El Malba exhibe 31 obras donadas al museo por Ricardo Garabito, un artista que prefiere la calma de su taller al ruido del mundillo del arte.
MERCADERÍA CON OCHO CIRUELAS, 2003. Óleo sobre tela [Oil on canvas]. 140 x 140 cm.
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Hablar de la condición silenciosa y solitaria de Ricardo Garabito quizá sea un lugar común, pero difícilmente se pueda encontrar una forma más precisa para definir el empeño que este artista puso en los últimos años para mantenerse distante del bullicio del arte. A pesar de ello, no podría decirse que ese distanciamiento haya implicado una suspensión de diálogos con el mundo ni mucho menos con el universo de sus afinidades estéticas. Lejos de ello, en las escasas apariciones públicas que nos dedica cada tanto es posible advertir que su obra expresa distintas formas de diálogo. Con otros y consigo mismo. Algo que se verifica de modo permanente a través de una abundante producción de pinturas, dibujos y objetos.
Ahora mismo se lo puede ver en el conjunto que el artista acaba de donar al Malba y se exhibe en una suerte de formato exhibición de bienvenida. Son trece pinturas, seis dibujos y doce esculturas realizadas entre 1965 y 2007. En este conjunto, en sí mismo representativo y suficiente como para dar cuenta de la singularidad que Garabito puso de manifiesto a través de los años, todos esos diálogos están presentes.
Por empezar, el que entabló con Victorica, en “La soprano”, un óleo sobre chapadur de 1965 donde pareciera acercarse a él a través de los sujetos que elige y la impronta suelta de su pincelada.
Cecilia x 3, 1980. Óleo sobre tela. 160 x 130 cm.
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Son pinturas como “Retrato (de hombre con daga)” donde el artista se concentra en la singularidad de las figuras en primer plano con el mismo interés que en los motivos del fondo. Ya sea el paisaje de Venecia detrás de “La soprano” como los empapelados del hombre con daga, en ambos la pintura se revela generosa, deliberadamente estridente y los motivos también. Acaso de un gusto excesivo en el que se regodea con fuerte entusiasmo.
En una entrevista que le hizo Victoria Noorthorn, incluida en el libro sobre su obra que publicó editorial El Ateneo, Garabito explicó la razón de ser de esos empastes que desaparecen en su obra posterior. Según él, era la superficie rígida de chapadur sobre la que trabajaba lo que le reclamaba una carga intensa de materia.
Quizás haya sido así; lo cierto es que esa pintura fue difícil de incluir en algún casillero de época. Nada tenía que ver con las experimentaciones del informalismo que dominaban la escena. No sólo el modo en que aplicaba la pintura la descolocaba; también lo hacían los sujetos que elegía: figuras de contornos marcados que parecían salidos de las fotos de un arcón.
Recién en los años 70 podría decirse que la pintura de Garabito y, sobre todo la impronta nítida del dibujo que la define, sintonizó más ampliamente con una sensibilidad de época que se aproximó a la estética fotográfica. Es el momento en que pinta “Caja Gris”, otra de las obras donadas al Malba.
Calabaza con punta cortada, 1999-2000. Óleo sobre tela. 50 x 70 cm. |
Aquí la pintura, ya trabajada sobre tela, produce una imagen austera, nítida y que, aunque minuciosa en el detalle, no deja de ser hermética. Tan enigmática como la serie de Muebles , o “Botines”, esa obra que podría dar pie a un análisis contrapuntístico con los zapatos de Van Gogh. Así, mucho de los inquietantes climas surrealistas se deslizó en sus imágenes. Tanto como para confirmar por qué siempre se lo consideró con un pie adentro y otro fuera de cada tiempo que le tocó vivir.
De lo que se ha dado en llamar géneros de la pintura, Garabito eligió concentrarse fundamentalmente en el retrato y la naturaleza muerta y allí dirigió toda su atención con gran precisión. Las obras donadas al Malba lo ponen particularmente de relieve. Sobre todo al representar figuras que al mismo tiempo encarnan personajes de sí mismos. Ocurre con “Mujer con dos baldes” (1997), y “Hombre con pantalón amarillo” (1996) o “Dos hombres de pie con zapatillas rojas” (1995) –aunque esta última tela no forma parte de esta donación, se encuentra a pocos pasos en otra sala del museo, como parte de la colección de la Fundación Costantini. En todas ellas la aguda mirada de Garabito se detiene en datos relevantes como el tamaño de un cuello, lo que el personaje calza y hasta el modo en que se planta sobre un tipo de pavimento.
Naturaleza con nuez, 1965. Carbonilla y témpera sobre papel. 50 x 70 cm.
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Todo lo que puede describir o dar cuenta de una impronta social. Plebeya, pero decidida a afirmar la propia estima. En esto Garabito sintoniza con Marcia Schwartz y Pablo Suárez, dos artistas con los que comparte una simpatía por sujetos parecidos. Aunque la suya se incline por una paleta más amable y próxima a la de Augusto Schiavoni, el artista rosarino que descubrió por casualidad.
El tratamiento de la naturaleza muerta es otro de los géneros con particular presencia en esta donación. Al punto que la tapa del catálogo que la acompaña exhibe una de sus obras del 1999: “Calabaza cortada”.
Hay en sus naturalezas una especial fruición puesta en el detalle, pero también un potencial erótico que deviene tanto de la forma como del tratamiento pictórico. Y éste es un principio que alcanza también a la serie de esculturas, realizadas en cartón y papel pintado en colores pastel que remiten a plantas e integran la donación.
Hay en sus naturalezas una especial fruición puesta en el detalle, pero también un potencial erótico que deviene tanto de la forma como del tratamiento pictórico. Y éste es un principio que alcanza también a la serie de esculturas, realizadas en cartón y papel pintado en colores pastel que remiten a plantas e integran la donación.
La naturaleza muerta y ese tipo de esculturas son territorios que lo aproximan a Pablo Suárez, con quien llegó a compartir taller. Aunque en realidad es Fortunato Lacámera el que los juntó a ambos en el comienzo de tal linaje.
De manera que al artista silencioso no le faltaron diálogos. Sólo eligió muy precisamente a sus interlocutores. Samuel Paz y Samuel Oliver lo fueron en otro orden y de algún modo los responsables de empujarlo a la escena más lucida de las instituciones en el momento que alcanzó mayor visibilidad.
Hombre con pantalón amarillo, 1996. Óleo sobre tela. 140 x 130 cm.
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En los 70 cuando saltó de la galería Rubbers a Carmen Waugh o Bonino. Luego concentró su energía en dibujar, pintar y fabricar estos objetos en su taller y sus apariciones se dilataron.
En 1982 realizó una muestra antológica en la Fundación San Telmo y en 1998 otra con cerca de cien obras en el Centro Cultural Recoleta. Luego pasó casi una década hasta la gran retrospectiva que le dedicó el Museo Nacional de Bellas Artes en 2007. Más recientemente mostró una serie de dibujos en el Malba en una muestra que fue el antecedente de su generosa donación.
Para justificar el carácter esquivo de esas apariciones alguna una vez dijo que mientras muchos iban por la ruta, él prefería la banquina.
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