Patrimonio porteño.
Es de 1906. Está en Basavilbaso 1233, intervenida por arquitectos, decoradores y artistas.Fachada. La casona de Basavilbaso fue construida en 1906. /Archivo |
En una
antigua casona de Retiro, espejo de la vida aristocrática de principios
de siglo XX, abrió Casa Foa, la muestra anual que cumple 30 años.
Ese
edificio, que mandó a construir un terrateniente de Venado Tuerto en
1906 y pasó años cerrado, ahora renace con la exhibición, que incluye 41
espacios intervenidos por arquitectos, decoradores y artistas.
En el suplemento Arq de Clarín, recomiendan diez imperdibles.
El
lugar tiene una entrada majestuosa, salones donde lo antiguo convive
con novedades y una fuente declarada Bien Cultural, entre otras
características. Son 2.200 metros cuadrados interiores, con techos de
doble altura, donde se conservan pisos de roble de Eslavonia y mármoles.
La
muestra se podrá visitar en Basavilbaso 1233 todos los días de 13 a 21.
Pero jueves y viernes, la recorrida se extiende hasta las 24, con
música, comida y encuentros con creadores. Entrada general: $ 130.
Para Casa Foa abren una residencia de 1906, cerrada por veinte años
La muestra anual, que cumple 30 años.Está Basavilbaso al 1200, en Retiro. La mandó a construir un terrateniente en 1906 y tiene 26 herederos. Arquitectos y artistas le dan nueva vida.
Casona. Con influencia francesa, refleja costumbres aristocráticas de principios del siglo XX./
Néstor García
Néstor García
Silvia Gómez
El hall de esta
antigua casona de la calle Basavilbaso, en Retiro, guarda un secreto que
quedó a resguardo con el empapelado y los géneros de Sofia Willemoës.
Una pequeña puerta, escondida en la boiserie, sugiere la existencia de
un pasadizo, una puerta de escape, un túnel secreto. El hall –que
representa un hotel imaginario ubicado en New York– forma parte de uno
de los 41 espacios que fueron intervenidos por arquitectos, paisajistas,
interioristas y artistas para Casa FOA, la muestra que cumple 30 años.
A diferencia de las últimas ediciones –donde se intervinieron grandes espacios, como el año pasado en la Abadía de San Benito, en Belgrano–, con la residencia de la calle Basavilbaso se retornó casi al origen de la muestra, cuando se realizaban en sitios “pequeños”, con pocos metros cuadrados.
A diferencia de las últimas ediciones –donde se intervinieron grandes espacios, como el año pasado en la Abadía de San Benito, en Belgrano–, con la residencia de la calle Basavilbaso se retornó casi al origen de la muestra, cuando se realizaban en sitios “pequeños”, con pocos metros cuadrados.
“No es casual que esta casa sea muy parecida a la
primera que intervino Casa FOA. La diferencia está en los criterios, en
el cambio de la industria, en la incorporación del arte como parte del
interiorismo. En las primeras ediciones el concepto giraba en torno a la
decoración; hoy la gente viene a ver también la evolución de los
materiales”, explicó la arquitecta Ana Astudillo, responsable de la
curaduría de los espacios. En 2014, en la Abadía, muchos espacios
debieron adaptarse para llevar a cabo la muestra. Pero ahora, la muestra
se adaptó a la casa, ya que los ambientes no se modificaron. “También
fue una búsqueda mostrar la casa tal como funcionaba”, remarca
Astudillo.
Forma parte de un barrio con una fuerte impronta de la
arquitectura francesa que desembarcó entre fines del 1800 y principios
del 1900. Esta residencia, que había estado cerrada por unos veinte
años, se construyó en 1906. Fue encargada por Alejandro Estrugamou, un
terrateniente en Venado Tuerto, hijo de inmigrantes vascos-franceses. Si
bien muchos de sus herederos también conservan el apellido, hoy las
ramificaciones familiares llegan hasta otros, diversos. Según pudo saber Clarín
la casa tiene 26 herederos. Y luego de la muestra volvería a cerrar,
quizá como un emprendimiento privado o nuevamente para aguardar que los
herederos se pongan de acuerdo sobre su futuro.
Hoy, quienes
ingresen, podrán asistir a una sucesión de espacios intervenidos con
improntas muy diferentes. En la planta baja se podrá pasar del elegante
escritorio diseñado por Javier Iturrioz, al moderno comedor de Carlos
Galli; y disfrutar del sorprendente foyer de Julio Oropel y José Luis
Zacarías Otiñano. En la planta alta el dormitorio principal –“Ensueño”–
fue intervenido por James Boyd Niven con obras de arte, un tapiz del
siglo XVIII y alfombras chinas, y el bar, de Gustavo Yankelevich y
Máximo Ferraro, impacta desde su revestimiento: la obra del artista
Matías Kritz fue impresa digitalmente sobre un porcelanato.
El
recorrido por la casa puede ser también una excusa para recorrer un
rincón porteño con muchas otras joyas de la arquitectura: a metros se
encuentra el Palacio Anchorena, en donde funciona la sede ceremonial de
la Cancillería. Y otros tres palacios: el Paz, en Santa Fe 750, que en
su momento fue la residencia más grande de la Ciudad; el Haedo, en
Marcelo T. de Alvear 665, que hoy es la sede de la Administración de
Parques Nacionales; y el Estrugamou, en Juncal 747. Y a metros de éste
último arranca otra sucesión de construcciones que vale la pena conocer:
los dos Bencich sobre calle Arroyo y cruzando la 9 de Julio los
palacios Ortiz Basualdo (Embajada de Francia) y Pereda (Embajada de
Brasil).
La muestra podrá visitarse hasta el 30 de noviembre, en
Basavilbaso 1233, Retiro. Todos los días de 13 a 21; jueves y viernes,
con recorrido nocturno hasta las 24, con música en vivo, gastronomía y
encuentro con los autores. Valor de la entrada: $130 pero hay descuentos
con algunas tarjetas, también para jubilados y estudiantes y 2x1. Más
info en: www.casafoa.com
Un espacio que evoca un pasadizo secreto
En Casa Foa.
Como una consigna
que forma parte de la identidad de Casa FOA, la "carcaza" del edificio
fue respetada por los profesionales. El espacio de Sofia Willemoës
invita a fantasear con la existencia de un "túnel secreto": "La
intervención se despliega en el territorio de la majestuosa escalera de
acceso principal con los escalones de mármol, el hall de ingreso, y se
complementa con un túnel secreto, existente en la residencia y utilizado
para situaciones de emergencia", describe la directora artística.
Pero, ¿existían en la Ciudad estos túneles de escape?
El
arqueólogo urbano Daniel Schavelzon –director del centro de Arqueología
Urbana de la UBA– se mostró sorprendido: "No eran usuales en este tipo
de casonas. Al menos, no hemos tenido certeza sobre ellos", explicó a Clarín.
Aunque
sí existían túneles, pero con otra finalidad: "Esconder a la
servidumbre. En los grandes palacios, el personal doméstico se movía por
ingresos paralelos a los principales; sin embargo en estas residencias
más pequeñas compartían la misma puerta de entrada, pero si observamos
con detenimiento vamos a encontrar puertitas más pequeñas, como
escondidas en la pared, disimuladas. Evitaban que pasaran por el salón
principal. A través de túneles y pasadizos, llevaban al personal
directamente hacia la parte trasera de la casa", contó Schavelzon.
Fuente: clarin.com
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