En otra época servían para difundir ideologías. De eso hoy se ocupa la radio, el cine y la TV.
Por Miguel Jurado*
Desde que se crearon el cine y la televisión, los monumentos conmemorativos dejaron de tener sentido. Bueno, no es que “dejaron de tener sentido”, se empezaron a usar menos. Fijate la poca cantidad que se hicieron en las últimas décadas. En Buenos Aires, que es un verdadero museo de esculturas a cielo abierto, la mayoría de los monumentos se levantaron entre 1890 y 1940. Después, poco y nada.
Desde que se crearon el cine y la televisión, los monumentos conmemorativos dejaron de tener sentido. Bueno, no es que “dejaron de tener sentido”, se empezaron a usar menos. Fijate la poca cantidad que se hicieron en las últimas décadas. En Buenos Aires, que es un verdadero museo de esculturas a cielo abierto, la mayoría de los monumentos se levantaron entre 1890 y 1940. Después, poco y nada.
No es casualidad. Me explica el profesor Juan Lázara, experto en el tema. “Hasta la llegada de las telecomunicaciones, las clases dirigentes se limitaban a las artes plásticas para difundir su ideología”, dice y empieza a contarme que antes, los monumentos eran tan populares como el estreno de una película. En 1911, 150 mil personas asistieron a la inauguración del monumento a Sarmiento, una escultura del francés Auguste Rodin –el Spielberg del momento–. “La Generación del 80 hacía su relato a través de los monumentos; después, el poder empezó a usar la radio, el cine y la televisión, formatos más efímeros pero más eficientes”, simplifica Lázara.
Vistos así, los monumentos eran una mezcla de manual escolar con película 3D congelada. El mismo Lázara explica la alegoría fílmica con un clásico romano: La Columna Trajana. “Ese enorme cilindro de 30 metros de alto fue levantado en el siglo II y tiene enrollada una suerte de película que describe la conquista de Dacia a manera de fotogramas en piedra”, grafica, para agregar que lo que antes hacía la escultura ahora lo hace un noticiero oficial.
Ahí nomás, el profesor pasa a describirme la película de San Martín en el monumento que tiene en Retiro, en la plaza que lleva su nombre. Fue el primero figurativo del país (1862), pero tardó casi medio siglo en terminarse, para lo que intervinieron dos escultores distintos. “El retrato de San Martín es del francés Louis-Joseph Daumás, en 1862”, explica Lázara. Alrededor de la estatua ecuestre, para 1910, el alemán Gustavo Eberlein colocó esculturas y relieves que cuentan momentos clave de la vida del Libertador, era como un Martin Scorsese de su época que contaba toda una historia de vida con imágenes más que elocuentes. “Ese monumento es un verdadero medio gráfico tridimensional que ilustra once episodios destacados de la Independencia”, me dice el profesor. Entiendo perfectamente, es como una de esas películas llenas de simbolismos en las que se mezclan los tiempos y los lugares pero al final se entiende todo. Arriba, San Martín a punto de lanzarse al ataque con su caballo, señalando con el dedo la dirección el objetivo. Más abajo, la alegoría de la guerra representada por el dios romano Marte, como siempre, medio desprovisto de ropa, con un cóndor entre sus piernas (¿?) y en alto una corona de laureles (la victoria).
En los vértices del monumento, cuatro alegorías de la vida de un soldado: “La partida” muestra los pertrechos cuando sale a pelear; “La batalla”, un soldado caído junto a otro que triunfante porta la bandera; “El regreso”, un soldado recibido por una mujer, alegoría del hogar y, por último, “La victoria”, una mujer alada, una especie de Victoria de Samotracia (pero con cabeza y brazos), que recibe al soldado con otra corona de laureles. Allí, el guerrero recién termina la lucha, su espada aún está desenvainada y entre sus pies hay una canasta que derrama unos frutos ¿Los de la victoria?
La película sigue, en la base hay relieves que describen el combate de San Lorenzo, las batallas de Chacabuco y Maipú, el Cruce de los Andes, la Independencia del Perú, la batalla de Salta y la toma de Montevideo. Un peliculón lleno de acción, escenas emotivas, suspenso y un final feliz… hasta casi tiene un desnudo: una lástima, es el de Marte, no el de Victoria.
* Editor Adjunto ARQ
Fuente: ARQ Clarín
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