Distinción de la Universidad de Buenos Aires.
Se lo dieron por ser "uno de los caricaturistas políticos más reconocidos de Latinoamérica". Sábat lo recibió ayer con sencillez, destacando que no es académico sino autodidacta y a veces lo lamenta.
Lo aplaudieron a rabiar.
Se lo dieron por ser "uno de los caricaturistas políticos más reconocidos de Latinoamérica". Sábat lo recibió ayer con sencillez, destacando que no es académico sino autodidacta y a veces lo lamenta.
Lo aplaudieron a rabiar.
Polémica. Crstina Kirchner. |
Por Bárbara Álvarez Plá
Pausado, sonriente y
antes de ocupar la silla que le estaba destinada, el dibujante
Hermenegildo Sábat buscó con la mirada a sus familiares y saludó con un
gesto de la mano a todos los que lo esperaban en el Salón Histórico del
Rectorado de la Universidad de Buenos Aires, donde ayer recibió el
título de Doctor Honoris Causa.
A su lado, se sentó Nélida
Cervone, decana de la Facultad de Psicología, que hizo un repaso por la
vida del historietista, destacando los antecedentes artísticos de su
familia, “que marcaron lo que él es”, señaló: su padre fue dibujante y
su abuelo fue pintor. “Tengo que hacer algunas precisiones” –puntualizó
Sábat cuando tomó la palabra–: “nací en un ámbito de gente culta, pero
no soy académico, fui autodidacta y, a veces, lo lamento”, dijo. “Muchos
no lo saben”, añadió Cervone, “pero, además, Sábat es poeta”, y el
caricaturista bajó la cabeza y se ruborizó.
Sábat tenía preparado
un texto, que leyó sin levantar la vista del papel: “fui muy malo en las
aulas”, dijo, “me aburría mucho y para entretenerme hacía caricaturas
de mis profesores y compañeros”.
Habló después de sus comienzos,
con sólo 15 años, cuando publicó su primer dibujo en el diario El País
de Montevideo, del que más tarde sería redactor. Pero abandonaría ese
puesto rápidamente para dedicarse a las artes plásticas. “Desde entonces
he logrado sobrevivir con mi absoluta y saludable incapacidad de
vender”, dijo. A lo largo de su vida, dijo, “he conocido a gente
admirable, mediocre y hasta perversa, lo que me ha servido para generar
anticuerpos que, igual, no siempre me salvan”.
Este uruguayo de 82
años, nacionalizado argentino desde 1980, se define a sí mismo como
periodista, y su trayectoria lo avala: su carrera como caricaturista se
hizo un lugar en diarios como La Opinión, Primera Plana o Clarín,
donde ilustra la página de política desde 1973. Todos los tiempos
políticos pasaron por su lapiz. “Sus dibujos recorrieron tanto lo más
difícil como lo excelente de la Historia de la Argentina”, dijo Cervone,
y explicó que esta distinción se le concede por ser “uno de los
caricaturistas políticos más reconocidos de Latinoamérica, tanto a nivel
nacional como internacional”.
Sábat tomó la palabra: “esta
distinción va dirigida a una sucesión de individuos que viven todos
integrados en mi persona”, dijo Menchi –como le dicen sus amigos–, que
además de periodista e historietista es fotógrafo y pintor y al que no
le faltan los premios recibidos: el Diploma al Mérito de la Fundación
Konex en 1982, el de la Universidad de Columbia, Nueva York, en 1988, el
Nuevo Periodismo Homenaje de la Fundación que dirigió Gabriel García
Márquez, entre otros.
Vencedor golpeado. Alfonsín, en medio de la crisis de Semana Santa, 1987. |
A principios de los años 80, Sábat creó en
Buenos Aires la Fundación Artes Visuales, la cual preside y donde,
además, es profesor. Y desde 2013, es presidente de la Academia Nacional
de Periodismo: “Yo soy periodista, está muy claro”, ha dicho ante los
medios en más de una ocasión.
“Recibí muchos golpes también pero
siempre supe que en los hechos que me suceden intervengo yo”, dijo el
caricaturista, y a lo mejor estaba pensando en la polémica que se armó
cuando dibujó a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner con una
cinta tapándole la boca, o en cuando la dibujó con un ojo morado. No le
gusta hablar del pasado y lo dice.
“Lamentaría, señor, que mi obra
hubiese tenido éxito entreteniendo. Sólo quería mejorar a la gente”. De
esta manera, haciendo suya la frase que dijo Händel el día del estreno
de su Mesías, en 1743, quiso este caricaturista cerrar su discurso.
Dejando los papeles sobre la mesa levantó la cabeza y miró a su público
que, sin prisa por degustar los dulces que esperaban a la salida, lo
aplaudió incansablemente.
Fuente: clarin.com
Fuente: clarin.com
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