Los padres de Mary Gorman, la primera maestra norteamericana reclutada para trabajar en San Juan, se opusieron a que su hija viajara sola a través del Atlántico. Su padre, un clérigo bautista, se empecinó en que debían encontrar a un matrimonio respetable que oficiara de
chaperón durante el viaje en barco. En octubre de 1869 la pareja Hazen
Springs, que vivía en Buenos Aires y estaba de visita en ese momento en
Boston, anunció que estaba a punto de regresar y se ofreció a
acompañarla. Poco antes, en un crucero por el Caribe, Mary Gorman había
conocido a un pariente de los Hazen, el joven John Bean, de Maine, que
también aspiraba a viajar a Sudamérica. Su esperanza era hacer fortuna
con un tío radicado en la ciudad, el banquero Andrew Bean.
Mientras
en Boston se organizaba el viaje, Sarmiento esperaba impaciente:
“¡Cuánto lamento que la señorita Gorman no haya llegado! Tengo
suficientes para ella y dos más. Cuento con ella” le escribió a su amiga
Mary Mann. Entretanto, había persuadido a las autoridades de San Juan
para que construyeran un edificio modelo para la primera escuela normal.
Mientras se encontraba en misión diplomática en Estados Unidos envió
los planos y dirigió la obra por correspondencia: llegó a mandar por
barco escritorios, relojes, mapas, cuatro máquinas de coser, un gran
piano, libros y semillas para plantar en los jardines. La escuela se
alzó en un solar ubicado frente a la tienda donde él había trabajado
como dependiente cuando era un jovencito.
Según informa Alice Houston Luiggi en su libro 65 valientes
, apenas llegó al puerto de Buenos Aires Mary Gorman fue invitada por
la familia Bean a hospedarse en su quinta de la avenida Alvear, cuyos
jardines eran famosos por un ombú de tronco diez veces más ancho que los
comunes y descendían hasta el Río de la Plata. Pero la influencia de la
familia Bean sobre Mary Gorman, en particular la de su enamorado John
Bean, no fue beneficiosa para el proyecto de Sarmiento. Los miembros de
la comunidad norteamericana se escandalizaron ante la perspectiva de que
la joven emprendiera la travesía. Un viaje de quince días en
diligencia, a través de caminos semipoblados y asechados por indios y
saltadores les parecía inapropiado. En un artículo del 3 de agosto de
1869, el mismo año en que viajó Mary, el diario la Nación informaba que
los indios estaban invadiendo Mendoza, Santa Fe y Córdoba. “El degüello
es una plaga en la Argentina, como la fiebre amarilla en otras partes”,
escribía Sarmiento dos años antes a la viuda de su amigo Alberastain.
Desde
que Mary Gorman se resistió a viajar a San Juan, toda la simpatía que
había despertado en Sarmiento se disipó: “No he de ser más cuidadoso de
Miss Gorman que de mis hermanas y familia que viven en San Juan”, decía,
según consigna Jorge Crespo en Las maestras de Sarmiento . A la
espera de una plaza en una escuela pública de Buenos Aires, Mary rechazó
varios ofrecimientos para trabajar en escuelas privadas, pero Sarmiento
se había desentendido de ella, muy ofuscado. Por fin, decepcionada por
no dirigir una escuela normal, en enero de 1870 asumió la conducción de
la escuela primaria N° 12, pero los sueldos no llegaron a hacerse
efectivos. Juana Manso explicó en una carta a Mary Mann que las razones
eran: “1. Porque era gringa; 2. Porque esa gringa son los ojos de Juana
Manso. Muchas veces he visto a la pobre señorita Gorman, pálida y
abatida, a pesar de su resignación angelical, traicionando ese mudo
pesar la tristeza de su corazón al verse maltratada y desconocida…”. A
fines de junio aún no había cobrado. Su novio, desde la estancia Tatay
donde trabajaba, le escribió: “Cuando nos casemos mi primer esfuerzo
será devolverle la alegría que tenía cuando nos encontramos”. Mary
Gorman recuperó la alegría, pero no junto a John Bean, que murió atacado
por la fiebre amarilla antes de que pasara un mes. Mary recobró los
colores con su mejor amigo, John Sewall, un joven cambista inglés.
La
epidemia se había desatado en enero de 1871, con tal furor que en cinco
meses se cobró a uno de cada diez mil habitantes de Buenos Aires. Mary,
también enferma, cuidó a once afectados, entre miembros de la familia y
sirvientes. La quinta de los Bean atraía naturalmente a las nubes de
mosquitos que ascendían desde el cercano Río de la Plata. Murieron siete
personas y se salvaron cuatro, Mary entre ellos. A fines de 1872
renunció a su cargo en la escuela, reabierta después de la epidemia, y
al año siguiente se casó en la iglesia anglicana.
Su marido
dirigía la estancia Curumalán, situada entre Buenos Aires y Bahía
Blanca, que pertenecía a los Baring Brothers, unos banqueros no muy
honestos, según la pluma afilada de mi padre. Unos años después, los
Sewall compraron su propia estancia y, de acuerdo con el diario de otra
maestra, Sara Eccleston, “vivieron aquí veintidós años e hicieron
fortuna”. La Escuela Normal de San Juan tuvo que esperar a su directora
norteamericana unos años más.
Fuente: clarin.com
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