un corpiño bajo la malla, algo común en mi niñez. Las señoras también se agarraban de la soga para que no las tiraran las olas. Hace décadas que tampoco eso existe.
Mientras que en Pinamar o Punta del Este las personas siempre llevan la última moda uniformada, en Mar del Plata conviven el desenfado y la espontaneidad. Se visten de una manera tal que pareciera que el tiempo se ha detenido en diferentes décadas. El batón, por ejemplo, nunca perdió vigencia.
Lo único que añoro –que hasta ahora no he podido fotografiar–, son las famosas mallas “con pollerita”, tan recatadas; y las gorras de baño con flores, tan comunes y llamativas en mi infancia.
Mar del Plata hace varios años cruzó el nivel de ciudad turística para ser ciudad a secas, de más de medio millón de habitantes y con la complejidad que eso significa.
En lo personal, creo que en la actualidad hay cierto menosprecio por los turistas de esta ciudad, creyendo que sólo asisten al teatro de revistas y al cine, o a los espectáculos gasoleros de la rambla.
Con respecto al proyecto de abrir un museo de arte contemporáneo, pienso que quizás el mal de este tipo de museos en general sea que se volvieron elitistas y aislados de la comunidad que les da sentido y los nutre como experiencia colectiva de intercambio. Por eso creo que lo más positivo del MAR es que ha ido a la gente, al lugar que durante el verano reúne a más de un millón de argentinos con tiempo libre para nuevas experiencias.
Fuente: Revista Ñ Clarín