En Buenos Aires hubo un furor de proyectos para hacerlas a principios del siglo XX, sin atender al desarrollo urbano.
Por Miguel Jurado * * EDITOR ADJUNTO ARQ
Si te digo que Buenos Aires estuvo a punto de tener más
diagonales que París no me vas a creer, pero fue así. Lo único que salvó
a la ciudad de convertirse en un laberinto de calles torcidas fue que,
acá, los planes urbanos se abandonan apenas empiezan.
Hace 150
años (sí, 150 años), los urbanistas deliraban por hacer diagonales: la
reforma urbana de París, de mediados del siglo XIX, las había puesto de
súper moda. Pero aquí se copia todo y tarde, para los festejos del
Centenario (1910), el entonces intendente Carlos de Alvear contrató a
Joseph Antoine Bouvard para que organizara la Exposición en Palermo. Más
francés que una croissant, Bouvard estaba lleno de ideas y era una
especie de topadora. Su primera acción como funcionario parisino había
sido construir, en seis meses, 56 escuelas en distintos barrios de la
capital francesa. Encima, acá llegó con todos los galones: exposiciones
en París, Bruselas, Amsterdam, Chicago y Melbourne.
Alvear,
fascinado con el franchute, le dio carta blanca. Por suerte, estuvo poco
tiempo aquí, pero le alcanzó. En seis meses dejó listos los proyectos
para la Exposición del Centenario, la futura Plaza del Congreso, un
hospital de 2 mil camas y el desarrollo urbano de la Quinta de Hale, lo
que hoy es la exclusiva zona de La Isla, entre Libertador, Las Heras y
las calles Agüero y Agote. De paso, cañazo, antes de irse le tiró al
intendente un par de ideas para una reforma integral de Buenos Aires,
con un plano con 32 diagonales que tapizaban toda la Capital y hasta
inventó diagonales para Rosario.
El plan fue de 1907 pero acá
recién lo largaron para festejar el Centenario ¡Para qué! Fue un
escándalo. A unos les parecía bárbaro: querían que Buenos Aires perdiera
definitivamente el aire español de las manzanitas cuadradas para ganar
ese perfume francés tan chic de las diagonales. Otros acusaban a Bouvard
de improvisado y al plan de ser una especie de cosmética capilar
ejecutada a golpes de piqueta.
Parece que ninguno de los grupos se
equivocaba demasiado. Bouvard había colaborado con el ingeniero
Jean-Charles Adolphe Alphand, encargado de los paseos y jardines de la
reforma urbana de Georges-Eugène Barón Haussmann, el verdadero creador
de la París que todos conocemos por las postales y las películas. Brazo
ejecutor del Emperador Napoleón III, sobrino del Bonaparte original. En
fin, Bouvard era la línea más directa del urbanismo de Napoleón que
llegaba a Buenos Aires.
Por otro lado, el plano del francés hacía
caso omiso de la topografía y de la historia porteña y sólo se
concentraba en unir nudos focales embellecidos con monumentos y
palacios. De hecho, la Diagonal Sur, que se basó en sus ideas, le sacó
un pedazo al Cabildo sin ningún problema. Claro que antes, la Avenida de
Mayo se había cargado el otro extremo.
El asunto es que el
francés encendió un debate sobre cómo y dónde se debían hacer
diagonales. Todo un disparate: la ciudad crecía al galope y nadie se
ocupaba del desarrollo de los nuevos barrios. En 1904, tenía 900 mil
habitantes, era más chica que la Rosario de hoy. En los seis años
siguientes, la población aumentó un 50 por ciento ¿Te imaginás? Al mismo
tiempo que los “geniales” urbanistas se divertían con cómo remodelar el
Centro, al agrónomo Benito Carrasco le preocupaba el crecimiento
planificado. Es que en esa época, el límite urbano eran las avenidas
Callao y Entre Ríos: afuera había un gran campo con pueblos dispersos,
como Flores y Belgrano, que se iban poblando.
Así es que los
piolas del urbanismo perdían tiempo, tinta y saliva discutiendo si
diagonales sí o diagonales no. Y Carrasco les decía: muchachos, no es
por ahí. Hay que ocupar el verdadero centro, llevar los edificios de
Gobierno de la Plaza de Mayo al corazón del territorio (para Carrasco,
lo que sería hoy Parque Centenario). Nadie le dio bolilla. Era más
bonito pensar en la París de Sudamérica. Bueno, ahí tenés, Buenos Aires
explotó. Algunas diagonales se hicieron, otras ¡chau, pichu! Y el debate
urbano se distrajo en otras cosas. El Centro se convirtió en un
verdadero quilombo y si alguien te dice que esto se parece a París es
porque no estuvo en París o porque quiere mucho a Buenos Aires.
Fuente: clarin.com
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