Pensamiento / Anticipo
En ¿Qué es el arte contemporáneo? (Siglo XXI), cuya aparición se anuncia para la semana próxima, el autor analiza los conceptos que definen la producción artística actual y su fuerte influencia cultural y económica.
Si
nos preguntamos "¿qué es el arte contemporáneo?", entendiendo por ello
el Arte Contemporáneo, la respuesta es obvia y es más o menos la misma
desde 1980. El Arte Contemporáneo es la red institucionalizada a través
de la cual el arte de hoy se presenta ante sí y ante los distintos
públicos del mundo. Se trata de una subcultura internacional activa,
expansionista y proliferante, con sus propios valores y discursos, sus
propias redes de comunicación, sus héroes, heroínas y herejes, sus
organizaciones profesionales, sus eventos clave, sus encuentros y
monumentos, sus mercados y museos? en síntesis, sus propias estructuras
de permanencia y cambio.
Los museos, las galerías, las bienales, las subastas,
las ferias, las revistas, los programas de televisión y los sitios web
dedicados al Arte Contemporáneo, junto con toda una variedad de
productos convergentes, parecen crecer y ramificarse tanto en las
economías tradicionales como en las nuevas. Han tallado para sí un nicho
constantemente cambiante, pero tal vez permanente, en la evolución
histórica de las artes visuales y en el marco más amplio de las
industrias culturales de la mayor parte de los países del mundo. Tienen
también una presencia importante en la economía internacional, en
estrecho contacto con industrias de la alta cultura tales como la moda y
el diseño, industrias de la cultura de masas como el turismo, e
incluso, si bien en menor grado, con sectores específicos de cambio y
reforma como los de la educación, los medios y la política. ¿Quién
podría dudar de ello al asistir a la atestada vernissage de la
Bienal de Venecia o a cualquiera de las casi cien bienales y
exhibiciones similares que tienen lugar todos los años en distintas
ciudades del mundo, al enterarse del nuevo precio estratosférico que una
determinada obra de arte contemporáneo alcanzó en una subasta, al abrir
las páginas de Artforum o cualquier otra de las tantas
revistas dedicadas al arte contemporáneo, llenas de publicidad, al
asistir a una conferencia o curso sobre arte contemporáneo (cuya oferta
aumenta cada vez más, tanto en las escuelas de arte como en las
universidades), al repasar la lista de instituciones culturales incluida
en la guía turística de cualquier ciudad importante del mundo, o al
advertir que cualquier cosa que tenga que ver con la construcción de
nuevos museos tendrá garantizada una vasta cobertura por parte de medios
locales y nacionales? De hecho, casi la totalidad de los cerca de
noventa museos nuevos o reformas que comenzaron a hacerse en el mundo
durante los años noventa fueron pensados en función del arte
contemporáneo. Luego del 11 de septiembre, muchos de estos proyectos
fueron demorados o definitivamente cancelados, pero en los últimos años
la construcción ha retomado sus bríos, y las galerías contemporáneas
-públicas y privadas- lideran la iniciativa.
El Arte Contemporáneo es una cultura importante; para
sí misma, para las formaciones culturales locales en que se inserta,
para los intercambios complejos entre culturas vecinas y como una fuerza
capaz de generar tendencias en el marco de la alta cultura
internacional. De carácter esencialmente globalizante, consigue, no
obstante, movilizar nacionalismos y hasta localismos, adoptando formas
específicas y complejas. Según pudimos observar, desde su inauguración
en 1997, el Museo Guggenheim de Bilbao, construido por Frank Gehry, ha
sido mundialmente reconocido como el paradigma de todo aquello que debe
reunir cualquier hito, logo o destino contemporáneo. En tanto el
edificio constituye una excelsa obra de arte contemporánea en sí mismo,
se lo reconoce como la catedral del Arte Contemporáneo para el arte
globalizado y, sin embargo, sirve también a los propósitos de la agenda
cultural de la región vasca (en el nivel del mundo del arte oficial,
pero también en términos de espacio local).
El Museo Guggenheim Bilbao, catedral del arte contemporáneo. |
En circunstancias como éstas, el concepto de "arte
contemporáneo" se impone en el uso cotidiano como un término general
para referirse al arte de hoy en su totalidad, en oposición al arte
moderno (el arte de un período histórico en la vida y los valores de
muchas personas). Por su parte, el término "posmoderno", en los muy
pocos casos en que todavía se lo emplea, recuerda la existencia de un
momento de transición entre estas dos épocas y, como tal, constituye un
anacronismo de los años setenta y ochenta. En términos generales, estos
principios son ampliamente aceptados por el discurso del arte desde los
años noventa.
Ésta es la respuesta que el mundo del arte
contemporáneo -sus instituciones, sus creencias, el conjunto de
prácticas culturales que lo convierten en un socius , una
"escena"- ofrece a la pregunta planteada acerca del Arte Contemporáneo:
es lo que nosotros decimos que es, es lo que hacemos, es el arte que
mostramos, vendemos y compramos, el que promovemos e interpretamos. Se
trata de una escena que se define a sí misma, a partir de la práctica y
la promoción constante de su propia autorrepresentación. Tiende a
sostenerse en complicidad consigo misma, a menudo por medio del
reciclaje de conceptos centenarios, románticos y oscuros acerca de la
práctica artística, tales como el expresionismo intuitivo, el genio, la
belleza y el gusto. Para comprobarlo, basta con ver el atrio del Museo
Guggenheim de Bilbao. O remitirse a ese único plano secuencia por todo
el Hermitage, en amorosa observación de las distintas escenas de los
últimos días del imperio ruso anterrevolucionario que es el film de
Alexander Sokurov El arca rusa (2002). En un extremo opuesto
del amplio espectro que conforma el arte contemporáneo, el tailandés
Navin Rawanchaikul se permite ironizar sobre su propia situación y la de
sus contemporáneos a través de su obra Super (M)art, una
instalación emplazada en la entrada de la Bienal de París, celebrada en
2000 en el Palais de Tokio, que obligaba a los visitantes a ingresar a
través de una puerta donde la imponente imagen de un artista/pregonero
les daba la bienvenida gritando eslóganes visuales que los exhortaban a
celebrar esta exhibición de obra de artistas jóvenes como si se tratase
de una feria de arte comercial. Se trató de una inteligente respuesta
frente al desembarco de los coleccionistas voraces, esas figuras que han
llegado a dominar la escena del arte internacional en los últimos años
merced a sus fondos aparentemente infinitos, su dedicación a las
inversiones capaces de ofrecer buenos dividendos, su gusto sin formación
y su gusto por lo informe.
Justamente por lo desconcertante, fascinante y
dispersiva que puede resultar esta escena, la pregunta "¿qué es el arte
contemporáneo?" exige una respuesta mejor, basada en perspectivas más
amplias. Me permito proponer otro abordaje, uno que en muchos sentidos
ofrece una concepción historicista del arte, pero que parte de la
práctica artística, de la innegable realidad de que esa práctica
contemporánea está saturada de un conocimiento profundo y detallado
-pero no siempre (o no por lo general) sistemático- de la historia del
arte. El arte crítico, en particular, es consciente de la historia del
arte dentro de la historia general y toma en cuenta la influencia de las
fuerzas históricas. [...]
Superando la posthistoria
Durante los años noventa y a principios de 2000,
paradójicamente, cierta idea muy extendida sostenía que el arte
contemporáneo se realizaba "más allá de la historia" o bien "después de
la historia". Aunque su tema explícito es la fragilidad del imperio de
los Romanov, y por extensión la del entonces desfalleciente imperio
soviético, El arca rusa fue una de las tantas meditaciones
líricas y melancólicas que se dedicaron a este estado aparentemente
"posthistórico" (y una de las tantas que ofrecía el arte como respuesta,
o al menos solaz, a tal inquietud). Esta situación fue considerada el
eje de su época por algunos teóricos, en particular Francis Fukuyama
(1992). Sin embargo, vista desde la perspectiva actual, se trata de una
particular conjunción entre historicismo e ingenuidad de tábula rasa que
resulta bastante típica y mistificadora. Antes que una duda profunda y
provocadora acerca de la eficacia del propio pensamiento histórico, se
transformó en una duda acerca de la eficacia del propio pensamiento
histórico.
Si nos mantenemos dentro de los marcos más ortodoxos de
la historia del arte, en cuyos relatos una sucesión de "grandes
escuelas" constituye el flujo fragmentado pero incesante del arte, la
preocupación es entendible. En lo concerniente a las artes visuales,
resulta evidente que, desde los años setenta, ninguna tendencia logró
una prominencia similar, capaz de posicionarla como firme candidato a
ser el estilo dominante de la época. A pesar de todo el esfuerzo hecho a
principios de los años ochenta por promocionar el "regreso de la
pintura", en los últimos años, las instalaciones, la fotografía de gran
escala, el video y la proyección digital se han multiplicado por todas
partes. Sin embargo, en términos de estilo, no existe ningún sucesor del
minimalismo o del conceptualismo. Lo más parecido es la espectacular
obviedad del arte retrosensacionalista o tal vez el refinamiento erudito
del remodernismo.
Un vínculo tenue e incoherente entre estos nuevos
medios y estas tácticas de impacto constituye para muchos la seña
distintiva del arte contemporáneo internacional, algo así como un
"estilo de la casa" que se da por sentado, una impronta de exclusividad
que se establece a partir de modos más antiguos o prosaicos. Pero esto
también parece el fruto de una reflexión demasiado escasa como para
servir de respuesta a la pregunta "¿qué es el arte contemporáneo?". En
vez de una respuesta, ofrece la aceptación pasiva, sin dejar de ocultar
una profunda preocupación. En algún momento a fines de los años ochenta,
los formadores de opinión del mundo del arte comenzaron a advertir que
era poco probable que apareciera un nuevo estilo general como cualquiera
de los que dieron forma al arte del pasado. Algunos comenzaron a temer
-y otros a festejar por adelantado- que el arte contemporáneo quedara
estancado para siempre en las postrimerías de esta "crisis", que nuestra
"historia" quedara suspendida en un movimiento de cambio incesante,
capaz de impedir que cualquier otro paradigma ocupara el lugar
dominante.
"Contemporáneo", entonces, bien podría significar "sin
período", perpetuamente fuera del tiempo o, cuanto menos, no sujeto al
despliegue de la historia. ¿Volverá a existir otro estilo artístico
predominante, otro período cultural o época en la historia del
pensamiento humano? Fredric Jameson demostró que uno de los impulsos
fundamentales de la modernidad fue su ansiedad por definir los períodos
históricos, su incesante afán de periodización. Por el contrario, la
palabra "contemporáneo", en esta interpretación, no significa "con el
tiempo" sino "fuera del tiempo", quedar suspendido en un estado
posterior o más allá de la historia, permanecer para siempre y
únicamente en un presente sin pasado ni futuro. ¿Resultaría esto
terrorífico, debilitante o liberador?
Como fuera, creo que el abordaje "posthistórico" supone
renunciar a todo lo que la historia del arte y una crítica fundada en
el materialismo histórico tienen para ofrecer a la hora de entender el
presente. Supone tomarse la institución del arte contemporáneo al pie de
la letra. Una mirada curiosa, un oído atento a los sonidos que intenta
asfixiar tanto barullo, nos permitirá discernir allí distintas
continuidades, de cuño inconfundiblemente histórico. Los artistas
comprometidos con la creación de arte en las condiciones de la
contemporaneidad saben que traen de arrastre distintos asuntos
pendientes de la historia del arte, en particular los cuestionamientos
que sacudieron al arte hasta sus raíces durante los años cincuenta y
sesenta. Muchas de las extrañas innovaciones de aquella época no fueron
sino el fruto de extraordinarios esfuerzos por captar la
contemporaneidad de las cosas, de los demás, de las imágenes y del
propio yo. Y continúan vigentes. Al mismo tiempo, los artistas son cada
vez más conscientes de que las poderosas corrientes que influyen sobre
las culturas visuales influyen de manera definitiva sobre sus ámbitos de
acción posibles, en particular en lo que respecta a los lenguajes
visuales puestos a su disposición.
¿Cuáles son estos asuntos pendientes? En otras
oportunidades, sugería que los artistas de hoy no pueden ignorar el
hecho de que producen arte dentro de culturas predominantemente
visuales, regidas por la imagen, el espectáculo, las atracciones y las
celebridades, en una escala totalmente distinta de la que enfrentó
cualquiera de sus antecesores. Por si fuera poco, están atravesados de
una manera u otra por el hecho de que esta economía de imágenes va
formándose y transformándose merced al enfrentamiento constante entre
las urgencias viscerales de la inervación y una tendencia debilitante hacia la enervación
. En sus esfuerzos por encontrar la figura dentro de la forma, por
rescatarla de lo informe, los artistas no pueden evitar el empleo de
prácticas de búsqueda y exploración que, junto con el auge cada vez
mayor de lo fotogénico (fotográfico, cinematográfico y digital) y el
impulso conceptualista a que el arte adopte un carácter provisional,
constituyen los mayores legados técnicos y estéticos de los siglos XIX y
XX.
Traducción: Hugo Salas
Fuente: ADN Cultura LA NACIÓN
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