LUIS BARRAGÁN Escuela Argentina, 1914-2009 "INVENCIÓN PICTÓRICA" - Óleo sobre tela, mide 170 X 100 cm. Obra fechada "1994" y firmada al dorso por el artista. Expuesta en la muestra "Luis Barragán, Pinturas" realizada en la Galería Van Eyck, de Buenos Aires, del 17 de septiembre al 19 de octubre de 2002 y reproducida en la tapa del correspondiente catálogo. Esta obra será rematada por Subastas Roldán, de Buenos Aires, el próximo martes 13 de noviembre
Por Luis Pérez Oramas - Curador de Arte Latinoamericano del MOMA
La de arte contemporáneo es una noción inestable, resbaladiza,
porosa. Los museos que se la atribuyen existen en una aguda ambigüedad
de tiempos: se consagran al arte producido durante las últimas 24 horas y
también a aquel concebido en los últimos 45 años.
En realidad
todo museo de arte debería estar destinado a ser un museo de arte
contemporáneo. Todo museo es una instancia presente en la que se
proyectan, gracias al halo de luz que emana de nuestros días, las
sombras de objetos pasados –aun cuando fuesen hechos durante las últimas
24 horas– para hacerse así contemporáneos.
Entender la dimensión
anacrónica del presente, la arqueología inmediata del estar-aquí,
ahora; la densidad histórica de nuestro tiempo: tal es el desafío de lo
contemporáneo. Ser contemporáneo es tener el coraje de enfrentar la
oscuridad de nuestros días, creo recordar que ha dicho Giorgio Agamben.
Lo que no debe ser el museo de arte contemporáneo es el promotor de un
estilo internacional en el que se aplanen todos los relieves, se aclaren
todas las sombras, se disimulen todas las estrías para hacernos creer
que vivimos en un mundo global y sin historia. Sólo es global el
mercado, y siempre en detrimento de la realidad.
Los museos de
arte contemporáneo en América Latina son novedad. En realidad siempre
existió una confusión: se llamó así, desde el inicio, a museos
destinados a la investigación de nuestras modernidades. Museos de arte
moderno –en San Pablo, Caracas, Bogotá, quizá en Bs. As.– usurparon el
nombre del arte contemporáneo, y viceversa. Sucede, en reglas generales,
que nuestras modernidades artísticas surgieron antes de que existiesen
las narrativas históricas que pueden enmarcarlas. Nuestras modernidades
precedieron a nuestra historia del arte, y cuando no fue así entonces la
acompañaron en su surgimiento –incluso en México, donde la
musealización de las culturas precolombinas es, de hecho, una de las
escrituras de la modernidad.
Los museos son dispositivos de
capitalización: allí se acumula y se inventa un capital simbólico; desde
allí se refuerza la dimensión capital de un lugar, una ciudad, un
acervo, un tiempo. Capitalizar el presente: tal sería una misión para el
museo de arte contemporáneo: hacer(nos) ver, allí, en nuestro tiempo.
Finalmente,
si en Europa los museos fueron el resultado de la historia del arte, en
América Latina la precedieron. Existieron antes de que esta se haya
constituido en disciplina autónoma, o antes de que hubiese alcanzado
sanción académica o social suficiente, aún menos política. De allí una
misión aún más exigente: inventar nuestra historia del arte,
incesantemente.
Fuente texto nota: Revista Ñ Clarín
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