¿Qué tienen en común Leonardo y Damien Hirst? se pregunta el autor de esta nota. Arte, mercado y obras que cambiaron el rumbo.
Por Eduardo Villar
“Este trabajo de Damien Hirst, el artista más marketinero de
nuestro tiempo, es un emblema de aquello en que se ha convertido el arte
(...) Lo que une a la Mona Lisa con esta burbuja de diamantes es que
ambas obras iniciaron un gran cambio en el mundo del arte. Ese cambio es
sobre el dinero (...) He visto con creciente asco la sobrevaloración
del arte, la inflación de los precios y los efectos de todo esto sobre
los artistas y museos. La asociación de grandes sumas con el arte se
convirtió en una maldición sobre el trabajo de los artistas y, sobre
todo, sobre la manera en que el arte se experimenta. Y ha infectado todo
el mundo del arte”. Con estas palabras masculladas con desprecio
mientras pasan ante los ojos imágenes de la obra icónica del
Renacimiento y de “For the Love of God”, la calavera de diamantes
incrustados de Hirst, la obra presuntamente más cara de la historia
aunque nadie la haya comprado, comienza La maldición de la Mona Lisa
, una película del crítico australiano Robert Hughes, a la que se puede
acceder en YouTube, subtitulada en español y dividida en seis partes de
unos 12 minutos cada una. En ella, Hughes establece el viaje en barco
de la Mona Lisa desde París hasta Estados Unidos, en 1962, como el hecho
que cambiaría para siempre la escena del arte. Recibido por el
presidente Kennedy y su esposa Jackie como si fuera una estrella de
cine, visto por más de un millón de estadounidenses en el Metropolitan
Museum, el retrato de Leonardo –dice Hughes– dejó de ser una obra de
arte para convertirse en un ícono del consumo de masas. La gente hacía
cola para pasar frente a ella como en Disneylandia. No para tener una
experiencia estética real sino para decir “yo vi a la Mona Lisa”. A
partir de entonces, nada fue igual. Hoy el arte es, además de las
drogas, el mercado mayor y menos regulado del mundo, con ventas de
cientos de miles de millones de dólares por año. Robert Hughes murió el 6
de agosto en Nueva York, a los 74 años. El arte perdió a uno de sus
críticos más lúcidos y feroces.
Fuente: Revista Ñ Clarín
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