A la manera de Leandro Katz
En
el Espacio Fundación Telefónica, el artista sorprende con la potencia
reflexiva de sus trabajos en fotografía y video, que se presentan
interconectados; la muestra incluye una de sus obras más célebres, sobre
la muerte del Che Guevara
La
imagen de Marx, inconfundible, etérea y desdoblada en su propio
reflejo, preside la entrada a la sala. Hacia el interior, paneles
dispuestos en diagonal arman una suerte de quilla: el espacio desde
donde se nos invita a ver la proyección de una larga bandera roja que se
mece, oscila, disputa protagonismo al paisaje marino que la circunda.
Horizonte perdido se llama la obra que, desde ya, dialoga con la
espectral presencia del creador de El capital.
A Leandro Katz, artífice de este trabajo y de su
cuidada puesta en escena, no le gustan las etiquetas. Por eso, más que
como artista conceptual, prefiere definirse como alguien preocupado por
alguna forma de pensamiento que por cuestiones ligadas a la belleza
formal. En su obra se percibe un humanismo crítico, una mirada incisiva
que atraviesa la cultura, bucea en sus gestos, disecciona sus
artefactos. Una impronta tangible en sus creaciones fotográficas y
videísticas, como lo demuestra Arrebatos, diagonales y rupturas, la
exposición que, con curaduría de Berenice Reynaud, se presenta en el
Espacio Fundación Telefónica (EFT).
Allí puede verse El día que me quieras, quizás una de
las obras más célebres de este autor. Ensayo documental sobre la muerte
del Che -o, más precisamente, sobre el pregnante poder de la fotografía
que inmortalizó ese momento- es también una reflexión sobre las
posibilidades que encierra la imagen en movimiento y los hallazgos que a
veces suscita el pasaje a la imagen fija. Katz entrevista a Freddy
Alborta, autor del póstumo registro del Che, y a partir de su testimonio
-articulado con intertítulos, imágenes fílmicas, esmerado montaje y la
indagación en el modo en que se organizó la toma (esa composición que
tanto recuerda a La lección de anatomía de Rembrandt)- reconstruye un
"detrás de escena" con destino de mito.
En su investigación, Katz trabajó con muchas otras
fotografías tomadas aquel día de octubre de 1967. En una de ellas
observó que había un hombre con una cámara de cine registrando el mismo
cuerpo, los mismos ojos -abiertos aunque sin vida-, el mismo rostro
fotografiado por Alborta y que luego tantos asociarían con la figura de
Cristo. Lo increíble es que Katz encontró esa película, algunas de cuyas
tomas se sumaron al particular ejercicio de indagación que realizó a
partir de la imagen tomada en Bolivia. "La fotografía de Alborta es de
una belleza escalofriante -dice al respecto-. Pero en las imágenes en
movimiento del film lo que encontré es sordidez."
Poco tiempo después de haber producido El día que me
quieras, llegó la noticia: se había descubierto la tumba clandestina con
los restos de Ernesto Guevara. Katz, entonces, entrevistó a Alejandro
Incháurregui, miembro del Equipo Argentino de Antropología Forense que
participó de las excavaciones. De allí surgió el video Exhumación,
continuidad temática del anterior, donde la intensidad de la palabra y
del registro documental toman la delantera. Predominan los primeros
planos de Incháurregui mientras habla (una ascética "cabeza parlante",
al modo de los primitivos noticieros) y algunos registros impactantes,
como el momento en que se extrae de la tierra una chaqueta verde,
presumiblemente la que perteneciera al Che.
Arqueólogo de la imagen
La mayoría de las obras de la muestra, exhibidas en
formato digital, fueron originalmente realizadas en celuloide. Pero a
Katz no le preocupan los pasajes de soporte: "Es la naturaleza de las
cosas -asegura, siempre sonriente-. Si la obra es fuerte, sobrevive".
Lo que sí le preocupa es la potencia reflexiva de sus
trabajos. Y las conexiones que surgen entre ellos. Por eso la exposición
está organizada en dúos de obras, dispuestas entre paneles que,
discretamente, sugieren al visitante esas relaciones.
En Estación Los Ángeles, de 1976, Katz, mediante el
movimiento de la cámara a lo largo de una vía de tren, retrata, en una
única secuencia, sin cortes, a algunos habitantes de una comunidad
bananera de Quiriguá, Guatemala. Luego, por medio de un sencillo
mecanismo, "congela" algunas tomas por azar. El resultado es una
sucesión de imágenes en movimiento y fijas, registro de la acción y
detalles de la detención, todo a lo largo de una línea espacial
continua.
Treinta años después, el autor regresó a esa misma
región guatemalteca y filmó Paradox. Aquí la alternancia se da entre las
imágenes que descubren, en medio de la intensidad agreste, las piedras
milenarias del Dragón de Quiriguá (un antiguo altar maya, donde
probablemente se realizaban sacrificios) y el registro documental de la
explotación bananera en esa misma región, del cultivo al procesamiento
de las frutas, desde los documentos en blanco y negro de las primeras
factorías hasta los testimonios actuales. Las sugerencias son intensas,
justamente porque no hay concesión ni con los ejes temporales ni con los
culturales: en la belleza del monumento precolombino se esconden
tragedias, diferentes pero no menos crueles que las que pueda evidenciar
el presente. "No me interesa la perspectiva romántica -explica Katz-.La
civilización maya y las factorías bananeras pertenecen a distintos
períodos históricos, y ambas contienen injusticia y violencia."
De la violencia y sus estilizaciones también trata La
visita, una interesante pieza que, con alusiones a la estética del film
noir de la década del 40 -fundamentalmente, el uso del claroscuro y los
encuadres opresivos-, escenifica un conflicto entre dos hombres, donde
la tensión entre los cuerpos masculinos es violenta pero también
contenidamente erótica.
Otro es el tono de las tomas lunares que se pueden ver
en la sala de la planta baja del EFT. En un ambiente dispuesto a modo de
útero femenino ("algo que le preocupaba a la curadora", confía Katz),
se asiste a la proyección de varios aspectos de nuestro satélite. Una
visión hechizante que también ancla en la singular perspectiva
-¿política y arqueológica?- del autor: la luna como emblema de la
cultura maya, pero también como motor de creación, impulso de
renovación, silencioso espejo donde cada generación, desde las más
arcaicas hasta las presentes, recrea sus modos de ver.
Fuente: ADN Cultura La Nación
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