De travesía por distintos países sin abandonar nunca
una pequeña sala en el décimo piso de un edificio del centro porteño.
Esa es la sensación que nos deja visitar "Compañeros de viaje", la
muestra colectiva que se presenta en Fundación Alón.
Por Julia Villaro
De travesía por distintos países, sin abandonar nunca la ciudad de Buenos Aires. Mejor aún: de travesía por distintos países sin abandonar nunca una pequeña sala en el décimo piso de un edificio del centro porteño. Esa es la sensación que nos deja visitar Compañeros de viaje, la muestra colectiva que se presenta en Fundación Alón hasta fines de Abril.
De travesía por distintos países, sin abandonar nunca la ciudad de Buenos Aires. Mejor aún: de travesía por distintos países sin abandonar nunca una pequeña sala en el décimo piso de un edificio del centro porteño. Esa es la sensación que nos deja visitar Compañeros de viaje, la muestra colectiva que se presenta en Fundación Alón hasta fines de Abril.
En
Chile, en el camino entre Zapallar y Papudo, la artista Teresa Gazitúa
ha fotografiado las huellas del cuarzo blanco sobre el granito negro,
para grabar las imágenes resultantes en planchas de aluminio compuesto.
Un metal –de origen mineral- manipulado por el artificio del hombre,
representando la erosión natural de otros minerales a lo largo del
tiempo. Visualmente la ambigüedad de las obras puede remitirnos a
cadenas montañosas, al mar o a los diversos estratos del suelo, pero su
materialidad es contundente. Tanto, que a través de la vista adivinamos
su textura árida sobre la piel.
Matilde Marín transita lugares
remotos documentando faros. Si la función de estas torres es, a través
de su luz, hacerse visibles como guía en la penumbra, la artista
argentina toma sus fotografías en el momento justo en que el sol
comienza a bajar, pero la oscuridad aún no arrebata el paisaje a la
vista. Entonces los faros se ofrecen aquí como contrapunto de factura
humana a la naturaleza agreste que los rodea -ya sea el campo, las
arenas costeras o el agua misma-. Las imágenes de estas fotografías son
tan límpidas que casi respiramos el aire fino de esos crepúsculos.
En el video Jiwasa,
Joaquín Sánchez -artista paraguayo que vive entre su país natal y
Bolivia- nos muestra dos situaciones a través de un montaje paralelo. A
la derecha un grupo de mujeres desarma una bandera boliviana; tira de
los hilos que componen su tela hasta desintegrarla por completo,
revelando la compleja trama que se necesita para confeccionar el símbolo
nacional, metáfora más que elocuente del espeso entretejido de
identidades que conforman el estado boliviano –y, por qué no,
Latinoamérica-. Mientras tanto, en el cuadro de la izquierda, una
multitud se congrega en los campos y peregrina hasta la ciudad. Las
imágenes a color de la jornada de proclamación de Evo Morales se
fusionan con imágenes de archivo, en blanco y negro –probablemente de
marchas anteriores- señalando que la reivindicación identitaria ha sido
para esos pueblos una lucha de años.
Mientras observamos las
fotografías de Marín, los grabados de Gazitúa y el video de Sánchez,
advertimos un canto de pájaro que se mantiene constante, proveniente de
la instalación del artista uruguayo Pablo Uribe. La obra, ubicada en la
sala contigua, va componiendo en nuestra cabeza una suerte de paisaje
sonoro; nos conecta de forma inmediata –qué poder el del sonido- con
amaneceres y atardeceres bucólicos. Justo cuando alcanzamos a imaginar
al artista echado en el pasto, húmedo por el rocío, registrando esos
sonidos a medida que el sol alcanza el cénit o que la tarde cae,
llegamos a la sala donde se encuentra la instalación: ahí se comprende
la verdadera procedencia de los sonidos y el sentido de la obra cambia
radicalmente.
Cuatro artistas latinoamericanos emprendiendo, a
través de los caminos del arte, una metafórica travesía, como señala en
el catálogo Victoria Verlichak, su curadora. Cuatro formas personales de
pensar y representar un territorio son también cuatro formas de estar
ahí.
Fuente: Revista Ñ Clarín
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