POMPEYA - El amoblamiento de dos Domus (casas) Pompeyanas fueron reconstruidos como eran previo a la erupción del volcán del año 79 d.C. en el marco del proyecto de "musealización extendida" del sitio arqueológico, en el sur de Italia.
En la "Lavandería de Stephanus", situada en la calle de la Abundancia, fue reinstalada la cocina sobre el modelo adoptado un siglo antes del entonces Superintendente Vittorio Spinazzola, documentado por una foto de archivo de 1916.
En la "Palestra grande" en cambio están expuestos restos orgánicos -incluidos en la muestra "Mito y Naturaleza" hace poco finalizada- integrados por una sección de restos naturalistas provenientes de Moregine, también en la provincia de Nápoles.
El equipamiento de la "Lavandería de Stephanus" es parte de la valorización de las ruinas de Pompeya, pensado como un "museo extendido", que prevé espacios distribuidos en varios puntos de la ciudad antigua dedicados a temas específicos.
Un ejemplo de ellos son la Villa Imperial, donde fueron recreados los ambientes domésticos del comedor y de la habitación, y el templo de Isides donde se recrean los cultos egipcios.
La preparación de la "Lavandería" de comienzos del 1800 respondía a un criterio didáctico, muy moderno para la época, de reproponer los espacios para poner al visitador en contacto con la vida diaria de la ciudad antigua.
Permitía comprender el funcionamiento y la organización de una cocina del siglo I D.C. con la sartén de hierro para la carne todavía colgada de la pared y la vajilla necesaria para la preparación y cocción de los alimentos dispuesta sobre un banco grande de piedra.
Los objetos de uso cotidiano hoy expuestos provienen del depósito de la Casa de Baco y fueron identificados a través de la relectura de las "Libretas de Inventarios", registros de época que proveen el número de piezas, refieren donde fueron encontrados y las breves descripciones.
La "Lavandería de Stephanus" estaba dotada de grandes bañeras de material para el lavado, alimentadas desde un flujo de agua ininterrumpido y de cuencos de piedra para la tintura, el lavado y el pulido, para los que se usaba particulares tipos de arcilla y de orina.
Terrazas en el piso superior eran destinadas al secado y a los tratamientos de las telas. Una prensa permitía planchar el tejido y volverlo brillante.
Los objetos colocados en las dos Domus están protegidos por una estructura de cristal templado de 13,52 mm, con detalles de seguridad en el caso de una rotura accidental, y con un sistema de descarga de los pesas en tierra. La estructura está realizada en el respeto del contexto arqueológico y no sella el ambiente, permitiendo el recambio de aire y evitando la formación de microclimas perjudiciales de los sitios arqueológicos.
Fuente: ANSA |
RECREAN EN POMPEYA
CÓMO ERA UNA COCINA ANTES DE LA ERUPCIÓN
LA IMPOSTURA DEL ARTE CONTEMPORÁNEO
Cuando un palo de escoba es exhibido como "objeto estético" en un museo, queda claro que galerías, críticos, mecenas y profesores se han conjurado para engañar a todos y destruir elconcepto que tenemos sobre el hecho artísico.
Ilustración: Sebastián Dufour |
Mario Vargas Llosa
MADRID.- Para olvidarme del Brexit, fui a conocer el nuevo edificio de
En el tercer piso, en una de las grandes y luminosas salas de exposición había un palo cilíndrico, probablemente de escoba, al que el artista había despojado de los alambres o las pajas que debieron de volverlo funcional en el pasado -un objeto del quehacer doméstico-, y lo había pintado minuciosamente de colores verdes, azules, amarillos, rojos y negros, series que en ese orden -más o menos- lo cubrían de principio a fin. Una cuerda formaba a su alrededor un rectángulo que impedía a los espectadores acercarse demasiado a él y tocarlo. Estaba contemplándolo cuando me vi rodeado de un grupo escolar, niños y niñas uniformados de azul, sin duda pituquitos de buenas familias y colegio privado a los que una joven profesora había conducido hasta allá para familiarizarlos con el arte moderno.
Lo hacía con entusiasmo, inteligencia y convicción. Era delgada, de ojos muy vivos y hablaba un inglés muy claro, magisterial. Me quedé allí, en medio del corro, simulando estar embebido en la contemplación del palo de escoba, pero, en verdad, escuchándola. Se ayudaba con notas que, a todas luces, había preparado concienzudamente. Dijo a los escolares que esta escultura, u objeto estético, había que situarlo, a fin de apreciarlo debidamente, dentro del llamado arte conceptual. ¿Qué era eso? Un arte hecho de conceptos, de ideas, es decir de obras que debían estimular la inteligencia y la imaginación del espectador antes que su sensibilidad pudiera gozar de veras de aquella pintura, escultura o instalación que tenía ante sus ojos. En otras palabras, lo que veían allí, apoyado en esa pared, no era un palo de escoba pintado de colores sino un punto de partida, un trampolín, para llegar a algo que, ahora, ellos mismos, debían ir construyendo -o, acaso, mejor decir escudriñando, desenterrando, revelando- gracias a su fantasía e invención. A ver, veamos ¿a quién de ellos aquel objeto le sugería algo?
Chicos y chicas, que la escuchaban con atención, intercambiaron miradas y risitas. El silencio, prolongado, lo rompió un pecosito pelirrojo con cara de pícaro: "¿Los colores del arcoíris, tal vez, Miss?". "Bueno, por qué no", repuso
Poco a poco los chiquillos fueron animándose a improvisar y, en tanto que algunos parecían seguir las instrucciones de
Cuand
¿No hubiera sido una crueldad hacerle saber que lo que hacía, en el fondo, con tanta entrega, ilusión e inocencia, no era otra cosa que contribuir a un embauque monumental, a una sutilísima conjura poco menos que planetaria en la que galerías, museos, críticos ilustrísimos, revistas especializadas, coleccionistas, profesores, mecenas y negociantes caraduras, se habían ido poniendo de acuerdo para engañarse, engañar a medio mundo y, de paso, permitir que algunos pocos se llenaran los bolsillos gracias a semejante impostura? Una extraordinaria conspiración de la que nadie habla y que, sin embargo, ha triunfado en toda la línea, al extremo de ser irreversible: en el arte de nuestro tiempo el verdadero talento y la picardía más cínica coexisten y se entremezclan de tal manera que ya no es posible separar ni diferenciar una de la otra. Esas cosas ocurrieron siempre, sin duda, pero, entonces, además de ellas, había ciertas ciudades, ciertas instituciones, ciertos artistas y ciertos críticos, que resistían, se enfrentaban a la picardía y la mentira, y las denunciaban y vencían. Integraban esa demonizada élite que la corrección política de nuestra época ha mandado al paredón. ¿Qué ganamos? Esto que tengo en frente: un palo de escoba con los colores del arcoíris que se parece a aquel con el que Harry Potter vuela entre las nubes.
Fuente: lanacion.com
¿UN NUEVO BREXIT A FAVOR DEL PARTENÓN?
Diputados quieren devolver mármoles a Atenas
VARGAS LLOSA RECORDÓ A BORGES Y DIJO QUE ES "EQUIVALENTE" A CERVANTES
En una conferencia en Madrid, el premio Nobel contó que el escritor argentino, de quien se cumplieron
30 años de su muerte, "lo hizo temblar"
30 años de su muerte, "lo hizo temblar"
A Mario Vargas Llosa le temblaban las piernas cuando en 1963 la radio parisiense en la que trabajaba como traductor de noticias lo mandó a entrevistar a Jorge Luis Borges . Todavía se ríe cuando recuerda una de las respuestas que le dio: "Le pregunté qué era para él la política. Me dijo: «Es una de las formas del tedio»".
Pasó medio siglo y el Nobel peruano mantiene viva la fascinación por Borges, el autor que lo expuso en su juventud al conflicto ideológico de admirar a su opuesto: un escritor que rechazaba el compromiso político en la literatura, que no le interesaba asumir su tiempo ni usar las palabras como armas."Borges es probablemente el único escritor contemporáneo de nuestra lengua equivalente a los grandes clásicos del idioma, a Cervantes, a Quevedo, a Góngora", expuso ayer Vargas Llosa durante la conferencia que dictó en la Universidad Complutense de Madrid como cierre del curso de verano Borges en su siglo, convocado en sintonía con el 30º aniversario de su muerte.
MADRID.- A Durante más de una hora, Vargas Llosa retrató al Borges que llegó a conocer, la huella que dejó en el arte universal, su imaginación infinita y hasta se permitió citar de memoria el principio de "Los teólogos", su cuento preferido. "Uno de los aspectos más interesantes es su originalidad. Borges no tiene antecedentes. Y sus fuentes son inabarcables: literatura argentina, francesa, británica, filosofía, religión, ciencia. Todo al pasar por Borges se volvía literatura. Era una máquina que transformaba todo en literatura."
Quizá con algo de ironía borgeana, Vargas Llosa opina que "Borges es una pésima influencia". Lo explicó así: "Es tan radicalmente original que sus imitadores se delatan a sí mismos". Aunque finalmente, ante la pregunta de uno de los alumnos del curso, admitió que quizás algo de Borges se haya filtrado en su obra: "Lo he leído tanto que alguna huella habrá dejado en mí, aunque esté en las antípodas de lo que yo soy como escritor".
A esa diferencia se enfrentó Vargas Llosa enla Lima de los años 50 cuando la crítica argentina Ana María Barrenechea le descubrió a él y a sus compañeros de estudios la obra con rasgos de perfección de ese escritor cuyo nombre ni siquiera le sonaba."Recuerdo que me creó un conflicto enorme. Yo era sartreano. Creía en el escritor comprometido, en que las palabras eran actos y debían influir en la historia. Y de repente me encuentro con este hombre desinteresado de su tiempo, que habla de política de manera despectiva, que vivía en una especie de irrealidad, pero que lo leía y quedaba embrujado." Nunca más dejó de volver a esas páginas. Quizá por eso le costó tanto pararse frente a él en París. Con los años -ya convertido él también en una figura mundial- pudo tratarlo más. Pero siente que nunca lo conoció realmente. "Jamás tuve la sensación de que hablaba con Borges, sino que lo hacía con la persona literaria detrás de la cual él se escondía."¿Cómo era ese personaje? "Cuando le llega el reconocimiento su obra más importante ya está escrita y él está casi del todo ciego. Es una persona tímida, retraída. Y él decide, de cara al público, esconderse detrás de ese hombre cargado de ironía. De alguna manera hace una de sí mismo una creación literaria".Vargas Llosa aludió a la "vida llena de frustraciones" de Borges.
"Para él la literatura sustituyó la vida. Su vida fue leer, pensar, crear.
El resto es una rutina, poblada de frustraciones vitales." Encuentra, por
eso, "cierto patetismo vital" en su obra: "Hay zonas que son
inexistentes, como el sexo. Y el amor incluso está presente en la literatura de
Borges siempre como una ausencia".El Nobel peruano disiente con quienes criticaron a Borges por ser poco
latinoamericano. "Yo creo que fue uno de los primeros escritores
latinoamericanos que le demostró al mundo que podía escribir sobre todos los
temas, sobre Shakespeare por ejemplo, y hacerlo con absoluta originalidad. En
esa universalidad hay algo latinoamericano: la libertad de no tener el peso de
una tradición literaria que lo aplastase." También distingue algo
argentino en la curiosidad global de Borges, criado en una Buenos Aires
próspera, y que "de una manera un tanto patética" quería ser París o
Londres.Sobre el mito del Borges apolítico, Vargas Llosa matiza que sí tuvo posiciones
férreas contra el nazismo y contra toda clase de nacionalismo. Recordó que
durante la guerra de las Malvinas dijo aquello de que la Argentina y Gran Bretaña
"eran dos pelados que pelean por un peine". Pero no se privó de
señalar un aspecto criticable: su "debilidad por las dictaduras
militares". Marcó s "la equivocación más grande de su vida, que fue
aceptar una condecoración de Pinochet".Se despidió con una anécdota de aquella primera entrevista. Recuerda que le
preguntó qué cinco libros se llevaría a una isla desierta. Borges le habló de
enciclopedias, obras científicas que le resultaban incomprensibles, tratados de
historia. Pero nada de poesía: "Él decía que tenía su mente poblada de
versos. Su memoria era tan prodigiosa que se sentía una antología en sí
mismo".
Pasó medio siglo y el Nobel peruano mantiene viva la fascinación por Borges, el autor que lo expuso en su juventud al conflicto ideológico de admirar a su opuesto: un escritor que rechazaba el compromiso político en la literatura, que no le interesaba asumir su tiempo ni usar las palabras como armas."Borges es probablemente el único escritor contemporáneo de nuestra lengua equivalente a los grandes clásicos del idioma, a Cervantes, a Quevedo, a Góngora", expuso ayer Vargas Llosa durante la conferencia que dictó en la Universidad Complutense de Madrid como cierre del curso de verano Borges en su siglo, convocado en sintonía con el 30º aniversario de su muerte.
MADRID.- A Durante más de una hora, Vargas Llosa retrató al Borges que llegó a conocer, la huella que dejó en el arte universal, su imaginación infinita y hasta se permitió citar de memoria el principio de "Los teólogos", su cuento preferido. "Uno de los aspectos más interesantes es su originalidad. Borges no tiene antecedentes. Y sus fuentes son inabarcables: literatura argentina, francesa, británica, filosofía, religión, ciencia. Todo al pasar por Borges se volvía literatura. Era una máquina que transformaba todo en literatura."
Quizá con algo de ironía borgeana, Vargas Llosa opina que "Borges es una pésima influencia". Lo explicó así: "Es tan radicalmente original que sus imitadores se delatan a sí mismos". Aunque finalmente, ante la pregunta de uno de los alumnos del curso, admitió que quizás algo de Borges se haya filtrado en su obra: "Lo he leído tanto que alguna huella habrá dejado en mí, aunque esté en las antípodas de lo que yo soy como escritor".
A esa diferencia se enfrentó Vargas Llosa en
Un periodista quijotesco
A los 80 años, Mario Vargas Llosa amplió ayer la galería de reconocimientos cosechados a lo largo de su carrera al recibir de manos del rey Felipe VI el Premio Don Quijote de periodismo. Se reconoció un artículo sobre Cuzco que publicó en El País en 2015. Le corresponden 9000 euros y una estatuilla.(EFE).
UN MAR HUMANO EN LA INGLESA CIUDAD DE HULL
Miles de personas se desnudaron y dejaron que les pintaran la piel para participar en la nueva obra del fotógrafo Spencer Tunick, llamada Sea of Hull (Mar de Hull), que tuvo lugar precisamente en esa ciudad inglesa.
Fotos: AFP Fuente: clarin HD |
80 AÑOS DE LA ACADEMIA DE BELLAS ARTES:
CÓMO INNOVAR EN UNA INSTITUCIÓN TRADICIONAL
Aunque también rondan los 80, son presidentes del siglo XXI; uno de ellos sumó el diseño como disciplina y ella fue la primera mujer en dirigir el organismo
Bellucci, Blanco, Taverna Irigoyen y Perazzo. Foto: Silvana Colombo Silvina Premat |
Una institución tradicional como la Academia Nacional de Bellas Artes, que hoy cumple 80 años desde su creación, puede ser innovadora y estar a la altura de los desafíos que presenta el nuevo siglo. Así lo creen Nelly Perazzo, Jorge Taverna Irigoyen, Ricardo Blanco y Alberto Bellucci, quienes están entre los 70 y los 80, pero presidieron esta institución cuando ya habían dado un paso de este lado del umbral del siglo XXI.Pareciera que la
Academia fuera limitativa, pero es todo lo contrario: es
abierta. Estamos siempre tratando de ampliar nuestro alcance. Mi propia
incorporación fue innovadora", comenta Blanco, a sus 75 años, y abre
también el diálogo en esta reunión realizada especialmente para La Nación. Recuerda
que con su ingreso, en 2002 (luego sería presidente en 2010), el diseño se sumó
como disciplina a la música, la arquitectura, las artes plásticas, la crítica,
la escultura, el grabado, la pintura y otras cinco hasta completar las trece
que se consideran hoy y que fueron cambiando según las necesidades de las
épocas. Al principio -y durante bastante tiempo- existió, por ejemplo, el
coleccionismo como área temática.El jueves próximo, cuando se celebren ocho décadas
de historia, en la sede de Sánchez de Bustamante al 2400, se exhibirán
pertenencias de dos de sus miembros, de cuyos nacimientos se cumplió un siglo
este año: Alberto Ginastera y Libero Badii. También se verán algunas de las
obras donadas recientemente por otros dos integrantes, Guillermo Roux y Jorge
Tapia. "Con esas obras y con documentos que tenemos en el archivo haremos
en octubre una muestra", anuncia Bellucci, muy activo a sus 76, director
del Museo Nacional de Arte Decorativo y actual presidente de la Academia , que integra
desde hace 10 años. Y anticipa: "Se empieza a crear una especie de galería
de arte que, el día de mañana, puede llegar a ser un museo".Según Taverna Irigoyen, que viajó desde Santa Fe especialmente para este
encuentro, el archivo y la documentación de la Academia es un valioso
patrimonio que debería "salir" con mayor frecuencia al interior del
país. El crítico de arte propone reflotar las exhibiciones en distintas
provincias. De esta forma se reforzarían lazos que con el tiempo dan frutos
concretos. "Hay mucho que hacer", señala, y a sus 82 recuerda que
"en 2007 y 2009 la relación estrecha entre los académicos de Buenos Aires
y el delegado en Tucumán logró evitar demoliciones de edificios públicos o
patrimoniales". Perazzo observa que ya su elección como presidenta de la institución, en 1997,
fue una señal de apertura: era la primera vez que se elegía a una mujer en casi
siete décadas (luego, en 2001, designarían a Rosa María Ravera, ausente con
aviso a este encuentro). "Ahora estamos en una época de aceleración y de
cambio, y tenemos que ayudar a que el público tome conciencia del valor del
arte y se acerque al sentido del arte contemporáneo", propone Perazzo,
cuya gestión, a fines del siglo pasado, se caracterizó por la aparición de la
revista Temas, de la que en los próximos días se presentará la edición
decimocuarta. "Tenemos que ayudar al público a comprender las rápidas
transformaciones que mueven a los artistas en este momento", sugirió. La Academia de Bellas Artes funciona con nueve empleados, cuyos sueldos son
abonados por el Ministerio de Ciencia y Tecnología de la Nación - del que desde hace
unos años dependen las academias nacionales-, 35 miembros de número y otros
tantos delegados provinciales y correspondientes (son los académicos residentes
en el exterior) que trabajan ad honórem.Si bien es un órgano consultivo, no siempre es Academia nada pesa más que los antecedentes, un requisito estatutario que atenta contra el recambio generacional de sus miembros. En términos de innovación, Bellucci deja una inquietud: "Me gustaría que se reactivara un programa [suspendido por falta de fondos] a través del cual los académicos ofrecían su experiencia a los más jóvenes en seminarios, cursos o talleres". Ese deseo surge de una reflexión mayor: "¿Cuál es el rol que tenemos los más viejos en una sociedad joven y en constante cambio?" Escuchado. Blanco considera que,
en términos generales, se ha cumplido esa función, pero no tanto como lo
esperable. "Creo que los gobiernos u organizaciones que nos consultaron en
los últimos tiempos tomaron nuestros consejos o recomendaciones de manera muy
liviana. Así sucedió, por ejemplo, con el traslado del monumento de Cristóbal
Colón. Nosotros emitimos una opinión muy clara, y pasó lo que pasó." Para ingresar a esta Academia nada pesa más que los antecedentes, un requisito estatutario que atenta contra el recambio generacional de sus miembros. En términos de innovación, Bellucci deja una inquietud: "Me gustaría que se reactivara un programa [suspendido por falta de fondos] a través del cual los académicos ofrecían su experiencia a los más jóvenes en seminarios, cursos o talleres". Ese deseo surge de una reflexión mayor: "¿Cuál es el rol que tenemos los más viejos en una sociedad joven y en constante cambio?".
Fuente: lanacion.com
Secreta Buenos Aires
El 1833 desarrolló un sistema de comunicación que todavía se usa. Y en Buenos Aires tiene un monumento.
Monumento a Samuel Morse en la plaza de Sarmiento y Alem. Foto: Gustavo Castaing
Eduardo Parise
El 1833 desarrolló un sistema de comunicación que todavía se usa. Y en Buenos Aires tiene un monumento.
Monumento a Samuel Morse en la plaza de Sarmiento y Alem. Foto: Gustavo Castaing
Eduardo Parise
Ahora, en los tiempos en que uno, en forma inmediata y con un pequeño teléfono celular, puede comunicarse con el primo que vive en Australia, aquello de los puntos y rayas parece hasta algo ingenuo. Pero cuando todavía no se había llegado a la mitad del siglo XIX, marcó un avance clave en las comunicaciones. El primer mensaje sólo recorrió poco más de 40 kilómetros y cuentan que era una cita bíblica: decía “Lo que Dios ha creado”. Con esas señales entre el sótano del Capitolio, en Washington, y la ciudad de Baltimore, se inauguraba en Estados Unidos el telégrafo. Por supuesto no había voz y mucho menos imágenes simultáneas como tenemos en este siglo XXI. La trasmisión lleva nombre y apellido: Samuel Morse. Y en Buenos Aires, un monumento lo recuerda.
Samuel Finley Breese Morse, tal su nombre completo, nació en Charlestown, un pueblo de los suburbios de Boston, el 27 de abril de 1791. Era el primer hijo de un geólogo y pastor calvinista quien lo marcó con sus ideas religiosas. Tanto que años más tarde sería un militante del anticatolicismo y contra la inmigración en Estados Unidos. Al principio Samuel se volcó hacia el mundo del arte. Y se convirtió en un retratista de escenas históricas. Su prestigio hizo que, en 1826, fuera fundador y primer presidente de la Academia Nacional de Dibujo de su país. Para entonces, ya estaba casado con Lucrecia Walker. La pareja tuvo cuatro hijos. Pero ella murió después del último nacimiento y eso generó una gran depresión en el hombre. De todas maneras, en enero de 1833, hizo su primera demostración pública sobre aquel invento en el que venía trabajando: la trasmisión de mensajes por una vía de cables.
Sin embargo, recién una década después se realizaría la trasmisión inaugural. Fue el 24 de mayo de 1844. Era algo revolucionario que Morse había desarrollado con su socio Alfred Lewis Vall, otro científico tan interesado en el tema como él. Juntos no sólo promovieron el uso del telégrafo sino que lo comercializaron. En un primer momento armaron una red de conexiones entre estaciones ferroviarias, para después desarrollarla para uso oficial. Ese método de trasmisión y recepción de mensajes usando sonidos y un alfabeto alfanumérico de puntos y rayas, según el largo del sonido, se difundió por el mundo. Y creció de tal forma que, con la llegada del siglo XX, ya pasó a las ondas de radio, prescindiendo de los cables. Para esos años, Morse ya había muerto. Eso ocurrió el 2 de abril de 1872, en Nueva York, a causa de una pulmonía. Le faltaba muy poco para cumplir 81 años. Ya era millonario, aunque buena parte de su fortuna la había invertido en obras de ayuda social.
Su prestigio de inventor hizo que en distintas partes del mundo se lo reconociera como figura importante en el desarrollo de las comunicaciones. Obviamente, eso incluye a nuestra Ciudad, que honra su memoria con un monumento realizado en bronce por el escultor Louis Bruninx. Nacido en Bélgica en 1884, el hombre llegó a Buenos Aires desde Burdeos. Era el tiempo del Primer Centenario de la Revolución de Mayo y la capital argentina incorporaba buenas esculturas para embellecer su fama que la presentaba como “la París de América del Sur”. Así fue como, en 1915, le encargaron la estatua de Samuel Morse. El gasto de la obra fue cubierto con el aporte que hicieron empleados del entonces Palacio del Correo y telegrafistas argentinos.
Justamente, su primer emplazamiento fue el hall de entrada del Palacio (actual Centro Cultural Kirchner) que ocupa la manzana entre Sarmiento, las avenidas Alem, Corrientes y Bouchard. Luego, la ubicaron en la Plaza del Correo, frente a la calle Sarmiento, donde está ahora. Allí se ve a Morse sentado en una silla junto a una mesita en la que se encuentra el telégrafo. A la obra le falta el papel que el inventor tenía entre sus manos donde estaban grabadas las marcas del mensaje recibido. Es probable que se lo haya llevado algún vándalo. De todas maneras el homenaje está hecho y no deja de ser una curiosidad más de las tantas que tiene Buenos Aires.
Y ya que se habla de curiosidades y de la Plaza del Correo, donde también está el Monumento al Cartero (obra del escultor ítalo-argentino Blas Salvador Gurrieri, que fue inaugurada en 1983), se puede mencionar algo llamativo que ocurrió con ese lugar. En 1979, en el terreno que ocupa la plaza, se iba a construir la sede central del Banco de Tokio en la Ciudad. Por supuesto, la construcción de ese edificio iba a tapar el frente del Palacio, quitándole toda su vista espectacular. Hubo todo un movimiento para evitarlo y se logró un acuerdo con la entidad bancaria: para preservar la plaza y en canje por ese terreno, se le entregó otro en Corrientes y Reconquista. Pero esa es otra historia.
Samuel Finley Breese Morse, tal su nombre completo, nació en Charlestown, un pueblo de los suburbios de Boston, el 27 de abril de 1791. Era el primer hijo de un geólogo y pastor calvinista quien lo marcó con sus ideas religiosas. Tanto que años más tarde sería un militante del anticatolicismo y contra la inmigración en Estados Unidos. Al principio Samuel se volcó hacia el mundo del arte. Y se convirtió en un retratista de escenas históricas. Su prestigio hizo que, en 1826, fuera fundador y primer presidente de la Academia Nacional de Dibujo de su país. Para entonces, ya estaba casado con Lucrecia Walker. La pareja tuvo cuatro hijos. Pero ella murió después del último nacimiento y eso generó una gran depresión en el hombre. De todas maneras, en enero de 1833, hizo su primera demostración pública sobre aquel invento en el que venía trabajando: la trasmisión de mensajes por una vía de cables.
Sin embargo, recién una década después se realizaría la trasmisión inaugural. Fue el 24 de mayo de 1844. Era algo revolucionario que Morse había desarrollado con su socio Alfred Lewis Vall, otro científico tan interesado en el tema como él. Juntos no sólo promovieron el uso del telégrafo sino que lo comercializaron. En un primer momento armaron una red de conexiones entre estaciones ferroviarias, para después desarrollarla para uso oficial. Ese método de trasmisión y recepción de mensajes usando sonidos y un alfabeto alfanumérico de puntos y rayas, según el largo del sonido, se difundió por el mundo. Y creció de tal forma que, con la llegada del siglo XX, ya pasó a las ondas de radio, prescindiendo de los cables. Para esos años, Morse ya había muerto. Eso ocurrió el 2 de abril de 1872, en Nueva York, a causa de una pulmonía. Le faltaba muy poco para cumplir 81 años. Ya era millonario, aunque buena parte de su fortuna la había invertido en obras de ayuda social.
Su prestigio de inventor hizo que en distintas partes del mundo se lo reconociera como figura importante en el desarrollo de las comunicaciones. Obviamente, eso incluye a nuestra Ciudad, que honra su memoria con un monumento realizado en bronce por el escultor Louis Bruninx. Nacido en Bélgica en 1884, el hombre llegó a Buenos Aires desde Burdeos. Era el tiempo del Primer Centenario de la Revolución de Mayo y la capital argentina incorporaba buenas esculturas para embellecer su fama que la presentaba como “la París de América del Sur”. Así fue como, en 1915, le encargaron la estatua de Samuel Morse. El gasto de la obra fue cubierto con el aporte que hicieron empleados del entonces Palacio del Correo y telegrafistas argentinos.
Justamente, su primer emplazamiento fue el hall de entrada del Palacio (actual Centro Cultural Kirchner) que ocupa la manzana entre Sarmiento, las avenidas Alem, Corrientes y Bouchard. Luego, la ubicaron en la Plaza del Correo, frente a la calle Sarmiento, donde está ahora. Allí se ve a Morse sentado en una silla junto a una mesita en la que se encuentra el telégrafo. A la obra le falta el papel que el inventor tenía entre sus manos donde estaban grabadas las marcas del mensaje recibido. Es probable que se lo haya llevado algún vándalo. De todas maneras el homenaje está hecho y no deja de ser una curiosidad más de las tantas que tiene Buenos Aires.
Y ya que se habla de curiosidades y de la Plaza del Correo, donde también está el Monumento al Cartero (obra del escultor ítalo-argentino Blas Salvador Gurrieri, que fue inaugurada en 1983), se puede mencionar algo llamativo que ocurrió con ese lugar. En 1979, en el terreno que ocupa la plaza, se iba a construir la sede central del Banco de Tokio en la Ciudad. Por supuesto, la construcción de ese edificio iba a tapar el frente del Palacio, quitándole toda su vista espectacular. Hubo todo un movimiento para evitarlo y se logró un acuerdo con la entidad bancaria: para preservar la plaza y en canje por ese terreno, se le entregó otro en Corrientes y Reconquista. Pero esa es otra historia.
Fuente: clarin.com
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