Hacen exactamente 85 años, Le Corbusier
visitaba por primera y única vez Buenos Aires. El padre de la
arquitectura moderna llegaba en octubre de 1929 para dar un ciclo de 10
conferencias y, en la última, ofreció su “solución para los problemas de
Buenos Aires”: 12 megatorres en el río con aeropuerto y todo un barrio
de monoblocks en lo que hoy es el Microcentro porteño.
Le
Corbusier ya era conocido por sus propuestas revolucionarias en Europa, y
medio que lo invitaron para alborotar un poco el avispero. Sin embargo,
los que entendían de vanguardias urbanas y arquitectónicas eran pocos y
ya tenían sus ideas. Le Corbusier no resultaba tan atractivo. En ese
entonces, el tipo no era el prócer de la arquitectura que es hoy. Para
colmo, su primera conferencia fue en ICANA, después de dos disertaciones
del estadounidense Waldo Frank, un escritor que hoy nadie recuerda pero
que entonces era un re capo.
Al día siguiente de esa
presentación, para cuando Le Corbusier se ponía a hablar en francés por
primera vez en Buenos Aires, el yankee estaba dando la continuación de
su disertación sobre Chaplin en otro lado y se chupó toda la atención de
la prensa. Síntesis: los diarios de la época publicaron unos
recuadritos sobre el suizo y transcribieron la conferencia del yankee a
doble página.
Pero ojo, Corbu no era ningún gil y no le importaba
tanto la popularidad como hacer “contactos”. Para eso, se rodeó de la
crème de la crème porteña. No de la sociedad patricia y conservadora,
más bien de la patricia modernizada: intelectuales y millonarios con
nombre y cultura avant garde .
Así es como conoció a Victoria
Ocampo –quien le histeriqueaba con la idea de hacerse una casa–, a
Ricardo Güirales, al chileno Matías Errázuriz –quien le encargó una
casa– y Julián Martínez –quien casi le encarga una casa–. Pero el suizo
tenía planes más ambiciosos: quería hacer una ciudad y Buenos Aires lo
tentaba mucho.
La Reina del Plata fue la primera escala de un
viaje que incluyó Montevideo, San Pablo y Río de Janeiro. En cada puerto
dejó un proyecto urbano revolucionario. “Alguno va a picar”, habrá
pensado. Lo cierto es que Le Corbusier venía de varios fracasos y lo que
realmente le atraía era hacer Brasilia, un proyecto que se le escabulló
por poco. Igual, entre nosotros: se le escapó la tortuga ¿Vos te
imaginás que los brazucas le podrían dar su capital a un extranjero?
Cuando
Le Corbusier empezó con sus conferencias y vio que la cosa no andaba,
decidió jugarse con una propuesta para Buenos Aires. Adaptó sus
proyectos europeos y rompió con todo. Después usó el mismo método para
el resto de su periplo.
Su idea fue bastante polémica: una ciudad
administrativa de megatorres en medio del río con un aeropuerto
flotante. Esta isla se conectaba a tierra mediante un puente que
continuaba la dirección de Avenida Rivadavia. En el esquema del suizo,
la Casa Rosada, Plaza de Mayo, Avenida de Mayo y el Congreso aparecían
“tapados”. Además, su idea abogaba por reemplazar todo el Microcentro
por un zig zag de viviendas rodeadas de parques.
En su momento,
la propuesta fue bastante polémica y se le opuso medio país. Ojo,
¡estamos hablando de 1929, eh! No había Segunda Guerra Mundial y acá no
existía la arquitectura moderna, ni siquiera edificios de departamentos
lisitos y sencillos.
Todo era estilo y lo que pregonaba Le
Corbusier era poco menos que una “grasada”. El maestro vio a medio
construir la Facultad de Ingeniería en Las Heras (todavía está a medio
hacer). Lo aterrorizo que se hiciera en estilo gótico y dijo que se
llevaba una foto para su “colección de cosas absurdas”.
El tipo
era medio irónico, a mi me parece que acá no lo entendieron del todo.
Por ejemplo, un periodista le preguntó si le gustaba la música y dijo
que sí. “Me encantan las marchas militares turcas, se escuchan los
tambores desde lejos”, tiró. Si eso no es una cargada no se qué es.
Bueno, lo de demoler el Centro, muchos se lo tomaron al pie de la letra.
* Editor adjunto de ARQ
Fuente: ARQ Clarín
Fuente: ARQ Clarín
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