Daniela Gutiérrez - La Nación
A media
mañana un tórrido día de semana en el verano porteño, la avenida Warnes está demasiado
viva. Las cuadras que faltan para llegar al taller del artista Jorge Macchi
están repletas de autos, de conductores, de mecánicos, de compradores y
vendedores de repuestos: vértigo de máquinas y motores exacerban la frenética
tarea de la voluntad humana empecinada en controlar aquello que ha creado. La
avenida, que huele a caucho quemado y aceite, traza una diagonal inquieta sobre
la tranquila cuadrícula barrial. Apenas un desvío de un par de cuadras para
llegar a una de las casas bajas, sobrias y sólidas que pueblan el costado
sereno del barrio.El
espacio donde transcurre la entrevista con Jorge Macchi es un taller galpón
construido al fondo de la casa. Para llegar hay que atravesar un par de patios
hacia los cuales se abren otros espacios de trabajo, unas escaleras y algunas
plantas. La conversación es rica, fluida e intensa y sorprende, para bien, la
falta de un tipo de impostura que demasiadas veces suele encubrir la vanidad de
falsa modestia. Jorge Macchi es un artista reconocido en todo el mundo, pero se
deja escuchar como un hombre que habla de un quehacer que lo apasiona. No
interpreta sus piezas, las describe con la precisión de quien sabe qué, cómo, y
para qué hace su trabajo. La muestra que inaugura el jueves próximo en el Malba
incluirá los múltiples formatos con los que el artista ha trabajado desde 1992
hasta 2014: videos, pinturas, instalaciones, obras sobre papel y esculturas.
Son creaciones austeras que resignifican elementos sencillos y cotidianos en
una poética neoconceptual. Macchi parece haber aprendido a disfrutar de lo que
hace y durante la conversación ese disfrute se contagia, lo tiñe todo: da ganas
de salir del taller y enfilar rumbo al Malba.
Esta
semana inaugura tu muestra Perspectiva en el Malba. ¿Cómo
surgió la propuesta y cómo la ubicarías en tu carrera artística?
Apenas
Agustín Pérez Rubio ingresó como director del Malba se comunicó conmigo y me
transmitió el interés y la voluntad del museo de hacer una retrospectiva de mi
obra. Por supuesto acepté y comenzamos a reunimos para pensarla, cuánto tiempo
estaría exhibida, quién sería el curador y todas las cuestiones relativas a la
producción. Al comienzo se pensó en convocar a otro curador, pero finalmente
resultó el mismo Pérez Rubio.
Es muy
interesante el título que han elegido, Perspectiva, no sólo por su
polisemia sino también porque evoca un momento de inflexión en la historia del
arte, la posibilidad novedosa de mirar desde una pluralidad de puntos de vista.
¿Cómo surgió?
Dudamos
muchísimo sobre el título porque no encontrábamos la palabra que pudiera
definir una mirada hacia atrás, sin usar la clásica "retrospectiva",
y surgió "perspectiva". Nos convenció que es un término que ofrece
una doble lectura: por un lado, la de un sistema de representación, que aparece
como tema en varios trabajos de la muestra, sobre todo de la época de los años
90. Pero por otro lado, "perspectiva" es cómo cada uno de nosotros
mira, desde qué ángulo puede verse, por ejemplo, la historia. En un solo
término está implícita la pluralidad, la posible diversidad.
En
efecto, el nacimiento histórico de la idea de perspectiva coincide con el
inicio del Renacimiento, con la apertura a la otredad, con el descubrimiento de
nuevos territorios?
Tiene que
ver con eso, con la separación entre objeto y sujeto que en la primera Edad
Media parecían indisolubles. Con esa separación surge la posibilidad de
investigar, de conocer, ese apetito de saber, el cambio del estilo pictórico a
la presentación del espacio. Es un momento intenso y fructífero para el arte.
Esta no
es una retrospectiva como lo sería en el caso de un artista de 80 años, pero al
mismo tiempo, traza una historia de tu trabajo como artista. Se correspondería
con ese modo de retrospectiva que se denominan "monográficas", aunque
aquí en Argentina no es un término muy usado.
Es
cierto, pero yo hice ya un par de retrospectivas monográficas en el exterior,
una curada por Gabriel Pérez Barreiro, en 2007, en Porto Alegre, y otra en el
SMAK, un museo en Gent, Bélgica. Sin embargo, creo que la del Malba es más bien
lo que en inglés se denomina midcareer retrospective, un detenerse
a mitad de la carrera y ver qué es lo ya hecho. Éste es un momento de madurez,
supongo que estoy en ese punto y al mismo tiempo tengo por delante otros
treinta o cuarenta años de carrera. Esta exposición es eso, un balance pero con
la mirada puesta en qué es lo que viene. Ambos momentos están ligados, hay una
continuidad. Tanto las muestras de Porto Alegre como la de Bélgica fueron
enormes. Después de la última, propusimos traerla al Malba pero nunca se pudo.
También por eso Perspectiva es una especie de regalo, siento
que finalmente llegué. Una muestra de este tipo en Buenos Aires me plantea
muchas inquietudes que no surgen en el exterior, donde la gente quizá me conoce
pero muy poco; éste es mi lugar, acá es donde hice toda mi carrera, donde vivo,
donde están mis parientes, mis amigos y los artistas con quienes compartí toda
mi vida.
Las
relaciones habituales, en estos casos, se ponen en tensión. Las competencias
imaginarias o reales con los otros artistas de tu generación se activan y van
armando, entre la experiencia del artista, la muestra en sí misma y sus ecos,
un particular modo de escena pública. Allí, en la mirada de los otros, se suele
encontrar alguna que otra inquietud propia, ¿no?
Sí,
totalmente. Además, hay algo muy puntual que de manera especial se torna en un
modo de la responsabilidad: el hecho de que durante tres años coordiné cursos
en el Programa de artistas de la Universidad Di Tella, con lo cual hay un grupo
de alrededor de sesenta artistas de quienes fui docente y a los que les voy a
mostrar mi trabajo. Lo he sometido a su mirada antes, pero siempre con
documentación, nunca hubo una exposición. Entonces, siento una responsabilidad
hacia ellos, y es una novedad porque jamás sucede eso cuando las muestras se hacen
en el exterior. Perspectiva tiene una carga emocional muy
fuerte para mí.
¿Qué se
incluye en la muestra? ¿Cómo pensaron cada espacio?
Lo
primero fue definir qué grupo de obras la integraría. Y ése es el momento de la
gran negociación entre lo que uno querría y lo que es posible hacer. Hay toda
una estrategia que se pone en marcha y que suele ser bastante compleja: cuáles
son las obras que están accesibles y disponibles (muchas son propiedad de
coleccionistas o de instituciones), cuáles es factible traer y siempre en este
punto hay que considerar el menor costo posible. Hay toda una ingeniería y creo
que lo resolvimos súper bien porque logramos traer obras muy importantes, y
vienen todas de la península ibérica. Además, trabajamos también con otras de
colecciones locales, obras que hay que revisar, obras que por su naturaleza no
son transportables sino que en cada muestra hay que volver a realizar.
Además de
lo que podrá verse en el Malba, habrá dos anexos.
Sí. Uno
de los anexos va a estar en la galería de la Universidad Di Tella, donde se
expondrá Refracción, imposible de instalar en el Malba por sus
dimensiones. Esa situación de aislamiento en la que quedó es perfecta para esa
instalación, que podrá visitarse a partir del 8 de abril. Y luego, a partir del
15 de abril, se inaugurará una instalación específica para una sala del Museo
Nacional de Bellas Artes.
Habrá
también algunos trabajos en colaboración con otros artistas/autores.
Sí, en
particular el trabajo que hicimos con el músico Edgardo Rudnitzky por un lado y
luego la obra conjunta con la escritora María Negroni. Lo más interesante de
las piezas que realizamos con Rudnitzky es que en ellas la música no es una
referencia exterior sino parte constitutiva de la obra. Creo que en mi trabajo
hay una insistencia sobre la materialidad de lo musical: las teclas, las cajas
de música, las partituras y su notación. Por otro lado se presentará
"Buenos Aires Tour", el proyecto que hicimos con María y que tiene
dos facetas igualmente ricas: por un lado es en sí mismo un libro llamado Buenos
Aires Tour, que surgió como un itinerario turístico posible trazado a
partir de las líneas de un vidrio rajado apoyado sobre el mapa de Buenos Aires,
pero también es una instalación. Parte de la muestra será el catálogo, que es
en sí una pieza más. Documenta obras que fue imposible incluir, porque fueron
pensadas para otro lugar. De alguna manera el catálogo es una continuación de
la muestra. Y estamos en el proceso de producir otro libro basado en uno de los
videos que se podrán ver y que se llama Diario íntimo (2006).
Los
textos del curador anticipan lo que será la exposición. ¿Te sirven las lecturas
de tu obra en el momento de trabajar?
Sí me
aportan las lecturas y las interpretaciones, pero no en el momento de trabajar.
Lo que surge primero para mí son las imágenes, y después, a partir de las
conexiones entre distintas imágenes, puedo vislumbrar una idea. Es muy claro
para mí que las imágenes son anteriores, que son lo que me lleva a trabajar, a
producirlas. Y cuando aparece una cuestión más relacionada con lo conceptual me
interesa no descuidar el aspecto formal. Me parece que lo formal es el punto
por donde comenzar a pensar una obra. Si uno tomara para empezar elementos de
su propia poética, llegaría finalmente a una entropía que aniquilaría toda
obra, por eso para mí es fundamental el entorno, los elementos del entorno.
Cuando me preguntan algo sobre mi trabajo, siempre elijo responder sobre cuáles
son mis elecciones formales, por qué tal tamaño, por qué determinado material.
En otra
entrevista con Ideas, Orly Benzacar comentó que si vivieras en el extranjero,
tu obra se vendería por un precio con algún que otro cero más?
Ese
comentario de Orly representa el punto de vista del galerista, apoyado en las
variables del mercado local y el internacional. Hay miles de factores: uno
importante puede ser el geográfico. La gente que compra arte prefiere ir a
Brasil, donde hay miles de artistas y está más cerca y es más accesible. Es
probable entonces que Brasil funcione como una gran barrera para los
argentinos. En Brasil la obra de un artista cotiza el doble. Otro factor es el
mercado en sí mismo; los coleccionistas brasileños apuestan mucho a su arte e
incluso cuando van a ferias internacionales compran arte brasileño. También
creo que el coleccionismo argentino todavía no está tan desarrollado. Pero yo
elegí vivir y trabajar acá, así que éstas son las condiciones en las que mi
obra se produce y se vende. La elección de Buenos Aires tiene que ver con una
cuestión de comodidad para trabajar, de espacio, de contexto social. Lo
descubrí después de mucho tiempo. Durante la mitad de mi vida me la pasé
pensando que tenía que irme a otro lado, a otro y a otro. En un momento me di
cuenta de que estaba gastando una cantidad de energía bestial en eso y descubrí
que no tenía sentido. Estoy en Buenos Aires y trabajo desde Buenos Aires. Fue
una de las mejores elecciones de mi vida.
¿Cómo ves
la escena del arte contemporáneo argentino?
Me parece
que hay muchísima actividad, muchísima inquietud. El ambiente artístico está
adelantado a las instituciones, todavía las instituciones no reaccionaron
frente a lo que está pasando. Es decir, si bien hubo un impulso muy grande en
estos últimos años, me resulta muy impresionante la creatividad por fuera de lo
institucional. Tanta cantidad de gente, y además todos apasionados, aun cuando
todavía muchos de ellos no tienen en el horizonte un incentivo económico, no
viven del arte. Eso me parece fantástico, me emociona. Cuando trabajé con ellos
cada semana, creo que eso me nutría mucho. Además, hay mucha investigación,
mucho trabajo con Internet y mucha inquietud por ver muestras, incluso por
hablar con los artistas. Es un cambio impresionante con respecto a la Argentina
hace veinte o treinta años.
Biografía
Jorge
Macchi nació en 1963 en Buenos Aires, donde vive y trabaja. Cursó el
profesorado de pintura en la Escuela Nacional de Bellas Artes "Prilidiano
Pueyrredón" y ha desarrollado una prolífica carrera como artista visual.
Su obra fue exhibida en importantes galerías y museos nacionales e
internacionales.
La Foto
Foto:Maximiliano Amena
Macchi
elige un altoparlante que compró para una obra de teatro que se representaba
dentro de un automóvil. La pieza se llamó TWG100 autoteatro y se presentó por
primera vez en la vereda de Proa en 2000.