Teoría de los colores y las formas. La obra, de 1967-1968, es un buen ejemplo del estilo de Sacerdote.
Por Mercedes Pérez Bergliaffa
Aquí, en estas salas, las notas son colores, la música es
espacio y la pintura de la artista Ana Sacerdote invade toda la galería
Jorge Mara-La Ruche de forma sutil, ligera y abstracta. Se trata de la
muestra de una pintora todavía bastante desconocida –a pesar de sus
atípicos ochenta y tres años–, pero totalmente exquisita. Lo que se
llama un descubrimiento .
Emparentada con Paul Klee y
Kandinsky, Sacerdote buscó –como ellos– esa rara zona de convergencia
entre la música y la pintura, entre la música y el color. Un equilibrio
entre las fuerzas creadoras de la intuición y las del cálculo. Así como
algunos músicos experimentaron, durante el Siglo XX, con un solo sonido
aislado, así en las obras de Sacerdote se distingue un solo color
–muchas veces es un bermellón–, que se recorta, se aísla del resto de la
composición, como un índice que guía la vista, que nos dirige marcando
cierta lectura de la composición, un determinado ritmo. Como si se
tratara de una teoría musical pero cromática y geométrica. Es la
creación de una armonía, la creación de improvisaciones en términos
visuales.
“Es paradójico pero, en silencio, Ana Sacerdote ha
realizado en Buenos Aires la versión más rigurosa, consecuente y
sistemática de una pintura musical que hayamos conocido en el arte
moderno.
Su traducción al lenguaje sonoro parece posible”, dice el historiador José Emilio Burucúa, quien escribió el prólogo del catálogo de la muestra.
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Improvisaciones visuales. Sacerdote crea armonías con los colores en esta obra de 1968.
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Tres
son las series que presenta la pintora en la galería: las obras en
formatos más grandes –de los años 60–, que son óleos sobre tela donde la
materia es espesa, los movimientos menos fluidos, los trazos casi
ortogonales y los planos casi nada traslúcidos. Una segunda serie –de
los ‘50– , está hecha sobre papel de formato mediano. Muestran una
enorme libertad y soltura a la hora de aplicar tanto los colores como la
pincelada.
En esta segunda serie el agua sirvió como base antes
de aplicar la gouache –témpera profesional– o como elemento importante a
la hora de pintar.
Por último, hay una tercera serie, también de
los ‘50, realizada sobre papel pero de tamaño mucho más pequeño,
íntimo. Casi unas postales. Y aquí el cuidado amoroso al dibujar las
figuras, pintar dentro de sus límites y jugar con el equilibrio tonal de
la composición da sensación de reliquia.
Por supuesto que una
obra así requiere de un tipo de reflexión casi contemplativa, muy
teórica. Y para esta artista eso fue posible: Sacerdote llevó una vida
atípica. Nacida en Roma en 1925, se mudó con su familia a la Argentina
poco antes de que comenzara la Segunda Guerra Mundial. Aquí estudió
Artes. Pero fue desde el año ‘49, y gracias a una revista Art d´Aujourd´hui
(Arte de hoy) que comenzó a interesarse por el arte abstracto. Aunque
el quiebre fundamental vendría de la mano de un maestro para tantos
grandes de nuestro arte: Héctor Cartier. El introdujo a Sacerdote –como a
Julio Le Parc, Alejandro Puente y César Paternosto–, al estudio de las
ideas de la Gestalt. Otro golpe de timón en la vida de la artista fue su
casamiento con Paul Guthmann, ejecutivo de una multinacional. Con él,
la pintora viajó por todo el mundo, sin residencia fija. Esto le impidió
desarrollar una carrera desde un punto establecido (por eso lo tardío
del estudio de su obra).
Vale la pena: no deje de pasar a ver la
exposición de esta pintora, histórica y contemporánea a la vez. Sus
obras no sólo se ven: también se oyen. Y hay que escucharlas.
Fuente: clarin.com
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