El estilo inspirado en las formas de la
naturaleza, heredero del Jugendstil alemán, dejó en la trama de la
ciudad ejemplos notables, joyas de la arquitectura impregnadas de
espíritu porteño.
La
"babelización" de Buenos Aires se acelera al iniciarse el siglo XX con
récords de oleadas de inmigrantes que conforman dos tercios de su
población. La cabeza de la potencia sudamericana que cruje de progreso
viene redefiniendo su imagen con diversos estratos de eclecticismo
derivados de adaptaciones y combinaciones de culturas arquitectónicas
europeas. Es, sin duda, la apoteosis del eclecticismo desprejuiciado,
casi arrogante, de un país adolescente y nuevo rico pero que comienza a
crear propias expresiones de cultura como el tango orillero, la
literatura celebratoria del esplendor efímero o de las raíces ambiguas
de la argentinidad.
Por ese tiempo, como un fenómeno estacional de la
cultura europea, se despliega el resplandor Art Nouveau que tiñe
fugazmente la escena arquitectónica internacional. Los artificios del
nuevo siglo, inspirados en las formas de la naturaleza, en la
sensualidad, en la búsqueda de la síntesis entre arte e industria, en la
reacción contra el academicismo reinante tienen especies estilísticas
diferentes que crecen en distintas regiones: Sezession en Viena,
Modernismo en Cataluña, Liberty en Italia, Jugendstil en Alemania, Art
Nouveau propiamente dicho en Bélgica y Francia.
Monumento a los españoles. Foto: Fabio Grementieri |
La asimilación del estilo en estas tierras se inserta
en un mecanismo similar al de cualquier corriente arquitectónica que
llega aquí por esos años, alrededor de 1900. Sobre la base de un
desprejuicio bien argentino se echaba mano a cualquier fuente de
inspiración o modelo arquitectónico venido de Europa por cualquier
medio. Por otra parte, las influencias se mezclaban a gusto del
diseñador o del propietario, y en la materialización participaban
profesionales, constructores y artesanos de distintas procedencias. La
pasión por estar al día y, al mismo tiempo, fantasear con una tradición
hacían que se tomaran todos los repertorios de ayer y de hoy. Así
sucedió también con el Art Nouveau, que, con sus muchas cepas
inmediatamente aclimatadas, conquistó sobre todo la edilicia privada
aunque también se coló en algunas obras públicas.
En la Argentina, la afición por el Art Nouveau oscila
entre la extravagancia y la presunción. Para la alta sociedad, es un
divertimento de alcoba, casi a la manera del tango. Para los inmigrantes
transformados en enriquecidos burgueses, es el traje de gala para
demostrar su acelerada prosperidad. En muchísimos casos aparece como la
hibridación entre tradición e innovación, el denominado eclecticismo
modernista, de resultados ambiguos. En otros tantos acompaña estilos del
repertorio del academicismo historicista y en particular se combina con
el Luis XV, con el que forma un maridaje especial basado en la obsesión
común por las formas curvas y la ornamentación opulenta.
Fachada del hotel Chile. Foto: Fabio Grementieri |
En sus diversas versiones, el Art Nouveau se adhiere a
las superficies exteriores e interiores de los edificios de distinta
escala y función: desde la casa chorizo, pasando por el
petit-hôtel,hasta llegar al edificio de renta para departamentos y
oficinas, pero también en tiendas, teatros, hoteles y cines.
El método universal para construir modernismo se basaba
en una composición de sustrato academicista o eventualmente
pintoresquista, donde se combinaban originales aportes de variada
procedencia en la definición de llenos y vacíos, de los detalles
constructivos, de los elementos ornamentales, de la iluminación natural y
artificial, o de las texturas, revestimientos o grafismos. La fórmula
se completaba con el uso de los más diversos materiales (revoque,
hierro, madera, vidrio, cerámica) para exacerbar líneas, texturas y
colores. En Buenos Aires la mayoría de las obras se encuentran al oeste
de la zona céntrica, en los barrios de Montserrat, San Cristóbal, y en
las áreas de Congreso y Once, allí donde se asentaron las clases medias y
la burguesía ascendente.
El Art Nouveau fue elegido por distintas colectividades
inmigratorias para expresar su ascendencia a través de formas
referenciales pero innovadoras, como en el caso del Club Español, fruto
de un concurso ganado por el ingeniero holandés Enrique Folkers. Y
también fue adoptado oficialmente por la Exposición Internacional del
Centenario, esa megamuestra celebratoria del progreso argentino que se
desarrolló en diversos sitios del área norte de la ciudad. La mayoría de
los pabellones nacionales y extranjeros incorporaban el nuevo lenguaje
decorativo en diversas versiones. El "sezessionismo" austríaco
impregnaba la Plaza de Armas frente al hipódromo diseñada por Julián
García Núñez para la representación española, donde desfiló la infanta
en carruaje, y también teñía dos obras de Enrique Prins: el palacio con
cúpula y brazos curvos consagrado a la Exposición Industrial junto al
Rosedal y el Pabellón Frers en La Rural. En la sección de Comunicaciones
y Transportes se lucían el estilo Liberty de los italianos en los
portales de ingreso y en su propio pabellón. También en otros diseñados
para provincias como Mendoza y Tucumán o el del Servicio Postal, único
sobreviviente maltrecho de todo lo construido para los fastos del
Centenario. En otros casos aparecían versiones telúricas del estilo como
el relicario paraguayo de madera inspirado en obras de Horta o Guimard.
Fue un festival efímero del nuevo estilo y la paradójica postal
arquitectónica nacional de los festejos en el contexto de obras públicas
que consagraban el clasicismo dieciochesco en manos de arquitectos
Beaux Arts.
Cúpula del edificio ubicado en Paso y Viamonte. Foto: Fabio Grementieri |
Edificio de departamentos ubicado en Hipólito Yrigoyen 2562. Foto: Fabio Grementieri |
En el mundo Art Nouveau porteño descollaron cuatro
maestros que hicieron obras particulares de gran originalidad,
verdaderos monumentos que traspasan la frivolidad de un estilo o de una
moda. El primero de ellos fue Julián García Núñez, quien estudió en
Barcelona y recorrió el camino más afín a la innovación europea. Sus
formas despojadas, el predominio de las rectilíneas y una policromía muy
acotada presagian modernidades de posguerra. La ornamentación que
despliega no está divorciada de la estructura. Ejecutada mediante
diversos materiales, es un grafismo que expresa líneas de fuerza,
provoca reverberaciones o realza la dinámica de la composición. Produjo
edificios de alta calidad de diseño y factura, donde hasta el más mínimo
detalle se inscribía dentro de la lógica del diseño total. Entre sus
obras más importantes se cuentan el Hospital Español sobre la avenida
Belgrano (casi todo demolido); el edificio de oficinas de Chacabuco 78
donde asombra el patio interior central coronado por una claraboya,
surcado por la alta jaula del ascensor y orlado por balcones de piso
translúcido; y varios edificios de departamentos donde recicla postales
de Barcelona, Milán o Viena pero también de Tánger y Alger.
Otro de los maestros fue el italiano Virginio Colombo,
que proyectó para connacionales enriquecidos que se dedicaron al
comercio, la industria y la especulación inmobiliaria. A estos
emprendedores les gustaba una arquitectura pensada para optimizar el uso
de terrenos profundos, que permitían la multiplicación de unidades
comerciales o de vivienda, con rasgos de ostentación y extravagancia,
según los cánones académicos. La producción de Colombo es rica, variada y
raramente pasa inadvertida en la escena urbana. Las frondosas fachadas
de sus edificios aparecen como cascarones parlantes que inquietan no
sólo por la flora, fauna y estatuaria que las pueblan sino también por
los claroscuros realzados por diversas texturas y materiales. Esta
parafernalia de imitaciones de piedra, granito y mármoles fue fruto de
la habilidad de escuadrones de albañiles y "frentistas" italianos que
plasmaron al pie de la letra los diseños del arquitecto.
Hall del edificio de Chacabuco 78. Foto: Fabio Grementieri |
El segundo del trío de capos italianos fue Francesco
Gianotti, quien proveyó a Buenos Aires de dos obras cumbres: la galería
Güemes y la Confitería del Molino. En ambas se combinan la alta
tecnología del hormigón armado que permitía acrobacias volumétricas y
espaciales, y la frondosidad preciosista y minuciosa de la ornamentación
que sublimaba la experiencia sensorial. En el primer caso se trata de
un edificio multifuncional, a la manera de un microcosmos urbano de
carácter futurista, suerte de nave autosuficiente que incluía un teatro,
un cabaret, dos restaurantes, pisos de vivienda y de oficina, galería
con locales comerciales y terraza-mirador; todo ello servido por alardes
técnicos inusitados para Buenos Aires. Por su parte, la Confitería del
Molino, construida en tiempo récord, fue en realidad una ampliación de
un edificio que resultó en una impresionante fachada orlada por una
ampulosa marquesina y culminada en un torreón, ambos elementos cubiertos
con vitrales iluminados desde adentro con luz eléctrica.
Cierra la trinidad italiana Mario Palanti, figura
destacada no sólo por sus obras materializadas sino también por su
reflexión teórica y su experimentación formal. Palanti intentó, en
algunas de sus construcciones y en numerosos proyectos, desarrollar un
estilo que fuera representativo de los nuevos tiempos signados por la
metropolización y monumentalización. Dentro de una actitud conservadora,
aparentemente antivanguardista, exploraría el camino que el
expresionismo europeo libertario y de inspiración esotérica intentaba
trazar en esa misma época. Gran "sintetizador", Palanti "remixó"
diversos estilos decimonónicos: neorrenacimiento, neorrománico,
neogótico. Pero además supo combinar el vértigo y la vibración tanto del
barroco Piranesi como del futurista Sant'Elia. Su obra magna es el
Pasaje Barolo (mellizo del Palacio Salvo en Montevideo).
Fachada del petit-hôtel de Paraguay 1328. Foto: Fabio Grementieri |
s masas exteriores así como también en los
espacios interiores. El lenguaje arquitectónico del edificio es difícil
de inscribir en un estilo o escuela precisa. Representa un importante
intento de conjugar distintas trazas de la tradición arquitectónica
europea medieval con modernas técnicas constructivas a la manera
estadounidense y rasgos de carácter rioplatense. Calificado por su autor
como "rascacielos latino", el Barolo es representativo de una actitud
arquitectónica impregnada de prefiguraciones oníricas, de gestos únicos y
de ideales heroicos, dentro del espíritu del Risorgimento italiano en
camino hacia su desenlace fascista. En la búsqueda de una nueva
arquitectura, superadora de las tensiones a las que había llegado el
eclecticismo historicista, el edificio es una pieza única que demuestra
la posibilidad de aunar creatividad y respeto por el entorno.
El Art Nouveau porteño se prolonga hasta principios de
la década de 1920, cuando comienzan a despuntar otros expresionismos: el
neocolonial y el Art Déco. El contexto europeo fue bien diferente del
argentino. Allí el nuevo estilo buscaba romper con la tradición,
enancado en un desarrollo industrial que se incrementaba aceleradamente.
Aquí, en cambio, dominaba el puro impulso de proyectarse hacia
adelante, hacia la modernidad. La riqueza de la producción local en su
conjunto proviene de ese afán pero también de la apropiación de
mConcebido a partir de un programa que preveía distintos usos, la
plasticidad reina en laúltiples aportes que la transforma en un Art Nouveau eclecticista y
paneuropeo, paradójicamente plural dentro de una corriente que ensalzaba
la singularidad.
Fachada del Palacio de los Pavos Reales. Foto: Fabio Grementieri |
Interior del petit-hôtel de Azcuénaga 1075. Foto: Fabio Grementieri |
Galería Güemes. Foto: Fabio Grementieri |
Bóveda de Rufina Cambaceres. Foto: Fabio Grementieri |
- 1905
Palacio de los Lirios (Av. Rivadia 2031) Arq.: E.S. Rodríguez Ortega
- 1906
Hospital español (Av. Belgrano 2975) Arq.: Julián García Nuñez
- 1907
Farmacia suiza (Maipú y Tucumán) Arq.: Louis Dubois
- 1908
Club Español (B. de Yrigoyen 172) Arq.: Enrique Folkers; Tienda Gath & Chaves (Florida y Sarmiento) Arq.: F. Fleury Tronquoy
- 1910
Hotel Centenario (Av. de Mayo 769) Arq.: Oskar Razenhofer
- 1912
Edificio del Bazar Dos Mundos (Av. Callao y Sarmiento) Arqs.: Emilio Hugue y Vicente Colmegna
- 1913
Sociedad "Unione Operai Italiani" (Perón 1368) Arq.: Virginio Colombo (
- 1914
Yacht Club (Dársea Norte) Arq.:Eduardo Le Monnier; Edificio Otto Wulff (Av. Belgrano y Perú) Arq.; Morten Ronnow
- 1915
Palacio de los Pavos Reales (Rivadavia 3222) Arq.: Virginio Colombo
- 1916
Confitería del Molino (Callao y Rivadavia) Arq.: Franceso Gianotti
- 1917
Palacio Grimaldi (Corrientes 2548) Arq.: Virginio Colombo
- 1919
Pasaje Barolo (Av. de Mayo 1370) Arq.: Mario Palanti
Fuente: ADN Cultura La Nación
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