Por Dolores Gil
Los sonetos de Shakespeare han sido campo de prueba para muchos
traductores, que han intentado las más variadas versiones. En Argentina
se han aventurado Mariano de Vedia y Mitre, Manuel Mujica Lainez, Mario
Jofré Gutiérrez, Pablo Ingberg y Andrés Ehrenhaus, entre otros. En esta
ocasión, Miguel Angel Montezanti se ha impuesto una dificultad formal
adicional a la de la métrica y la rima: estas versiones están traducidas
en rioplatense, es decir, como fundamenta con solidez teórica el propio
traductor en un exhaustivo prólogo, el castellano coloquial e informal
del Río de la Plata. Montezanti ya había ofrecido una traducción en
verso de los sonetos; Sólo vos sos vos es su segundo experimento, como
él mismo lo llama.
La tarea del traductor podría pensarse como la de reproducir en la lengua de llegada un cierto eco, una resonancia que el texto tiene en su idioma original. La traducción de poesía, tan fuertemente ligada a la palabra y su sonoridad, supone entonces una dificultad adicional. La traducción de un poema es un plan insatisfecho de antemano, en la medida en que sólo podrá llevarse a cabo salvando el fracaso que supone trasladar un texto poético a otra lengua. Wittgenstein afirmaba que “traducir de una lengua a otra es una tarea matemática, y la traducción de un poema lírico, por ejemplo, a una lengua extranjera es bastante similar a un problema matemático. (…) Y el problema puede ser resuelto; pero no hay ningún método sistemático para hacerlo.”
Cinco siglos no son nada
La primera edición en inglés de los sonetos vio la luz en 1609. Si estos poemas se pueden leer todavía en este siglo es porque hay algo moderno en ellos que sigue interpelándonos. Los temas son universales: en un lugar central el amor, que mueve el sol y las demás estrellas, pero también los sinsabores que acarrea, la vejez, la muerte y el mandato, según el yo que aparece en la primera serie dedicada al Amigo, de dejar descendencia. Como primera hipótesis, habría que pensar que la decisión de traducir estos poemas a la variedad coloquial rioplatense se apoya de antemano en las posibilidades expresivas que brinda el tono de los originales. Si bien las traducciones canónicas siempre prefirieron la lengua culta y elevada, la elección de Montezanti revela que hay en los sonetos una soltura, un desparpajo que, junto con el carácter sintético y filosófico de esta forma, juega muy bien con el hablar rioplatense: “Claro que no: es marca bien clavada/ ni un pelo se le mueve en la tormenta/ es una estrella de la senda errada/ el valor de su ayuda no se cuenta.” El acierto de Montezanti, que revela experiencia y oficio en el trabajo de traducción, reside en que estos textos nunca adquieren un matiz ridículo o banal, a pesar de su coloquialidad, sino que saca a la luz nuevas maneras de comprenderlos: “No podrás, Tiempo, decir que soy veleta/ tus pirámides, vueltas a la vida/ no me sorprenden, son tu vieja treta/ cosas viejas a nuevo travestidas.”
“El concepto de texto definitivo no corresponde sino a la religión o al cansancio” escribió Jorge Luis Borges en su ensayo “Las versiones homéricas”. Las obras de William Shakespeare han sido a menudo tratadas como palabra divina. Esta traducción, que es también un juego, despoja al texto de su sacralidad, se toma las libertades que necesita y nos brinda un texto que sorprende con su innovación, amable y complejo al mismo tiempo. Seguir traduciendo un texto es la mejor prueba de que éste todavía tiene un lugar en nuestro imaginario, y de que sus lecturas también tienen que modernizarse.
La tarea del traductor podría pensarse como la de reproducir en la lengua de llegada un cierto eco, una resonancia que el texto tiene en su idioma original. La traducción de poesía, tan fuertemente ligada a la palabra y su sonoridad, supone entonces una dificultad adicional. La traducción de un poema es un plan insatisfecho de antemano, en la medida en que sólo podrá llevarse a cabo salvando el fracaso que supone trasladar un texto poético a otra lengua. Wittgenstein afirmaba que “traducir de una lengua a otra es una tarea matemática, y la traducción de un poema lírico, por ejemplo, a una lengua extranjera es bastante similar a un problema matemático. (…) Y el problema puede ser resuelto; pero no hay ningún método sistemático para hacerlo.”
Cinco siglos no son nada
La primera edición en inglés de los sonetos vio la luz en 1609. Si estos poemas se pueden leer todavía en este siglo es porque hay algo moderno en ellos que sigue interpelándonos. Los temas son universales: en un lugar central el amor, que mueve el sol y las demás estrellas, pero también los sinsabores que acarrea, la vejez, la muerte y el mandato, según el yo que aparece en la primera serie dedicada al Amigo, de dejar descendencia. Como primera hipótesis, habría que pensar que la decisión de traducir estos poemas a la variedad coloquial rioplatense se apoya de antemano en las posibilidades expresivas que brinda el tono de los originales. Si bien las traducciones canónicas siempre prefirieron la lengua culta y elevada, la elección de Montezanti revela que hay en los sonetos una soltura, un desparpajo que, junto con el carácter sintético y filosófico de esta forma, juega muy bien con el hablar rioplatense: “Claro que no: es marca bien clavada/ ni un pelo se le mueve en la tormenta/ es una estrella de la senda errada/ el valor de su ayuda no se cuenta.” El acierto de Montezanti, que revela experiencia y oficio en el trabajo de traducción, reside en que estos textos nunca adquieren un matiz ridículo o banal, a pesar de su coloquialidad, sino que saca a la luz nuevas maneras de comprenderlos: “No podrás, Tiempo, decir que soy veleta/ tus pirámides, vueltas a la vida/ no me sorprenden, son tu vieja treta/ cosas viejas a nuevo travestidas.”
“El concepto de texto definitivo no corresponde sino a la religión o al cansancio” escribió Jorge Luis Borges en su ensayo “Las versiones homéricas”. Las obras de William Shakespeare han sido a menudo tratadas como palabra divina. Esta traducción, que es también un juego, despoja al texto de su sacralidad, se toma las libertades que necesita y nos brinda un texto que sorprende con su innovación, amable y complejo al mismo tiempo. Seguir traduciendo un texto es la mejor prueba de que éste todavía tiene un lugar en nuestro imaginario, y de que sus lecturas también tienen que modernizarse.
Fuente: Revista Ñ Clarín
No hay comentarios:
Publicar un comentario