Fue mi primera
entrevista con Adolfo Bioy Casares y me sorprendió que el entrevistado
tuviera más miedo que el entrevistador. Aquella mañana de abril de 1987,
el flaco y alto caballero de 72 años, ya un poco encorvado, me hizo
sentir cómodo e inteligente en su enorme escritorio del quinto piso de
Posadas y Schiaffino. Sin la falsa modestia de Borges, habló de sus
luchas con las palabras y las tramas, y del placer de la escritura.
-De joven fue buen jugador de fútbol, rugby y tenis. ¿Cómo se convirtió en escritor?
-Sí, casi es inexplicable para mí también, porque mi
actividad y hasta mis ensoñaciones eran deportivas. Pero cuando algo me
golpeaba mucho, mi reacción era planear un libro. Estaba enamorado de
una chica y no me llevaba el apunte, y entonces, sufriendo, pensaba
escribir un libro.
-¿A qué edad?
-A los doce años.
-¿Cuántos años tiene?
-Setenta y dos... Qué asco.
-Se lo ve muy bien.
-Eso dicen los que están afuera. Yo, que estoy adentro.
Cuando me dicen que no me quitan lo bailado, yo digo, "pero sobre todo
no me lo devuelven", que es lo único que me interesa. Haberlo bailado...
[sonríe]
-¿No se siente recompensado por tener una obra reconocida?
-Mire, uno se deja convencer un poco, pero en el fondo sabe cómo la hizo.
-¿Cómo la hizo?
-Escribir me cuesta trabajo. Si bien cuando concluyo un
libro creo que ya sé escribir y escribiré el próximo rápidamente,
cuando lo empiezo tengo las mismas dificultades de siempre y debo
descubrir cómo escribirlo. Muchas veces he dejado libros inconclusos
porque iban por mal camino. A los 17 o 22 años era lógico, pero me
sucede ahora.
-¿Corrige mucho?
-Hago muchísimas correcciones, y no me gustan mucho los
reportajes porque llevan a la publicación de borradores, y mis
borradores son malos, lo sé. Alguien dijo alguna vez: "Denme un borrador
y podré escribir un buen libro". Creo en eso.
-A algunos escritores no les gusta hablar de sus dificultades.
-No es fácil escribir, no es fácil. He escrito tantos
relatos que, aunque tengo las dificultades de siempre, por lo menos no
tengo la sensación de estar viéndome desde afuera cuando escribo.
Últimamente tuve que escribir un prólogo para una antología de relatos
fantásticos rioplatenses y me costó muchísimo. Con los relatos estoy más
en mi terreno y escribo con más naturalidad. Empecé a escribirlos, como
le dije, a los doce años, y estoy escribiendo relatos.
-¿El estilo le preocupa?
-Muchísimo, pero creo que el argumento es parte de la
técnica porque, ¿en qué consiste la técnica? En cómo contar las cosas,
¿en primera o en tercera persona? La técnica es: ¿frases largas o frases
cortas? Pensé muchísimo en la técnica del cuento y la novela y creo que
ante cada cuento hay que pensar qué técnica le conviene a uno para ese
cuento. Casi hay que inventarla. Hay buenas recetas y casi todas vienen
de Horacio: las unidades son verdad. No sé por qué, pero conviene que un
argumento tenga un tema central, conviene que tenga un héroe, conviene
que la historia sea contada por una persona. Ya sé que están La piedra
lunar y otros buenos libros contados por muchas voces, pero parecería
que es más fácil acertar contando las cosas con una sola voz. Si en una
historia está el campo, las cosas deben mirar al campo; si hay una
creación musical, deben mirar hacia la realidad musical. Y tiene que
haber sorpresas, pero no muy grandes como para ser increíbles. Tienen
que estar preparadas, pero no como para que el lector diga: "Sabía que
venía esto". Es una cuestión de tino. La verdad se aprende. Los
candidatos a aprendices pedimos que se nos acorte el camino, y en nada
se puede acortarlo. Hay que tener malas experiencias y aprender de
ellas.
-Usted no tiene el drama de los escritores pobres de ideas.
-Por suerte, eso no me falla. Parece una pedantería,
pero la compenso diciendo que me cuesta escribir y que tardo muchísimo
en escribir un libro más o menos simple. Pero invento con rapidez.
Ahora, no siempre me precipito a escribir lo que he inventado. A veces
sí, cuando tengo una especie de compulsión y siento una suerte de placer
que me dan los personajes, la situación, todo. Pero hay veces en que un
argumento me acompaña quince años o más. Y veo con alegría y
perplejidad que son los que salen mejor.
-¿Escribió el cuento En memoria de Paulina al poco tiempo de surgir la idea o la dejó madurar?
-No, fue más bien una inspiración concentrada. Nunca he
hecho mucha vida social-literaria, pero en aquel momento fui un poco a
reuniones literarias y encontré personajes que me sugirieron el
personaje que le roba la amante al protagonista del cuento.
-¿Tuvo alguna intención catártica ante alguna situación personal? Perdón si es un poco íntima la pregunta.
-Nooo, ¿por qué? A mí me asombran los escritores que no
quieren hablar de algunas cosas. Escribir consiste en hablar de todo.
Pienso que todo lo que he escrito está escrito para ser publicado, y lo
que no está escrito para ser publicado es demasiado malo [ríe].
Probablemente sí, probablemente sería de algún amor desdichado.
-Parecería que tuvo una vida amorosa desdichada, pero creo que no es así.
-No, no, pero la más interesante como tema para la
literatura es la desdichada. Y mis primeras armas en el amor fueron
desdichadísimas. Un novelista, un cuentista, es un antropófago que,
además, se come a sí mismo. Uno aprovecha todo.
-Y goza al escribir.
-Ah, lo disfruto, y si cuento cosas atroces, estoy contentísimo. si me salen bien.
-Y al mismo tiempo le cuesta escribir.
-Sí, al principio tengo la perplejidad de no poder
contar la historia. Nunca sufro el pánico a la hoja en blanco. Un pánico
menos. Siempre tengo cosas que poner en la hoja. Lo que a veces no
encuentro es la manera de ponerlas gratamente, porque pienso en el
lector y tengo en cuenta que la primera frase no desemboca de modo
fluido en la segunda, y además no estoy diciendo exactamente lo que
quiero. Conozco todas esas torpezas.
-Me decía antes de empezar que está triste o enojado con la Argentina.
-He vivido en una Argentina que miraba con compasión a
la Europa aquejada de pobreza incurable, y ahora veo esa Europa llena de
juventud y prosperidad, y nosotros estamos vetustos y desanimados. La
Argentina nos ofrece la tentación de creer que estamos en un destino del
que no podemos salir.
-¿Cree en el destino?
-No, para nada. Tenemos una cantidad de prejuicios que no nos permiten reaccionar.
-¿Cuáles?
-La Argentina fue grande mientras creyó que era un país
abierto. Creía que su tradición era la de Europa. Éramos los europeos
del Sur. Y de pronto hemos querido ser folklóricos con un mínimo
folklore argentino y hacer una civilización de ese mínimo folklore. Me
parecía un país incontenible la Argentina. Recuerdo venir de Europa y
ver Buenos Aires magnífica, limpia y generosa. Esos trabajadores habían
hecho un país rico en el que la movilidad social era real. Las personas
que venían pobres pasaban de una clase social a otra. Bueno, todo eso se
podía hacer, y nada de eso puede hacerse.
-¿Cuál es el verdadero país? ¿Aquél o éste?
-Pero por qué va a ser éste el verdadero cuando Italia y
España padecían en un destino de pobreza y guerras. Vivimos una novela
de Eça de Queiroz. Somos bastante inteligentes, nos reímos de las cosas y
estamos en la decadencia [ríe].
-¿Qué opina de los juicios a los militares?
-Qué lastima que me pida hablar de eso porque es un
jardín de odios. Ahí se riega un odio y otro odio. Creo que los
militares fueron muy crueles con sus prisioneros. De algún modo,
revivieron la Mazorca de Rosas. Ahora, creo que los terroristas son los
padres de los militares que han hecho todas esas cosas. Porque sin
terrorismo no se hubiera sentido la necesidad, o la aparente necesidad,
de estos represores.
-La Justicia sostiene que al tener los militares el poder estatal, tendrían que haber actuado con la ley.
-Desde luego, creo que la Justicia tiene toda la razón,
pero no sé cómo vamos a terminar con esto. Ni las víctimas tienen ganas
de perdonar, ni los castigados por la Justicia ni sus sucesores van a
tener ganas de perdonar. Viviremos en un mundo de odios como en Sicilia:
dos bandos de mafia.
-¿Le parece que la mayoría de la gente tiene grandes resentimientos?
-Ojalá que no, porque es como si el odio hubiera
encontrado muy justificados estímulos en este país a lo largo del
tiempo, pero los estímulos pasan y el odio queda. En un tema en el que
hay gente que tiene muertos no quiero decir una cosa que parezca
frívola, que no parezca pensada. No me importa que me condenen por lo
que pienso. Pero lo que no quisiera es ofender por una especie de
frivolidad que da la espontaneidad y la necesidad de salir del momento.
-Usted es alguien importante y su opinión sobre los juicios es importante.
-Hay que tener cuidado de no ser frívolo, salvo que uno
haga una frivolidad que se convierta en una especie de literatura o
paraliteratura, como hizo Borges. Pero las cosas que Borges decía
siempre correspondían a su pensamiento sincero, que podía estar
enfatizado por la exageración, y por eso podía extralimitarse y ser
injusto. Pero siempre tenía una gracia que hacía que uno debiera
perdonarlo. No digo que lo hayan perdonado, pero uno debe perdonar,
porque es como una contribución a la literatura, una cosa inteligente.
Borges nunca dijo zonceras. Yo no puedo aspirar a eso porque no tengo
esa libertad de pensar rápidamente una cosa y que salga como salía en
Borges.
-Eso le trajo problemas a Borges.
-Es secundario que las cosas traigan problemas o no. En
el diccionario de Borges se dice: "Pinochet era un caballero" o "Yo he
tenido un gran placer de darle la mano". Cómo no van a traer
consecuencias esas cosas con media humanidad aborreciendo a Pinochet.
Pero de algún modo, Borges lo decía a sabiendas porque no le importaba
ser injusto: que se joroben. Pero yo no tengo esa capacidad ni la
aptitud de ver las cosas así. Yo. estoy más convencido de la realidad de
la vida, aunque en el fondo pienso que vamos a desaparecer todos, los
Pinochet y nosotros y Dante y Shakespeare, y que se acabará el mundo y
será como si no hubiéramos existido de ninguna manera, pero de ninguna
manera. Parecería que las reglas del juego consisten en creer que las
cosas tienen trascendencia y que esta vidita ridícula que tenemos hay
que tomarla en serio y no hay que decir ciertas cosas. Mi criterio en
general es tratar de no apenar a personas por una frivolidad mía, porque
el sentimiento existe y la pena es real mientras se tiene. Ya el mundo
es bastante duro. No soy sentimental, pero creo que ese pequeño
sentimentalismo hay que admitirlo para que no sea tan inhospitalario el
mundo. Son como cortesías. Se prescinde del prójimo totalmente. Claro,
en un país en el que hemos perdido absolutamente la fe en los gobiernos y
creemos que los gobiernos son estúpidos o mentirosos, cada argentino
hace lo posible por sobrevivir como puede. Una sociedad así no puede
andar. Esa es una de las razones por las cuales seguramente la Argentina
no marcha, porque no puede marchar una sociedad en la que cada persona
trata subrepticiamente de hacer lo que le conviene. Creo que los
políticos son muy desleales, lo que quieren es llegar ellos, cada uno, y
los pactos y la lealtad al amigo se van al diablo, ¿no?
-Usted dice que los políticos son los únicos autorizados para mentir.
-Todo el mundo sabe que mienten, pero eso no los
desacredita, y al resto de la población sí. Tratamos de tener una
coherencia en la vida, y ellos no. Los gobernantes tienen algo
inexplicable para mí que es el ansia de poder, algo horrible y muy
estúpido que los lleva a cometer esas tonterías.
-El político honesto busca otra trascendencia, distinta de la del escritor, que vuelve a vivir cuando lo leen.
-Pero ¿a quién engañan con eso? Si me van a leer cuando yo esté muerto, voy a aprovechar poquísimo.
-No cree en esa trascendencia .
-[Exaltado] Será el fin del mundo para mí, porque el
fin del mundo para cada persona ocurre con su muerte. Soy
suficientemente honesto y buena persona como para desear que este mundo
sea lo mejor, pero no tan orgulloso como para creer que mi obra va a
mejorar al mundo. Mi obra me puede traer satisfacción cuando estoy vivo,
cuando la hago, es tan agradable.
-En cierta medida no habrá muerto del todo cada vez que alguien lo lea.
-Esa cierta medida es mínima. Bioy Casares va a haber
muerto [ríe]. Salvo para los lectores, sí, sí [concediendo], pero es una
fantasmagoría decir que yo también he sido amigo de Wells, de Stendhal,
de Lucio Mansilla. Bueno [ríe], soy bastante amigo de ellos, pero ellos
no saben de mi amistad. No, ésas son ilusiones. O casi una ambición de
poder.
-¿Por qué escribe?
-Uno empieza a escribir porque le gusta, nada más. Y
después tiene la revelación de que escribir da... sentido a la vida.
Además [conmovido], da mucha fuerza. Pienso que hasta las cosas
desagradables que me pasan, si son interesantes, se transforman en algo
grato porque me permiten escribir y contarlas.
-¿Escribir es vivir otras vidas?
-Es como tener otra vida, puede ser. Otra vida hecha
con la misma vida. Agregamos cuartos a nuestra casa. A veces, a las
casas de los demás. Alguna vez dije que para soportar la historia
contemporánea lo mejor era escribirla. Con la vida tal vez pasa algo
así. Quiero decir que si no tuviéramos el consuelo de comentarla, la
vida sería más dura.
-¿Así se da sentido a la...?
-No, el sentido de la vida me parece que es vacío.
-¿Porque no hay nada después de la muerte?
-Porque no hay nada después y todo se borrará.
bio
Profesión: escritor
El amor esquivo, la
vejez, la muerte y el anhelo de inmortalidad son los temas con los que
Bioy Casares tejió algunos de las mejores novelas y cuentos fantásticos
contemporáneos, como los relatos "En memoria de Paulina" y "La trama
celeste", y las novelas "La invención de Morel", "Plan de evasión" y "El
sueño de los héroes", que es una feroz pintura de la veta violenta de
la Argentina.
Fuente: lanacion.com