La reconstruyeron para que luciera como en los 70. Muchos muebles son originales. Pronto, abrirá al público.
Por Mauro Libertella
La casa de Ernesto Sabato en Santos Lugares tiene una historia particular. Fue construida en 1927 por Fernando Valle, uno de los pioneros del cine local, un personaje rarísimo que la erigió sin grandes conocimientos arquitectónicos pero con pericia y creatividad. La familia Sabato llegó ahí en 1945, y vivieron con el mismo Valle durante algunos años; el cineasta tomó el sótano, que era el único lugar lo suficientemente oscuro como para que sus ojos, destruidos por los focos de luz de la época, no sufrieran de fotofobia. En esa casa nacieron los hijos de la familia y ahí Ernesto escribió todos sus libros y vivió hasta el último día.
Cuando Matilde, la mujer del escritor, se enfermó, hacia 1990, la casa se enfermó con ella. Eso es lo que dice Mario, hijo de la pareja. Dice que su madre era el alma de la casa y que ambos declives fueron simultáneos. En los últimos largos años, los muebles se fueron deteriorando, el jardín se convirtió en un juntadero de suciedad y la casa perdió la alegría y el movimiento que tuvo durante décadas. Hasta que Mario dijo basta. Empezó a gestionar un subsidio de la provincia de Buenos Aires para reconstruir el lugar y recibió una partida de 500.000 mil pesos. Pero la burocracia es inmensa y el dinero tardó dos años, así que con esa suma ya no podía hacer tantas cosas como antes. Recurrió entonces a la gente, amparándose en el único legado intransferible: la popularidad de su padre. Abrió una sociedad civil para recoger donaciones y, así, siguió reconstruyendo la biblioteca, el estudio, el atelier, el hermoso patio. Una primera etapa de ese largo periplo llega a su culminación hoy, cuando a las 16 abran las puertas para que un grupo de invitados vea ese trabajo. Después vendrá lo importante: la construcción de un museo vivo.
El concepto de “museo vivo” es de Mario, que reconoce no saber nada de museología, pero que intuye que en ese desconocimiento está la posibilidad de pensar cosas raras y delirantes. La idea es que la casa no sea un panteón o un templo de la solemnidad, sino un lugar festivo como lo era durante los cumpleaños de Ernesto y otras fechas alegres del año. Entre las particularidades del proyecto, Mario quiere que sea su propio padre quien nos guíe a través de la casa. ¿Cómo lo va a hacer? Colocando pantallas en todos los ambientes transitables y proyectando en ellas la imagen de Ernesto Sabato, filmado por su hijo durante casi treinta años, contando anécdotas, historias del lugar, chistes. Quiere, en ese sentido, mostrar a un Sabato humano e incluso juguetón, distinto al Sabato compenetrado y torturado al que nos han acostumbrado las fotos y algunas declaraciones del propio escritor. Cuando ve pasar niños por la puerta de la casa, acompañados por una maestra que les señala el lugar, Mario, dice, aprieta el puño y muere por que llegue el día en que pueda abrir las puertas y decirles que pasen a conocer, que no hace falta quedarse con la imagen de la fachada. El museo vivo, además, va a ser gratis. Después verán cómo lo sostienen económicamente.
Hoy, la casa tiene una reconstrucción de época asombrosa.
Todos los muebles son originales, y si uno entrecierra un poco los ojos siente estar en el living de una casa en algún momento de la década del setenta. La biblioteca mantiene el orden exacto en que la tenía el escritor. Para eso, la familia sacó fotos de cada estante; retiraron los libros, reconstruyeron el mueble y pusieron uno por uno los libros, manteniendo un criterio de orden personal y difícil de sistematizar. La casa tiene unos siete mil libros. Un mueble tiene, por ejemplo, decenas de títulos de la mítica Biblioteca Ayacucho de Venezuela. Otro, la colección completa de la revista Sur. En algún rincón de la casa están todos los libros de Sabato traducidos a innumerables idiomas. Al escritor le gustaba mostrarles a sus visitas una buena cantidad de ediciones piratas y truchas que circulaban de sus libros. Era otra época de la literatura. Cual rock star, en una pared de la casa hay un cuadro pequeño pero significativo: Antes del fin, sus memorias, se convirtieron en “libro de oro” por superar los 100.000 ejemplares vendidos en poco tiempo. Desde la ventana de su estudio se ve algo increíble: la estatuta de Ceres de Parque Lezama que aparece en Sobre héroes y tumbas y que la ciudad le regaló al escritor.
“La casa y el barrio han tenido siempre una relación estrecha. Mi padre quiso ser reconocido como un vecino cascarrabias pero buen tipo, y cuando se muriese quería ser velado en el Club de Defensores de Santos Lugares. Cumplí con ese deseo, aunque había presiones para que hiciese en lugares más ceremoniosos. Y dije: los que quieran la foto, que viajen hasta Santos Lugares”.
Hoy se abre la posibilidad de tener otra foto, una foto de época, bien conservada, del escritorio y el lugar de trabajo del último escritor realmente famoso de la Argentina.
Fuente texto: clarin.com
Fuente texto: clarin.com
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