La comparación con el pasado no ayuda a la curaduría, pero igual la Bienal es una fiesta.
IRONÍA. LA OBRA QUE SE PRESENTA EN EL PABELLÓN DE ESTADOS UNIDOS PARODIA DOS AFICIONES DE ESA NACIÓN: EL DEPORTE Y LA GUERRA.
Por Ana María Battistozzi
Venecia ENVIADA ESPECIAL
Venecia ENVIADA ESPECIAL
Si en cada edición el título elegido por el director artístico resulta lo suficientemente ambiguo como para acoger la amplia variedad de expresiones que se ofrecen dentro del ámbito de la muestra, Iluminaciones, el elegido este año por la curadora Suiza Bice Curiger, propone también atravesar la historia del arte.
La luz, que simbólicamente supo representar ya revelación, aparición o reverberancia atmosférica, ha sido el gran tema del arte a través de los siglos; desde los mosaicos bizantinos al americano James Turrell, que tiene su museo en Salta; y desde los pintores venecianos a Turner y los impresionistas.
No debiera extrañar entonces que como punto de partida de la muestra veneciana se haya elegido tres soberbios cuadros de Tintoretto: “La última cena”, una obra que suele estar en la iglesia de San Giorgio el Maggiore y por la que es preciso pagar una moneda para poder verla. También están “La Transfiguración de San Marcos” y “La Creación de los animales”, ambas del Museo de la Academia, que se despliegan en la gran sala primera del Pabellón de Italia en el espacio central de Giardini, que la edición pasada ocupó el tucumano Tomás Saraceno.
Con este pasado debe medirse el arte de hoy en Venecia y, la verdad, no sale del todo bien parado a juzgar por muchas de las piezas que eligió la curadora suiza Bice Curiger: lucen desangeladas y hasta decorativas ante la radicalidad de las telas del Tintoretto, que le valieron una interdicción de casi dos décadas en su tiempo.
No ocurre esto en este presente donde lo nuevo es en sí mismo norma y se festeja todo glamour más allá que finalmente no lo sea y se tribute más al pasado de lo que se admite. Más aún: muchas de las obras que aquí se exponen ya fueron vistas con anterioridad. Es el caso de la obra de Artur Barrio en el Pabellón de Brasil, que ya se vio en la Bienal de San Pablo, la del italiano Maurizzio Cattelan, que se vio en esta misma Bienal en el 1997 y la “Ascensión” de Anish Kapoor, que fue adaptada con escasa fortuna para San Giorgio el Maggiore ya que su delicado dispositivo de luz vapor no llegó a funcionar en la previa inaugural.
Con todo, Venecia –más allá de evaluaciones críticas que seguramente reclamarán una cierta perspectiva– es en sí misma una espectáculo multimedia que entrevera el embriagante aroma de jazmines, tilos y magnolias de los Giardini di Castello con el arte contemporáneo, performances callejeras, elegantes fiestas de corporaciones y casas de moda que encienden “a giorno” los grandes palazzos sobre el Gran Canal, la presencia militante de los Indignados madrileños y monumentales yates, como el Luna del magnate ruso Roman Abramovich que ocupa una cuadra de muelle entre los Giardini y el Arsenale.
Entre un punto y otro, los visitantes, mareados por la abundancia y el calor, se desplazan en este gran bazar buscando la recomendación precisa para no perderse nada de valía aquí o allá, incluido todo lo disperso por la ciudad en una muestra que se expande cada vez más.
Para recomendar: la obra de la americana Cindy Sherman, la de la china Son Dong, que desplegó en el Arsenal restos de muebles de familias de Pekín con un fuerte olor a naftalina, la de Franz West, que obtuvo el León de Oro, y el Pabellón de Alemania, que obtuvo el premio al mejor pabellón, dedicado a Christoph Schlingensie, un artista fundamental del grupo Fluxus muerto en agosto de 2010. Y también los Pabellones de Francia, que exhiben un monumental trabajo de Christian Boltanski, quien a fin de año hará un trabajo en Argentina convocado por la UNTREF.
Uno de los más comentados fue el pabellón americano, que mostró trabajos de la pareja Jennifer Alora (americana) y Guillermo Clazadilla (cubano), que ironizan sobre la afición americana por los deportes y la guerra: un tanque de guerra patas para arriba y sobre el un hombre haciendo cinta. Otro que siempre despierta polémica es el Pabellón de Italia, que esta vez presentó una obra con el provocativo título “L’ arte non é Cossa Nostra”, de Cesare Inzerillo. Incluye el Museo de la Mafia y datos de crímenes desde 1860.
Esta es una bienal donde las nacionalidades aparecen difusas. No obstante, se sumaron nuevas naciones: hay 89 países contra los 77 presentes 2009. Entre ellos, varios emergentes: India, Arabia Saudita, Bangladesh y Cuba, que participa por primera vez.
Fuente:clarin.com
La luz, que simbólicamente supo representar ya revelación, aparición o reverberancia atmosférica, ha sido el gran tema del arte a través de los siglos; desde los mosaicos bizantinos al americano James Turrell, que tiene su museo en Salta; y desde los pintores venecianos a Turner y los impresionistas.
No debiera extrañar entonces que como punto de partida de la muestra veneciana se haya elegido tres soberbios cuadros de Tintoretto: “La última cena”, una obra que suele estar en la iglesia de San Giorgio el Maggiore y por la que es preciso pagar una moneda para poder verla. También están “La Transfiguración de San Marcos” y “La Creación de los animales”, ambas del Museo de la Academia, que se despliegan en la gran sala primera del Pabellón de Italia en el espacio central de Giardini, que la edición pasada ocupó el tucumano Tomás Saraceno.
Con este pasado debe medirse el arte de hoy en Venecia y, la verdad, no sale del todo bien parado a juzgar por muchas de las piezas que eligió la curadora suiza Bice Curiger: lucen desangeladas y hasta decorativas ante la radicalidad de las telas del Tintoretto, que le valieron una interdicción de casi dos décadas en su tiempo.
No ocurre esto en este presente donde lo nuevo es en sí mismo norma y se festeja todo glamour más allá que finalmente no lo sea y se tribute más al pasado de lo que se admite. Más aún: muchas de las obras que aquí se exponen ya fueron vistas con anterioridad. Es el caso de la obra de Artur Barrio en el Pabellón de Brasil, que ya se vio en la Bienal de San Pablo, la del italiano Maurizzio Cattelan, que se vio en esta misma Bienal en el 1997 y la “Ascensión” de Anish Kapoor, que fue adaptada con escasa fortuna para San Giorgio el Maggiore ya que su delicado dispositivo de luz vapor no llegó a funcionar en la previa inaugural.
Con todo, Venecia –más allá de evaluaciones críticas que seguramente reclamarán una cierta perspectiva– es en sí misma una espectáculo multimedia que entrevera el embriagante aroma de jazmines, tilos y magnolias de los Giardini di Castello con el arte contemporáneo, performances callejeras, elegantes fiestas de corporaciones y casas de moda que encienden “a giorno” los grandes palazzos sobre el Gran Canal, la presencia militante de los Indignados madrileños y monumentales yates, como el Luna del magnate ruso Roman Abramovich que ocupa una cuadra de muelle entre los Giardini y el Arsenale.
Entre un punto y otro, los visitantes, mareados por la abundancia y el calor, se desplazan en este gran bazar buscando la recomendación precisa para no perderse nada de valía aquí o allá, incluido todo lo disperso por la ciudad en una muestra que se expande cada vez más.
Para recomendar: la obra de la americana Cindy Sherman, la de la china Son Dong, que desplegó en el Arsenal restos de muebles de familias de Pekín con un fuerte olor a naftalina, la de Franz West, que obtuvo el León de Oro, y el Pabellón de Alemania, que obtuvo el premio al mejor pabellón, dedicado a Christoph Schlingensie, un artista fundamental del grupo Fluxus muerto en agosto de 2010. Y también los Pabellones de Francia, que exhiben un monumental trabajo de Christian Boltanski, quien a fin de año hará un trabajo en Argentina convocado por la UNTREF.
Uno de los más comentados fue el pabellón americano, que mostró trabajos de la pareja Jennifer Alora (americana) y Guillermo Clazadilla (cubano), que ironizan sobre la afición americana por los deportes y la guerra: un tanque de guerra patas para arriba y sobre el un hombre haciendo cinta. Otro que siempre despierta polémica es el Pabellón de Italia, que esta vez presentó una obra con el provocativo título “L’ arte non é Cossa Nostra”, de Cesare Inzerillo. Incluye el Museo de la Mafia y datos de crímenes desde 1860.
Esta es una bienal donde las nacionalidades aparecen difusas. No obstante, se sumaron nuevas naciones: hay 89 países contra los 77 presentes 2009. Entre ellos, varios emergentes: India, Arabia Saudita, Bangladesh y Cuba, que participa por primera vez.
Fuente:clarin.com
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