José Emilio Burucúa y Nicolás Kwiatkowski, dos
investigadores argentinos, trazan en "Principios de la caricatura", un
flamante ensayo, una cronología posible del humor en la pintura.
¿Existe una pintura cómica? O en todo caso: ¿cómo es que las
imágenes se convierten en generadoras de risa? Parecen dos preguntas
sencillas, pero muy pocos se han atrevido a responderlas.
José
Emilio Burucúa y Nicolás Kwiatkowski, dos reconocidos investigadores
argentinos, el primero de ellos considerado en el mundo del arte como un
verdadero “erudito de la risa desde la Edad Media”, acaban de publicar
un ensayo en el cual reconstruyen, por primera vez, una historia posible
del humor en la pintura, desde los dibujos grotescos que hacía Leonardo
a modo de ejercicio, a partir de 1490, hasta la época de oro de la
caricatura, a fines del siglo XVIII.
El trabajo acaba de ser publicado como introducción al libro Principios de la caricatura. Seguidos de un Ensayo sobre la pintura cómica,
(Katz) de Francis Grose, un delgado trabajo (pero con muchas
ilustraciones) de 1788, en el que Grose, grabador inglés, sistematiza
las técnicas y usos del dibujo caricaturesco. El libro fue presentado el
sábado en el flamante Museo del Humor, en lo que fue la antigua
confitería Munich, en Costanera Sur. Dos son las grandes preocupaciones
de Grose: cómo dibujar a los personajes para que resulten jocosos, y
cuál es el tipo de humor que no denigre al objeto de que se ríe y además
sea socialmente beneficioso.
Si en sus comienzos la caricatura
estuvo más vinculada a la gestualidad y a los rasgos fisonómicos, con
los procesos revolucionarios incorporó elementos de crítica social,
política y moral. Leonardo da Vinci, Passerotti, el Bosco, Bruegel el
Viejo, Annibale Carracci, Bernini, William Hogarth y James Gillray, son
algunos de los nombres fundamentales de la historia de la caricatura,
que fue definida en 1681 por Filippo Baldinucci como “cargar (caricare)
los retratos, de forma que las personas se parezcan a ellas mismas y al
mismo tiempo sean diferentes”.
Alfredo Sabat, premio de humor
gráfico de Adepa, señaló en la presentación que “el oficio de
caricaturista es dificilísimo, porque establecer parecidos es una cosa
tan misteriosa que prácticamente no se puede definir”.
Burucúa
señaló que la caricatura parece haber estado confinada históricamente
más a una tradición de grabadores que de pintores, y mencionó los casos
de Honoré Daumier y de Francisco de Goya, que fueron grandes
caricaturistas cuando hicieron grabados, pero al trasladar esas imágenes
a la pintura, las volvieron dramáticas.
También dijo que a partir
del estallido de las formas, durante el siglo XX, cuando el mundo de
las imágenes se amplia de manera exponencial, incorporando al cine, la
historieta, la fotografía e incluso la publicidad, han dejado de existir
las artes menores, y movimientos como el surrealismo o el pop han
producido cuadros emuy cómicos.
Las técnicas, estilos y medios de
representación de las caricaturas han cambiado con el tiempo. Pero no su
función, que Grose define claramente en el primer párrafo de su libro:
señalar las locuras, vicios y defectos de los poderosos al público, el
único tribunal que no puede ser desestimado.
Fuente: Revista Ñ Clarín
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