VEINTICINCO AÑOS DE TEORÍAS
SOBRE EL GRAN ROBO DE OBRAS DE ARTE

Un especialista cuenta en primera persona su faceta de investigador de Rembrandt
   Cristo en la tormenta del Mar de Galilea, de Rembrandt.

Por Tom Mashberg / The New York Times

  
BOSTON.- El vestíbulo del depósito de Brooklyn estaba a oscuras, y el espacio, abarrotado. Pero de pronto se encendió el rayo de una linterna y me encontré frente a una de las obras maestras robadas más buscadas del mundo: La tormenta del mar de Galilea, de Rembrandt van Rijn. ¿O no era?
Durante esa visita nocturna de agosto de 1997, mi guía era un marchand de dudosa estofa que había estado bajo la mira del FBI por haber asegurado que podía garantizar la devolución de la obra a cambio de US$ 5 millones de recompensa. Yo era reportero del Boston Herald, obsesionado como tantos por hallar la Tormenta, un paisaje marino con Jesús y los apóstoles, y 12 obras más, incluidos un Vermeer y un Manet, robados una madrugada de marzo de 1990 del Museo Isabella Stewart Gardner, de Boston.
El robo había sido un notición y lo sigue siendo, 25 años después. Las obras estaban valuadas en US$ 500 millones: el robo de arte más grande en la historia de Estados Unidos.
Por teléfono, mi guía había dejado entrever que sabía algo del robo, y contaba con cierta credibilidad en las calles, ya que estaba vinculado con un ladrón de arte que ya se había robado dos Rembrandt. Me llevó hasta una baulera y apuntó su linterna hacia la pintura, hacia la firma del maestro, a la derecha inferior de la obra, donde debía estar, y luego me sacó abruptamente del lugar. La visita no duró más de dos minutos.
Pueden llamarme si quieren "inspector Clouseau", me han dicho cosas peores, pero tuve la certeza de estar frente al Rembrandt auténtico, y de que ésa y tal vez el resto de las obras volverían a casa. Escribí una nota de tapa para el Boston Herald sobre esa visita furtiva, con el título de "¡Lo vi!", y me senté a esperar el final feliz de la historia. Nunca llegó.
Dieciocho años después, me pregunto si lo que vi era una obra maestra o un esfuerzo maestro para engañar. Los actuales agentes del FBI siguen desestimando mi visita de aquella noche. Las autoridades siguen intrigadas por unos fragmentos de pintura que recibí en 1997. En aquel entonces escribí que era posible que proviniesen del Rembrandt, pero el FBI anunció que las pruebas demostraban que no tenían relación con la Tormenta.
En una entrevista reciente, los agentes del FBI me dijeron que en 2003 esas muestras habían sido vueltas a analizar por Hubert von Sonnenburg, experto en Vermeer y ex jefe de conservación de pintura del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, que murió un año después. Determinó que los fragmentos se correspondían con el pigmento conocido como "rojo del lago", muy usado por Vermeer, también en su obra robada El concierto. Von Sonnenburg había concluido que el patrón del craquelado de los fragmentos de pintura era similar al encontrado en otras obras del maestro holandés del siglo XVII. ¿Están perplejos? Yo también.
Ésos han sido los avatares de mi cobertura del caso durante casi dos décadas, durante las cuales reuní cientos de documentos de investigación y fotografías, entrevisté a delincuentes y pirados, y tuve reuniones con decenas de agentes de la ley, nacionales y municipales, y altas autoridades de diferentes museos.
En 2011, escribí un libro sobre el robo de arte con el jefe de seguridad del museo Gardner, Anthony M. Amore. Omitimos referirnos al caso Gardner porque Amore decía que la búsqueda había llegado a una etapa decisiva. Pero los presupuestos que manejaban Amore y el agente especial del FBI Geoff Kelly se convirtieron en la teoría más fuerte sobre el caso: el golpe fue obra de una asociación chapucera de gánsteres locales con mafiosos de segunda línea de otros estados, muchos de ellos ya muertos hace tiempo.
Esa teoría es menos descabellada que muchas de las que han sobrevolado, que atribuían el robo a agentes del Vaticano, a militantes del Ejército de la República Irlandesa, a emires de Medio Oriente y a avariciosos multimillonarios. Y no paran de surgir deducciones, como las contenidas en un libro de inminente aparición que combina elementos de la teoría del FBI con giros novedosos.
El museo Gardner fue creado por Isabella Stewart Gardner, una acaudalada mecenas de las artes de Boston. En 1903, instaló sus tesoros en un palacio de estilo veneciano que convirtió en su hogar y en museo abierto al público. Su designio se conoció después de su muerte, en 1924: ningún objetos podía ser movido del lugar que ella había elegido para ser mostrado.
Anticipándose a la ola de interés, y de posibles críticas, que quizá se despierte en vísperas del 25° aniversario del golpe, los investigadores Amore y Kelly me mostraron recientemente una presentación en PowerPoint donde detallan lo que, a su parecer, mejor da sentido a lo ocurrido. La teoría se remonta a 1997, cuando informantes del FBI dijeron que un gánster de poca monta de Quincy, Massachusetts, llamado Carmello Merlino, estaba dispuesto a entregar las obras robadas a cambio de US$ 5 millones de dólares.
Los investigadores dicen tener esperanzas de localizar el botín, por más que muchos de los sospechosos ya estén en la tumba. Kelly y Amore dicen estar convencidos de que las obras terminaron en Filadelfia, donde fueron vendidas.
Kelly rechaza la idea de que los ladrones hayan destruido las obras tras darse cuenta de que habían "cometido el robo del siglo sin saberlo". "Es muy raro que eso ocurra con los ladrones de arte", señala Kelly. "La mayoría de esos delincuentes son lo suficientemente vivos como para saber que un cuadro valioso es siempre un as en la manga."

El autor es coautor de Stealing Rembrandts, periodista especializado en investigación de arte.
Traducción Jaime Arrambide.

Fuente texto: lanacion.com

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