Dejó miles de obras, cambió la historia del arte, sus cuadros
valen millones, pintó el horror de la guerra y su nieta lo llamó
“monstruo”.
LE REVE, DE PICASSO. Lo adquirió hace días un magnate de Wall Street por 155 millones de dólares. |
Por Bárbara Alvarez Plá
Un día como hoy, un 8 de abril de 1973, el mundo se despidió del artista
español Pablo Picasso, nacido en Málaga en 1881, que aquejado de una
embolia pulmonar llevaba tiempo recluido en su casa de Mougins, en el
Sur de Francia.
Prolífico como ninguno, a su muerte dejó 1.900 cuadros, 3.200 cerámicas, 7.000 dibujos, 1.200 esculturas y 20.000 gráficos, que lo elevaron al podio de los artistas más prolíficos del siglo XX, y hoy, cuarenta años después, sigue siendo una de las mayores influencias del arte contemporáneo, con cuatro de sus obras entre las diez obras más caras de la historia del arte.
Prolífico como ninguno, a su muerte dejó 1.900 cuadros, 3.200 cerámicas, 7.000 dibujos, 1.200 esculturas y 20.000 gráficos, que lo elevaron al podio de los artistas más prolíficos del siglo XX, y hoy, cuarenta años después, sigue siendo una de las mayores influencias del arte contemporáneo, con cuatro de sus obras entre las diez obras más caras de la historia del arte.
Dicen que era
incansable, apasionado, irascible. Sus amigos afirmaban que también era
generoso y que en él había modestia, pero si hay un calificativo que
nadie le puede negar, es el de genio. El artista, que sería uno de los
fundadores del cubismo afirmaba que “un pintor nunca puede hacer lo que
se espera de él”.
Al momento de su muerte, la mayoría de las obras
de este consagrado enemigo del mercado del arte, que hoy lo venera,
estaban en su poder, y muchas de ellas fueron a parar al museo parisino
que lleva su nombre, en cobro de los impuestos sucesorios, ya que
Picasso, que aún no tenía pensado morir, no había hecho testamento: “Un
pintor es un hombre que pinta lo que vende. Un artista, en cambio, es un
hombre que vende lo que pinta”, había dicho el genio.
Las
mujeres influyeron enormemente en su vida, aunque se hablaba de
maltrato, su nieta Marina lo describió como un “monstruo” capaz de gran
“crueldad psicológica”. Tuvo cuatro hijos y se casó dos veces: primero
con una bailarina rusa y más tarde con Jaqueline Roque, que lo
acompañaba al momento de su muerte y que se pegó un tiro en la cabeza 13
años después. Y no sería la única suicida entre sus musas:
Marie–Thérèse Walker, con quien Picasso había tenido un romance a los 46
años, se ahorcó en 1977. Ella fue la dama inmortalizada en El sueño
(1932), pintura que saltó a primera plana de los diarios de todo el
mundo hace unos días al ser vendida por más de 155 millones de dólares.
Con
14 años ingresó en la Escuela de Artes de Barcelona, después iría a
Madrid y de ahí a París, donde comenzaron sus años de bohemia y su
“periodo azul” (1901-1904), que dio obras como El entierro de Casagemas.
Tras una breve estadía en Barcelona y de vuelta en París, comenzó el
“periodo rosa” (1905-1907), y sus pinceles se centraron en el retrato de
trabajadores del circo, marginales y gitanos, con obras como La familia de Arlequín.
Su consagración llegó en 1907 con Las señoritas de Avignon.
Bajo influencia del arte africano inauguró su ruptura con el realismo,
que, en 1908, devino en la formulación del cubismo, que por su rechazo
al naturalismo, es un punto de quiebre de la historia del arte.
En 1936, estalló la guerra civil española y en 1937 pintó El Guernica,
en alusión a los bombardeos de las tropas franquistas sobre el pueblo
español. Esa síntesis perfecta de cubismo, expresionismo y surrealismo,
es un ícono del siglo XX. La Segunda Guerra Mundial (1939-1945), lo
encontró en París, donde se declaró pacifista, uniéndose, al final de la
contienda, al Partido Comunista.
En una Europa asolada por la
guerra, Picasso transformó el arte e hizo de él un instrumento de
denuncia. Cuarenta años después, su mensaje sigue vigente.
¿Por qué amamos al pintor del dolor del siglo veinte?
Por Mercedes Pérez Bergliaffa
Amamos tanto a Picasso, en parte, porque su obra y su
personalidad fueron excepcionales. Pasó lo mismo con Andy Warhol y
Salvador Dalí. Y nosotros, hijos de ese siglo que todo lo convierte en
mito y mercancía, tenemos nuestros propios dioses terrenales. Picasso es
uno.
¿Pero por qué su obra “nos llega” tanto? Primero, porque
está muy difundida, conocemos sus códigos generales. Segundo, porque
Picasso siempre tuvo una profunda conciencia del hombre y las
contradicciones del S.XX. Comunista y antifascista, pintó las Guerras
Mundiales, el anhelo de paz y también la alegría de los primeros años.
Artista
sumamente inteligente, no podría comprenderse la historia del arte
figurativo sin tenerlo en cuenta. Todas, todas sus obras tienen un eje
común: están basadas en la realidad, aun cuando no lo parezca. “El arte
abstracto no existe, siempre hay que partir de algo”, rabiaba Picasso.
Pero él no sólo veía al mundo, sino que lo pensaba. De ello surgió un
período suyo fundamental: el cubista.
Pensemos en este pasaje, que lo define: de su pintura Las señoritas de Avignon a El Guernica. De la descomposición de la “realidad”, a las figuras explotando; a la denuncia.
Picasso
fue ese artista que supo expresar el grito de dolor del siglo XX
inventando un nuevo lenguaje plástico, creando formas nuevas para
situaciones nuevas. Y todas tenían que ver con los hombres. Por eso lo
sentimos cercano.
Fuente: Revista Ñ Carín
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