Gozar, pertenecer a un círculo privilegiado e invertir: los móviles del coleccionismo.
Casi 120 millones de dólares. Lo que se pagó por “El grito”, de Munch, en la subasta del 2 de mayo pasado en Sotheby’s de Nueva York.
Por Mercedes Pérez Bergliaffa - Especial para Clarín
Casi ciento veinte millones de dólares. Cuesta imaginar tanto
dinero junto, ¿no? Pero eso fue lo que costó hace un mes la pintura El grito
, del artista noruego Eduard Munch, subastada en Sotheby’s de Nueva
York. Se rumorea que la compró la familia del emir de Qatar, el jeque
Hamad bin Jalifa al Thani, un llegado reciente al mundo del
coleccionismo de arte (tan recién llegado como todo coleccionista
proveniente de Medio Oriente, una región que está creando sus propios
museos y colecciones de arte moderno occidental y que, para ello, debe
lanzarse a la caza de muy buenas obras de arte). Compran y quieren
nombres instituidos, como Picasso, Munch, el Louvre… Y es, justamente,
el Louvre, el que –por única vez– decidió abrir una sede fuera de
Francia. ¿Adivinen dónde? Sí, así es: en la isla Saadiyat, en plena Abu
Dhabi, capital de los Emiratos Arabes Unidos.
Entonces, casi ciento
veinte millones de dólares el Munch, ciento seis millones y medio la
pintura de Picasso, ciento cuatro y medio millones la escultura de
Giacometti, el Rothko de casi ochenta y siete millones, el Modigliani de
setenta, el Still Clyford de casi sesenta y dos : son alrededor de
550 millones de dólares que un par de personas gastaron en dos o tres
cuadros y una escultura. Y estos son sólo los precios de conocimiento
público, dados a conocer por las dos mayores casas de subastas del
mundo, Christie’s y Sotheby’s. Ustedes deben saber que también existe
todo un mercado mundial privado de obras de arte, de precios gigantes,
en el que se rumorea que algunas obras alcanzaron precios aún más altos.
Como lo que se cuenta sobre aquella pintura de Jackson Pollock vendida
por ¡doscientos millones de dólares, de privado a privado! Para conocer
en profundidad el mundo fascinante de las grandes y millonarias ventas
de obras de arte internacionales, Clarín entrevistó a tres
expertos mundiales en el tema: Jonathan Rendell, reconocido especialista
de la casa Christie´s de Nueva York (quien tuvo a cargo la subasta de
las joyas y obras de Elizabeth Taylor); el especialista en arte
latinoamericano Axel Stein, de la casa Sotheby’s, también de Nueva York;
y la socióloga francesa Raymonde Moulin, experta en mercado de arte,
tema al que dedicó varios libros (de hecho, su última publicación, El mercado del arte , ed. La Marca- acaba de salir en la Argentina).
¿Qué
es lo que hace que una obra de arte pueda costar ciento veinte millones
de dólares? Bueno, no hay una sola razón sino un conjunto de razones
–explica Stein, por teléfono desde Nueva York– Una puede ser su
importancia histórica. Por ejemplo, la obra de Munch que se vendió hace
poco en esta sala y que es la obra más cara jamás vendida en una subasta
pública, es una pintura icónica del pasaje del siglo XIX al XX. Una
pintura que se diferencia mucho de la producción normal del artista. No
se sabe si el personaje es mujer u hombre, no cae en la caricatura pero
se acerca, y resume en un solo cuadro cierta angustia de ciertos
tiempos. Estando frente a ella, nadie puede quedar impávido.
Pero
hay muchas otras obras de arte ante las cuales uno, como espectador, se
conmueve. Y hay otras de esa época que muestran una angustia resumida.
También
se tiene en cuenta la condición, que en este caso era impecable: los
colores estaban tan vívidos que parecían puestos ayer. Y el tamaño… Pero
sobre todo, es su rareza, que da testimonio de un momento histórico del
S XX muy interesante: el papá del vendedor de esta obra fue quien ayudó
a Munch a recuperar las obras suyas que el gobierno alemán tenía en su
poder, y de las cuales quería deshacerse porque decía que eran “arte
degenerado”. Era la política de Hitler. Para el artista, el padre del
comprador fue una persona muy especial. Tal era la relación, que el
dinero de la venta de este cuadro el comprador lo destinará a la
construcción de un museo dedicado a Munch. Y sí, existen otras pinturas
que tienen historias y cargas emocionales parecidas. Pero no han salido a
la venta o están ya en museos.
¿Por qué alguien compraría una
obra de arte a varios millones de dólares? ¿Qué lo mueve a eso? Creo que
se compran, ante todo, para disfrutar de ellas –responde Rendell, de la
casa Christie´s, desde Nueva York–. También se busca una forma de
invertir el dinero. Y, también, es una recompensa por su trabajo, para
ellos mismos. Si vos tenés una fortuna individual de 1 billón de
dólares, entonces podés permitirte que el mundo del arte devenga tu
hobby.
¿Quién compra una jarrita de cerámica de tres millones de
dólares? ¿Qué tipo de personas…? ¡Las ricas! (risas). Por ejemplo, en el
caso de la cerámica china –que es un orgullo nacional–, existen muchos
coleccionistas chinos grandes que compran piezas importantes porque
quieren llevar de vuelta a su país obras que habían salido hacia
Occidente. También se puede pensar en términos de inversión: podés poner
tu dinero en un banco y ganar nada. ¿Por qué no poner, entonces, tu
dinero en una obra…? Así lo tenés en una pared, y al menos lo disfrutás.
Y si pertenece al grupo de las obras de arte-top, entonces su valor
siempre continúa incrementándose.
Durante los últimos años, cuando
se habla de mercado de arte, se menciona a China, India y Medio
Oriente. ¿Cambió el mapa económico- artístico? Sí, el contexto económico
evolucionó hacia una estructura multipolar –contesta la socióloga
especialista en mercado del arte Raymonde Moulin, desde París– Rusia,
China, India, Oriente Medio y América Latina se han convertido en cinco
nuevos destinos de la economía mundial del arte. La globalización de la
escena artística y la abundancia de liquidez contribuyeron al
mercantilismo del mundo del arte, al frenesí especulativo y a la
mediatización mundial de los artistas a través de un aspecto financiero.
¿El
arte contemporáneo forma un mercado aparte, diferente? Sí, es un
mercado de competencia monopólica –con muy pocos participantes– dominado
por la especulación. Y parece ser que las crisis son la única forma de
regulación que puede tener. Lo que en otros campos sería considerado
como delito de información privilegiada o un abuso de posición
dominante, aquí se consagra como una pertenencia que supone un valor: el
de ser parte de los círculos más elitistas del mundo del arte.
Fuente: clarin.com
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