PLANTARÁN 200 LAPACHOS
POR EL BICENTENARIO



EL ESPECTACULAR LAPACHO ROSADO (TABEBUIA IMPETIGINOSA) DE FIGUEROA ALCORTA Y MARISCAL RAMÓN CASTILLA, QUE TANTO LE GUSTABA AL DR. RENÉ FAVALORO. EL CARDIOCIRUJANO LO VEÍA OBLIGADAMENTE, CUANDO TOMABA LA CALLE MANUEL OBARRIO PARA IR A SU CASA DE DARDO ROCHA Y OMBÚ, EN EL BARRIO PARQUE DE PALERMO CHICO QUE DISEÑARA EL FRANCÉS CHARLES THAYS. ESTE MARAVILLOSO LAPACHO, TODOS LOS AÑOS ANUNCIA LA LLEGADA DE LA PRIMAVERA POBLÁNDOSE CON SUS COLORIDAS FLORES. DESPUÉS LAS FLORES SE LE VAN CAYENDO Y LE APARECEN LAS HOJAS. DESGRACIADAMENTE, EL PERÍODO DE FLORACIÓN DE ESTE ÁRBOL ES MUY BREVE.

El jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, y la embajadora de Estados Unidos en la Argentina, Vilma Martínez, plantaron ayer juntos lapachos en el Parque San Benito, de Figueroa Alcorta y La Pampa. Fue el puntapié inicial del Proyecto Lapachos Bicentenario, por el cual la embajada donará a la Ciudad de Buenos Aires 200 árboles representativos de la flora argentina, en homenaje a los 200 años de la Patria. Los árboles plantados ayer fueron de la especie lapacho rosado, característica del Norte argentino aunque de buena adaptación a Buenos Aires.
Fue el primer encuentro entre Macri y Martínez, después de la publicación de los documentos de Wikileaks entre los que había un cable en el que la embajadora calificaba al jefe de Gobierno como una persona “brusca” y “con una visión maniquea del mundo”. Martínez se quejó de que Macri cortó abruptamente, a los 20 minutos, una reunión entre ambos.

Fuente texto: clarin.com
Epígrafe: P.L.B.

EN LA CIUDAD DE LOS MUERTOS



ÍCONO. PANTEÓN DE LA SOCIEDAD ESPAÑOLA DE SOCORROS MUTUOS.

Por Miguel Jurado *
* Editor Adjunto Arq

Hernán Vizzari insiste sobre el valor histórico y patrimonial del Cementerio de la Chacarita. Al final me convence y accedo a recorrer la necrópolis con él.
Son las 3 de la tarde del miércoles antes de Navidad. El sol cae como plomo fundido sobre Buenos Aires. Es el mismo calor que sigue atormentándonos, pero una semana atrás, cuando parecía pasajero. Vizzari me espera enfundado en un jean y una camisa a cuadros. Parece que el sol no le hiciera mella. No debe tener 35 años y ha dedicado buena parte de su vida a estudiar y rescatar del olvido el patrimonio funerario porteño. Me recuerda que su Web fue declarada de interés cultural por la Legislatura, “Es www.cementeriochacarita.com.ar”, dice.
Me muestra el pórtico de entrada, un edificio de impronta griega clásica diseñado por Juan Buschiazzo en 1882. Tomo respiro a la sombra de su columnata y alcanzo a percibir las acción deletérea de las buenas intenciones: una mano de pintura impermeable color salmón cubre el revoque símil piedra que debió estar lleno de matices. Para peor, un crema subido convierte el bajorrelieve del frontis en un dibujo casi plano. Otro desastre del amateurismo preservacionista. Ni el ángel con trompeta celestial se salvó de la pintura para frentes.
Pasando las enormes columnas dóricas de la entrada, se extiende la Ciudad de los Muertos. Debajo del abrasador sol, Vizzari me conduce con paso decidido hacia la joya del lugar: el Panteón de la Sociedad Española de Socorros Mutuos, diseñado por Alejandro Christophersen en 1896. La luz de la tarde parece derretirlo. Su estado es ruinoso. “Este panteón recuerda al templete diseñado por Juan de Herrera en el patio mayor del Monasterio del San Lorenzo de El Escorial (siglo XVI)”, señala Vizzari. Hago visera con la mano para tapar el resplandor y busco un poco de sombra.
Salimos por las callecitas en busca del Panteón Sociedad Salesiana. Advierto que la transpiración empezará a mojar mi camisa y caminar con los brazos separados del cuerpo. Vizzari parece no sentir el calor: el entusiasmo lo refresca. “El edificio de la Sociedad Salesiana es un calco perfecto, en menor escala, de la Basílica de San Carlos que está en Almagro. La hizo el mismo arquitecto”, me dice y caigo en la cuenta que todo el cementerio es una reproducción a escala de la Ciudad. Cada bóveda es un edificio pequeño, en un lote de no más de cuatro metros, en manzanas chicas separadas por calles, pasajes, diagonales y peatonales liliputienses, encerradas entre grandes avenidas bordeadas por tipas centenarias. Es el vestigio de una época en que la muerte era tan importante como la vida, y poseía igual o mayor prestigio. Los que llenaron Chacarita con sus monumentos desde 1886 tenían como modelo la ciudad europea, querían que Buenos Aires fuera así y también sus cementerios. No eran familias “patricias” como las de Recoleta, sino una burguesía inmigrante que “hizo la América” como pudo y compró feliz el patrón cultural que le ofrecía la oligarquía.
Las ideas me laten en la cabeza mientras caminamos rumbo al Panteón del Centro Gallego. Pienso que la burguesía actual que se desentiende de la Ciudad y ama el country, también entierra sus muertos en countries que llama cementerios parque. Empiezo a imaginar un relación entre la ciudad del siglo XIX y su cementerio, entre la vida country y sus “jardines de paz”.
Vizzari me rescata del sopor. “Este edificio es de 1929 y está inspirado en la Colegiata de Santa María del Sar de Santiago de Compostela. Fijate que tiene gárgolas con los escudos de las provincias gallegas. Además, cuando se puso la piedra fundamental, enterraron cuatro cofres con tierras de Pontevedra, La Coruña, Lugo y Orense”, dice y enumera otros tesoros patrimoniales. La lista es interminable.
Percibo el ordenamiento social en Chacarita: a la entrada, la ciudad de los lotes individuales, con apellidos inmortalizados en bronce y un festival de estilos (gótico, ruso, egipcio, francés o moderno). Más atrás están los pobres en una especie de “Brasilia de los nichos”, el campo interminable de galerías subterráneas con entradas futuristas diseñadas por Clorindo Testa en los 50.
Veo nubes cargadas en el horizonte y desisto de visitar esa ciudad impersonal. El agua va a venir bien, pero el cementerio no es el mejor lugar para recibir una tormenta. Me despido apurado. Soy una sopa de transpiración. Noto gotitas en la frente de Vizzari. Me siento acompañado en el sentimiento.


Fuente: clarin.com


UNA NUEVA IDENTIDAD
PARA LA GIOCONDA DE LEONARDO



El autor, un estudioso del Renacimiento, asegura que sería una amante del poderoso Giuliano de Médicis.

SIGLOS DE MISTERIO Y DE TEORIAS. SOBRE LA IDENTIDAD DE LA MODELO.

Por Bárbara Alvarez Plá, ESPECIAL PARA CLARIN

Muchos misterios rodean al cuadro que Leonardo Da Vinci pintó entre 1503 y 1506, y que desde hace 200 años ha sido el mayor tesoro del Museo del Louvre, en París. Muchas teorías tratan de esclarecer quién fue la mujer cuya sonrisa ha dado durante siglos la vuelta al mundo y a la historia del arte. Las hipótesis van arrojando luz y también sombra sobre el enigma, que no pierde vigencia. Pero más allá de su sonrisa, que parece oscilar entre el humor y la amargura, las principales preguntas en torno al lienzo siguen siendo dos: ¿Para quién fue pintado? Y ¿Quién fue la modelo? Tratando de dar una nueva respuesta a estos interrogantes aparece Adios Mona Lisa. La verdadera historia del retrato más famoso del mundo , (Katz, 2010), el último libro de Roberto Zapperi. En él, el autor –uno de los mayores especialistas vivos en el Renacimiento– recrea las circunstancias en que fue creada la pintura, y a la luz de nuevos documentos tira por tierra la teoría más aceptada hasta el momento, que parte de los escritos de Giorgio Vasari, pintor de la época y biógrafo de Leonardo, “hizo para Francesco del Giocondo el retrato de su mujer Mona Lisa y lo dejó inacabado...”, afirma Vasari. Esto vendría a justificar el título del cuadro, pero se sabe que este se puso mucho después de la muerte de Leonardo. El título podría también hacer alusión a la sonrisa de la modelo, ya que Gioconda significa “alegre”.
Pero es bueno empezar las historias desde el principio. Una cortesana, o un adolescente vestido de mujer, pasando por Isabel de Aragón, o alguna amante de Da Vinci, hasta llegar al propio Leonardo travestido y riéndose de quien lo mira sin llegarlo a ver. Todas hipótesis posibles. Incluso la de Freud, que encontró en la obra una “preocupante masculinidad”.
Zapperi, desconfiando de las palabras de Vasari, que nunca llegó a ver el cuadro, hilvana los hechos para relatar lo que considera la verdadera historia. Según él, la modelo sería Pacífica Brandini, amante de Giuliano de Médici –quien patrocinara al artista en la corte de su hermano, el papa León X en Roma–, y madre natural de su hijo ilegítimo Hipólito de Médici, y habría sido encargada para que el chico tuviera un recuerdo de su madre, muerta tiempo atrás. Según esto, no habría ninguna modelo posando en el momento de la creación, Leonardo habría hecho un retrato “ideal” a partir de la descripción de la mujer hecha por Giuliano.
Además, como prueba documental, ofrece un escrito de Antonio de Beatis, que considera más fiable que el de Vasari, ya que éste visitó a Leonardo en Francia. Beatis habla en su crónica de tres cuadros que el artista estaba pintando, uno de ellos de “cierta dama florentina, pintada por el encargo del fallecido Giuliano de Médici...” Esta dama sería, según la interpretación de Zappieri, la Gioconda. ¿Por qué priorizar a Vasari cuando de Beatis estuvo más cerca de Leonardo?, plantea el autor.
Otra buena teoría bien fundamentada, pero sin documentos concluyentes. Seguirá la intriga sobre la misteriosa dama.


SANTA SOFÍA RECUPERA TODO SU ESPLENDOR



Toda la imponencia de Santa Sofía

Por Estambul. Agencias

Corría el año 537 y el emperador Justiniano se había impuesto la misión de cristianizar la parte oriental del antiguo Imperio Romano y crear en Constantinopla la basílica que sería el centro de este nuevo mundo. Para ello mandó traer los más ricos materiales del Imperio Bizantino: mármol verde de Tesalia, pórfido de Egipto, roca negra del Bósforo, columnas del templo de Artemisa, y oro y piedras preciosas para los mosaicos.

El célebre Pantocrator.

Así nació Santa Sofía, la mayor joya del arte bizantino, convertida en museo desde 1935 y que ahora muestra otra vez toda su magnificencia después de 17 años enredada en obras y andamios. La restauración empezó en 1993, un año después de ser declarada por la Unesco Patrimonio Histórico de la Humanidad junto con el resto del barrio histórico de Estambul.
El principal trabajo consistió en limpiar 600 metros cuadrados de mosaicos y la cúpula. Durante estos 17 años, obreros y artesanos repararon el domo de 31,3 metros de diámetro y las caligrafías doradas que lo recubren. Por fuera se limpiaron las fachadas y se reforzaron los techos con 50 toneladas de plomo para minimizar daños.

Santa Sofía desde el aire.

Fuente texto: clarin.com

EL MUSEO DEL HERMITAGE, ORGULLO RUSO


Visitantes de todo el mundo llegan hasta el gran Palacio de Invierno de San Petersburgo, atraídos por su colección de tres millones de obras de arte.

Se puede decir, sin miedo a equivocarse, que buena parte de la historia de Rusia está ligada a los 365 salones de este museo, distribuidos en seis edificios –construidos en los siglos XVIII y XIX por arquitectos italianos y rusos– ubicados en el centro de San Petersburgo, junto al río Neva. El más importante de todos los edificios es el Palacio de Invierno, la residencia de los zares desde la época de Pedro el Grande hasta la revolución rusa de 1917. Tres millones de obras de arte –reunidas por los zares desde 1764 y luego por el Estado ruso– esperan a los turistas dentro del Palacio de Invierno y los edificios que lo rodean, como el Viejo, el Nuevo y el Pequeño Hermitage, el Teatro Hermitage, el Palacio Menshikov, un ala del Estado Mayor del Ejército, el Museo de la Fábrica de Porcelana y el Centro de Restauración Staraya Derevnya.
Se trata de la mayor colección de pintura occidental en Europa, con cientos de obras de distintos países –incluye desde los maestros del Renacimiento hasta Picasso y las vanguardias del siglo XX– además de esculturas de la antigüedad griega, romana y egipcia. No faltan íconos bizantinos y joyas del tesoro zarista, como los espectaculares “huevos de Pascua” diseñados por Carl Fabergé, el joyero de los zares. Pero además están las piezas arqueológicas rusas de Siberia y el Cáucaso, el arte oriental de China, India, Irán, Indonesia y Siria. El director del Museo del Hermitage desde el año 1990, Mijail Piotrovsky, escribe en las páginas del catálogo que “el museo es inmenso, después de la primera visita uno se siente aplastado por la variedad de las impresiones que producen los tesoros que hay en él”. Por eso, lo recomendable para cualquier turista es ir despacio, informarse previamente y armar un itinerario propio, de acuerdo con los gustos personales. Es que el Hermitage es inagotable.
Un viajero puede pasarse días enteros delante de la colección de pinturas del Impresionismo francés o en las salas dedicadas a Matisse, Picasso, Kandinsky, Rembrandt, Rubens y tantos otros genios. Además, los palacios que dan forma al Hermitage son obras de arte por derecho propio: más de un viajero se sorprenderá ante las arañas de cristal y sus luces, los frescos de los techos de las salas, o los pisos, con un trabajo de marquetería que combina maderas finas.


Visiones inolvidables

Desde las ventanas del Hermitage hay vistas inolvidables hacia el río Neva, la fortaleza de San Pedro y San Pablo, las plazas imperiales o el edificio del Almirantazgo. Y no hay que olvidar las exposiciones itinerantes –colecciones que llegan al Hermitage desde otros museos del mundo– o las más de veinte exposiciones anuales que revisan el patrimonio propio del museo. Tantas opciones, a veces pueden forzar cambios de planes o itinerarios, por eso conviene tomar en cuenta algunos datos prácticos.
Es útil saber que el complejo de edificios del Hermitage está cerrado los días lunes. Funciona de martes a sábados en el horario de 10.30 a 18 y los domingos de 10.30 a 17, aunque el Palacio de Invierno cierra una hora antes. El ticket que permite una visita de dos días consecutivos cuesta 26 dólares; por un solo día el costo es de 18 dólares. Se pueden evitar las colas en la boletería al comprar los tickets por Internet (www.hermitagemuseum.org). Hay servicios de audioguías en español, inglés, alemán y francés. El museo tiene una gran cafetería y acceso a servicios de Internet.
No podía faltar la tienda de recuerdos del Hermitage: allí se venden guías y libros de arte –la guía oficial “The State Hermitage Guidebook” cuesta 30 dólares– además de reproducciones en gran tamaño de varias de las obras maestras de la colección, como “La virgen y el niño” de Leonardo da Vinci o “El joven del laúd” de Caravaggio.

El Museo del Hermitage, orgullo ruso.


Escenarios de la historia

La carga histórica que encierran estas paredes es fuerte. En 1927 Sergei Eisenstein filmó en el Hermitage algunas escenas de su película “Octubre”, a diez años de la toma del palacio por los bolcheviques. En 2001 el cineasta Alexander Sokurov filmó “El arca rusa” sin salir de las innumerables salas del Palacio de Invierno. Esas salas le bastaron como escenario para mostrar los sueños de Pedro el Grande, Catalina II y otros zares de la dinastía de los Romanov que pasearon por aquí durante distintas épocas, junto a filósofos como Diderot y Voltaire. Lo que nació como una colección privada de Catalina II luego de la compra de 225 cuadros al marchand Gotzkowski, no paró de crecer desde entonces. Ya en 1774 el catálogo de la galería de pintura del Hermitage anotaba dos mil obras. El barroco Palacio de Invierno diseñado por el italiano Francesco Rastrelli se incendió en 1837 y fue restaurado a todo lujo, con la escalera de honor, la sala del trono y la gran capilla. Por aquí se paseaban los embajadores y aristócratas. En 1914 con la Primera Guerra Mundial se abrió un hospital en el Palacio de Invierno, que fue también el escenario privilegiado de la revolución rusa de 1917. El nuevo Estado soviético hizo del Hermitage un museo estatal y vendió varios tesoros de la colección en la década de 1930 –ocasión aprovechada, entre otros, por la National Gallery de Washington– mientras los inmensos salones se abrían por primera vez al público. Con el ataque alemán a Rusia en 1941 la ciudad de San Petersburgo (que se llamaba entonces Leningrado) vivió su hora más trágica. Dos trenes blindados trasladaron parte de la colección del Hermitage hacia refugios en los Montes Urales poco antes del inicio del asedio alemán a la ciudad, que duró 900 días. Luego de la disolución de la Unión Soviética en 1991, el Hermitage fue restaurado y se lo actualizó tecnológicamente. Como siempre, también hoy la historia se hace sentir entre estas paredes.



Fuente: clarin.com


ETERNA CADENCIA / TRABAJO DE HORMIGA


La librería Eterna Cadencia se convirtió en un punto de encuentro.
Pablo Braun, su responsable, fundó también una editorial e impulsó el Festival internacional de literatura en Buenos Aires.

PABLO BRAUN - FOTO FLORENCIA COSIN

POR VICKY GUAZZONE DI PASSALACQUA

“Quise hacer una librería que me gustara a mí”, asegura Pablo Braun. Por eso decidió fundar Eterna Cadencia. Su gusto, al parecer, coincide con el de muchos lectores y escritores. Desde diciembre de 2005, la espléndida casona donde funciona la librería es un punto fuerte en la movida literaria porteña. Allí se realiza una amplia diversidad de charlas, conferencias, cursos y presentaciones.
Una vez que la librería se estableció como un punto de encuentro vinculado a la literatura, Braun quiso extender sus redes y fundó una editorial con el mismo nombre. Desde mediados de 2008, un equipo encabezado por Leonora Djament, quien tenía un cargo importante en el sello Norma, ha publicado libros de autores nóveles y consagrados a un promedio de 25 títulos por año.

¿Eterna Cadencia ocupó un lugar que estaba vacante en Buenos Aires?
El local llama la atención porque está en Palermo Viejo, un barrio singular, en un lindo edificio. Sin embargo, no es la única librería de este estilo en Buenos Aires. Admito que me esforcé para generar movimiento y dar forma a un espacio donde sucedieran cosas vinculadas a la cultura. Quizá eso le haya dado visibilidad.

Desde 2008, Eterna Cadencia es, además de una librería, una editorial. ¿Se hace difícil mantener un proyecto de ese tipo?
Resulta costoso hacerse un nombre en el mercado editorial y conseguir a buenos autores. Es cuestión de ser constante y profesional. Tratamos de ser cuidadosos en todos los aspectos, tanto en la producción de los libros como en el vínculo con la prensa y los lectores. Eso, de a poco, da sus frutos.

¿Cómo selecciona una editorial a los autores que publica?
Buscamos autores que nos gusten o que sirvan para dar prestigio al catálogo. En ocasiones, los mismos escritores se acercan a nosotros. El mundo literario es una maraña enorme. Hay que hacer un trabajo de hormiga para encontrar cosas buenas. Tratamos de ofrecer una combinación de autores nuevos y consagrados.

¿Cuál es tu mirada sobre el horizonte literario actual?
No sé si soy un buen parámetro porque hasta hace cinco años no tenía mucho que ver con este mundo. Me parece que están surgiendo muchas cosas. Todos los días hay lecturas, presentaciones de libros, charlas… ¡Hasta tenemos un festival de literatura! Como en todos los ámbitos, hay cosas buenas y malas. Es importante registrar el movimiento; hay charlas a las que asisten sólo 20 personas, pero subimos la desgrabación a nuestro blog y la leen 200 personas más. Esa amplificación me parece interesante.

Fuiste uno de los impulsores del Festival Internacional de Literatura en Buenos Aires. En septiembre se realizó la segunda edición. ¿Qué balance podría hacerse?
Un balance muy positivo. Vinieron 5 mil personas a escuchar a gente que hablaba de libros… ¡Eso es increíble! Queremos que la próxima vez tenga más sedes y dure más días. También nos interesa involucrar a los escritores en tareas de carácter social, como lecturas en colegios o universidades. La idea es promover la lectura desde un lugar amable, no como una obligación.

¿Cuál es el futuro de los libros impresos?
Casi no tengo dudas de que, en diez años, el 50 % de los libros se venderá en versión digital. Los chicos nacen hoy con una computadora bajo el brazo. En breve, en vez de andar con una mochila llena de libros, van a llevar un iPad con textos cargados. Van a estar acostumbrados a eso y no vendrán a una librería. A mí me gusta mucho leer en papel, pero sé que en algún momento voy a tener que llevar los libros que publico al formato e-book. Como editor, lo voy a hacer, pero como librero seguiré vendiendo libros hasta que nadie quiera comprarlos.

Fuente: revistag7.com

ARTE SACRO, EN PUERTO MADERO



Abrió la XII Bienal
Hasta el 30 de enero, podrán verse 52 obras que conjugan arte y religión

Laura Casanovas
LA NACION

Durante siglos, el arte y la religión cristiana forjaron en Occidente una alianza que produjo obras maestras. Si bien luego separarían sus caminos, el encuentro de esos dos mundos queda fielmente reflejado en la XII Bienal de Arte Sacro, que abrió sus puertas en el Pabellón de las Bellas Artes de la Universidad Católica Argentina, en Puerto Madero.
La exposición presenta 52 pinturas de mediano y gran tamaño, entre las cuales se encuentran las que fueron premiadas por un jurado de consagrados artistas argentinos, integrado por Clorindo Testa, Josefina Robirosa y Eduardo Mac Entyre.
El primer premio correspondió a Silvina Lorena Mirasole, por su obra Vía Crucis ; el segundo, a José Alberto Marchi, por Tierra celeste ; el tercero, a Héctor Viola, por El mensajero de la luz , y el cuarto, a Marcela Baubeau de Secondigné, por Cave, cave, Deus videt . La bienal repartió más de 50.000 pesos en premios.
"Hoy más que nunca, tenemos que abrir caminos de diálogo, para superar todo individualismo y promover la belleza que nos aleja del hedonismo, al transportarnos al mundo de la trascendencia", señala en el catálogo de la exposición Raúl Roberto Trotz, presidente de la bienal.
El conjunto de obras seleccionadas presenta una variedad iconográfica que aborda distintas escenas de la vida de Jesús y de la historia del cristianismo. También los estilos son diversos, con propuestas tanto abstractas como figurativas de corte contemporáneo.
Mirasole, de 36 años, ganadora del primer premio de esta edición, comentó a La Nacion que, para esta bienal, trabajó especialmente en el tema del Vía Crucis.
"La idea es que, al ver la obra, hagas el recorrido de las 14 estaciones", afirmó la artista, que ya había participado en la bienal de 2004. Y definió el estilo abstracto de su obra premiada como "puntillismo neobarroco".
También se otorgaron menciones a Renée Pietrantonio, Juan Ranieri, Pablo Sergio Solari y Mario Vidal Lozano. La Bienal de Arte Sacro fue creada en 1986 por monseñor Vicente O. Vetrano y en sus doce ediciones ha logrado convocar a miles de artistas.
La muestra se podrá ver hasta el 30 de enero en Alicia Moreau de Justo 1300, planta baja, con entrada libre.