Cuadernos privados
Un amor de Sarmiento |
Por Laura Ramos
De entre todas las jóvenes que conoció en Estados Unidos con el
propósito de reclutarlas como maestras en la Argentina, Sarmiento
pareció haberse enamorado de la única que no tenía el menor interés en
trabajar como maestra ni como ninguna otra cosa. De todas maneras, Ida
Wickersham sólo cumplía con uno de la docena de requisitos establecidos
para ser merecedora del cargo: no era maestra, ni culta, ni de sólidos
principios morales; ni siquiera era inteligente o aguda. Pero era
hermosa. Sarmiento conoció al matrimonio Wickersham, una de las parejas
elegantes de Chicago, entre el 8 y el 11 de agosto de 1865, mientras
recorría el oeste en calidad de Ministro Plenipotenciario de la
Argentina. Ida tenía veinticinco años y su belleza morena parecía más
argentina que sajona.
En su diario de viaje -que dedicó a Aurelia
Vélez Sarsfield, otro amor clandestino- Sarmiento reveló, bajo ciertos
velos: “Mi intimidad con esta linda dama ha sido impuesta por una
especie de fatalidad feliz. Es mi maestra de inglés, enseñado en
interminables coloquios, provocados ex profeso para enseñarme a hablar
(…) Por lo demás, es la mujer más mujer que he conocido y jurara que me
amaba en el fondo de su corazón si no estuviese seguro de que mis años y
mi posición le permitían abandonarse, sin las reservas de su sexo, a la
confianza que inspira un confidente”.
En sus cartas fulgurantes,
Ida no sólo le hablaba de joyas o del vestido de lince y raso escarlata
que él le había comprado en París: orlaba la ignominiosa guerra contra
el Paraguay con un sentimentalismo y una inocencia que ponían en
evidencia al mismo Sarmiento. “Me interesó mucho el relato sobre López y
esa dama (se refiere a Elisa Lynch). ¡Cuánto debe ella amarlo! Me
gustaría ver todas esas cosas que iban destinadas para ellos y que ahora
usted está usando” le escribió el 14 de agosto de 1869, en alusión a
los muebles robados al Mariscal Francisco Solano López. Según consigna
Enrique Anderson Imbert en Una aventura amorosa de Sarmiento ,
tres meses después la ternura trocó en rabieta: “Por favor, para matar a
todos los indios consiga suficiente pólvora y haga volar a López y el
Paraguay.” El cruel candor de Wickersham, que no tenía vínculo alguno
con la pedagogía, transformaba al educador en asesino.
En una carta a su amigo Gregorio Benitez, en 1869, Alberdi rubrica a Ida: “ La Nación
critica a Sarmiento por haber dicho, según ella, al hablarse de mi
llegada rumoreada a Buenos Aires, que me haría fusilar por traidor. No
sé si lo ha dicho, pero sería muy capaz de hacerlo, si pudiere, pues
hace diez años que trató de hacerme matar en Chile, no por traidor, sino
porque critiqué sus libros.” Dos años después de la muerte de Alberdi
Sarmiento publicó en El Censor de Buenos Aires la carta a la que
llama “de la traición”. En otra carta a Benitez (1868), Alberdi
reclamaba que se transmitiera al Mariscal López su adhesión y sus
trabajos “contra las ambiciones tradicionales del Brasil y Buenos Aires
respecto de los países interiores en que hemos nacido él y yo”.
Sarmiento, preocupado sobre los modos en que la posteridad interpretaría
su obra, pidió que la carta de Alberdi se hiciera publicar en su
carácter de “padre del Capitán Domingo Sarmiento”, caído en el ataque de
Curupaitytí (1866). Dominguito, hijo adoptivo o hijo natural de
Sarmiento, tenía veintiún años cuando cayó en la batalla en la que el
ingenio paraguayo triunfó sobre las fuerzas de la Armada Imperial y un
batallón de diecisiete mil hombres dirigidos por el general Mitre, un
estudioso de la estrategia europea.
En su artículo Alberdi y Sarmiento: adversarios y coescritores
, Claudia Roman señala que a casi veinte años de terminada la guerra y a
casi veinte años de su redacción, “este diálogo entre fantasmas
-Alberdi ha muerto, le responde el padre de un soldado muerto- vuelve al
centro de la disputa la cuestión de las amistades, las lealtades
públicas y privadas, las traiciones. Pero también expresa la voluntad de
que la historia de la patria, y sus interpretaciones, sean y sigan
siendo cuestión de disputa”.
Fuente: clarin.com
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