El gaucho, arquetipo de nuestra nacionalidad, en la foto de Francisco Ayerza. |
Las sociedades tradicionalistas de la Argentina, Uruguay y Brasil impulsan que la figura del gaucho sea considerada Patrimonio de la Humanidad. Tal decisión fue adoptada en una reunión realizada en julio último por la Confederación Internacional de la Tradición Gaucha.
El
propósito es encomiable. Sobre todo en tiempos en que cualquier
advenedizo procura, sin mucho debate y a veces sin ningún obstáculo, dar
vuelta a un país y ponerlo en cero, que es como decir dejarlo sin
pasado y sin la historia, que es conciencia de los verdaderos caminos
recorridos. La figura del gaucho fue definitoria del paisaje vernáculo
de nuestras naciones. Se la puede rastrear hasta comienzos del siglo
XVI, lo que no es poco en países en definitiva jóvenes, que comenzaron a
gestarse cuando los europeos se encontraron en estas tierras con
quienes habían llegado antes no por galeones, sino por embarcaciones
seguramente más modestas, procedentes de vaya a saberse qué aguas, o por
el cruce del estrecho de Bering.
Cultivar la historia es indagar
sobre el presente. Es un modo agradecido de rescatar la acción de
quienes nos precedieron. Tener viva en el recuerdo la figura del gaucho
es revalorizar lo que la tierra ofrenda a estos tres países del Cono
Sur. Está bien que así sea, porque en alguno de los tres, y no hace
falta precisar que en el nuestro, el desdén de un retardatario y falso
progresismo urbano pretende desde hace años aislar al campo y a sus
gentes de los afectos ciudadanos.
A
su manera, hay gauchos todavía. Cómo no habría de haberlos si no hay
ganadería posible sin ellos y sin la caballada que montan con esmerado
arte peones y patrones para el manejo del rodeo, para el uso del lazo y
para la doma. Difícil encontrarlos, claro, si se los buscara con el
atuendo de Don Segundo, que describía Ricardo Güiraldes: "La blusa corta
se levantaba un poco sobre el cabo del güero, del cual pendía el
rebenque tosco y ennegrecido por el uso. El chiripá era largo, talar, y
un simple pañuelo negro se anudaba en torno a su cuello, con las puntas
divididas sobre el hombro...".
No hace falta, sin embargo, andar
mucho por la provincia de Buenos Aires para toparse con algún paisano.
Ese gaucho en quien se recreaban todos los gauchos todavía asistía, a
comienzos de los sesenta, a las fiestas por el Día de la Tradición, que
se conmemora hoy, y que se celebraban en La Porteña de Güiraldes, en San
Antonio de Areco. Ese hombre, en cuya memoria rendimos homenaje a los
gauchos que se han perdido en el tiempo, se llamaba Victorino Nogueira y
era el último supérstite de los once domadores y reseros a los que
Güiraldes había dedicado la novela memorable.
No hay acuerdo de por qué eso de "gaucho". Si por chaucho, deformación del árabe chaouch por el que se identifica al campesino nómade; si por huajcho, voz quichua para mencionar al huérfano, o por lo que haya sido en realidad. ¿Tal vez por el portugués gauderio,
o sea, campesino errabundo? De lo que estamos seguros es del mediano
acierto de la Real Academia Española cuando definió "gaucho" como
"nombre con que se designa al campesino que, en los siglos XVIII y XIX,
habitaba en la llanura rioplatense de la Argentina, en el Uruguay y en
Río Grande del Sur, Brasil".
No estamos conformes por completo con
esa definición. Desde el norte salteño y los históricos gauchos de
Güemes hasta el extremo sur, la paisanada que ha trabajado en los campos
argentinos se asimiló sin exclusiones, en la sensibilidad nacional, a
quienes participaron de la hazaña cultural de incorporar una inmensa
región sudamericana a la cría de haciendas y a los cultivos que dieron a
estas tierras la nombradía que aún perdura.
Celebremos la
iniciativa de las entidades tradicionalistas. Si el mundo la acepta, la
Argentina agregará a su patrimonio un valor de su cultura humanista a lo
que ya le ha sido dado, en el renglón de su naturaleza, por el Parque
Nacional Los Glaciares, por las Misiones Jesuíticas Guaraníes o por las
cataratas del Iguazú, entre otras riquezas de asombro. Y si no,
bienvenida de igual modo una idea que rondaba por algunas cabezas desde
el encuentro tradicionalista de 1984, en Canelones, porque estimula la
idealización y el cariño colectivo por el arquetipo de hombre que ha
sido actor esencial en la configuración de nuestra nacionalidad, como lo
han inmortalizado Prilidiano Pueyrredón, Carlos Ripamonte, Bernaldo de
Quirós y Florencio Molina Campos.
Fuente: lanacion.com
Fuente: lanacion.com
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