A 100 AÑOS DEL PALACIO PEREDA


       La mansión de una de las cuatro familias más poderosas del país
       que se vendió por hierro brasileño.


Miguel Jurado
En unos meses se cumplirán 100 años del comienzo de la construcción de la actual Embajada de Brasil, un “palacete francés” que reluce en la aristocrática esquina porteña de Cerrito y Arroyo. El edificio nació como residencia familiar gracias a la voluntad y a la billetera de Celedonio Pereda y Pereda, médico y terrateniente argentino, pero sobre todo, un hábil negociador.
En 1919, Celedonio se ilusionó con construir una residencia a la altura del prestigio de su linaje. Este Pereda era la cabeza de una de las cuatro familias más poderosas del país, toda una proeza lograda debido a la capacidad de sus ancestros para conseguir tierras. Para esa época, habían alcanzado 122 mil hectáreas del mejor campo a través de sucesivas alianzas matrimoniales, y aprovechando los beneficios que le deparó la Conquista del Desierto a la naciente oligarquía doméstica. Los Pereda supieron cómo triplicar el patrimonio familiar a partir de las 76 mil hectáreas que ya habían conseguido (vaya a saber uno cómo) en época de Rosas.
Como vemos, el dinero no era problema para Celedonio. Para él, como para los grandes terratenientes argentinos, el desafío era convertir ese oro en bronce. Para eso, y como en sus viajes por Europa, Pereda había quedado deslumbrado con las mansiones francesas. Compró el terreno en el que hoy se yergue la Embajada y contrató al arquitecto Louis Martin con la consigna de hacer una casa igualita al museo Jacquemart André, de París, y que tuviera una escalera, del primer piso al jardín, idéntica a la “escalier en fer a cheval” del castillo de Fontainebleau. Parecía fácil, pero apenas el arquitecto se puso a hacer los planos se dio cuenta de que todo no entraba en el terreno de los Pereda-Girado.
El Museo Jacquemart André había sido construido 25 años antes como residencia en lo que era el recién inaugurado Boulevard Haussmann. Se trataba de un palacio con enormes perspectivas desde la gran avenida y desde sus extensos jardines. Ni qué hablar de las escaleras en herradura del castillo Fontainebleau, que eran monumentales.
Louis Martin trató de explicarle a Celedonio y a su mujer que no había espacio para tanta cosa, pero cuando los Pereda vieron que ni la escalera del Jacquemart se reproducía con la grandeza pedida, cambiaron de arquitecto.
Hay que entender que esta familia tenía motivos para estar ansiosa, la mayoría de sus compañeros de oligarquía estrenaban mansiones y ellos estaban en veremos. A pocos metros de su terreno, los Ortiz-Basualdo avanzaban con su fabuloso palacio (hoy, embajada de Francia), los Errázuriz-Alvear ya casi terminaban su caserón en Avenida del Libertador (hoy, Museo de Arte Decorativo), los Anchorena se pavoneaban en Plaza San Martín con una bruta mansión (hoy, Palacio San Martín) y a pocas cuadras, sobre la actual Avenida Alvear, ya deslumbraban la Residencia Maguire y la de Fernández de Anchorena (hoy, sede de la Nunciatura). Para peor, habiendo empezado casi al mismo tiempo, sus amigos Álzaga Unzue-Peña casi terminaban la residencia que hoy es parte del hotel Four Seasons.
Cansado de sus desencuentros con el arquitecto Martin, Celedonio Pereda contrató a Julio Dormal, un belga que había metido la mano los finales del Teatro Colón. No se sabe cómo, pero Dormal convenció a los Pereda de que milagros no se podían hacer. Así y todo, el Palacio no tendrá el enorme frente del museo parisino ni la tremebunda escalinata del Fontainebleau, pero sus cuatro mil metros cuadrados, sus 50 habitaciones y tres pisos y medio lucen majestuosos.
Claro que la construcción llevó 17 años, en los que los Pereda tomaron nota de que los tiempos estaban cambiando.
El crack del año 1929 hizo difícil mantener las grandes mansiones y la oligarquía nacional comenzó a venderlas, primero al Estado nacional, que ellos manejaban, y después a embajadas, cuando no las demolían para construir edificios de renta.
Los Pereda terminaron su palacio en 1936 y dos años más tarde recibieron al presidente brasileño Getulio Vargas, que quedó fascinado con la mansión. En 1945, vendieron la joya familiar a los brasileños a cambio de cuatro mil toneladas de hierro y el edificio que hasta entonces usaban de embajada.
Después de haber convertido el oro en bronce, los Pereda entendieron que era momento de cambiarlo por otro metal que, en plena Segunda Guerra Mundial, valía como el oro.
Negocios son negocios.

Fuente: clarin.com

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