Julio Le Parc en el centro de arte contemporáneo
Palais de Tokyo. A los 84 años, el argentino se consagra en la ciudad
donde vive. Y se preocupa por seguir siendo vanguardista
En una caja negra, un rombo de luz colorado se acercaba y
alejaba hipnóticamente. “Es magnífico, abuela. ¿Quién es?”, preguntaba
Nicolás en la inmensidad del Palais de Tokyo, en la primera gran
retrospectiva del artista argentino Julio Le Parc en Paris.
“Es un
señor muy inteligente, muy creativo, que juega con la luz y las formas
para darnos placer” respondió la abuela, en un modelo de síntesis para
su nieto de ocho años.
La abuela y su nieto representan el sueño
de arte interactivo del maestro Julio Le Parc, que después de 55 años de
vivir en Francia, recibió su gran homenaje. El Palais de Tokyo, un
templo de la modernidad, le abrió los brazos y las puertas a su obra
para que desplegara su arte cinético. Una muestra que se inauguró el
miércoles y que sus concurrentes ya consideran “la Expo del año”.
Mas de 9.500 personas se reunieron en el vernissage
(la inauguración) de la muestra, distribuida en 2.000 metros
cuadrados, en uno de los grandes centros de arte moderno vanguardista de
la capital francesa. Dos páginas dedicadas al pintor argentino en el
diario Liberation, en Paris Match, y en la televisión francesa lo
elogian, en otro gesto de reconocimiento.
Maestro talentoso,
malhumorado, comprometido política y socialmente y gruñón, el mendocino
Le Parc sigue siendo la vanguardia del arte. Prefiere continuar
reparando obsesivamente un resorte en su atelier de Cachan para terminar
una de sus obras que atender a una fila de periodistas curiosos y
críticos. O elige encontrarse con sus amigos “Grav” (Grupo de
Investigación de Arte Visual , en francés), con los que comparte las
sesiones del arte cinético en la galería Lelia Mordoch, donde también
está presentando sus esculturas de acero inoxidable de 150.000 euros y
sus telas, en sus famosos e inalterables 14 colores, “en su intento de
limitar al máximo el testimonio de subjetividad de un artista”, según la
curadora Daria de Beauvais.
“Me siento muy satisfecho con la
exposición. Con la arquitectura del Palais de Tokyo ha tomado una forma
más espectacular y el recorrido acordado con la curaduría ha quedado
bien” explicó Le Parc ,con modestia, a Clarín.
“El aún no
se ha dado cuenta de lo que le está pasando. ¡No cayó!”, reflexionó
Estela Gismero Totah, su marchande porteña, que vino especialmente a
París.
Si después de 55 años en Francia Le Parc asombra a París,
se lo debe no sólo a su talento sino a Yamil, su “gestor cultural”. No
hay nada mejor que un hijo para promover el arte de su papá, por mas
difícil que sea trabajar con un padre.
“Papá está muy contento
porque era una cita con París que esperábamos hace muchos años” contó
Yamil, que es cantante. “La más importante había sido hasta ahora en el
Pompidou Metz el año pasado. Pero el director del Palais de Tokyo, Jean
de Loisy, sensible, inteligente, creyó que Le Parc debía tener una
muestra así”.
Yamil decidió evitar los estereotipos a la hora de
diseñar conceptualmente la exposición: “Al principio, el riesgo era
hacer una exposición histórica, que queríamos evitar, porque son
artistas vivos que parecen muertos. Eso no corresponde a Le Parc. Le
dije a papá que tenía que poner obras de 2013 para que la gente se diera
cuenta de que es un artista contemporáneo y moderno, que está vigente y
creando. Y adaptando obras de los 60 a las dimensiones del Palacio de
Tokyo, que es lo que se hizo”.
Le Parc trabaja con plano, regla y
lápiz. “Todo se hace bajo su autoridad y bajo su vigilancia y la mía.
Decidimos no pedir prestadas obras. Hicimos entonces las obras que
faltaban”, precisó Yamil.
La puesta es espectacular y gigante. La
idea inicial era desplegarla en 1.000 metros, pero después Le Parc
decidió hacer nuevas obras y el espacio se multiplicó, junto con el
agotado presupuesto del Palais de Tokyo.
Un “borgiano” laberinto
de espejos de siete metros marca la entrada de la muestra, donde la
gente se pierde, se inquieta, se perturba, se interroga, se mira, se
ríe y busca la salida. Después se encuentran con un mundo de blanco y
negro, rojo furioso, verde, azul intenso, cilindros luminosos, luces de
sinuosos movimientos y móviles en diferentes salas, que van develando el
mundo de Julio le Parc.
Alquimias, contorsiones, relieves,
desplazamientos, luces. Modulaciones y sus espectaculares móviles. La
marca e identidad Le Parc, un genio huraño y flirteador, que es hoy un
“marca” del arte en París. Mezcla la madera, el plástico, los motores,
el acero inoxidable, las rayas, el acrílico, para generar un mundo
fantástico y lúdico que demuele todos los conceptos tradicionales de
arte.
Son sus obras de la década del 60 las que más entusiasman y
sorprenden a un público que no lo conocía. La “Sala de Juegos” presenta a
Le Parc en sus diferentes formatos y muestra su compromiso político y
social. Un japonés disfrutaba de poder matar a pelotazos a una figura
del Tío Sam en Hacer caer los mitos. Otros hacían su catarsis ideológica en Pegarles a los jerarquía s o en Elegir al Enemigo
con figuras de policía, de dictador, de inspector de impuestos, de
periodista, de diputado o de patrón a las que se les puede disparar con
dardos, o boxear.
“Siempre la gente reacciona así. ¡Hasta una vez
en Alemania, cuando decían que los alemanes eran fríos! Los problemas
siguen igual. Son los mismos. En algunos países están peor que en el
siglo XX”, alertó Le Parc sobre su intacta protesta política.
Este
es el año de Julio Le Parc. En homenaje a sus 85 años se abre en Río de
Janeiro una gran exposición de “Le Parc Lumiére” y el 7 de abril en el
Gran Palais en París presenta 12 de sus históricas piezas junto a sus
amigos del arte cinético.
Fuente: Revista Ñ Clarín
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