Proyectado por el paisajista francés, el Jardín Botánico celebra sus 120 años de vida.
Por Eduardo Parise
Hace 120 años, cuando el francés Carlos Thays lo proyectó,
aquella era una zona de la periferia, lejos del casco urbano. Pero la
transformación comenzó el 2 de septiembre de 1892. Ese día, la
intendencia municipal no sólo ya había aprobado su proyecto, sino que le
entregó a aquel talentoso paisajista esos terrenos (son más de siete
hectáreas) para que los convirtiera en lo que hoy se conoce y se
disfruta como el Jardín Botánico, una suerte de “fábrica de oxígeno” en
uno de los barrios más poblados de la Ciudad.
La primera acción
fue rellenar el sitio con buena tierra negra acarreada desde otras
zonas. Es que la idea de instalar un “Jardín Botánico de Aclimatación”,
como se lo denominaba en sus orígenes, requería una buena base. La
intención era dejar atrás aquella historia que habla de que allí, hasta
los finales de la época colonial, estaba “el almacén de la pólvora” o
“el polvorín de Cueli”, por el nombre de la familia que tenía residencia
en el lugar. Inclusive, la mitología urbana menciona que, durante las
invasiones inglesas, aquellos soldados llegaron a tomar el lugar y hasta
tuvieron a esa familia como rehén.
Lo cierto es que ese terreno
alto (hoy delimitado por las avenidas Las Heras y Santa Fe y la calle
República Arabe Siria) desde el que se divisaban los bañados de Palermo y
hasta la costa del río, empezó a cambiar. El trabajo llevó seis años y
el 7 de febrero de 1898, se abrió al público. Para entonces, ya se
destacaban tres áreas con las características de los principales estilos
de la jardinería: el romano, el francés (con sus clásicas simetrías) y
el oriental.
Por supuesto que en su diseño, Thays también había
sabido aprovechar algunos edificios que estaban allí. El que más se
destacó siempre es el edificio central, hoy sede de la administración
del Jardín. Proyectado en enero de 1881 por el ingeniero militar Jordán
Wysocki, fue construido entre abril y diciembre de ese mismo año bajo la
dirección de Pedro Serechetti. De neto estilo inglés (se lo identifica
por sus ladrillos rojizos y a la vista) había sido sede del Museo
Histórico Nacional que después mudó sus muestras y piezas al Parque
Lezama.
Como el criterio de Thays siempre había apuntado hacia lo
instructivo, el lugar no sólo tiene los seis sectores fitogeográficos
(cinco contienen especies de cada continente y hay uno dedicado sólo a
lo autóctono de la Argentina) sino que también allí se lucen buenas
esculturas de autores importantes como los italianos Leone Tomassi y
Ernesto Biondi, el español Agustín Querol o el argentino Lucio Correa
Morales, entre otros artistas. A eso se suma la completísima Biblioteca
Botánica, un museo especializado y también, una escuela de jardinería. Y
los invernaderos que, además de cumplir una misión específica para
ciertas especies, son joyas desde lo arquitectónico.
Pero lo que
suele llamar mucho la atención de los visitantes es el Jardín de los
Sentidos, donde conviven especies aromáticas y algunas texturadas. El
sector tiene como eje principal ser útil para personas ciegas.
Es
evidente que naturaleza y arte pueden combinarse con facilidad, sobre
todo si sobra talento. Y el Jardín Botánico de Buenos Aires (que lleva
el nombre de Carlos Thays y desde 1996 es Monumento Histórico Nacional)
resulta un buen ejemplo. El mismo que supo tener el vecino Zoológico
porteño que ocupa otras dieciocho hectáreas, frente al Botánico.
Inaugurado en 1875 también tiene valor edilicio. Por ejemplo, el que
muestra el pórtico de la entrada principal, que es una réplica en escala
del Arco de Tito que está en Roma. Pero esa es otra historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario