Por Eduardo Parise
En Buenos Aires, y con las nuevas torres, muchos coinciden: en
los días con cielo despejado y sin neblina, desde algunos edificios muy
altos se puede llegar a ver Colonia del Sacramento, la ciudad uruguaya
que está en la otra orilla del Río de la Plata. No deja de ser una
curiosidad. Pero si de cuestiones curiosas se trata, en la Ciudad hay
una que resulta sorprendente: desde la Plaza de Mayo y mirando con
atención, se llegan a observar las pirámides de Egipto.
¿Cómo es
posible? Alcanzará con levantar la vista frente a la Catedral
Metropolitana, en la avenida Rivadavia casi esquina San Martín, para
descubrir que los perfiles de las más famosas pirámides de Giza, que
recuerdan a los faraones Keops, Kefrén y Micerino, están allí como fondo
de la escena artística que adorna el tímpano de esa iglesia, declarada
Monumento Histórico en 1942.
La inauguración de esa obra
artística, que llenó un espacio vacío y le dio realce al friso, fue el
19 de junio de 1863. Los trabajos habían comenzado a fines de 1860 y
aunque dentro de las leyendas porteñas alguna vez se dijo que los había
realizado un preso al que se indultó por esa obra, el encargado de
desarrollarlos fue un artista francés llamado Joseph Dubourdieu, un
hombre del que existen pocos datos biográficos, aunque se sabe que llegó
aquí por primera vez en 1849.
Cuando le pidieron que realizara la
obra para llenar ese friso triangular de 42 metros de ancho, Dubourdieu
pensó en una imagen bíblica que trasmitiera amor y reconciliación. Así
bocetó representar el reencuentro del patriarca hebreo José con sus once
hermanos y su padre Jacob. Justamente Jacob y José son las figuras
centrales del cuadro donde se observa al padre inclinándose hacia su
hijo quien avanza para abrazarlo. La escena, según las Sagradas
Escrituras, ocurrió cuando Jacob fue a Egipto. Por eso el artista pensó
en las pirámides y decidió incluirlas como fuerte referencia detrás de
la escena del abrazo.
Los especialistas sostienen que lo más
difícil de resolver fueron los extremos del friso porque su forma
triangular hizo que el espacio quedara, por esa cuestión geométrica, más
reducido en altura. Sin embargo, Dubourdieu le encontró la vuelta al
desafío e incluyó animales. Así, ubicado sobre las magníficas columnas
(son de estilo corintio y se dice que representan a los doce Apóstoles),
el tímpano de la Catedral aportó una imagen acorde a lo que merecía la
importancia del edificio.
Como la realización de la obra artística
coincidió con los tiempos de la batalla de Pavón (fue el 17 de
septiembre de 1861 y su resultado generó que la provincia de Buenos
Aires se reintegrara con el resto del país), algunos asociaron esa
imagen de reconciliación colocada en el frente de la Catedral con
aquella otra que parecía darse en la Argentina, lo que le otorgó al
trabajo una interpretación política.
Después de terminar las
esculturas, los investigadores afirman que el artista regresó a Europa y
sus datos se perdieron entre la niebla del tiempo. Sin embargo, Joseph
Dubourdieu no sólo dejó esa huella de su paso por Buenos Aires. También
realizó otras esculturas que aún se conservan en espacios públicos de la
Ciudad. Una de ellas es la estatua de la Libertad que está coronando la
Pirámide de Mayo, aquel monumento que el gobierno patrio mandó
construir para conmemorar el primer aniversario de la Revolución de
1810. La estatua del francés se agregó en 1856 y mide algo más de tres
metros. Pero esa es otra historia.
Fuente: clarin.com
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