ADOLFO BIOY CASARES
Y SUS MILES DE PÁGINAS DE MEMORIAS AUN INÉDITAS

En Recoleta. En 1988, al editarse “La invención y la trama”, antología prologada por Marcelo Pichon Rivière. /
FCE

Por Matilde Sánchez

En el centenario de su nacimiento, Adolfo Bioy Casares, premio Cervantes 1990, todavía nos reserva un mar de memorias inéditas, mientras los críticos siguen devanando el Borges, que lo ocupó en sus últimos años y que vio la luz recién en 2006, siete años después de su muerte. Relato minucioso de la amistad más legendaria de la literatura argentina y de cincuenta años de vida intelectual, tesauro del lenguaje porteño, con su arcón de chismes: todo eso es el Borges, que cambió el eje de la estima literaria de su autor, sobre todo entre los escritores jóvenes. Hoy pensamos en él no solo como el narrador delicado de una cuantiosa obra ficcional –novelas y cuentos, de género fantástico, en su mayoría, La invención de More l, Diario de la guerra del cerdo y Dormir al sol y La trama celeste, entre otras–, sino también como uno de los grandes memorialistas argentinos del siglo pasado. 2014 también ve el tercer tomo de su Obra Completa, anotada por su curador, Daniel Martino, con un preciosismo que no abruma. Actualmente en Brasil se prepara la traducción. El primer encuentro de Martino con Bioy ocurrió en 1986, en la Feria del Libro y desde el llano, cuando se le acercó para que le firmara un ejemplar. Con menos de 30 años, compuso el ABC, el volumen de citas que en 1991 le abrió la confianza del escritor y sus cientos de cuadernos privados y libretitas de bolsillo. Luego prepararon juntos las memorias de Descanso de caminantes, publicadas en forma póstuma. Pero es sobre todo el cómplice que trabajó con Bioy en extraer de sus diarios privados el Borges. Heredero de la obra édita e inédita de Bioy, es el custodio de su voz literaria –y confiemos en que nunca será su censor. El archivista que teje referencias también libra la batalla postmoderna de blindar la obra contra impostores digitales y versiones corruptas. Alimenta la página www.borgesdebioycasares.com.ar, donde la pesquisa bibliográfica es continua. El hombre es un vértigo de citas y bromas, un melómano serio y un fanático del cine de Buster Keaton. Por timidez, o porque la fobia escénica conviene a su pacto, suele mantenerse del lado de los fantasmas. Sin embargo, observa: “Cada vez que releo lo que dice de Sabato encuentro una crueldad nueva. Qué maestro de la destrucción absoluta es Bioy, aunque siempre con algún ligero elogio...”. Este es un tramo de nuestro diálogo, que ampliamos en la versión digital.
- La publicación del “Borges” tuvo críticos y adeptos. El ensayista mexicano Carlos Monsiváis contaba que con Sergio Pitol se llamaban cada mañana para comentar la lectura nocturna, mientras que Ricardo Piglia se dijo un poco decepcionado al descubrir que estos grandes maestros se comportaban como dos viejos chusmas.
-Creo que en esta recepción, favorable o adversa, influye la tendencia a instituir a Borges como la divinidad mayor del panteón literario y de tomar sus declaraciones como verdades reveladas. Para muchos, Borges es un prócer inmaculado, del que sólo estaría permitido invocar aquellos tópicos con los que él mismo se preocupó por quedar asociado: laberintos, antepasados guerreros, heresiarcas, cuchilleros, espejos… Esa figura se completa con una ceguera vivida heroicamente y esa presencia tutelar de Leonor, la madresposa castradora. Es lo que viene a vulnerar el Borges. Para quienes esperaban un santoral, por su esencia el libro jamás podría ser satisfactorio, porque no pretende ser un evangelio ni una hagiografìa. Estos lectores se indignan porque Bioy no oculta los prejuicios que hoy resultan políticamente incorrectos, como el racismo y la homofobia. Por si no bastara con escandalizar a los devotos, imagino que para un peronista siempre habrá sido muy incómodo digerir que el hombre que se tiene por el máximo escritor argentino aborreciera a Evita y a Perón y dedicara su vida a proclamar ese rechazo... La solución más tranquilizadora para este dilema era simple y eficaz: concediendo lo innegable –que Borges es un escritor inmenso– se hacía la salvedad de que a partir de determinada etapa, la caída de Yrigoyen, vivió al margen de la realidad, convertido en un señor que, abstraído en juegos metafísicos y cegado por sus prejuicios, no fue capaz de conocer ni de entender la esencia del mejor peronismo. El Borges no convalida esa solución. Por el contrario, lo muestra muy preocupado por cuestiones que uno creería le eran indiferentes, como la politiquería barata de las elecciones de la Sociedad de Escritores, los tejemanejes de los premios literarios, o, sobre todo, comentando con bastante información la realidad política inmediata.
- ¿Creés que la recepción del Bioy memorialista sigue incomodando? ¿Cuánto colabora el clima de época?
- Es posible. Pero me disgusta juzgar el pasado desde el presente, responsabilizando a un individuo de los –llamémoslos así– prejuicios de su clase. El propio Karl Marx se avergonzaría de este tipo de razonamientos. Que Borges y Bioy celebraran la Libertadora es comprensible: para ellos, esos militares eran una suerte de salida de la vía muerta que significaba la democracia de masas. No veían en la Libertadora a los precursores de Videla. Creo que para ellos, quien mejor encarnaba eso era el primer peronismo.
Editor. Martino recibió los papeles privados de manos de Bioy.

-¿Cómo es el plan de trabajo con la obra de Bioy en adelante?
-Quedan muchísimas páginas, el resto de los papeles privados. El plan de publicación responde a largas charlas con Bioy. Pronto llega un Epistolario literario; un Epistolario (no solo literario) con Silvina Ocampo; una reedición ampliada y corregida del Borges … Y la reconstrucción de la novela Irse, que trató de escribir por casi treinta años, con cambios de ambiente. El cuento “Irse”, incluido en Una magia modesta, es apenas una versión resignada y lineal de su argumento. Me sorprendió leer en sus diarios que él preveía empezar su publicación después de 2014. Son sus palabras en la portada de un cuaderno de 1949: algo como “para publicarse en el 2014 o un poco antes, cuando no pueda molestar a sobrevivientes”.
-La “Obra Completa” solo está en Argentina; entretanto, ha habido un big bang de ediciones populares, con prólogos de él.
-Qué especie inexplicable son algunos editores, empeñados en evitar la difusión de sus propios libros. No todos, por suerte. Vi esas ediciones populares, baratas en el peor sentido, me llenaron de tristeza. En lugar de los textos definitivos, que me llevaron tres años de trabajo, replicaron viejas versiones llenas de erratas. Los prólogos me temo que son apócrifos: no los escribió Bioy. Son declaraciones periodísticas presentadas como prólogos. Al ver estas cosas recuerdo a Goethe: él decía que debería haber un infierno especial para los editores, porque con el común no basta.
-Conociendo sus diarios, ¿cómo describirías el vínculo con su mujer, la escritora Silvina Ocampo? ¿Cuánto de las tramas y doble vida alimentó la ficción de ambos?
- Por lo que leo, el vínculo era de una naturaleza tan especial que darle un nombre sería reducirlo y desvirtuarlo. En cuanto a alimentar ficciones, me parece que Bioy está un poco más presente en la obra narrativa de Silvina. Por ejemplo, el narrador de “El intruso”, al menos en las primeras páginas, es el retrato que Silvina hace del Bioy de mediados de los años 30, llegando a la estancia de Pardo con sus valijas de libros. No creo que haya algo semejante en la obra de Bioy posterior a 1940.
-¿Y cómo describirías a Bioy? No se parece al hedonista contemporáneo; tampoco es exactamente el dandy que describe David Viñas. Y aunque no se identificaba con los pornógrafos del siglo XVIII, tiene algo del libertino clásico.
-Responder esa pregunta me llevará todavía unos años. No era un moralista, esto no es una revelación, pero no se sentía atraído por la pornografía de ninguna época. No le gustaban Sade, ni Restif de la Bretonne. Sí, en cambio, Casanova, pero más como memorialista y, claro, porque era inevitable que sintiera interés por el personaje. Por la imagen: no por todos y cada uno de sus actos.


Fina estampa. Daniel Martino junto a Adolfo Bioy Casares en Madrid, en 1991.

-En las ediciones de los diarios ya publicados, él suele velar las referencias personales. ¿Cuáles fueron sus directivas para esas miles de páginas por llegar?
-Más que directivas, yo hablaría de puntos de vista comunes. Bioy pensaba que nunca una línea vale dañar a una persona. Que una cosa es escribir una ironía sobre un personaje público, como Mallea, Sabato o el propio Borges, personajes sobre los cuales abundan los testimonios y que, por tanto, tienen defensores. Y otra bien distinta es lastimar con secretos a alguien que lleva una vida privada: sería su palabra contra el silencio del indefenso. Un ejemplo: si en Descanso de caminantes la anécdota gira en torno de Silvina Bullrich y Manucho Mujica Lainez, buena parte de la gracia se perdería si omitiéramos esos nombres. Pero si la anécdota la protagonizara un portero o un mozo, anónimo para el lector, ¿qué importa precisar apellidos? Acá la anécdota es lo que cuenta: los otros son apenas su vehículo.
-El peligro es el de una narración disecada. Esto ha ocurrido con la expurgación de párrafos confesionales en Alejandra Pizarnik, a pedido de su hermana. En el caso de Bioy y Silvina se complica pues sus nietos tienen los “derechos morales” sobre el daño que podrían acarrearles las revelaciones familiares. Es una disyuntiva, pues puede convertir al editor en custodio del panteón.
-Tal vez. Felizmente, la publicación está garantizada. Quisiera destacar que nunca habrá forma de retribuir lo mucho que debemos los lectores de Bioy a quienes crearon el ámbito legal para que sus papeles privados vieran la luz. Sin la inteligencia, la buena voluntad y, sobre todo, la pasión literaria de los abogados que intervinieron en el proceso legal, las nuevas ediciones serían imposibles. Esto queda reflejado en la muestra fotográfica “El lado de la luz”, que abre el 25 de septiembre, y donde todos los retratos encuentran su lugar.
-Este velo, entretanto, acrecienta su aura. Otros hablan por Bioy y todo funciona como una suerte de “En busca del tiempo perdido”: el lector es desafiado a completar con nombres y rostros el círculo de infidencias. Las memorias que cuidás tendrán contradictores.
-Supongo que sí. No se puede contentar a todos. La Fontaine tiene una fábula al respecto. Bienvenidos sean los contradictores, será enriquecedor oírlos.



Fuente: Revista Ñ Clarín

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