En un banco suizo había una obra que ahora se sabe que es un Da Vinci. Con ella se abre un nuevo interrogante.
Una vez más, el artista italiano Leonardo Da Vinci (1452-1519)
está en el centro de las conversaciones de los historiadores del arte.
Es que el genio renacentista no para: ayer apareció una de las obras que
los expertos –aun sin estar seguros de su existencia– llevaban años
buscando: un retrato a color de Isabella D’Este.
La dama fue una
de las mujeres más influyentes del Renacimiento italiano y mecenas de
artistas de la talla de Rafael. Se sabía que ella había sido retratada:
un boceto suyo a carboncillo, datado en 1499, se conserva en el museo
parisino del Louvre. Los historiadores del arte llevaban años
discutiendo si Leonardo habría llegado o no a pintar el retrato
definitivo. Este hallazgo parece ser la respuesta: Carlo Pedretti
–máxima autoridad en estudios sobre Da Vinci de la Universidad de
California– dijo en declaraciones al diario italiano Corriere della Sera
que “no hay duda sobre la autenticidad de la obra”.
Pero lejos
de ser el fin de la intriga, este parece sólo el principio: Los expertos
presentaron varios documentos de los que, dicen, se puede deducir que la Mona Lisa y la Gioconda podrían ser dos cuadros distintos.
En los documentos se habla de una de las dos modelos (no sabemos cuál),
como una dama italiana consorte de un caballero llamado Francesco. Y
así se llamaba el Duque de Mantua, esposo de Isabella D’Este. Por eso,
la duda de que una de ellas fuera realmente Isabella queda latente y
tendrá que ser investigada más a fondo, aunque las opiniones más osadas
apuntan ya a que la pintura encontrada podría ser la que el artista llamaba “Mona Lisa”, cuyo nombre vendría entonces de Mona L’isa (bella).
Por
el momento, lo que se sabe de la pintura –que fue encontrada en la
cámara acorazada de un banco suizo, propiedad de una acaudalada familia
italiana que por ahora ha preferido no revelar su identidad– es que se
trata de un óleo sobre tela, de 61 cm de largo por 46,5 cm de ancho,
realizado entre 1513 y 1516, y que presenta similitudes con el
famosísimo cuadro pintado entre 1503 y 1519. Se parecen unas serie de
aspectos: en la redondez del mentón, en la pose, en el color y la
iluminación y, claro, en la enigmática sonrisa. La pintura, además,
tiene varios motivos iconográficos inspirados en Catalina de Siena
(1347-1380), como la corona y el cetro.
Según Pedretti, “es una
pintura excepcional”. El experto va más lejos y asegura que el retrato
de Isabella es “único en el mundo”.
No es la primera vez que un
hallazgo relacionado con la obra de Leonardo Da Vinci está a punto de
cambiar de forma significativa un pedazo de la Historia del Arte y no
cabe duda de que bien podría ser, además, el argumento perfecto para
otro de los novelescos best-sellers sobre la obra del artista. Podría
ser una de esas novelas que tan bien parece dominar el escritor
norteamericano Dan Brown que, con obras como El Código Da Vinci
ha conseguido que, en el imaginario de muchos de sus lectores, se
desdibuje la finísma línea que parece separar la realidad de la ficción
en lo que se refiere a Da Vinci, los supuestos secretos que encierran
sus obras y los vínculos de algunas de ellas con los comienzos del
cristianismo.
Fuente: clarin.com
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