Construida a partir de una trágica historia de amor, hoy luce grafitis en su fachada y muros descascarados; anuncian un plan de recuperación y de puesta en valor
Por Valeria MusseParedes descascaradas y con humedad en el interior del templo. Foto: LA NACIÓN / Fernando Massobrio |
Con este panorama, la puesta en valor de la iglesia "es inminente", aseguraron fuentes del gobierno porteño a LA NACIÓN luego de que se realizara un estudio técnico para detectar cuáles son los principales problemas.
Situada en la calle Isabel La Católica 520, entre Brandsen y Pinzón, la iglesia se asoma por detrás de la plaza Colombia.
Su construcción, que data de 1876, tiene como origen una historia de amor trágica. Felicitas Guerrero había contraído matrimonio con don Martín de Álzaga, pero ocho años después, cuando tenía 24, enviudó.
Muchos jóvenes se interesaron por ella, entre ellos Enrique Ocampo, descendiente de una tradicional familia. Pero el amor del hombre no era correspondido por la joven. Despechado, Ocampo discutió con Felicitas y le disparó.
La muchacha falleció el 30 de enero de 1872 y con su muerte nació una leyenda que supo conservarse pese al paso del tiempo.
Hay quienes aseguran que el fantasma de la joven se pasea por el interior del templo, que fue enviado a construir por sus padres en su memoria.
La leyenda urbana, sobre la que mucho se ha escrito, asegura también que algunos vecinos -que lógicamente, nadie logra identificar- inclusive, susurran que dentro del templo se oyen ruidos extraños.
Sin embargo, lo que otrora fuera un templo reluciente, actualmente se encuentra casi abandonado.
"No es que no haya interés por mantenerlo, pero hay que comenzar con los trabajos de restauración para que la situación no empeore. Presenta un grado de deterioro avanzado", destacó a LA NACIÓN, preocupado, Marcelo Louge, cuya mujer es sobrina bisnieta de Felicitas, la fuente inspiradora de la iglesia de Barracas.
Sólo una recorrida visual por el templo permite observar que la pared donde se apoya la reja perimetral fue decorada con grafitis. Además, la fachada del santuario está sucia por el excremento de las aves y en sus laterales los cimientos parecer estar afectados por las filtraciones de agua.
Dentro del templo, el olor a humedad se adueñó del espacio. Algunos de los que solían ser vistosos frescos, como los de la cúpula, se transformaron en deslucidas pinturas.
Parte de la mampostería está saltada y en la capilla primitiva de los Álzaga, detrás de la nave principal, las paredes lucen abandonadas y agrietadas.
El plan para la puesta en valor de la iglesia, que, según lo que pudo saber LA NACIÓN, requerirá una inversión de poco menos de $ 6.000.000, constará de varias etapas.
La primera de ellas, que desde el gobierno porteño estimaron que comenzará en las próximas semanas, se centrará en la adecuación y modernización de toda la instalación eléctrica.
Luego, y con la intervención de especialistas, se realizarán los trabajos de restauración de muros y mármoles.
Sólo los fines de semana
A principios de la década del 80, la familia Guerrero donó la iglesia al Ejecutivo porteño, pero años más tarde la Ciudad realizó un convenio con el Arzobispado de Buenos Aires para cederle el uso y goce de la Iglesia Santa Felicitas para que se ocupara de las actividades religiosas. El mantenimiento del templo quedó, en tanto, quedó a resguardo del gobierno de la ciudad.
Louge sostiene que los descendientes de Felicitas no sólo esperan la restauración de la iglesia. Es que, a través de dos misivas dirigidas en mayo de 2013 al papa Francisco y al arzobispo de Buenos Aires, monseñor Marco Poli, pidieron que el templo permanezca abierto todos los días para la atención de los feligreses. Actualmente, sólo celebran misas los viernes, los sábados a la tarde y los domingos a la mañana.
Fuente: lanacion.com
Fuente: lanacion.com
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