Por Eduardo Parise
En su entorno hay tanto para mirar (monumentos, edificios
majestuosos, palacios históricos y una vegetación exuberante) que muchos
pasaron frente a ella cientos de veces, pero nunca la vieron. Sin
embargo, está allí desde hace más de un siglo, cuando una comisión la
compró en Europa y la trajo. La idea era embellecer los espacios verdes
porteños con esculturas importantes, algo que le faltaba a la Ciudad.
Entonces, en 1906, la pusieron en la Plaza San Martín, en Santa Fe y
Maipú, a unos metros del monumento al Libertador José de San Martín.
La
obra no tiene grandes dimensiones y está casi a ras del piso. Pero
tiene tanta fuerza que el frío mármol de Carrara que su autor usó para
hacerla queda en el olvido con sólo mirarla. La escultura se denomina
“La duda”, como puede leerse, en francés, sobre el pedestal que la
sostiene. Y es obra de Louis Henri Cordier (1853-1925), hijo de otro
escultor llamado Charles Henri Joseph Cordier (1827-1905), un hombre que
perteneció a la École des Beaux-Arts de París y que, como queda a la
vista, también supo trasmitirle su talento a Louis. Fue adquirida por
Manuel G. Güiraldes, en 1905.
“La duda”, algo complicado de
graficar con imágenes, muestra a un joven y a un anciano quienes,
colocados sobre una roca, meditan sobre la lectura de una Biblia
abierta, a la izquierda del joven. Este se encuentra en cuclillas,
mientras que el anciano, arrodillado, parece estar buscando las palabras
precisas para convencerlo de sus cuestionamientos al texto del libro.
El gesto adusto del joven, que se refleja en un rostro que denota una
actitud pensativa, es la mejor imagen para sintetizar lo que quiere
mostrar el título de la obra: irresolución, perplejidad, vacilación. Es
decir: la esencia de toda duda luchando entre dos propuestas diferentes.
Muchos creen que esas figuras esculpidas por Cordier tienen un
simbolismo: dicen que equivalen al Antiguo y al Nuevo Testamento, algo
que representan el anciano (con su brazo en actitud paternal colocado
sobre el hombro del joven) y el muchacho, con su brazo izquierdo casi
apoyado sobre ese libro abierto que contiene buena parte de la historia
universal. Y aunque muchos pensaron que esa connotación religiosa iba a
generar críticas porque significaba dudar de ellas, nunca hubo
cuestionamientos. De todas maneras, la imagen no quedó exenta de algún
desaprensivo que demostró no merecer el calificativo de persona y, como
tantas otras en la Ciudad, sufrió algún ataque. Así, la que pagó el
precio del vandalismo fue la mano derecha del anciano, que está
mutilada.
Está claro que la Plaza San Martín es un lugar
importante de Buenos Aires. Lo prueban las excavaciones que se están
haciendo en un área del lugar para conocer el pasado de la Ciudad a
través de objetos enterrados. También hay otros objetos que no están
bajo tierra, aunque algunos tampoco los tengan visualizados. Uno de
ellos es la estatua que recuerda a Leandro Alem (1844-1896), fundador de
la Unión Cívica Radical. Fue inaugurada en 1925. Instalada en el cruce
de la avenida Alem con la calle Maipú, la figura de bronce se levanta
sobre una base de granito. Su autor es Pedro Zonza Briano, un escultor
argentino que murió en 1944. Pero esa es otra historia.
Fuente: clarin.com
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