EN LOS BORDES DE LA LOCURA

Esta edición escapa a la dinámica que vincula a las bienales con el espectáculo, el artificio y la gran escala. La muestra cuestiona ciertos rasgos de la modernidad, su lógica acumulativa y sus cruces con la locura. La presencia argentina: Eduardo Stupía, Leandro Tartaglia, Martín Legón y Pablo Accinelli.


Creada en 1951, íntimamente vinculada al proyecto del Museo de Arte Moderno, la Bienal de San Pablo fue concebida desde sus comienzos como una plataforma para lo nuevo llamada a vincular el arte brasileño con la vanguardia internacional. Podría decirse que desde entonces lo que se espera de ella, o de quienes se hacen cargo de su diseño en cada edición, es que puntualmente catalicen ese principio estimado de novedad. La pregunta de hoy sería ¿qué representa la novedad en un tiempo en que todo lo que ella encarna pareciera condenado a envejecer a la velocidad del rayo atrapado en la lógica de su propia brevedad temporal?
A juzgar por lo que en estos días puede verse en la Trigésima edición de esta Bienal, lo nuevo sería algo que despunta en alguna forma de resistencia a esta compulsión de lo nuevo por la novedad misma. Y sobre todo ante su consecuencia inevitable: el dato espectacular que casi siempre se pone de manifiesto en la gran escala y los grandes nombres disparados como bengalas al aire. No se trata de un caprichoso desdén de su curador, el venezolano Luis Pérez Oramas, sino de un modo de plantarse ante esa lógica que pareciera responder más a los espasmos del mercado que a una renovación radical de lenguajes. 
La suya es una hipótesis que se ha tomado el trabajo de llevar a cabo una investigación sólida y minuciosa que apunta a ir mucho más allá de lo último que se lleva en la pasarela del arte.
Así, este crítico y poeta, que durante años fue curador de la Colección Cisneros y actualmente es curador de arte latinoamericano del MoMA, sólo eligió poco más de un centenar de artistas, cuarenta menos que la edición pasada, y cobijó a todos bajo el enigmático título de La inminencia de las poéticas . ¿A qué alude este concepto que, como en tantos casos semejantes, se estira como para abarcar todo lo que se exhibe? Básicamente a la sutileza poética de lo que permanece a punto de aflorar y se empeña en esquivar el enunciado rotundo.
O tal como lo explicó el propio Pérez Oramas en una conversación que tuvimos el año pasado en Buenos Aires, cuando todo esto estaba aún en gestación: “Es lo que está por decirse, la palabra en la punta de la lengua”, ¿Quién lo va a decir, cuándo lo va a decir?, es algo que ha querido dejar en suspenso; sin señalamientos. La invención de lo cotidiano, de Michel Certau es un texto de cabecera que lo guió hacia los “espacios oscuros del pensamiento”, a los intersticios que están entre o en el archipiélago mismo. 

Japaratuba. del brasileño Arthur Bispo do Rosário.
Japaratuba. del brasileño Arthur Bispo do Rosário.
De allí la idea de constelaciones que opera como un principio instrumental a la hora de articular la complejidad del vasto conjunto de tres mil obras seleccionadas. Un verdadero trabajo de orfebrería en el que el curador y su equipo se han permitido prescindir de los grandes nombres. O por lo menos de las grandes estrellas que venían siendo consagradas en los circuitos bienales en los últimos cinco años como parte del porfolio indispensable para el éxito. 
De allí también que no haya tampoco intervenciones a gran escala ocupando el espacio. Lo que realmente marca la diferencia es el volumen de obra que representa a cada artista a través de un cuerpo sustancial que permite acercar cada poética al público. El ámbito adecuado para hacerlo ha sido evidentemente motivo de preocupación ya que las amplias plantas del emblemático Pabellón Bienal que diseñó Oscar Niemayer en los años 50, con sus paredes vidriadas, que funden exterior e interior, son un auténtico problema en ese sentido. 
El joven arquitecto rosarino Martin Corullón, que ha trabajado en distintas oportunidades anteriores para la bienal y conoce el edificio como la palma de su mano, hizo un trabajo impecable para sortear esa dificultad plasmando en el diseño espacial el principio de constelaciones de un modo sensible y limpio.
 Así, con criterio constructivo alternó espacios íntimos con otros más abiertos. De manera tal que el visitante puede concentrarse en un artista en particular y al mismo tiempo acompañar la deriva de sentidos múltiples que propone la exhibición. En el catalogo también impera similar criterio constructivo.
Otra de las cuestiones que rescata la muestra es el legado interdisciplinar de la modernidad que vinculaba al artista visual con el poeta y el filósofo, y el músico con el hombre de teatro. Artistas como el griego Athanasios Argianas, también músico, presenta una escultural sonora que cruza distintos medios y lenguajes. Y algo parecido ocurre con la italiana Simone Forti, que influida por la danza ha trabajado con improvisaciones corporales. Es decir y en palabras de Pérez Oramas, se ha rescatado “todo aquello que el arte moderno usó contra el disciplinamiento de la academia”. 
No es extraño entonces que una de las figuras centrales sea Artur Bispo do Rosario, un outsider del mundo del arte que Buenos Aires descubrió cuando su obra se exhibió en Proa, en Imágenes del inconsciente , la muestra que integró Brasil 500 años a comienzos de 2001. Bispo do Rosario padecía esquizofrenia paranoica y vivió encerrado en un hospicio más de 50 años.

Silence. La muestra del estadounidense David Moreno.
Silence. La muestra del estadounidense David Moreno.
Durante ese tiempo bordó, bordó y bordó en infinitos paños un universo de cosmologías que él mismo se inventaba. Pero sobre todo realizó una obra con objetos de desecho en una lógica de acumulativa que se derrama en los distintos núcleos de esta muestra. Trescientas piezas de esa producción obsesiva ocupan un lugar estratégico del Pabellón Bienal.
August Sander es otra de las figuras que detenta un espacio simbólico semejante y una proyección similar en los trabajos del presente. Más de 600 retratos de su famosa monumenta fotográfica alemana Hombres del siglo XX , ocupan varios tramos de paneles en el tercer piso del Pabellón. Dispuestos rigurosamente uno junto a otro, en varias series de grillas, estos retratos se erigen en un gigantesco archivo etnográfico que abarcan todas las clases sociales, todos los tipos físicos, los oficios, las costumbres y la indumentaria de los alemanes en la primera mitad del siglo veinte. Probablemente ninguna otra elección hubiera logrado un efecto más ilustrativo de esa vocación enciclopédica, ese imperativo por conocer y abarcarlo todo que animó a la modernidad desde el siglo XIX y los tiempos posmodernos transformaron en brutal deseo de posesión. 
Mucho de aquel espíritu sobrevuela el vasto conjunto de la exhibición. Así operan en significativa vecindad las series de Sander junto a las fotos de individuos y colectivos sociales del Congo que realizó Ambroise Ngaimoko para su Estudio 3 Z en Kinshasha; los desnudos masculinos del carioca Alair Gomes y su alto voltaje erótico reducido por momentos a un refinado juego de formas. Pero también las fotos polaroid del alemán Horst Ademeit, descubiertos muy poco antes de su muerte en 2010.
Otro registro obsesivo, acompañado de anotaciones que dan cuenta del estado emocional que lo llevó a querer establecer por esa vía algún orden para este mundo que, con justicia, consideró caótico. También las series del holandés Hans Eijkelnoom que puede pararse en una esquina sólo para fotografiar la gente que pasa y lleva atuendos parecidos. Veinte hombres y mujeres con pulóver rojo; veinte hombres y mujeres con paraguas; veinte con chaqueta verde militar; veinte con remera negra con el emblema Rolling Stone y así.
Todo esto inevitablemente remite a Aby Warburg, el gran historiador del arte alemán, nacido en 1866 y muerto en 1929 y su Bilderatlas, o atlas de imágenes que se empeñó en trazar relaciones entre las imágenes a través de diferentes tiempos y geografías. Hombre de una erudición enorme que también estuvo al borde de la locura, y desarrolló esa monumental empresa de vocación archivista, que llamó Atlas Mnemosyne. Lo cierto es que acuñó una forma visual de conocimiento que ha sido rescatada en los últimos años por amplios sectores académicos. Entre ellos Georges Didi Huberman, quien le dedicó el año pasado una muestra homenaje en el Museo Reina Sofía de la que nos ocupamos en estas páginas y llevó por título Atlas ¿Cómo llevar el mundo a cuestas?

Button. Detalle de la obra del alemán Kriwet.
Button. Detalle de la obra del alemán Kriwet.
“Hacer un atlas es reconfigurar el espacio, redistribuirlo, desorientarlo en suma: dislocarlo allí donde pensábamos que era continuo, escribió Didi Huberman en el catálogo de aquella gran exposición. Está claro que ese mismo principio ha sido puesto en práctical por el proyecto de Pérez Oramas, quien fue condiscípulo del intelectual francés. No cabe duda de que ambos pulsan la misma cuerda similar.
Así un sinnúmero de relaciones ponen de manifiesto la compleja urdimbre que se arma y puede vincular por los obsesivos bordados de Bispo con los de las norteamericanas Ekaine Reichek y los hilados de Sheila Hicks que dan cuenta de una tradición que emergió en los 80 y ubicó las nociones texto y textura en similar plano de significación. También la asociación hilo y línea, que puede llevar de Hicks a Gego y a su turno derivar en Stupía. Gego, la artista germano venezolana que conoció Buenos Aires a través de una bellísima muestra que exhibió el MALBA y es una de las favoritas de Pérez Oramas, aparece aquí mayormente representada por una obra que realizó al final de su vida en los 70-80. Exquisita en tramas de papeles de colores en pequeño formato. Así también esos vínculos que van del hilo a la línea pueden derivar en la reflexión sobre el proceso de construcción de la imagen, que se hace transparente en muchas de las pinturas elegidas. 
O también como repertorio de signos y formas que es una de las interpretaciones posibles para la obra de Stupía. Resulta entonces comprensible que a su paso por Buenos Aires, el curador haya rescatado para esta muestra trabajos de este artista, de Pablo Accinelli, Martín Legón y Leandro Tartaglia, los cuatro argentinos aquí presentes.
El mayor de todos, Stupía, está representado por más de cuarenta trabajos de distinto formato, realizados entre fines de los noventa y la última década. Lo primero que se advierte en el conjunto es la casi total ausencia de esa producción obsesiva, minuciosa, caligráfica, a mitad de camino entre el paisaje y el laberinto de la línea, que por mucho tiempo fue su marca de estilo. Un corpus de su trabajo que hubiera sintonizado perfectamente con el resto de los universos que habitan la Trigésima Bienal. Sin embargo, el equipo de curadores optó por mostrar aquí los procesos más recientes de su producción en que conviven materiales de lo más heterogéneos. Ya no es la tinta que le dio a su estética esa singularidad caligráfica, sino el grafito, las barras de distinto grosor, la carbonilla, el lápiz de pastel y también el óleo. Es evidente que con ello se ha buscado destacar sus modos de construcción de la imagen. Y en ese sentido este capítulo de la obra de Stupía se integra a un aparato de significación más vasto que en esta Bienal también apunta a detectar cuánto de la tradición moderna permanece en esa vocación del presente de transparentar estrategias compositivas. Eso es lo que se advierte en las pinturas del venezolano Juan Iribarren, las del francés Bernard Frize y en las de la brasileña Lucía Laguna.
Pero nada aquí es unívoco; también puede ser tomado como archivo de signos, o catálogo de formas como el que despliega con extremo refinamiento en otra sala Pablo Accinelli. Su obra trabaja un repertorio que puede proceder de la más dura geometría pero ha sido dotado de especial sensibilidad a partir ciertas alteraciones poéticas que no dejan de tener componentes surrealistas. 

Eduardo Stupía. Sin título.
Eduardo Stupía. Sin título.
Así entabla relaciones simbólicas que le permiten urdir pequeños cosmos matemáticos. El libro es un objeto al que este artista presta especial atención y un aprecio comprensible ya que es junto con Leandro Tartaglia responsable del proyecto editorial Actividad en Uso. En Todo el tiempo , una obra de 2011 que retrata un círculo que se desplaza a través de una serie de páginas. Todos los trabajos suyos que ocupan la gran sala del segundo piso que le tocó en suerte proponen una reorientación de la percepción hacia objetos que sustrae del universo más banal de lo cotidiano.
No muy lejos de allí la obra de Legón ocupa dos generosas salas. En una de ellas presenta una obra de 2009 que en su momento no pudo realizar. Su “Test del hombre bajo la lluvia”, parte del modelo de test psicotécnico, habitualmente aplicado al ámbito laboral al que le imprimió giro poético. Así, en el mismo formato de series y grillas que recorre buena parte de la muestra, expone trescientos dibujos cuidadosamente enmarcados de las personas que hicieron ese test. Al mismo tiempo exhibe el registro del acto en que tres profesionales -un psiquiatra, un administrador de recursos humanos y una curadora de arte- evalúan los dibujos. La situación muestra cómo cualquier interpretación u orden clasificatorio contiene un apriori que es el de la perspectiva instrumental de cada uno. En tanto, en la sala contigua -empapelada con un color cemento oscuro y convertida en “ámbito elegante” expone diecisiete óleos de pequeño formato. Hay aquí una alusión a la pintura como objeto burgués dentro de ese orden acumulador y a menudo decorativo que es el coleccionismo.
La obra de Leandro Tartaglia, en cambio se desarrolla por fuera del pabellón de exhibiciones. Es un delicioso recorrido por la ciudad que parte del parque Ibirapuera y lleva a Morumbí, una de las zonas más elegantes de San Pablo, sobre cuyos orígenes discurre en el trayecto. Un audio remite a un intercambio de cartas entre una argentina y un brasileño que evoca el tono epistolar de Manuel Puig. Cada cual le cuenta al otro cosas de su alrededor. A través del relato, el que participa de ese paseo reorienta y comparte mirada y sensibilidad con los dueños de esas voces a través de sonidos y música. El diseño del sonido, que termina por hacer un elogio del ruido rescatando a Yupanki y “los ejes de mi carreta”, pertenece a Mariano Ast y sin duda es una pieza clave en el proyecto.
Como conclusión podría decirse que esta es una bienal contemporánea, en la que pueden convivir instalaciones, videos, fotografías performances y registros performáticos, pero destacando que en todo ello hay una historia. Desde la edición XXIV, que el curador Paulo Herkenhoff hizo girar en torno de ese concepto fundante de la cultura brasileña que es Antropofagia, la dimensión histórica no adquiría tanto peso. En esta ocasión el hilo curatorial ha trabajado minuciosamente todo lo actual al tiempo que ha buscado hacer visible la densidad histórica que lo hace posible. Todo lo que pasa alrededor Más allá de la gran sobriedad que rodea a esta edición es imposible evitar que la Bienal en sí misma, se convierta en la excusa para el sinfín de programaciones laterales que se potencian a partir de ella. Fiestas e inauguraciones en galerías, casas de coleccionistas y artistas suman toda una legión de coleccionistas, críticos, curadores y artistas del mundo entero que llegan a San Pablo en esa rutina a escala global que para todos ellos se torna imprescindible para estar al día. Imposible no sacar adecuado provecho de ese mix.
Leandro Tartaglia. Su obra es un paseo en una combi.
Leandro Tartaglia. Su obra es un paseo en una combi.
Así en coincidencia con la previa destinada a invitados especiales la revista ARTEBrasileiros empezó organizando en el Auditorio Ibirapuera, vecino al Pabellón Bienal, el seminario “Coleccionismo en Brasil en el Siglo XXI”. De estos encuentros, que abordaron cuestiones de gran interés para el curso del arte en la actualidad, participaron Ella Fontanals de Cisneros, presidenta de CIFO, la importante colección de arte contemporáneo basada en Miami, Eduardo Costantini y Patrick Charpenel, director de la colección JUMEX de México. Pero también el secretario de Cultura del Estado de San Pablo y director de la Pinacoteca de San Pablo, Marcelo Mattos Araujo, y el secretario municipal de Cultura, Carlos Machado Calil. Los problemas que enfrenta la formación de colecciones privadas y públicas ante el creciente aumento de los precios de mercado, las diferentes formas de acceso a la cultura y el cuidado de los patrimonios públicos, estuvieron en el centro de los debates. Los tópicos dan la pauta de cómo se preparan en Brasil para el liderazgo regional que avizoran en el horizonte.
Un abundante repertorio de muestras en distintas instituciones es parte del menú de estos días. La de Caravaggio reúne veinte obras de este artista en el MASP; una retrospectiva de la brasileña Adriana Varejao en el Museo de Arte Moderno y otra retrospectiva de Lygia Clark en el espacio Itaú cultural de la avenida paulista, por sólo citar sólo un puñado que deja afuera a las galerías. Una de las que más atención concitó en la apertura fue “El exterior está en el interior” propuesta del curador suizo Hans Ulrich Obrist, uno de los tres que fueron nominados para dirigir esta Bienal, que reúne intervenciones de diferentes artistas en la famosa “Casa de Vidrio” que perteneció a la arquitecta modernista Lina Bo Bardi. La lista de famosos convocados entre los que se cuentan Gilbert & George, Douglas Gordon, Waltercio Caldas y Cildo Meireles, pareciera encarnar justamente lo que optó por eludir Pérez Oramas.
Pero en verdad, la auténtica frutilla del postre de la semana de apertura fue la visita del jueves 6 a Inhotim, el exótico parque de arte contemporáneo que abrió en 2002, el empresario minero Bernardo Paz. Emprendimiento que por su desmesura y ubicación no es difícil asociar a Fitzcarraldo. Hace justo diez años que este coleccionista viene emplazando en ese fascinante lugar, piezas a gran escala, realizadas por artistas de la talla de Doug Aitken, Tunga, Helio Oiticica, Jorge Macchi y Olafur Eliasson, por citar sólo a unos pocos. Los jardines con lagos interiores y diferentes especies botánicas de la región ocupan noventa y siete hectáreas, cerca de Broumadinho en el estado de Minais Gerais. Paz compró este inmenso terreno en 1980 y empezó a diseñarlo en colaboración con el paisajista Burle Marx. El jueves 6 de septiembre convocó a una jornada de inauguración para presentar las últimas novedades: cuatro espacios dedicados a las obras de Tunga, Cristina Iglesias, Carlos Gariacoa y Lygia Pape. Muchas de ellas estuvieron en bienales internacionales recientes como la de Pape que estuvo en la última de Venecia. El fantástico convite culminó con un concierto de Arnaldo Antúnez.
Martín Legón. Detalle de “Test del hombre bajo la lluvia”.
Martín Legón. Detalle de “Test del hombre bajo la lluvia”.


Contexto:
Sólo superada por Venecia

Desde su creación en 1951, la Bienal de San Pablo se realiza cada dos años y, desde 1957, en el Pabellón Ciccillo Matarazzo, obra del arquitecto Oscar Niemeyer, con una superficie aproximada de 30.000 metros cuadrados. La segunda edición, en 1953, convirtió a la Bienal en un suceso por llevar a Brasil el “Guernica”, de Picasso. Hoy es la segunda bienal de arte en importancia del mundo, después de la de Venecia, y la primera en Latinoamérica.
Su entrada es gratuita desde 2004. El fin de semana pasado fue visitada por 23.000 personas y se estima que hasta su cierre, el 9 de diciembre, la recorrerán cientos de miles. Desde la edición de 2006, no hay representaciones ni envíos nacionales. Fue patrocinada y organiza en sus inicios por el Museo de Arte Moderno de San Pablo hasta 1962, cuando se crea y encarga de ello la Fundación Bienal de Sano Pablo. Su presupuesto para esta edición es de unos 11 millones de dólares, con financiamiento que proviene de subvenciones del municipio, el gobierno local y estatal y del sector privado.

Me parece:
Ausencias que entusiasman

Por Ignacio Liprandi - galerista

La 30a edición de la Bienal de San Pablo impresiona por varias razones: a la calidad de los artistas y las obras expuestas se suma un muy ordenado “recorrido” en el que se advierte la experiencia del curador Luis Pérez Oramas en el MoMA. A cada artista participante se le ha asignado un espacio en el que mostrar sus obras, a diferencia de otras bienales donde piezas de distintos autores son expuestas conjuntamente. Por otra parte, entusiasma la ausencia de muchos de los grandes nombres, infaltables en muchas bienales, y que revelan poco trabajo de campo por parte de sus curadores o mínimo espíritu de riesgo, lo cual no es el caso en ésta, en donde abundan los nombres de artistas emergentes.
Para destacar, y dejando de lado a los artistas de nuestra galería: las fotografías y videos del mexicano Fernando Ortega, los dibujos del colombiano Nicolás París, la pintura del argentino Eduardo Stupía, los retratos “mecanografiados” del peruano Jerry Martin, y la pintura objetual de Fernanda Gomes, además de la instalación del argentino Runo Lagomarsino y los videos y fotografías del holandés Bas Jan Ader. Es de destacar que a diferencia de otras bienales recientes hay una importante presencia de artistas de América Latina en detrimento de asiáticos y africanos.

Fuente: Revista Ñ Clarín



UNA OBRA LEÍDA COMO
"CATALOGACIÓN DE SIGNO GRÁFICO"

Entrevista a Eduardo Stupía, artista plástico. 
Comprensión. Stupía, aquí con su obra, comprendió en la Bienal cosas de su propia obra que no conocía.
Por ANA MARIA BATTISTOZZI


¿Qué sensaciones experimenta un artista cuando es invitado a una exhibición internacional y se presenta con su trabajo sin tener del todo claro cuál será el ámbito o el universo con el cual su obra se habrá de vincular?
Stupía fue invitado por Pérez Oramas, luego de que el curador sugiriera incorporar un par de dibujos suyos a la colección del MOMA y lo incluyera en la muestra New perspectives in Latin American Art que se exhibió allí en 2007. Mientras recorre la bienal confiesa que percibió más claramente la razón por la que fue convocado recién cuando llegó a verla en su conjunto. Pero sobre todo cuando pudo detenerse ante los artistas con los cuales le toca convivir. A muchos de ellos ni siquiera los conocía y fueron un descubrimiento.
“Incluso, llegué a comprender cosas de mi propio trabajo que yo no había advertido. Y para mí es un efecto doble muy fuerte –explica mientras continúa–. En especial todo lo que tiene que ver con esa noción de catalogación que sobrevuela la bienal, y puede ser leída como si el mundo mismo fuera un gran catálogo. Esa acumulación más o menos ordenada o desordenada que remite también a la idea de clasificaciones, de rótulos, de archivos. Es allí que pienso que Pérez Oramas percibió en mi trabajo una especie de catalogación de signo gráfico, sólo que disimulada y presentada como lenguaje, o al revés. Me refiero a un lenguaje que se despliega pero al mismo tiempo se muestra como tejido de signos interrelacionados entre sí. Como si cada obra fuera la puesta en escena de un orden posible. Pienso que eso es lo que vio en mis trabajos y es algo que ciertamente pude haber pensado pero nunca lo había visto tan claramente así.
Y más allá de esa experiencia personal ¿qué impresión te produce la Bienal?
Diría que es una bienal que permite leer artista por artista y al mismo tiempo la lógica heterogénea que los agrupa, los justifica y de algún modo le da sentido a todo. Creo que la idea de constelaciones que complementa el título de la exhibición, “La Inminencia de las poéticas” lo expresa bien porque uno puede pensar que el curador revela, por ejemplo, que cada obra es una constelación en sí misma.
¿Qué definiría esa idea de constelación?
Puntos aparentemente azarosos que unidos hacen una figura. Es decir que, aunque inconexos en apariencia, pueden definir una figura. En ese sentido diría que la Bienal es una constelación en sí misma y los artistas esa suma de puntos que el curador vincula. Siendo uno mismo artista y uno de esos puntos, se ve a sí mismo parte integral de ese todo. Diría que es un tipo de relación que define también la propia.
¿Y qué con relación al título “La inminencia de las poéticas” que opera de tal manera que abarca un amplio rango de cosas?
Me da la impresión que es como si hubiera trabajado sobre lo no consagrado de manera espectacular y no sólo en el sentido de tamaño. Sino que se dirige a lo que está por venir. Algo que apunta a un estado de alerta o atención sobre lo que vendrá.

Fuente: Revista Ñ Clarín

EL MNBA TIENE NUEVO ESPACIO DE ARTE

Los artistas Mariano Ferrante y Daniel Joglar son los primeros en intervenir una sala de casi 1000 m2 de arquitectura moderna. Será renovado cada tres meses con obras de artistas jóvenes.

Amplio, moderno y luminoso. En un anexo al Pabellón de Exposiciones Temporarias, el Museo Nacional de Bellas Artes inaugura hoy miércoles 12 un nuevo espacio de arquitectura contemporánea y ventanales abiertos a la ciudad, que funcionará como punto de encuentro y descanso para los visitantes, además de una sala extra para la exhibición de la obra de artistas jóvenes, con diferentes propuestas cada tres meses.
Con la curaduría de Santiago Bengolea, Mariano Ferrante y Daniel Joglar fueron los primeros en intervenir la sala de casi 1000 m2 con sus obras de grandes dimensiones, que ofrecen una mirada diferente de la arquitectura del espacio.
Mientras la obra de Joglar parte del Movimiento Concreto como tradición; en la intervención de Ferrante, realizada in situ y en relación directa con el espacio que ocupa, los colores se articulan como notas musicales y se modifican constantemente.
CONSTRUCCION DINAMICA N° 46. La obra de Mariano Ferrante varía con la luz del día.
CONSTRUCCIÓN DINÁMICA N° 46. La obra de Mariano Ferrante varía con la luz del día.
Refaccionado con el apoyo de American Express y la AAMNBA (Asociación de Amigos del MNBA), el espacio se suma a los trabajos de renovación en otras áreas del museo porteño. “La inauguración de este nuevo espacio confirma nuestro interés por proteger el patrimonio cultural del país, apoyando a su vez la innovación artística en todas sus formas”, dijo Nora Vignolo, ganadora de la primera edición del “Premio Asociación Amigos del Museo Nacional de Bellas Artes” a quienes contribuyen al desarrollo de la cultura, la educación y las ciencias en la Argentina.

Fuente: Revista Ñ Clarín

LOS MISTERIOS DE SIEMPRE

Los trabajos seleccionados por un concurso de arte y nuevas tecnologías revelan que, aunque cambien los medios, las preguntas siguen siendo las mismas.

Por Eduardo Villar


Desde su primera edición, hace 10 años, el Premio MAMBA-Fundación Telefónica - Arte y nuevas tecnologías ha establecido una plataforma de artistas argentinos con proyección internacional en el camino de crear arte vinculado con las nuevas tecnologías, una producción por ahora escasa en el país. Esa escasez hace que la muestra que reúne las obras seleccionadas para el concurso en el Espacio Fundación Telefónica sea especialmente interesante.
Hay un puñado de obras que despegan claramente del resto de las exhibidas. En primer lugar, porque son las que uno, como espectador, calificaría sin dudas como producto de la relación entre arte y nuevas tecnologías. No son simplemente videos o videoinstalaciones, soportes que hace ya tiempo no pueden considerarse novedosos. En segundo término, por su calidad desde el punto de vista estético y conceptual. Las que sobresalen más claramente son “Insight”, de Sebastián Díaz Morales y “THUMOS (Corazón-Impulso)”, de Jorge Caterbetti, respectivamente Gran Premio y Primer Premio en la categoría “Proyectos. Incentivo a la producción artística”.
“THUMOS...” es una especie de altar tecnológico en una sala en penumbras. En vez de las velas habituales, algunas luces LED blancas y rojas se encienden y apagan con un ritmo incomprensible. Sabremos después que ese ritmo coincide con el que se escucha en el ambiente: las pulsaciones de un corazón cuyo ritmo varía según sea el de un cuerpo en reposo o un cuerpo en actividad y que altera, según el caso, el ritmo con que se encienden las luces. En el centro del altar, donde podría haber una imagen del Sagrado Corazón de Jesús, hay un antiguo marcapasos, de finales de la década del sesenta, que se encarga de enviar, a través de un sistema de microprocesadores, señales preprogramadas a un robot compuesto por 30 brazos metálicos, que tipean –en un teclado como de piano mecánico o de computadora– doce mensajes, como las tareas espirituales para el hogar que habitualmente recomiendan los sacerdotes de la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús a sus fieles. El doce, se sabe, es un número con ciertas connotaciones en la religión católica: doce son los apóstoles, y doce son las promesas del Sagrado Corazón de Jesús. Las doce frases en latín que escribe el teclado mecánico se leen en una pantalla. Por ejemplo: “Memento, homo, quia pulvis es et in pulverem reverteris” (recuerda, hombre, que polvo eres y en polvo te convertirás. Biblia. Génesis 3:19). “Ars longa, vita brevis” (la vida es corta, pero el arte es largo. Hipócrates). Y la que dejamos para el final: “Non festinet. Nullum magnum opus factum est post septem diebus” (No os apureis. Ninguna buena obra se hace en siete días. Jorge Caterbetti). Hay en el altar de Caterbetti mucho más que misticismo. Hay perplejidad en quien se para frente a él, como si en él estuvieran encerrados todos los misterios de la Creación. “THUMOS...”, con sus raros sonidos, movimientos robóticos y luces de colores que se encienden y se apagan de manera incomprensible, se puede ver no sólo como un altar sino también como un oráculo pagano. O como un jukebox o un flipper. O como una máquina tragamonedas de un casino. O como todo eso a la vez, una combinación monstruosa de religión, tecnología, arte y azar. Una máquina a la que ofrecerle devoción y a cambio pedirle cosas: vida, deseo, conocimiento, éxito, dinero, consultarle el futuro. Y hasta pedirle consejos para producir una obra artística. Una máquina que decide azarosamente todo, incluidas la vida y la muerte. Y que nos lo recuerda.
THUMOS (CORAZON-IMPULSO) , 2011-12, de Jorge Caterbetti. Instalación.
THUMOS (CORAZON-IMPULSO) , 2011-12, de Jorge Caterbetti. Instalación.

También tiene su misterio “Insight”, la obra de Sebastián Díaz Morales: su video de altísima definición grabado con cámara Phantom muestra la imagen prácticamente fija de un equipo de producción, siete personas, detrás de una cámara, como filmando al espectador, en una composición que recuerda a un grupo de personas en una pintura flamenca o de Velázquez. La cámara se acerca muy despacio en un zoom y en cierto momento se rompe la superficie y descubrimos que lo que se veía era una imagen en un espejo que acaba de estallar espectacularmente en mil pedazos y mil detalles. En ausencia del espejo, la misma imagen aparece entonces invertida. El video, que dura 10 minutos y tiene una plasticidad que se disfruta a fondo, pone al espectador en el papel de detective para decodificar qué ocurre, como juegan en la obra la ficción, la realidad y su representación, en un juego de ida y vuelta de la mirada que recuerda a “Las Meninas” de Velázquez.
“Paisaje con vacas (no hay nada más puro que la sombra de una vaca)”, de Marcello Mercado, es una obra que se vincula con la ciencia y lo tecnológico más en su contenido que en su soporte. Se trata de una videoinstalación interactiva –tres grandes pantallas de video– donde se plantean temas como el paisaje y la identidad argentina a partir de la decodificación del genoma de la vaca.
Además de las de Díaz Morales, Caterbetti y Mercado, se exhiben los trabajos de Christian Wloch, Macello Mercado, Gabriela Golder, Laurence Bender, Yamil Burguener, Ananké Asseff, Nicolás Bacal, Claudia Flores Colominas, Javier Plano, Marcelo Galindo, Cristian Segura, Camilo Guinot y Cintia Clara Romero, con Laura Bucelatto como curadora invitada.
El esfuerzo que realizó Fundación Telefónica en este concurso y esta exposición –en concepto de premios y producción de nuevas obras superó los $ 140.000, a lo que se suma la producción de la exposición y la edición del catálogo– es poco frecuente en la Argentina y se advierte en los resultados.
Ya que el concurso incluye una categoría de “Obras realizadas”, algunos de los trabajos presentados y seleccionados ya habían sido expuestos en otras muestras. Ananké Asseff, por ejemplo, incluyó su videoperformance “Constelaciones” en la muestra “El miedo al viento”, que realizó entre setiembre y noviembre de 2011 en el entonces muy activo espacio de exhibición de la Torre YPF, en Puerto Madero. El video sin título de Camilo Guinot seleccionado para esta muestra se exhibió en el Espacio Itaú Cultural.
Un caso similar es el video “Colección Mercedes Santamarina”, de Cristian Segura, que pudo verse en el Palais de Glace, en el Salón Nacional de Artes Plásticas, donde logró una mención. El video se pregunta qué mira y qué comenta el público de un museo cuando está frente a un cuadro. Lo revela mediante una cámara escondida sobre un paisaje del pintor Jean Baptiste Camille Corot, perteneciente a la Colección Mercedes Santamarina, del Museo de Bellas Artes de Tandil. Imposible no reírse frente a los espectadores de la pintura, un espejo de uno mismo mirando el video.

FICHA
Premio MAMBA Fundación Telefónica. Arte y nuevas tecnologías

Lugar: Espacio Fundación Telefónica, Arenales 1540.
Fecha: hasta el 15 de setiembre.
Horario: lun a sáb, 14 a 20:30.
Entrada: gratis.


Fuente: Revista Ñ Clarín


LA IDENTIDAD NACIONAL,
SEGÚN LOS MEJORES FOTÓGRAFOS

Es la colección Rabobank, con 200 fotos de artistas argentinos de los últimos cien años en el Museo Nacional de Bellas Artes.

Por Mercedes Pérez Bergliaffa

Con más de 160 fotos y una sección especial en homenaje a la fotógrafa Sara Facio –curadora de la colección de fotografía del Museo Nacional de Bellas Artes–, se abre hoy allí una gran muestra dedicada a la historia de la fotografía argentina. Pero esta no es una exposición común sino que, además del homenaje a Facio –bien merecido, ya que fue ella quien consiguió formar, desde 1995, una colección de 800 fotografías nacionales e internacionales–, también se celebra la donación que el banco holandés Rabobank acaba de hacerle al museo: 200 fotografías de artistas argentinos, creadas durante los últimos cien años.
Y en la muestra y celebración doble, hay un poco de todo: desde retratos hechos por Annemarie Heinrich, hasta el del pintor Roberto Aizenberg con fondo de basural, sacado por el gran Humberto Rivas; los realizados por Adriana Lestido, Eduardo Comesaña, Alejandro Kuropatwa, Anatole Saderman, Carlos Bosch, Eduardo Gil, Dani Yako… Esa increíble foto de Alfredo Srur (la madre de 11 años en la Triple Frontera). Y la escena del terremoto de 1944 en San Juan, con su pila de cadáveres, foto y copia vintage de Juan Di Sandro. Y hay paisajes, como esas hermosas imágenes de San Luis y San Juan de Oscar Pintor. Y sí, están esas fotos increíbles, antiguas, viejas, de las Islas Orcadas y del Sur de Herbert Kirschorff. Y los paisajes urbanos –de Buenos Aires– limpios, claros, de Grete Stern, de 1950. El “Mate en la villa” de Alicia D´Amico, de 1972 (pero en una villa mucho más limpia y pulcra que las de ahora, eh), y la foto más antigua de la colección Rabobank: “Las cataratas del Iguazú”, de Gastón Bourquin, de 1920, un hilillo de agua que gotea en la inmensidad de la selva húmeda y arbolada. La vista de La Boca de los años 30´, a través de la mirada del gran Horacio Coppola, con todos esos barcos de madera anclados en la ribera de casas bajas. Y las obras de Esteban Pastorino, Cristina Fraire, Eduardo Grossman, Sameer Makarius, Juan Méndez Ezcurra, Roland Paiva, Walter Roil, Ricardo Sansó, entre tantos, tantos otros… Hay retratos, más retratos –aunque ambientados o contextualizados–, vistas urbanas, algunas abstracciones, alguna naturaleza muerta... Fotografías abarcando distintos géneros.
“Cuando empezamos a formar esta colección pusimos un eje: todas las obras tenían que ser fotografías, y todas debían ser tomas directas, sin manipular, trucar ni pre-armar. Queríamos que lo importante fuera la mirada del fotógrafo, antes que lo conceptual”, explica el curador de la muestra y también de la colección Rabobank, fotógrafo él mismo, Facundo de Zuviría. El, con Marjan Groothuis, creó la colección Rabobank.
Pero en medio de la sala donde se realiza la muestra –el Pabellón de exposiciones temporarias, esta vez pintado de blanco— hay una pared ubicada en el medio: es la dedicada a la obra de Facio. Allí pueden verse sus tres obras más emblemáticas: los retratos de Julio Cortázar, Jorge Luis Borges y María Elena Walsh. Pero hay dos fotos más a los costados. “Una es la más importante de la carrera de Sara”, explica el curador, “se llama “Ciela y Tierra”. La otra, es una flor de Anatole Saderman, que la pusimos como una manera de homenaje. Porque Facio es de una generosidad enorme, ¿eh…? Ella donó montones de fotos de su propia colección al museo”.
Y aquí, en esta exposición se pueden ver ahí nomás, traspasando la puerta, girando hacia la izquierda. Son obras de Henri Cartier-Bresson, André Kertész, Manuel Alvarez Bravo, María Cristina Orive, Sandra Eleta… Todos nombres fundamentales de la historia de la fotografía internacional.
Por eso, si usted va a visitar la muestra, se dará un buen paseo visual: reconocerá nuestra identidad a través de fotografías. Y se sorprenderá con otras imágenes, de esas que nunca pierden vigencia. Lo que se dice, casi 200 momentos de sorpresa y amor.

AGENDA
Muestra: Colección Rabobank.
Dónde: Museo Nacional de Bellas Artes (Av. del Libertador 1473).
Cuándo: se inaugura esta tarde a las 19, y se puede visitar hasta el 10 de octubre.
Horarios: de martes a viernes, de 12.30 a 20.30. Sábados y domingos de 9.30 a 20.30. Gratis.


Fuente: Revista Ñ Clarín

LAS OBRAS DE UN ESCULTOR TROTAMUNDOS
ENCUENTRAN UN HOGAR

Las esculturas de Saint Clair Cemin, exhibidas en parques y en una galería de Nueva York, revelan la variedad de materiales, temas y tradiciones de todo el mundo que se combinan en su trabajo.
De chico, el escultor Saint Clair Cemin vivió durante dos años en la propiedad de 2.025 hectáreas que tenía su madre en el interior de Brasil, donde su padre, ingeniero, intentó cultivar trigo y fracasó. Esto sucedía a fines de los años 1950, cuando la zona que rodeaba la pequeña ciudad de Cruz Alta era, dijo Cemin, "una zona todavía conocida como tierra de gauchos, tan primitiva como el Oeste estadounidense en el siglo XIX". No había agua corriente ni electricidad. "Fue una época muy bella de mi vida", dijo Cemin, de 60 años. "Y siento que inspiró todo mi trabajo".
Siete de sus esculturas, exhibidas en parques y paseos peatonales de Nueva York sobre Broadway entre las calles 57 y 157, revelan hasta qué punto esto es cierto.
Presentada por la Broadway Mall Association en colaboración con la Paul Kasmin Gallery del barrio de Chelsea ­que está montando una muestra concurrente de la obra de Cemin­ "Saint Clair Cemin on Broadway" incluye "In the Center" (2002), una figura semiabstracta de dos metros de alto con sombrero de gaucho que sostiene una varita de rabdomante, elemento de adivinación considerado útil para encontrar agua. Cemin explicó recientemente que el título de la obra se relaciona con la propiedad de su madre, donde la familia sobrevivía gracias al agua de pozo. "El arte es percepción y en el centro de la percepción está ese extraño gigante sin rostro que busca cosas ­que busca agua­ y la encuentra".
Puede decirse que su obra está más centrada en las yuxtaposiciones de mundos diferentes que en uno solo. Este artista itinerante que habla cinco idiomas, incluido el ruso, emplea una variedad deslumbrante de materiales, temas y tradiciones escultóricas de todo el mundo, combinándolas a menudo con un efecto sorprendente y, en algunos casos, humorístico.
Otra obra en la exposición de Broadway, una escultura de cobre martillado llamada "Aphrodita" (2006) hace referencia a la diosa griega del amor y también recuerda tallas zulúes en madera. En la muestra de Paul Kasmin una pieza nueva de bronce, "And Then (I Close My Eyes), presenta lo que podría ser "una persona distraída meditando" de nuestra propia cultura, dijo Cemin, o "un Buda imperfecto". (Las obras en Broadway pueden verse hasta noviembre y la exposición de Kasmin, "Saint Clair Cemin: Six", continuará hasta el 13 de octubre).
"La obra de Saint Clair se relaciona con las teorías del antropólogo francés Claude LéviStrauss", dijo el pintor Peter Halley. "Alrededor del mundo encuentra alusiones del lenguaje con las que personas de otras culturas pueden identificarse".
Nacido en 1951, Cemin se trasladó con su familia desde Cruz Alta hasta San Pablo cuando era adolescente. Encontró a un grupo de surrealistas y finalmente asistió a la École National Supérieure des Beaux-Arts en París, lo cual podría explicar por qué adopta las técnicas tradicionales y el virtuosismo de la realización manual. Inquieto, se fue a vivir a Nueva York en 1978, donde trabajó como grabador hasta que una retrospectiva de Jospeh Beuys en el Guggenheim un año más tarde le hizo descubrir una nueva gama de posibilidades. "Fue verdaderamente un punto de inflexión", dijo.
Coqueteó con un abordaje más conceptual del arte, "haciendo dibujos y garabatos", dijo, hasta el verano de 1983. Cemin se encerró en una habitación durante una semana. Sentado a una mesa con unos pocos elementos básicos ­papel, lápices, pinturas y yeso, enfrentó lo que él definió como "la condición esencial de todo humano", e hizo lo que quería. "Estaba abierto a todo", recordó.
Modeló alrededor de 50 objetos, "jarros con caras; objetos extraños, decorativos o eróticos; animales pequeños; todo tipo de cosas", dijo. En el proceso, se dio cuenta de que "mi marco conceptual quedó totalmente destruido porque los objetos en sí eran mucho más potentes que el concepto".
Decidido a aceptarse como escultor, hizo traer piedra a su estudio y "empecé a tallar". Cemin ya formaba parte de la movida artística en plena explosión del East Village de Nueva York en los ’80, donde había trabado amistad con artistas como Jeff Koons y Halley. Sus trabajos se vendían en exposiciones individuales en Nueva York, Los Angeles y Roma, y fue incluido en muestras montadas por Collins & Milazzo, un dinámico equipo de curadores del momento.
Muy pronto, empero, volvió a sentirse impaciente. En 1992, alquiló una casa grande en Asuán, Egipto, donde hizo acuarelas y esculturas de hierro. Dos años más tarde, incorporó talladores en Bali para que lo ayudaran a producir piezas en teca y caoba. Y en 1999, comenzó a hacer esculturas en Beijing.
Las obras exhibidas en Broadway y en Kasmin son una suerte de vuelta a casa para Cemin. En agosto, este artista díscolo firmó un contrato de alquiler por un departamento en Nueva York.
Hay montones de mármol en crudo apilados en su estudio de Brooklyn, entre otras cosas, una piedra de 1.360 kilos que "está esperando a ser tallada", según dijo. Parecía entusiasmado con su regreso. "Pasaré mucho más tiempo aquí ahora", dijo

Fuente: Revista Ñ Clarín

FÁBRICAS DOMESTICADAS

Tres dimensiones.

La nueva edición de Casa FOA en la ex sede fabril de Alpargatas se liga a un puñado de obras porteñas similares y al invento del loft.

Por Berto González Montaner *


Días atrás recorrimos en esta columna esas mágicas y bellas chimeneas de ladrillo que salpican la ciudad. Las que muchos creíamos erróneamente que eran el resabio de industrias desactivadas cuando en realidad son las ventilaciones de la cloaca máxima de Buenos Aires. La semana pasada me sorprendió otra. Similar en forma a las anteriores, pero de un porte descomunal y de una materialidad diferente. La chimenea de marras emerge orgullosa del interior de una de los establecimientos que tenía Alpargatas en La Boca. La misma firma de las legendarias zapatillas de lona y cáñamo. La que bautizó la famosa rotonda que nos llevaba a Mar del Plata. Y la que difundió –a partir de los años 30– los almanaques con motivos camperos, inmortalizados por el artista plástico Florencio Molina Campos. Es esta fábrica, desmantelada y cargada de significados, el edificio que eligió la Fundación Oftalmológica Argentina para montar la 29° edición de Casa FOA, la muestra anual de arquitectura, diseño interior, decoración y paisajismo.
No es la primera vez que FOA insiste con el sur porteño y con revitalizar edificios industriales. Lo del sur viene de su vocación de adelantados: de promover lugares postergados de la Ciudad donde intuyen posibilidades de desarrollo. ¿Y lo de intervenir las fábricas? ¿Será por aquella movida estadounidense que inventó la palabra loft , tan seductoramente retratada por la película Flash-dance a principios de los 80? Lo cierto es que estos edificios industriales brindan grandes posibilidades y tienen atributos casi perdidos en los edificios de departamentos habituales. Garantizan buenas e inusuales dimensiones, solidez, carácter y –como el caso de Alpargatas– el valor agregado de su historia. Además, para los arquitectos, diseñadores y decoradores son todo un desafío a la creatividad. Basta con darse una vuelta por la citada expo de la Av. Regimiento de Patricios 1052 para comprobarlo. Ya sea en la original Molina Cafetería, de Julio Oropel; el estar de un Hotel Boutique, de Silvina Descole; el gigantesco escritorio propuesto por Viviana Melamed o el blanquísimo y movedizo Estudio de Mónica Schuvaks (más info: ARQ 12-09-2012 y video en arq.clarin.com).
Repasando otras de estas historias del patrimonio industrial, una bien curiosa es la del actual Palacio Alcorta, el imponente edificio en la avenida homónima construido a principios de siglo XX por Mario Palanti para la firma Chrysler. Ese edificio tenía en su piso superior una pista con peralte donde probaban los autos a velocidades que llegaban a los 100 km/h. En el año 1994, el estudio MSGSSS lo convirtió en exclusivos lofts y estudios, conservando la impronta de la pista y abriendo un patio oval atravesado por una larga pileta.
Volviendo a las chimeneas, hay otros dos ex edificios industriales que también lucen orgullosos las suyas. Uno es la ex fábrica de chocolates Nestlé, en el barrio de Coghlan. Allí en 2005, el arquitecto Edgardo Minond convirtió el viejo establecimiento en el complejo Tronador, una suerte de condominio urbano de gran escala con viviendas poco convencionales con alturas de entre 3,5 y 4 metros. El otro establecimiento marcado por su chimenea es el complejo MOCA, diseñado sobre la carcaza de la emblemática ex fábrica de galletitas Bagley, construida en 1929 por el ingeniero José Luis Delpini, el mismo que diseñó el Mercado de Abasto. En MOCA, a pasos de Constitución, los estudios Lopatin y Caffarini-Vainstein hicieron viviendas con un ¿toque bohemio? y servicios VIP (dos piletas semi olímpicas, spa y jacuzzi) y un sector comercial sobre la Av. Montes de Oca. También imaginaron un lugar para la historia y para el arte en el centro cultural que diseñaron en el ex anfiteatro de la fábrica. Siguiendo con el rubro galletitas, en la frontera entre Barracas, San Telmo y La Boca, en 2006 se anunció el reciclaje y ampliación de la ex fábrica Canale, otro de los lugares por donde pasó Casa FOA. En la ex fábrica de bizcochos, ahora denominada Palacio Lezama, están construyendo un complejo de oficinas y estudios con sectores comerciales enfocados al turismo.
Cuando finalice esta edición de Casa FOA en Alpargatas, el estudio Dujovne-Hirsch convertirá la ex fábrica en el complejo Molino Ciudad, un edificio de una manzana con unos 350 lofts o estudios y con restaurantes, locales comerciales, galería de arte y espacios de encuentro en su amplio lobby de planta baja. Sin duda, repasar la historia de estos edificios es reencontrarnos con sabores, imágenes y marcas entrañables que vienen desde nuestra infancia.

* Editor General ARQ


Fuente: clarin.com

AUTORRETRATOS A CARA LIMPIA

"Yo soy", un libro que reúne 91 imágenes, algunas de reconocidos fotógrafos y otras de personas que simplemente quisieron mostrar la manera en que se ven.
DOS A BAÑARSE. Autorretrato del fotógrafo Gerardo Dell’Oro

 Por Bárbara Álvarez Plá

¿Cómo nos vemos a nosotros mismos? ¿Qué pasa al usar la cámara como si fuera una extensión del fotógrafo, una extensión que consigue captar su esencia? Todos tenemos una foto que nos identifica, que nos cuenta, una en la que nos parece estar viendo quiénes somos.
Esta fue la idea del fotógrafo y editor Fernando De la Orden, que trabajó con la diseñadora gráfica Mariana Zerman y el fotógrafo e impresor Manuel Fernández.
El resultado es el libro Yo soy, que reúne 91 imágenes, algunas de reconocidos fotógrafos como Dani Yako, Michael Cooper, Fabiana Barreda, Gerardo Dell’Oro, Horacio Agulla y Carlos Bosch entre otros, y otras de personas que simplemente quisieron mostrar la manera en que se ven.
Cuanta De la Orden que “en principio pensábamos convocar sólo a profesionales, pero después se amplió la convocatoria a todo el mundo”.
Este es el segundo libro de la colección Pianopiano que, creada con espíritu de coleccionista, dio en 2010 su primer fruto: BICIS, un libro de imágenes, en esa ocasión, de bicicletas, creado con el mismo método que utilizaron para Yosoy: una convocatoria a través de las redes sociales y un mail para enviar las fotografías. “Recibimos más de 900 fotos en esta ocasión”, cuenta Fernando, “entre las que seleccionamos las que forman la obra”.
Rostros que recién despiertan, unas piernas que salen de un armario, tatuajes, cuerpos, estrellas, el mar, pero también el reflejo de las emociones del artista, de su imaginario: un conjunto de cámaras disparando al mismo tiempo y en una dirección: el autor.
¿Cómo se financió un libro así? De La Orden cuenta: “Pensamos que si cada uno de los 90 autores compraba 10 ejemplares, se podía hacer una tirada de 2.000”. Mil fueron para los participantes, y los otros mil se repartieron en los lugares donde se puede comprar. Cuesta 77 pesos.

Fuente: Revista Ñ Clarín

EN EL POP TAMBIÉN CABE LA TRAGEDIA

Aún quedan ocho días para recorrer en Proa esta muestra imperdible. Después, quien quiera verla deberá viajar a alguna de las escalas de su itinerario: Curitiba, Italia y Río de Janeiro.

El arte es el campo más prostituido, porque ahí reside toda la fuerza de la creación”, comentaba la psicoanalista Suely Rolnik unos días atrás, durante su paso por Buenos Aires, invitada por la Fundación Proa. Rolnik se refería específicamente al arte pop. La especialista hablaba de él y es fácil creerle: pocos movimientos artísticos han sido tan usados como carne de cañón del mercado y las modas.
Ocurre que el pop parece tan bonito, tan colorido, llamativo y “feliz”… El imaginario general establece que es, básicamente, sinónimo de la Marilyn serigrafiada de Andy Warhol…
Si usted es de los que piensan que el Pop es eso, ese glamour de colores brillantes que arrastra sensación de Hollywood y amor, entonces para terminar con este preconcepto, dese una vuelta por la Fundación Proa por estos días, que allí se está realizando la muestra Pop, realismos y política. Brasil- Argentina 1960 y compruebe lo que Rolnik afirma: que el pop –especialmente el pop– fue y sigue siendo, muy prostituido. Por eso esta exhibición organizada por Proa y curada por el brasileño Paulo Herkenhoff y el argentino Rodrigo Alonso, le da una vuelta de tuerca a la cuestión y nos dice: un momentito, señores, que aquí, en nuestros países, en los 60, con todas las cosas que pasaban, el pop era de todo menos glamoroso y feliz. Estos no eran los Estados Unidos ni Gran Bretaña. Aquí el flower power ocurrió de otro modo. Y llegó el momento de saber cómo.
Quizás una manera del pop de acontecer en nuestra región haya sido ésa que comentaba el investigador Gonzalo Aguilar durante el coloquio que Proa organizó respecto del tema, hace unas semanas.
Aguilar decía que aquí, el pop se manifestó a través de la representación de la miseria por medio de la figura del niño –la ropa andrajosa del Juanito de Berni, la Crónica de un niño solo, de Leonardo Favio– y del “hombre en harapos”, de Glauber Rocha, del collar de dientes de jabalíes que llevaba Caetano Veloso, del origen “bajo” de las joyas, de lo táctil… De una visión sensorial del pop local frente a otras visiones más dogmáticas. Aguilar hablaba del hombre en harapos como de una “máquina sensorial”. Y en las salas la podemos ver: ahí está, bien activa, en las chapas oxidadas y las telas roídas del Juanito de Berni, en medio de la villa; está en las “21 petites sculptures en cheveux” (21 pequeñas esculturas en cabello) de Artur Barrio; está en el “Parangolé P17, capa 13, estoy poseído” y en el fabuloso “B50 Bólido saco 1- Olfático”, de Hélio Oiticica…
Un recorrido por las salas de Proa parece decirnos que, en el pop local, la felicidad y los colores brillantes fueron pocos, y la muerte, el dolor, el yeso, los materiales precarios, cierta manualidad, las técnicas de reproducción gráficas y los materiales orgánicos, así como las performances con los sentidos a flor de piel, fueron muchos. Pareciera que la pobreza de los materiales esconde una gran fortaleza de un código distinto, de un otro pop basado en lo que Rolnik llamaría el “saber del cuerpo” y de su fragilidad, su vulnerabilidad extralogocéntrica.

CILDO MEIRELES. ''Inserções em Circuitos Ideológicos. Projeto Coca-Cola'', 1970.
CILDO MEIRELES. ''Inserções em Circuitos Ideológicos. Projeto Coca-Cola'', 1970.

Pero para profundizar más sobre esto, pasen y vean: están las cuatro salas de Proa llenas de obras potentes. Sobre todo la tercera sala, pintada de negro y de forma trapezoidal, como si fuera ella misma un ataúd gigante, albergando todas obras vinculadas con la muerte: el Che sobre la mesa, bien negro y gris, de “La lección de anatomía N° 2”, de Carlos Alonso; la obra Sin título, de Ivens Machado, esa pared con una bombita de luz tenue y azulejos blancos en los que, desde un pequeño agujero, cae goteando una línea de óxido o de sangre… El impresionante colchón negro de la primera época de Marta Minujín –sin título– fúnebre, bien fúnebre. Y las fotos del matadero, de Sameer Makarius.
En general en la muestra hay muchas pinturas, mucha obra gráfica, mucha bidimensión, y quizás menos despliegue espacial, menos tridimensión de lo que podría haberse exhibido. Pienso, por ejemplo, en las posibilidades que podrían haber aportado al público el exponer en vivo y en directo las magníficas obras de los 60 de la carioca Lygia Pape, o en las formas y códigos de exhibición –el despliegue curatorial– del colchón negro de Minujín del 62, o de ese espléndido trabajo que es “Lute” (luche, en español) –exhibido pegado a la pared…
Pero claro que también es fuerte la presencia del Cristo de León Ferrari no bien se entra en la exposición. Montada de espaldas al público, su famosa obra de 1965 “La civilización occidental y cristiana”, suspendida en medio del espacio de la sala y proyectando una sombra amenazante sobre la pared...
Y están, también, las reflexiones de Paulo Herkenhoff –curador de la muestra junto con Rodrigo Alonso–, quien comentó, durante su estadía en nuestro país, al explicar las razones para organizar una exposición sobre el pop en Brasil y la Argentina en los 60: “Aquí, en nuestra región, hay una historia transversal en términos geopolíticos que me interesa mucho y es la de las relaciones entre Brasil y la Argentina. Y me interesa, también, buscar una dimensión argentina del Brasil ya que, en el fondo, nosotros tenemos algo de argentinos. Y esto, para el arte es fundamental. No estoy hablando de fronteras sino de intercambios históricos: hubo artistas argentinos que se formaron en Brasil pero también artistas brasileños que vinieron a formarse a la Argentina. Por ejemplo, lo que había acá en los años cuarenta –precisa Herkenhoff– era verdaderamente impresionante: el tema de los marcos recortados, entre otras cosas. Entonces estamos hablando de un lugar donde la riqueza, los medios, la apertura hacia otras partes del mundo, las posibilidades, todo eso junto, dio lugar a un proceso muy rico, que a los brasileños nos llamó la atención. Y eso tuvo consecuencias.

EDUARDO COSTA. ''Fashion Fiction I: la instalación fotográfica'', 1966-2007. Medidas variables.
EDUARDO COSTA. ''Fashion Fiction I: la instalación fotográfica'', 1966-2007. Medidas variables.

Dentro de ese marco, para mí, la historia tiene sentido sólo si tiene algún tipo de significado en el presente. Si no, está muerta. Por eso me interesa trabajar con una historia de continuidades, en la que las cosas están encadenadas; y pensar más a partir del punto de vista de lo esperable, de las direcciones, antes que desde un punto de vista en el que las cosas estén fijadas desde un comienzo”, concluye el curador.
Por su parte, escribe Alonso en el catálogo de la muestra: “En los 60 se produce el desplazamiento de las antiguas culturas populares por la nueva cultura de masas y éste es un fenómeno evidente en ciudades como Nueva York o Los Angeles (…) Sin embargo, en los países donde los procesos de industrialización no son tan marcados y las economías regionales no acceden al nivel de los países líderes del capitalismo global, ese desplazamiento es necesariamente incompleto. Este es el caso de Brasil y de la Argentina.”
Hay otro par de conceptos-clave que podrían servir para tener en cuenta en el recorrido de la exhibición: la noción de ideario político en relación con las luchas sociales de los años 60, la revolución cubana, el asesinato de Kennedy; la figura del pueblo como motor de cambios y eje de la Historia; las condiciones de vida precarias, la burguesía industrial, los gobiernos populistas, los golpes de Estado, las presiones militares, las migraciones internas y regionales, la dependencia económica y cultural. El desfasaje entre la exaltación mediática del consumo y las realidades socio-políticas de América Latina.
Son dos obras fundamentales –y discretas– dentro de la exhibición, ambas de 1968, las que lo sintetizan todo: “Un guerrillero no muere para que se lo cuelgue en la pared”, de Roberto Jacoby, y sobre todo, la de Hélio Oiticica: “Sea marginal. Sea un héroe”. En este sentido, entonces, probablemente todos nosotros estemos siendo, todavía, heroicos.

FICHA
Pop, realismos y política. Brasil - Argentina

Lugar: Fundacion Proa. Av. Pedro de Mendoza 1929.
Fecha: hasta el 16 de setiembre.
Horario: mar a dom, 11 a 19.
Entrada: $12. estudiantes.
Gratis los martes.

Fuente: Revista Ñ Clarín

HALLAN UNA TUMBA INCA
EN LA CIUDADELA DE MACHU PICCHU


Fotografía sin fechar distribuida por la agencia de noticias peruana Andina el 5 de septiembre de unos trabajadores municipales de Cusco trabajando en una tumba inca hallada cerca de la ciudadela de Machu Picchu, en el sureste de Perú.

Unos trabajadores del municipio de Cusco hallaron una tumba inca en las inmediaciones de Machu Picchu, en el sureste de Perú, anunció el miércoles la autoridad arqueológica de esa ciudadela incaica.
La estructura funeraria tiene 1,20 metros de largo por 75 centímetros de ancho, y fue hecha de piedra labrada, dijo Fernando Astete Victoria, director del parque arqueológico de Machu Picchu, citado por la agencia estatal Andina.
Astete indicó que la tumba, descubierta la semana pasada, estaba totalmente destruida y había sido profanada. No había osamentas ni fragmentos de cerámica en su interior, señaló. "Se han podido recuperar los elementos líticos y rescatar la forma original de la tumba. Es a base de piedras y construida en altura", acotó el funcionario.
La tumba se halla en la parte superior de la colina llamada Uñawaynapicchu, unos 10 metros más abajo de la cumbre del Huayna Picchu, una de las montañas principales que rodean la ciudadela Machu Picchu.
El director del parque arqueológico de Machu Picchu informó de que en breve se realizarán las investigaciones para determinar la antigüedad.
La ciudad de piedra de Machu Picchu fue construida por el emperador inca Pachacútec en el siglo XV, en la cima de una montaña a 2.400 metros de altura, como centro ceremonial o sitio de descanso de nobles incas.
Machu Picchu es la joya de la corona del turismo peruano. El lugar es un ícono mundial con más de 700.000 visitas por año. El complejo fue descubierto en 1911 por el estadounidense Hiram Bingham, según la versión más difundida.
Un equipo de historiadores, cartógrafos y arqueólogos defiende la versión alternativa de que el descubridor fue el minero alemán Augusto Berns, en 1867, según dijo en 2008 a la AFP el arqueólogo francés Alan Gioda, historiador del Instituto para la Investigación y el Desarrollo (IRD, por sus siglas en inglés).

Fuente: AFP

ESTADOS UNIDOS RESTITUYE A TURQUÍA
JOYAS DE LA ANTIGUA TROYA


Un visitante observa unos antiguos artefactos durante un pase para la prensa a las galería de arte de las Tierras Árabes, Turquía, Irán, Asia Central y la Antigua Asia del Sur de museo Metropolitan de Nueva York, el 24 de octubre de 2011.

Por Emmanuel Dunand 

Estados Unidos restituyó a Turquía joyas procedentes del sitio arqueológico de la antigua Troya, robadas a finales del siglo XIX, informó este miércoles la prensa turca citando al ministro de cultura, Ertugrul Günay.
Veinticuatro joyas de oro, expuestas en el museo de Pensilvania, en Filadelfia, fueron restituidas la semana pasada a Turquía, indicó el ministro, que dijo estar "muy emocionado" por el hecho de que las joyas hayan regresado "a su país de origen".
Turquía reclamaba desde hace tiempo esas joyas, robadas durante las primeras excavaciones autorizadas en ese sitio arqueológico de la antigua Troya, realizadas hacia 1870 por el arqueólogo alemán Heinrich Schliemann.
Situado en la antigua Tróade, cerca del mar Egeo y de los Dardanelos, este sitio se identifica habitualmente con la Troya homérica (tercer milenio antes de Cristo), aunque algunos arqueólogos lo ponen en duda.
Las joyas recuperadas por Turquía están expuestas en un museo de Ankara.

Fuente: AFP

SALE A SUBASTA LA MAYOR COLECCCIÓN DE ARTE PRECOLOMBINO EN MANOS PRIVADAS


Un empleado junto a figuras africanas de terracota que iban a ser exhibidas en octubre de 2008 en Luxemburgo. Las figuras pertenecen al coleccionista suizo Jean Paul Barbier-Mueller, también dueño de una colección de arte precolombino.
Por Fabrice Coffrini

La colección de arte precolombino Barbier-Mueller, considerada como la más importante en manos privadas, será subastada en marzo en París, anunció este lunes la casa de remates Sotheby's.
Unas 300 piezas de esa centenaria colección -entre ellas varias obras maestras de la cultura maya y azteca, así como también una urna de la isla de Marajo, en Brasil- serán ofrecidas al mejor postor el 22 y 23 de marzo próximos, por decisión de la familia, indicó Sotheby's.
La historia de esta colección centenaria agregará interés a esta venta. Todo empezó en 1920, cuando Josef Mueller adquirió en París una 'diosa del agua' azteca.
Esa fue la primera pieza de unas 300 de arte prehispánico, principalmente provenientes de México, compradas por esa familia, que posee también una colección de arte africano, de Oceanía y de las Cícladas.
Ahora, Sotheby's se prepara para exhibir la colección a posibles compradores en septiembre en la capital francesa, en Hong Kong en octubre, en Nueva York en noviembre, y luego en Londres.

Fuente: AFP

CÚPULA PORTEÑA CON AIRE CATALÁN EN HOMENAJE
AL GENIAL GAUDÍ

Secreta Buenos Aires

Inaugurada en 1914 y restaurada en 1999, luce en la ochava de Rivadavia y Ayacucho.
Imponente. La restauración incluyó nueva iluminación. / rodriguez adami

Por Eduardo Parise

Si la hubieran construido en Barcelona, seguramente sería parte de la finca Güell o de la Casa Battló. Y no sólo tendría la firma del genial arquitecto Antoni Gaudí i Cornet. También recibiría los aires marinos que llegan desde la zona de la Barceloneta. Pero nada de eso ocurre porque esta lujosa y artesanal cúpula está a una cuadra del Congreso Nacional, es obra de un ingeniero civil argentino que se llamaba Eduardo Rodríguez Ortega (1871-1938) y que, tras la restauración realizada en 1999, se luce como buen patrimonio de la Ciudad en la ochava de la avenida Rivadavia y Ayacucho.
Admirador de Gaudí, Rodríguez Ortega diseñó el edificio en los tiempos del Centenario de la Revolución de Mayo. Tiene planta baja, un entrepiso, cuatro pisos con departamentos y una terraza de 350 metros cuadrados. Justo en ese último piso está la cúpula en cuestión, donde hay tres niveles, que culminan con un cupulín y una construcción con forma de cebolla, rematada con una veleta de hierro. Y para que ese ensamble con el cielo sea completo, en el último nivel existe un gran telescopio destinado a cualquier soñador nocturno que quiera regodearse mirando estrellas.
Después de pasar décadas aguantando los cambiantes rigores del clima porteño, ese símbolo del modernismo catalán, inaugurado en 1914, fue restaurado poco antes de la llegada del siglo XXI. La tarea quedó a cargo del arquitecto Fernando Lorenzi, quien usó 952 piezas de vidrio espejado para cerrar todas las aberturas. Y rescató las ornamentaciones, réplicas exactas de la famosa Casa Battló, que hasta incluyen algunas chimeneas que muestran siluetas de guerreros.
También se trabajó y se mantuvo casi intacto el revoque original que era de piedra parís y se agregaron dos elementos que no desentonan y rinden un indirecto homenaje a Gaudí: un escudo de Catalunya y una frase escrita en catalán que afirma “No hi ha somnis impossibles” (No hay sueños imposibles). La frase tiene mucho del espíritu de aquella anécdota que cuentan sobre Gaudí cuando en 1883 presentó su proyecto para la basílica La Sagrada Familia en Barcelona, una obra aún en construcción. Le dijeron “eso le va a llevar muchos años” y el respondió: “Puede ser, pero mi cliente (Dios) tiene todo el tiempo del mundo”.
El homenaje porteño al genial arquitecto también incluye dos réplicas hechas a escala de la conocida Puerta del Dragón. Realizadas en hierro, las réplicas tienen el mismo diseño que Gaudí hizo para la finca Güell. Las de Buenos Aires se destacan en la terraza del edificio de Ayacucho y Rivadavia. También, como parte de la restauración se hizo especial hincapié en la iluminación por lo que, cada noche, tanto el edificio como la cúpula se lucen como corresponde. Claro que en un día de sol y con la luz natural aquello alcanza un grado casi sublime.
Por supuesto que la cúpula de ese edificio no es la única para admirar en la Ciudad. Muchas otras también tienen sus méritos aunque no llamen tanto la atención. Sin ir demasiado lejos, en el mismo barrio de Balvanera, está la del Congreso Nacional. Y hay una que es menos conocida pero que merece una mirada con mayor detenimiento. Es la del Santuario Nacional de Santa Rosa de Lima, en la avenida Belgrano y Pasco.
Proyectada en 1928 e inaugurada en 1934, la gran iglesia es obra del arquitecto Alejandro Christophersen. Fue construida sobre una cripta, que le sirve como cimiento, y tiene un espacio central con dieciocho columnas de mármol verde que sostienen la cúpula. Lo más llamativo es que, en el exterior, está recubierta con pequeñas tejas de cobre. Pero esa es otra historia.

Fuente: clarin.com

LA SÍNTESIS DE ROBIROSA: 60 AÑOS DE ARTE ARGENTINO


Se exponen trabajos fundamentales de la artista, que confirma su vigencia creativa.


Obra nueva y clásica. Mucha gente en la inauguración de la muestra en el Centro Cultural Recoleta. martin bonetto.
Por Julián López

Un prodigioso cambio meteorológico; eso es lo que pudieron sentir quienes asistieron a la inauguración de la exposición de Josefina Robirosa, el jueves pasado, en el Centro Cultural Recoleta.
Y no fue para menos, entrar a la sala Cronopios del centro cultural ubicado en Junín 1930, en una tarde en que la lluvia agrisaba la ciudad, era toparse con una bandada de enormes pájaros multicolores que situaban la exposición no solamente sobre las paredes del recinto. Con un notable diseño de montaje a cargo de Gustavo Vázquez Ocampo, la muestra, que expone 39 cuadros, cuatro pinturas sobre esferas de resina de poliéster de 75 centímetros de diámetro, hace del aire su espacio fundamental: 57 pájaros penden de los cielos del recinto y generan una verdadera sorpresa para el visitante.
La presencia de personalidades de la plástica y de la cultura, como los artistas Luis Felipe Noé, Inés González Fraga, Pablo Siquier y Sara Facio, Magdalena Ruiz Guiñazú y Norma Morandini, Boy Olmi, Moris, entre otros, daba cuenta de la importancia del evento.
Es que la trayectoria de Josefina Robirosa define y sintetiza más de seis décadas de arte en la Argentina. Sus inicios, durante los 50, ya la mostraban como una personalidad definida en un momento de verdadera expansión creativa y social para el país. Por eso, sorprende que a pesar de ser una protagonista prominente de un movimiento como el que generó el Instituto Di Tella, verdadera cuna de la vanguardia en la década de 1960, la artista nunca se enrolara en colectivos que enmarcaran su producción o la obligaran a una obediencia estilística determinada.
La naturalidad con que su producción se adueña del espacio de la sala Cronopios y la enorme osadía de esa invasión tridimensional provocan una expectación acechante: detenerse a ver sus cuadros más clásicos, o la pintura sobre dos láminas de metal de cuatro por dos metros, por caso, implica dar la espalda a esa furiosa bandada colorida que hace trama en el vacío.
Tal vez, lo más destacable de la muestra, que podrá visitarse con entrada gratuita hasta el domingo 14 de octubre, sea que no está pensada simplemente como la retrospectiva de una de las artistas fundamentales de la plástica argentina contemporánea, porque, si bien hay mucha obra con historia, veintiséis de las pinturas corresponden a su conocida serie titulada “Bosques”, en la que Robirosa, de incansables 80 años, sorprende con una imponente producción del año 2012, cinco décadas después de aquella primera muestra individual.
De lo reciente, se destacan estos “artefactos esféricos de poliéster” —tal como los mencionan en la gacetilla incluida en el bello catálogo de la muestra— y los casi sesenta pájaros tridimensionales que agitan el aire de la sala y muestran a Josefina Robirosa como una tradición, sí, pero también como una notable innovadora.

Fuente: clarin.com

INTERESANTÍSIMO ÓLEO DE FIGARI EN ARROYO


ESTE LINDÍSIMO ÓLEO DE PEDRO FIGARI, ESCUELA URUGUAYA, 1861- 1938, SE REMATA EN LA GALERÍA ARROYO EL PRÓXIMO MIÉRCOLES 12, A LAS 19,00 HS

LOTE 1 .-

PEDRO FIGARI

Escuela uruguaya, 1861-1938

"MERCADO VIEJO".


Óleo sobre carton. Mide 60 x 80 cm.

Firmado abajo, a la izquierda y fechado "1932" abajo, a la derecha.

Obra registrada bajo el nº 146, Serie V.H.h en el inventario sucesorio del artista, realizado por el Arq. Carlos Herrera Mac Lean. Correspondiente etiqueta al dorso.

Lleva asimismo, manuscrito en rojo, el número 140 del inventario también realizado por Herrera Mac Lean.
También lleva etiqueta al dorso de la colección El Mangrullo (Federico Vogelius).
Obra expuesta en 1945 en el Salón Nacional de Bellas Artes (Montevideo), donde figuró bajo el nº 588 del catálogo (Tercer grupo, Escenas de Pueblo). Correspondiente etiqueta al dorso.
Colección Sr. Pedro Figari, hijo del artista; en 1961 en el Musée National d´Art Moderne (París), donde figuró bajo nº 116 del catálogo. Correspondiente etiqueta al dorso.
Colección Srta. Lucille Figari, nieta del artista; y también en 1961 en el Museo Nacional de Bellas Artes (Buenos Aires), exposición en homenaje al centenario del artista, donde figuró bajo el nº174 del catálogo. Correspondiente etiqueta al dorso.
Colección Sr. Federico Vogelius.
Con examen técnico realizado por la Sra. Gloria Wingord, ex Jefe del Laboratorio de restauración del Museo Nacional de Bellas Artes, y Jefe del Laboratorio de restauración del maestro Juan Corradini.

Base: $ 350.000.-     VENDIDO EN $ 440.000.-