La muestra de obras seleccionadas es una oportunidad
para conocer la producción nacional reciente en grabado, arte textil y
arte cerámico.
Como cada año, el Salón Nacional de Artes Visuales se muestra en
el Palais de Glace. Su 101 edición expone allí las obras premiadas y
seleccionadas en las categorías Grabado, Arte textil y Arte cerámico. Y
si bien a estas no se las considera, por lo general, las disciplinas
“fuertes” –las más populares o que apuestan al riesgo y llaman la
atención de las nuevas generaciones, como Pintura y Nuevos soportes e
Instalaciones, por ejemplo–, son campos de la producción que vienen
delineándose de maneras cada vez más interesantes, alejándose de a poco
de una tradición encorsetada y repetitiva, y prestando atención a la
expansión y apertura de cada técnica a los nuevos medios, sobre todo
electrónicos. Especialmente, estas disciplinas van abriéndose a la
influencia de una nueva cultura visual por sobre ciertos tipos de
repertorios y modismos que se repiten: ocurre que hay técnicas propias
de cada una –como por ejemplo, la litografía o la xilografía en
Grabado–, en donde se enquistan ciertas costumbres y amaneramientos de
taller, así como la impronta de los llamados “maestros”, que a veces
funcionan casi como algo sagrado y, por eso mismo, riesgoso. También hay
disciplinas donde un respeto excesivo por la técnica corre, finalmente,
contra la expresión. En la muestra actual del Salón Nacional algo de
esto puede verse, sobre todo, en las obras premiadas y seleccionadas en
Grabado. Allí parece que costó dejar que la técnica no condicionara
tanto a la imagen. Parece que costó que las dos –técnica e imagen, y
también la intención del artista– corrieran a la par, con una intensidad
más o menos parecida.
La cerámica es, en esta edición 2012,
buena protagonista de la exposición del Salón. Se nota ya desde la vista
del Gran Premio Adquisición, otorgado a Ernesto Arellano por “Negrita”,
una especie de muñeca de casi 2 metros de altura, con bastante de
“manga”, de cómic japonés, realizada a través de un modelado por
planchas con un esmaltado a 1.040 grados y con el esmalte a la altura de
la cara quemado, negro. El Primer Premio lo ganó Julio Cando, con
“Descubriendo el espacio”. Pero es el Segundo Premio, “N2O2”, otorgado a
Fernando Mascetti, el que muestra un amplio y profundo manejo del
material –gres (una cerámica muy resistente), porcelana (compacta, dura y
translúcida) y esmalte– y de sus posibilidades. La organización de la
composición a manera de instalación, su pequeñísima escala, el
despliegue en el espacio sobre una sola línea, un solo eje; el cuidado
al modelar cada pequeña pieza, la diferencia de asperezas, texturas y
brillos de los materiales… Todo en esta obra es atracción,
descubrimiento.
El trabajo de Beba Zabel “Sin título”, que obtuvo
el Tercer Premio, también es interesante, al mezclar una pieza raku sin
esmalte con todo un conjunto de piezas elaboradas en terra sigillata –un
tipo de cerámica a veces rojiza, antiguamente característica de Roma–
bruñida.
La obra “Vacíos de identidad”, de Claudia Schnaider –con
una mención– mezcla exquisitamente cerámica y ébano (además de estar
esmaltada), a través de un conjunto de piezas de láminas muy finas y
frágiles. La artista trabajó la cerámica como si se tratara de hojas de
papel Biblia.
Ernesto Arellano. “Negrita”, Gran Premio
Adquisición en Cerámica.
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No hay que dejar de ver los trabajos de Laua
Barberis y Eduardo Fataga, incluidos en la selección de esta disciplina,
el segundo, técnicamente curioso: utilizó cenizas volcánicas junto con
el barro.
Pero es el arte textil, el que lleva la delantera en
cuanto a tomar el riesgo conceptual y técnico. Aquí, el Gran Premio lo
obtuvo Roberto Fernández con “Adentro es azul”, un objeto similar a una
célula o ameba, realizado con capas de poliéster cosidas y cauterizadas
con fuego. Por debajo del objeto –se montó suspendido– hay una base
circular conteniendo agua. El Primer Premio, “Hilanderas”, de Gabriela
Nirino, se basa en la foto antigua de una hilandera de Alpargatas. Aquí
es interesante el resultado de la combinación de diferentes tramas, la
del telar electrónico con pasada de trama manual, y la de Jacquard, por
ejemplo. Pero es en el segundo piso del Palais donde hay obras textiles
increíbles, como “12.264. Espacios vacíos”, el poderoso trabajo de
Lorena Kaethner: muestra un vestido tejido puesto en un maniquí y, al
lado, un monitor con el video de una performance. Allí está ella misma,
con el vestido cubriéndola desde los tobillos hasta la punta de la
cabeza, y la artista dentro, tejiéndolo mientras lo lleva puesto,
contando cada punto totalmente concentrada, como en un nirvana: “12.234,
12.235, 12.236…” El “Tapiz de la recreación” de Ana Foos, que mezcla
bordado, telar en seda y collage, también es interesante, al igual que
la “Bolsa de hombre”, de Alejandro Bovo Theiler (utilizada para hacer
performances), y la técnica de “Deconstrucción”, de Silvia Turbiner:
tela de fibras de morera (el árbol que comen los gusanos de seda y que
producen, por ello, la seda más fina de todas) tejida a mano con fibras
liberianas (que son fibras vegetales fuertes, pueden ser de lino,
cáñamo, yute o ramio) y volcado de papel. La incrustación con telas en
“Gran capitán”, de Andy La Morticella, la “Flor de freezbee” de Julia
Padilla –con un despliegue espacial distinto–, “Aflora”, cueros de vaca y
de oveja trenzados y cosidos, de Mariela Aquilio; el mantel bordado con
tapas de las revistas Hola y Gente, de Zina Katz –”Para demostrar que
tengo amigos”–; los “Vestidos” de Liliana Adragner, sogas intervenidas
con papel impreso que lleva escrito “mercurio”, “tolueno”, “sulfatos”,
“amoníaco”, “alquitrán”… el “Permeable para jardines”, una muy
interesante obra en tramas de PVC de Alicia Antlich, todo esto vale la
pena recorrerlo y quedarse un rato, mirándolo. Si va, también observe,
en la planta baja del Palais, “Sudario”, de Rodolfo Altamiranda –obtuvo
una mención–, un entrelazado hecho de papel de diario coloreado que
lleva intercaladas caritas –¿víctimas de asesinatos?– cuidadosamente
ubicadas y seleccionadas.
En Grabado el Gran Premio lo obtuvo
Mirta Kupferminc con “Paisaje interior”, una técnica mixta, y el Primer
Premio, Néstor Goyanes con la litografía “Cartas a Sara”. Aunque no
obtuvieron reconocimiento, no deje de observar la monocopia de Daniel
Corvino –“Estamos esperando”– y el aguafuerte del muy buen dibujante
Martín Coelho.
Como pasa con todas sus ediciones, hay varias
razones para darse una vuelta por la exposición del Salón: las obras son
de realización reciente, la selección es grande y variada; y siempre se
descubre a los artistas dando lo mejor de sí, ya que todos quieren
ganar este concurso, el más importante del país y con algunos premios
vitalicios. Por eso la exposición es un pasaje seguro a la sorpresa: un
muestrario codiciado.
Fuente: Revista Ñ Clarín
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