Nacido en Hungría, fue herido en la Primera Guerra Mundial. Hizo
fotos exquisitas. Visitaba Buenos Aires, donde vivía su hermano.
Por Mercedes Pérez Bergliaffa
“La luz es la gran protagonista de la fotografía”, comentaba el
fotógrafo húngaro André Kertész mientras daba una conferencia en nuestro
país, allá por los años 80. Era la época en que visitaba Buenos Aires
para inaugurar una gran retrospectiva en el Museo Nacional de Bellas
Artes, pero también para ver a su hermano Jenö, afincado aquí desde hacía décadas.
Muchas
de sus experiencias porteñas –fotos atípicas del húngaro– pueden verse
hoy en la muestra que se expone en la Fundación OSDE, “André Kertész,
el doble de una vida”. Organizada en conjunto con el delicioso museo
parisino Jeu de Paume y el gobierno francés, la exposición tiene 200
obras del exquisito y discreto Kertész.
Nacido en Budapest en
1894, el fotógrafo vivió desde 1925 en París. “En Hungría éramos tres
hermanos, mi padre había muerto y mi madre quería mantenernos a todos
unidos. Pero un día me dijo: ‘Hijo, éste no es un lugar para vos. Andate
a París’. Así me fui”, contaba Kertész.
Antes de eso, el
fotógrafo pasó la Primera Guerra Mundial en el frente, con 19 años y una
mochila en la que transportaba su cámara y placas de vidrio (por
entonces se utilizaban en lugar del rollo). Una bala le atravesó el
pecho y lo dejó herido. Estuvo en el hospital un año, revelando sus
fotos del frente de batalla (se perdieron casi todas) y tomando nuevas:
mostraban niños, gitanos, soldados y al pueblo .
Ya en
1935, mucho después de la Guerra y de haberse mudado a París, pasó un
largo período en Nueva York. Kertész lo recordaría como un tiempo de
años grises y tristes: debido a su nacionalidad, le fue difícil
encontrar trabajo en los Estados Unidos.
En la muestra de OSDE pueden verse obras de ese período: Andén de la estación
, la foto en que muestra un ramillete de vías visto desde el barrio de
Bowery, con las torres de Manhattan en la bruma, a lo lejos; y el grano
de la fotografía presente.
El reloj de la pasarela , con
las calles vacías, solitarias, las palomas, el reloj Decó y el puente. Y
los paisajes nevados de Washington Square, tomados desde la ventana de
su departamento. Todas, pese a ser vistas públicas, dan sensación de
intimidad (consecuencia del particular y original punto de vista de
Kertész).
Si va a ver la exposición, repare en esa quieta y armónica foto de 1926, En lo de Mondrian
, sacada en el interior de la casa del pintor holandés. Un florero, la
alfombra de entrada, la escalera, el sombrero, la mesa: esos elementos
mínimos que marcan las señales de una vida, de un hogar; el pulso que lo
habita, su sangre.
“La fotografía es la fotografía y no tiene
nada que ver con ninguna otra cosa”, decía Kertész. Y organizaba sus
composiciones como campos autónomos, casi geométricos. Balances de
tonos, luces, sombras, espacios, acentos, direcciones. Bellezas
complejas que esconden su fuerza tras la mayor característica de la
mirada de Kertész: su profunda y austera simpleza.
Murió en 1985, en los Estados Unidos.
Fuente: clarín.com
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