Es el mayor descubrimiento en una excavación griega en las últimas décadas.
EUREKA. Un equipo encontró la tumba de un guerrero griego repleta de tesoros.
Un grupo de arqueólogos de la Universidad de Cincinnati descubrió la tumba de un importante guerrero de la Antigua Grecia mientras excavaba en una estructura de piedra ubicada en el Peloponeso.
"Tenemos tres sellos ubicados a la izquierda del brazo, algo que es inusual porque habitualmente se encuentran a la derecha", explica Sharon Stocker, una de las arqueólogas involucradas en el proyecto.
Según los investigadores, los hallazgos en la tumba pueden contener algunas claves de los orígenes de la civilización griega que hunde sus raíces 3.500 años atrás.
Además de los restos óseos de un hombre de entre 30 y 35 años, los excavadores encontraron tazas de plata, un collar de oro de 75 centímetros de largo y un sable con una empuñadura de marfil que confirmarían que se trataba de un guerrero importante. La tumba está ubicada en uno de los lugares mencionados por Homero en su obra Odisea. Quizás lo más sorprendente, del descubrimiento de fueron los 50 sellos de piedra con motivos de diosas, leones, toros tallados; seis peines de marfil y un espejo de bronce.
Con Tierra de Encuentros, Cielos y Colores, la antigua abadía de San Benito abre al público como espacio cultural; de las máscaras y plumas a los horizontes en blanco y negro, el arte originario se revela en un impactante montaje
Trajes y joyas típicas de las pillan kushe patagónicas.Foto:Patricio Pidal / AFV
María Elena Polack
"Hay
un interés por recuperar los orígenes; se ve tanto en la Patagonia como en el Gran Chaco. A nosotros nos llega la recuperación política, pero hay una recuperación mayor, religiosa y cultural, que se mantiene en reserva frente a la población no originaria", comenta la artista Teresa Pereda mientras recorre con LA NACIÓN el montaje de Tierra de
Encuentros, Cielos y Colores. Arte de Sudamérica Hoy y Ayer, la muestra que ella cura y que inaugura la antigua abadía de San Benito, hoy Centro de Arte y Estudios Latinoamericanos, como espacio de exposición.
Gran
conocedora de los rituales de los pueblos originarios, la artista se
entusiasma mientras oficia de guía por las salas de nivel museístico que
presentarán al público textiles, fotografías, trajes, joyería y
máscaras, a partir de mañana, a las 19, en Gorostiaga 1908.
"Lo
que estamos mostrando está en uso, no tiene un enfoque museístico",
advierte, y se detiene ante el mapa rector de la exhibición, que ayuda a
entender las tres grandes regiones abordadas: pampa y patagonia
chilena, Gran Chaco (parte de la Argentina, Bolivia y Paraguay) y andina
peruana.
La
exhibición comienza con textiles tejidos en la zona de Santiago del
Estero y una galería de 26 horizontes del río Paraná, en blanco y negro,
del fotógrafo Facundo de Zuviría, que actúa como hilo conector con los
siguientes tres espacios que mantienen su antiguas fachadas de claustros
monacales, pero fueron reacondicionadas para exhibición.
El azul
profundo de la primera sala es una clara alusión al vínculo entre los
pueblos patagónicos y la luna. Allí, dos litografías de Carlos Enrique
Pellegrini, de 1840, ocupan sendas paredes y destacan los detalles más
delicados de las pillan kushe (ancianas espirituales). Los mismos
estilos de collares de metal y cuentas de vidrio, y sus trajes negros
de telas rústicas, visten la sala. "La indumentaria y las joyas que
vemos se usan actualmente", cuenta Pereda, al señalar festividades
típicas como el Nguillatún, que se cumple una vez al año casi a fines de
febrero y reúne al menos a cinco o seis caciques patagónicos. "Son
bailes que duran hasta tres días, pero que se desarrollan en la
intimidad de las comunidades. El turismo no tiene acceso a ellas",
aclara.
También
se utilizan los bodoques (antigua versión de los actuales aros
expansores de orejas), los tocados masculinos con cuentas de valvas de
río o con plumas de colores y los cascos con los que se juega al polke, que se exhiben en la sala de color café, que identifica la cultura del Gran Chaco.
Una
colección de 30 máscaras pertenecientes al Museo Riva Agüero da cuenta
del cruce étnico en la zona incaica. "Hay prehispánicas, hechas en
caparazón de mulita; actuales, de papel maché; de tejido metálico, de
madera, de cuero, de latón y hasta de yeso", enumera Pereda, y recuerda
que "son usadas en las fiestas religiosas y en las procesiones que se
realizan en Perú".
Ese
museo peruano seleccionó para esta ocasión 30 de sus más de 2000
máscaras, que incluyen impactantes representaciones de diablos que
suelen participar de "la danza de la Diablada", un baile en el cual se
representan y se enfrentan el bien y el mal.
En apenas tres meses,
el responsable del centro y ex director del Museo Nacional de Bellas
Artes (MNBA) Guillermo Alonso coordinó las acciones entre el Riva Agüero
de la Pontificia Universidad Católica de Lima, Perú; el Museo
Etnográfico Juan B. Ambrosetti, de la Universidad de Buenos Aires; la
Colección Hijos del Viento; la Asociación Adobe (Santiago del Estero,
Buenos Aires, Milán), y colecciones privadas.Valeria Keller y Mariana
Rodríguez diseñaron y montaron la muestra en salas de colores
impactantes que remiten rápidamente a las exhibiciones que desarrollaron
en el MNBA, tanto en las áreas de exhibición permanente como en algunas
temporarias, como Caravaggio o Tekoporã.
La primera propuesta de
La Abadía, que se extenderá hasta fines de enero, contempla una agenda
de talleres, charlas y hasta encuentros de cine debate que reserva
algunas citas imperdibles. Estas actividades están a cargo de Ximena
Eliçabe, coordinadora del Centro de Arte y Estudios Latinoamericanos.
Para marcar en el calendario, se destacan el recorrido que la propia
Pereda guiará para el público este sábado, en la antesala de La Noche de
los Museos: una ocasión inmejorable para conocer este nuevo lugar.
El dirigible alemán Graf Zeppelin surcó el cielo porteño el 30 de junio de 1934. Medía 240 metros de largo y 30 de diámetro.
Sorpresa. Para muchos, que no lo
sabían, fue inesperado ver a la maquina sobre lugares icónicos de la
Ciudad, como el Barolo o el Congreso de la Nación.
Eduardo Parise
"Chicos, vengan a
la terraza; vengan a ver que hay un barco en el cielo". El llamado del
hombre, en Flores Sur, era para sus ocho hijos quienes, como era sábado,
todavía remoloneaban en la cama. Ocurrió el 30 de junio de 1934, en una
mañana muy fría. Ese día, en un cielo sin nubes, una gran nave plateada
se desplazaba sobre la Ciudad y, para algunos inadvertidos, aquello era
una verdadera y asombrosa sorpresa. Otros, en cambio, ya sabían de qué
se trataba: después de un largo viaje transatlántico y procedente de
Brasil, ese "barco" que ahora sobrevolaba Buenos Aires se llamaba Graf
Zeppelin, un dirigible de origen alemán que iba a aterrizar en El
Palomar, cerca de Campo de Mayo. El Graf Zeppelin (técnicamente
conocido como LZ 127) era una gran aeronave rígida que medía casi 240
metros de largo y más de 30 de diámetro. Tenía cinco motores externos,
con una potencia de 550 caballos cada uno. La capacidad del armazón,
realizado en duraluminio, era de 105.000 metros cúbicos, lo
direccionaban con cuatro timones (dos horizontales y dos verticales), su
velocidad máxima llegaba a los 128 kilómetros por hora y su autonomía
de vuelo era de 10.000 kilómetros. En la barquilla estaba el puesto de
mando y también una estación radiotelegráfica. Pero había mucho más:
comedor para pasajeros; diez camarotes, cada uno para dos personas; un
salón de estar; cocina eléctrica; servicios sanitarios; alojamiento para
los 40 tripulantes; pasillos con grandes ventanas laterales y hasta un
salón aislado para fumadores. Con su nombre, aquel gigante
homenajeaba al teniente general Ferdinand von Zeppelin, un pionero de la
aeronavegación. Cuando la máquina llegó a Buenos Aires ya tenía hecha
una gran campaña. Había volado por primera vez el 18 de septiembre de
1928, el mismo año en el que realizó el primer vuelo intercontinental de
pasajeros; en 1929 había dado una vuelta al mundo en 21 días y, en
1931, había volado sobre el Artico. En todos esos viajes el protagonista
había sido su comandante, el doctor Hugo Eckener (1868/1954). Para esa
época, en Alemania, Eckener era un héroe nacional. Años más tarde, por
sus críticas al nazismo (había llegado al poder en enero de 1933), sería
declarado persona no grata. Pero en su paso sobre la Ciudad, el Graf
Zeppelin lucía la cruz esvástica que luego quedaría en la historia como
símbolo de horror y muerte. Aquel sábado el Graf (conde) Zeppelin
llegó a Buenos Aires apenas empezaba a clarear y se deslizó por el
cielo de distintos barrios. Lo escoltaban siete aviones. Al pasar frente
al Congreso Nacional, la aeronave hizo una suerte de reverencia como
saludo. Después marchó hacia el Oeste y luego, siguiendo las vías del
actual Ferrocarril Urquiza, llegó al lugar de aterrizaje a las 8.47.
Como no había mástil de amarre, cientos de soldados conscriptos del
Cuerpo de Aviación del Ejército sujetaron cuerdas que colgaban del
dirigible. Otros ayudaron sosteniendo la barquilla. Eckener bajó y
saludó a la gente que se había concentrado. Tras cargar 4.000 litros de
agua (se llevaron con una autobomba), bolsas de correspondencia y
algunos pasajeros, la aeronave volvió al cielo. Había pasado sólo una
hora. Cerca de las 10.30 y después de otra pasada sobre la Ciudad, el
Graf Zeppelin encaró hacia el río con rumbo a Montevideo. Aquel
hecho quedó en la memoria de la gente por años. Sobre todo en muchos
vecinos de Coghlan por algo muy puntual. Cuando pasaba por allí, el Graf
Zeppelin sobrevoló una gran fábrica que ocupaba la manzana de las
calles Congreso, Forest, Quesada y Estomba, cuyo personal técnico y
jerárquico era de origen alemán. La empresa se llamaba Sedalana y era
pionera en la fabricación de tejidos de punto con seda artificial, lana y
algodón. La había fundado Fiedrich W. Schlottmann, un empresario textil
alemán, en 1924. Lo saludaron haciendo sonar la sirena de la fábrica.
Algunos dicen que entre los obreros que aplaudían estaba un muchacho de
18 años que trabajaba en Cofia SA, una tintorería subsidiaria de
Sedalana. Se llamaba José López Rega y tendría un rol siniestro en el
futuro del país. Pero esa es otra historia.
Es posible gracias a una alianza de "la madre de las bienales" con el Google Cultural Institute
El equipo de Google Cultural Institute registra las obras de la Bienal de Venecia. Foto:Gentileza Google
Celina Chatruc
¿Viajar gratis a la Bienal de Venecia?
Sí, es posible. A través de visitas virtuales en las que se pueden
ampliar y girar las imágenes 360 grados, incluso desde teléfonos
celulares, se pueden ver obras y pabellones de todo el mundo gracias a
un proyecto de colaboración entre el Google Cultural Institute y la organización de "la madre de todas las bienales", nacida en 1895.
Ya están disponibles online
las exposiciones de ochenta países en setenta pabellones nacionales y
se pueden admirar más de 4000 obras e imágenes documentales. Entre
otras, las de Juan Carlos Distéfano que representan a la Argentina.
Aunque la 56a edición de la bienal cerrará sus puertas el próximo 22 de noviembre, la plataforma virtual se mantendrá abierta hasta una fecha aún sin definir.
El equipo de Google Cultural Institute registra las obras de la Bienal de Venecia.Foto:Gentileza Google
El
director de la bienal, Paolo Baratta, explicó ayer a la agencia EFE que
esta colaboración no sólo promociona a los artistas expuestos en sus
países de origen y en todo el mundo, sino que también permite crear un
archivo. "Lo más importante es que la muestra quedará perenne en el
futuro, por lo que la Bienal se convierte en multi-anual", afirmó. Sin
embargo, aclaró que esta colaboración con el Google Cultural Institute
es aún "experimental", por lo que más adelante "se verá de qué manera
graduar el acceso a través de Internet" de las próximas ediciones. Por
su parte, el director del Google Cultural Institute, Amit Sood, señaló
que la iniciativa surge de la idea de que "debía haber una manera mejor
para acceder al arte y a la cultura". "No ha sido una perspectiva
académica, intelectual, filosófica, sino una perspectiva simple, fácil.
Si consigo despertar el interés de mi madre en el arte y la cultura es
un éxito para mí", declaró.
La
Bienal de Venecia, que nació en 1895 con la Exposición Internacional de
Arte -luego se unieron la música (1930), el cine (1932), el teatro
(1934) y la danza (1999)-, se destaca por la búsqueda y promoción de las
nuevas tendencias artísticas contemporáneas. Por su parte, el Google
Cultural Institute busca desarrollar y preservar la cultura en Internet,
en la colaboración con instituciones de todo el mundo.
El equipo de Google Cultural Institute registra las obras de la Bienal de Venecia.Foto:Gentileza Google
Será un sitio destinado al arte latinoamericano. La primera muestra mira a los pueblos originarios desde el presente.
Aires de monasterio. El edificio conserva un espíritu de retiro y meditación. GERMÁN GARCíA ADRASTI
Bárbara Álvarez Plá
En
el lugar donde a principios del siglo XX se reunían los monjes a la
hora de comer hay ahora un auditorio con capacidad para 120 personas,
que conserva los motivos religiosos en sus paredes y el púlpito desde el
que uno de los monjes leía a los demás comensales. En lo que un solía
ser un lugar de retiro y meditación, el claustro, será pronto un patio
con cafetería y restaurante que rodea una frondosa zona verde que
pretende albergar espectáculos musicales y teatrales. Se trata de La
Abadía, un monasterio benedictino situado junto a la Parroquia de San
Benito, en el barrio de Palermo, y que a partir del 28 abrirá sus
puertas como el nuevo Centro de Arte y Estudios Latinoaméricanos. Lo
hará con el primero de sus proyectos: la muestra Tierra de encuentros,
cielos y colores. Arte de Sudamérica hoy y ayer, curada por la artista
Teresa Pereda.
El Centro
funcionará en lo que era la Abadía de San Benito. Es una iniciativa de
la Familia Sodálite - una agrupación católica- y contó, además, con el
apoyo de la Ley de Mecenazgo porteña y de la Fundación Bunge y Born, así
como del Banco Galicia, que se encargó de la refuncionalización de las
salas del primer piso, las únicas accesibles por el momento y en las que
están las salas de exposiciones, la biblioteca, el auditorio. La Abadía
contó además con el asesoramiento de la arquitecta Silvia Fajre, de
Darío Lopérfido -actual director del Teatro Colón- y del productor Juan
Aramburu.
Ayer, durante un recorrido por
el imponente espacio de 5.000 metros cuadrados (de los que ya se han
refuncionalizado 1.000), en compañía de Guillermo Alonso -ex director
del Museo Nacional de Bellas Artes y director de relaciones públicas de
este nuevo centro de arte-; de Teresa Pereda -curadora de la muestra que
servirá como apertura del lugar- y de Ximena Eliçabe- directora del
Centro de Estudios- sonaban las campanas de la iglesia aledaña, como
abriendo las compuertas de otros tiempos. En las celdas de los monjes
están ahora las salas de exposiciones.
“Nuestra
apuesta es darle al arte popular latinoamericano el lugar que debería
tener” -explicó Eliçabe. “El foco será el arte producido en América”-
completó Alonso- “desde los pueblos originarios hasta la actualidad.
Porque esto no es el ayer, esto es el hoy y es nuestro”. Así, La Abadía
comienza su camino sobre tres ejes: un programa de exposi- ciones
artísticas, una escuela de música que llevará a la formación de una
orquesta infantil y el Centro de Estudios Latinoamericanos, “cuya
función será la investigación y la generación y el intercambio de
publicaciones con otros centros similares en otros países”. De esas
relaciones -dice Eliçabe- irán surgiendo los contenidos que iremos
mostrando”. En torno a las muestras habrá charlas, talleres, cursos,
cine, foros y teatro.
La biblioteca
alberga casi 7.000 volúmenes, que pertenecieron a la biblioteca personal
de Monseñor Eugenio Guasta, un monje que formó parte de la Revista Sur,
de Victoria Ocampo. “Próximamente” -explicó Alonso- “se comenzará el
proceso de clasificación y catalogación”. La biblioteca estará a
disposición de los investigadores, así como del público en general.
Ya
está casi todo listo para que la Abadía, cuya historia comenzó en 1914,
dé sus primeros pasos en su empresa de convertirse en un ámbito
dedicado a la reflexión y la puesta en escena de la rica tradición
cultural latinoamericana. “Por ahora” -explicó Eliçabe- “todas las
actividades estarán relacionadas con la temática de la muestra que
inaugura el miércoles, pero la idea es de continuidad y el año que
viene, habrá cosas más permanentes y cursos y actividades de mayor
extensión”.
Es de 1906. Está en Basavilbaso 1233, intervenida por arquitectos, decoradores y artistas.
Fachada. La casona de Basavilbaso fue construida en 1906. /Archivo
En una
antigua casona de Retiro, espejo de la vida aristocrática de principios
de siglo XX, abrió Casa Foa, la muestra anual que cumple 30 años.
Ese
edificio, que mandó a construir un terrateniente de Venado Tuerto en
1906 y pasó años cerrado, ahora renace con la exhibición, que incluye 41
espacios intervenidos por arquitectos, decoradores y artistas.
El
lugar tiene una entrada majestuosa, salones donde lo antiguo convive
con novedades y una fuente declarada Bien Cultural, entre otras
características. Son 2.200 metros cuadrados interiores, con techos de
doble altura, donde se conservan pisos de roble de Eslavonia y mármoles.
La
muestra se podrá visitar en Basavilbaso 1233 todos los días de 13 a 21.
Pero jueves y viernes, la recorrida se extiende hasta las 24, con
música, comida y encuentros con creadores. Entrada general: $ 130.
Para Casa Foa abren una residencia de 1906, cerrada por veinte años
La muestra anual, que cumple 30 años.
Está
Basavilbaso al 1200, en Retiro. La mandó a construir un terrateniente
en 1906 y tiene 26 herederos. Arquitectos y artistas le dan nueva vida.
Casona. Con influencia francesa, refleja costumbres aristocráticas de principios del siglo XX./ Néstor García
Silvia Gómez
El hall de esta
antigua casona de la calle Basavilbaso, en Retiro, guarda un secreto que
quedó a resguardo con el empapelado y los géneros de Sofia Willemoës.
Una pequeña puerta, escondida en la boiserie, sugiere la existencia de
un pasadizo, una puerta de escape, un túnel secreto. El hall –que
representa un hotel imaginario ubicado en New York– forma parte de uno
de los 41 espacios que fueron intervenidos por arquitectos, paisajistas,
interioristas y artistas para Casa FOA, la muestra que cumple 30 años. A
diferencia de las últimas ediciones –donde se intervinieron grandes
espacios, como el año pasado en la Abadía de San Benito, en Belgrano–,
con la residencia de la calle Basavilbaso se retornó casi al origen de
la muestra, cuando se realizaban en sitios “pequeños”, con pocos metros
cuadrados.
“No es casual que esta casa sea muy parecida a la
primera que intervino Casa FOA. La diferencia está en los criterios, en
el cambio de la industria, en la incorporación del arte como parte del
interiorismo. En las primeras ediciones el concepto giraba en torno a la
decoración; hoy la gente viene a ver también la evolución de los
materiales”, explicó la arquitecta Ana Astudillo, responsable de la
curaduría de los espacios. En 2014, en la Abadía, muchos espacios
debieron adaptarse para llevar a cabo la muestra. Pero ahora, la muestra
se adaptó a la casa, ya que los ambientes no se modificaron. “También
fue una búsqueda mostrar la casa tal como funcionaba”, remarca
Astudillo.
Forma parte de un barrio con una fuerte impronta de la
arquitectura francesa que desembarcó entre fines del 1800 y principios
del 1900. Esta residencia, que había estado cerrada por unos veinte
años, se construyó en 1906. Fue encargada por Alejandro Estrugamou, un
terrateniente en Venado Tuerto, hijo de inmigrantes vascos-franceses. Si
bien muchos de sus herederos también conservan el apellido, hoy las
ramificaciones familiares llegan hasta otros, diversos. Según pudo saberClarín
la casa tiene 26 herederos. Y luego de la muestra volvería a cerrar,
quizá como un emprendimiento privado o nuevamente para aguardar que los
herederos se pongan de acuerdo sobre su futuro.
Hoy, quienes
ingresen, podrán asistir a una sucesión de espacios intervenidos con
improntas muy diferentes. En la planta baja se podrá pasar del elegante
escritorio diseñado por Javier Iturrioz, al moderno comedor de Carlos
Galli; y disfrutar del sorprendente foyer de Julio Oropel y José Luis
Zacarías Otiñano. En la planta alta el dormitorio principal –“Ensueño”–
fue intervenido por James Boyd Niven con obras de arte, un tapiz del
siglo XVIII y alfombras chinas, y el bar, de Gustavo Yankelevich y
Máximo Ferraro, impacta desde su revestimiento: la obra del artista
Matías Kritz fue impresa digitalmente sobre un porcelanato.
El
recorrido por la casa puede ser también una excusa para recorrer un
rincón porteño con muchas otras joyas de la arquitectura: a metros se
encuentra el Palacio Anchorena, en donde funciona la sede ceremonial de
la Cancillería. Y otros tres palacios: el Paz, en Santa Fe 750, que en
su momento fue la residencia más grande de la Ciudad; el Haedo, en
Marcelo T. de Alvear 665, que hoy es la sede de la Administración de
Parques Nacionales; y el Estrugamou, en Juncal 747. Y a metros de éste
último arranca otra sucesión de construcciones que vale la pena conocer:
los dos Bencich sobre calle Arroyo y cruzando la 9 de Julio los
palacios Ortiz Basualdo (Embajada de Francia) y Pereda (Embajada de
Brasil).
La muestra podrá visitarse hasta el 30 de noviembre, en
Basavilbaso 1233, Retiro. Todos los días de 13 a 21; jueves y viernes,
con recorrido nocturno hasta las 24, con música en vivo, gastronomía y
encuentro con los autores. Valor de la entrada: $130 pero hay descuentos
con algunas tarjetas, también para jubilados y estudiantes y 2x1. Más
info en: www.casafoa.com
Un espacio que evoca un pasadizo secreto
En Casa Foa.
Como una consigna
que forma parte de la identidad de Casa FOA, la "carcaza" del edificio
fue respetada por los profesionales. El espacio de Sofia Willemoës
invita a fantasear con la existencia de un "túnel secreto": "La
intervención se despliega en el territorio de la majestuosa escalera de
acceso principal con los escalones de mármol, el hall de ingreso, y se
complementa con un túnel secreto, existente en la residencia y utilizado
para situaciones de emergencia", describe la directora artística.
Pero, ¿existían en la Ciudad estos túneles de escape?
El
arqueólogo urbano Daniel Schavelzon –director del centro de Arqueología
Urbana de la UBA– se mostró sorprendido: "No eran usuales en este tipo
de casonas. Al menos, no hemos tenido certeza sobre ellos", explicó a Clarín.
Aunque
sí existían túneles, pero con otra finalidad: "Esconder a la
servidumbre. En los grandes palacios, el personal doméstico se movía por
ingresos paralelos a los principales; sin embargo en estas residencias
más pequeñas compartían la misma puerta de entrada, pero si observamos
con detenimiento vamos a encontrar puertitas más pequeñas, como
escondidas en la pared, disimuladas. Evitaban que pasaran por el salón
principal. A través de túneles y pasadizos, llevaban al personal
directamente hacia la parte trasera de la casa", contó Schavelzon.
Un grupo de
exploradores españoles descubrió un santuario inca en las montañas de
Vilcabamba, en Perú, a unos 150 kilómetros de la ciudad de Cusco. Lo
consiguieron gracias a las imágenes conseguidas luego de un rastreo
realizado por satélite. El equipo de científicos e investigadores
dirigidos por el escritor y explorador Miguel Gutiérrez Garitano llegó a
Madrid sorprendido por la importancia del hallazgo, que contempla al
menos 55 recintos. Según Gutiérrez Garitano le contó al diario El País,
los mismos estaban “emplazados en la montaña más elevada de la zona, en
un lugar que sólo podía descubrirse mediante imágenes por satélite”. En
ese lugar se presume que se realizaban sacrificios humanos. “Las ruinas
estarían relacionadas con el Reino incaico de Vilcabamba. Puede que las
evidencias que encontramos demuestren la existencia del rito de la
Capacocha, lo que según los expertos sería un hallazgo revolucionario”,
agregó el líder de la expedición. En su regreso a España, los
científicos se contactaron con Carmen Rubio, experta en Historia de
América, quien piensa que “el hallazgo corresponde a uno de los montes
sagrados, llamado Apus entre los incas, y que en él se rendía culto al
dios del agua, quien en perfecta conjunción con el dios Sol, el Inti,
fertilizaba a la diosa Tierra, la Pachamama, madre de las mujeres y
hombres andinos”. El comienzo de todo ocurrió con una imagen
satelital en la que divisaron recintos rectangulares que podrían
corresponderse con edificios. Luego, en septiembre, fueron directamente
al lugar. “Ascendimos a la montaña, hasta la cima, y recorrimos los
puntos más importantes que habíamos fijado mediante técnicas de
detección de distancia. Los resultados dejaron cortas nuestras
estimaciones. Pudimos fotografiar numerosos recintos rectangulares,
además de carreteras incas, escaleras y gradas, cuevas acondicionadas y
numerosas tumbas”, contó Gutiérrez Garitano al diario español. El
arqueólogo Iñigo Orue consideró que: “toda la montaña se organiza como
un enorme yacimiento cuyo alcance no podemos conocer hasta un trabajo
arqueológico de mayores proporciones”. Entre los ritos que se podían
haber dado allí estaban el sacrificio de doncellas vírgenes que se
llevaba a cabo para prevenir hambrunas, o desastres naturales, según
comentaba Miguel Gutiérrez. Uno de los pasos que seguirán es
comprometer a las autoridades peruanas, a la Universidad del País Vasco y
a empresas para que ayuden a seguir con sus estudios y también a
preservar lo que han descubierto. Y ya planifican regresar a la zona en junio o julio de 2016.