La curadora Olga Martínez seleccionó a Pablo La
Padula, Ariel Montagnoli y Silvia Rivas para realizar obras en diálogo
con el entorno en el espacio dedicado a los artistas contemporáneos de
Fundación Proa, que desde los 90 se propone como un hábitat de la
vanguardia nacional.
Por
Cristina Civale
Fundación Proa arde este verano, ardiente como pocos. Presenta
tres muestras tan diversas como imperdibles. Están las instalaciones del
alemán contestatario y rebelde Harun Farocki; la instalación sonora,
con reminiscencias medievales, de Edgardo Rudnisky y las muestras cuyo
soporte son las nuevas tecnologías y cuyo resultado es el asombro del
visitante ante las obras de los consagrados Mariano Sardón y Mariela
Yeregui. Pero también suceden otras cosas, otras muestras, de las que
pocas veces se ha hablado hasta el momento. Se trata de la apuesta
llamada Espacio contemporáneo, precisamente una invitación a un curador y
a tres artistas para interactuar con obras específicas con el edificio
de Fundación Proa, más bien con su estupendo trazado arquitectónico.
Acompañando las muestras de este verano, Olga Martínez curó un combo de tres muestras de tres artistas bajo el nombre De un tiempo a esta parte
y cuyo tema excluyente es la naturaleza. Es un edificio blanco, de
estructura nobles y ventanas conservadas, net y sin una plantita ni una
animalito o resquicio de ellos, este Espacio Contemporáneo siempre se
instala como un diálogo de la diferentes obras con las escaleras, los
baños, la librería el bar y algún espacio de pasaje. En este verano de
ardor, la naturaleza ruge sutil en los espacios intervenidos. Plantas,
alegóricos zumbidos de moscas, un laboratorio de genio loco son las
nuevas apuestas. Las explicamos un poco más abajo porque vale la pena
narrar cómo se llegó aquí.
Como todo en la vida, Espacio
Contemporáneo tiene una historia. Nos la cuenta Santiago Bengolea,
actual coordinador del Espacio, siempre supervisado por la arriesgada
directora de la Fundación, Adriana Rosenberg.
Bengolea dice a Ñ
digital: “Existen antecedentes del Espacio Contemporáneo de Proa, con la
pared experimental ubicada en el patio central del primer piso, donde
estaba la mesa de lectura en el anterior edificio de la Fundación. Los
artistas estaban invitados a realizar un proyecto in situ en
esa pared de enormes dimensiones. Artistas como Daniel Joglar, Sergio
Avello, Jane Brodie y Cecilia Biagini, entre otros, fueron parte de esa
primera experimentación”. Y sumemos las maravillosas tardes de domingo
donde se invitaba a un DJ y a todo el mundo a bailar en la terraza. Fue
la intervención, probablemente, más recordada y extrañada de Proa. Ya no
se baila en la terraza pero a sus habitués –hicimos una encuesta– les
gustaría. Melancolía de la danza y del encuentro vespertino porque todo
terminaba antes del anochecer.
Corrían los 90s. El mundo cambió y
Proa se sumó, creció y fue por más. El Espacio Contemporáneo del que
ahora disfruta un visitante de la Fundación se inauguró recién en 2009
con la muestra de Marcel Duchamp.
NATURALISMO URBANO. Pablo La Padula, autor de "Vitrina Panopticum", 2013, es doctor en Ciencias Biológicas. |
Nos sigue contando Bengolea:
“Cuando se inaugura la nueva sede con la muestra de Marcel Duchamp en
2009, Fundación Proa presenta la intervención del artista Jorge Macchi
en el espacio de la librería, donde exhibe los dibujos de su libro Block y Las Comisuras de La Boca.
En ese momento fue una propuesta coordinada por Karina Granieri y Julia
Masvernat que se produjo para el contexto específico del
restaurante/cafetería de Proa e hizo nacer, a partir de una iniciativa
de la institución, un método de trabajo”.
Por este Espacio
consolidado desde entonces pasaron, entre otros, artistas como María
Inés Drangosch, Daniel Joglar, Ismael Pinkler, Mariela Scafati, Marcela
Sinclair, Cintia Mezza, Elba Bairon, Esteban Pastorino, Mirtha
Dermisache y Alejandro Cesarco y los artistas argentinos residentes en
Berlín, Dolores Zinny y Juan Maidagán. Todos trabajando con el concepto,
hoy muy en boga, de site specific. Realizar una obra para un
lugar en particular, pero una obra efímera que luego se borrará del
espacio y que sólo será recordada por sus registros en fotografía o
video porque la obra en sí misma desaparecerá.
El trabajo sobre el
Espacio es tan específico como sus obras. Nos sigue despabilando
Bengolea: “En general tardamos entre una semana y quince días en montar
todo, depende del proyecto y la sincronía con los artistas. Los
proyectos pueden ser presentados por los curadores o en algunos casos
surgen por invitación nuestra. Están previstos con bastante anterioridad
y una vez aceptados son conversados con Adriana (Rosenberg) y después
conmigo para adaptarlos al espacio o a las necesidades espaciales del
momento. Por ejemplo, la actual muestra solo ocupa el primer piso, sin
llegar al café. Originalmente fue pensado para ambos pisos, pero cuando
se trabajó en el tema se concluyó en que se leería mejor el relato
ocupando sólo una planta del edificio”.
Desde hace dos semanas, el Espacio Contemporáneo presenta la exhibición De un tiempo a esta parte,
con Olga Martínez como curadora invitada e intervenciones de los
artistas Pablo La Padula, Ariel Montagnoli y Silvia Rivas. Este proyecto
site specific surge de una reflexión acerca de la relación
entre el entorno natural de La Boca y la arquitectura de Proa. El
proyecto propone activar un diálogo entre Proa y el exterior, refiriendo
a la paradoja de lo “natural afuera/antinatural adentro”. Todos los
artistas construyeron su relato y discurren sus programas artísticos en
la aprehensión de la naturaleza. Las plantas, los insectos, el agua, el
hombre como parte de un tejido continuo, son el eje de sus prácticas,
indagaciones y metáforas.
Pablo La Padula presenta Vitrina Panocticum
tomando dos de las grandes ventanas de la librería, transformadas ahora
en vitrinas para la observación e interpretación del mundo biológico
urbano: una, con curiosidades biológicas, la otra, como era propio en
los comienzos del coleccionismo, exhibe tres tondos translúcidos. En
cada uno impreso una de las bestias históricas de tres famosos
naturalistas, Ulisse Aldrovandi, Ambroise Paré y Gaspar Schott. La
Padula pareciera colocarnos tras una gran lente multifocal
proponiéndonos distintos planos de enfoque y narrativas posibles, todas
ellas impregnadas por “la boca del Riachuelo de fondo cerrado".
TRAYECTOS OBSESIVOS. Sin título, de la serie "Odisea invisible", 2013, de Silvia Rivas. Dibujo en grafito sobre pared. |
Lo que crece a pesar de todo
es el proyecto de Ariel Montagnoli que se posiciona en la entrada a la
librería con un sendero natural formado por dos islas de formas suaves y
orgánicas de especies autóctonas propias de la zona como el Timbó, el
Jacarandá, la Sombra de Toro, el Sauce, las gramíneas pampeanas y el
Diente de León, entre otras especies botánicas simples y de belleza
abundante que viven y crecen en las márgenes del Riachuelo, “a pesar de
todo”. Esta intromisión del paisaje ribereño, dentro de la institución,
traza un nuevo recorrido en el espacio bajo la sombra de sus follajes y
la caricia de sus ramas. La naturaleza viva, que aquí adquiere condición
de intrusa, tensiona la experiencia en relación con el entorno que la
contiene y exige del artista –que lo concibe como un hábitat– un
monitoreo y cuidado casi de laboratorio. Las especies mantienen activo
su desarrollo y su crecimiento que irá manifestándose durante la
exposición. Montagnoli revisita con su obra una postal que sólo los
relatos han mantenido viva.
Silvia Rivas, por su parte, interviene los muros con dibujos de la serie Odisea invisible,
en la cual la sucesión reiterada del gesto da vida a la trama de un
viaje, por momentos el vuelo de insectos en éxodo o en avance, sus
desplazamientos. Esta obra está en correlación directa con su último
videoarte donde a través de tres pantallas zumbantes presentó en el
Malba su obra sobra las moscas. Las vidas breves y plebeyas de los
insectos ocupan de pronto toda la atención del público que sube y baja
las escaleras viendo sus zumbidos sordos.
“Las tres
intervenciones presentadas por La Padula, Montagnoli y Rivas se
entrecruzan –dice Martínez– unas veces en diálogo sonoro, otras en sus
aportes de silencios. En esta convivencia temporal nos invitan a
desplegar la imaginación entre lo humano y lo natural, desde un tiempo
lejano a esta parte”. Y concluye Bengolea: “El Espacio Contemporáneo es
fundamental para este momento de Proa, para hacer un refresh en
el público y, por otro lado, es un polo de atracción para los artistas
que empiezan a ver que Proa es un lugar posible para ellos, ver que
tienen su posibilidad artistas jóvenes, consagrados y no tanto. Además
del proyecto de la obra, del proyecto intelectual, se les pide un
proyecto constructivo. Creo que eso les aporta una experiencia enorme.
La idea es que todos sumemos, que la experiencia sea de crecimiento, que
el proyecto pueda ser una bisagra entre la obra que construyen en el
taller y la de enormes dimensiones que puedan realizar en Proa”.
Y
por todo esto, lo que se exhibe y las intenciones de quienes convocan,
parece que el Espacio Contemporáneo de Fundación Proa seguirá ardiendo
más allá de este verano particularmente ardiente.
Fuente: Revista Ñ Clarín
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