Rompió todas las leyes de la sociedad. Fue una de las mayores pintoras de su época. Como Caravaggio, durante casi cuatro siglos fue olvidada. Una muestra en París redescubre su talento.
En el Museo Maillol de París se lleva a cabo hasta el 15 de julio la exposición Artemisia, poder, gloria y pasiones de una pintora.
Rescatada del olvido, podemos ver en esta magnífica muestra –curada
por Roberto Contini, conservador de Pintura Italiana y Española de los
siglos XVI-XVII en la Gemäldegalerie de Berlín, y Francesco Solinas,
profesor del Collège de France– 42 de sus obras y una veintena de las
de sus contemporáneos más cercanos, entre ellos Orazio Gentileschi, su
padre.
La pintora barroca italiana fue una mujer libre, rebelde,
ambiciosa, muy cortejada y genial. Vivió rodeada de mecenas, formó a los
grandes de la época, su autorretrato desnuda –representando una de las
ocho virtudes de Miguel Angel– decora la casa del propio Buonarroti bajo
el encargo de su sobrino, Miguel Angel el joven. Fue alumna de Galileo
Galilei, primera mujer miembro de la Academia de Dibujo. Trascendió
fronteras, fue amiga de Diego de Velázquez, también pintora de la corona
española y de la reina de Inglaterra. Rompió todas las leyes sociales y
se convirtió en una de las artistas más célebres de su época. Compleja,
apasionada, también sus cartas de amor, asociadas a su trabajo, a su
amante Francesco María Maringhi, desbordan de emociones, mezcladas con
algunos versos latinos de Petrarca, Tasso o del mismo Miguel Angel.
Muere en la gloria pero es olvidada durante cuatro siglos.
Artemisia
Gentileschi (1593-1654) ha sido rescatada del olvido ahora en Francia
con la muestra en el Museo Maillol. Al entrar en el suntuoso recinto de
este hotel particular que fue la casa de Maillol y de su esposa, Dina
Vierny, uno se topa con obras que rinden cuenta de la importancia de
esta una mujer excepcional en la historia del arte y, en particular, en
el período barroco-clasicista. A través de los dos pisos del museo se
despliega un universo de formas impregnadas de refinamiento,
voluptuosidad, teatralidad en las expresiones y colores, bajo una pasión
intensa que emana del conjunto de estos elementos. La genial creadora
renace como una suerte de Ave Fénix frente a nuestra mirada subyugada.
Hija
del maestro toscano de la pintura barroca Orazio Gentileschi, Artemisia
nació en Roma el 8 de julio de 1593. Su madre murió en el séptimo
parto, cuando ella tenía 12 años. Decide ser artista y se convierte en
la mejor alumna de su padre: quiere trascender su condición (fue el caso
de Caravaggio en otro sentido), cuya pintura, según dicen algunas
fuentes, la trastornaba.
Caravaggio muere en 1610; Artemisia tiene
entonces 17 años y firma su primer cuadro: “Susana y los viejos”.
Artemisia ha eliminado todo detalle anecdótico, como el jardín o las
joyas que son un clásico a la hora de tratar este tema de lascivia
bíblico. La atención está prestada a los personajes y a la pureza que
irradia el cuerpo desnudo de Susana, la expresión de miedo de su rostro,
bajo el inmenso contraste entre el rojo y el azul, que derivan del
interés de la pintora por Miguel Angel en aquella época.
Un año
más tarde, en 1611, uno de los colaboradores de su padre en la
decoración de la casa del cardinal Scipione Borghese, Agostino Tassi,
comienza a darle clases de perspectiva. Se inicia entonces un capítulo
oscuro en la vida de Artemisia. No acepta el pedido de matrimonio que le
hace Tassi, quien la viola. Su padre decide denunciarlo al papa Pablo V
para obligarlo a casarse –era la ley de la época– y somete de hecho a
Artemisia a un proceso humillante bajo la mirada de toda Roma. El
proceso público duró varios meses. Fue sometida a la tortura que
consistía en prensar los dedos a través de cuerdas hasta destruir las
falanges. En los registros judiciales que se conservan se puede leer una
famosa frase de Artemisia, quien con los dedos deshechos se dirige a
Tassi diciéndole: “Este es el anillo de bodas que me tenías prometido”.
Tassi es condenado a cinco años de exilio y galeras pontificias –que
nunca cumplió– mientras que Artemisia se casa con Pierantonio Stiattesi,
florentino, hijo de un zapatero, y juntos se trasladan a Florencia.
MUSA DE LA PINTURA. Circa1635. óleo sobre tela, 70 x 62,5 cm.
En
aquella época, en la corte del gran duque de la Toscana, Cosme de
Médicis, se encuentra como consejero y maestro de perspectiva en la
Academia, Galileo. Fue amigo y maestro de Artemisia. Ella ya era
integrante de la prestigiosa Academia del Dibujo, la primera mujer con
ese cargo. Se conservan 28 cartas entre ellos. El aporte de Galileo es
clave en una de las obras maestras de la pintora: “Judith decapitando a
Holofernes”, ejecutada entre 1612-1613.
En esta obra mayor,
Artemisia pone sus rasgos en el frío y calculador rictus del rostro de
Judith, atribuyendo a Holofernes los de Tassi. La oscuridad y violencia
de esta obra, la seguridad en el rostro de Judith decapitando a
Holofernes, se atribuyen a su traumática violación y al proceso
humillante que vivió posteriormente. El cuadro tiene detalles de
Caravaggio: la sangre manchando las sábanas blancas es un efecto de gran
dureza que responde al estilo impactante del maestro del claroscuro.
En
1620 el duque Cosme de Médicis quiso adquirir una segunda copia. Y es
aquí donde intervendrá Galileo. En este segundo cuadro hay una
diferencia en cómo la sangre fluye desde el cuello de Holofernes: el
recorrido de la sangre sigue una trayectoria parabólica. Galileo que
conocía las dos versiones del cuadro de Artemisia es probable que le
haya indicado la trayectoria correcta, en una suerte de realismo que
acentúa la crudeza del cuadro (Galileo se ocupó en estudiar el
movimiento de los proyectiles y en describir el movimiento parabólico).
Artemisia
vuelve a Roma, se reafirma en la escena internacional con una docena de
cuadros: llega a la cumbre de una carrera brillante de retratista. La
corte de los Médicis con su particular gusto por el teatro, dicta el
gusto en la ciudad. La pintora se instala con su familia, su marido y
cuatro hijos, cerca de la plaza del Popolo durante cuatro años, entre
1620 y 1626.
Separada de su marido, se traslada a Venecia donde
el éxito continuará durante tres años antes de partir a Nápoles. Allí se
instala durante 20 años para trabajar al servicio de otro de sus
admiradores, el virrey Fernando Enríquez Afán de Ribera, duque de
Alcalá. Instala un taller con una docena de ayudantes y forma a los
mejores pintores del futuro: Pacceco De Rosa, Onofrio Palumbo, Bernardo
Cavallino, Spardano. Se impone en el medio artístico napolitano gracias a
un encargo “El nacimiento de Juan el Bautista”, hoy en el Museo del
Prado, y los tres retablos destinados a la catedral de Pozzuoli.
Cuadros bíblicos, personajes mitológicos e históricos, retratos de actrices.
Como
Artemisia era muy bella los coleccionistas adquirían sus retratos en
toda Europa, porque ella solía ser su propio modelo. Había muchas
mujeres pintoras en la época pero estaban limitadas a pintar vírgenes y
flores: la hija de Orazio imponía su cuerpo. Audaz y refinada, trabajó
para todos los coleccionistas privados: los Médicis, el duque de Módena,
el conde de Amabares, los D’Este, además de banqueros, príncipes
europeos y toda suerte de nobles. Las figuras femeninas de sus cuadros
están en su mayoría desnudas: hay músicas, pensadoras, artistas y
personajes célebres: Cleopatra, Diana, Dalila, María Magdalena, Judith,
la Galatea...
“Cleopatra” (1635) se impone entre sus
retratos-autorretratos por su dramatismo, con su torso delicado y
desnudo mientras se deja morder por una serpiente pequeña, apenas
visible. La acompaña en su fuerza impactante “El suicidio de Lucrecia”
(1630-1633), la expresión noble de la esposa de Lucio Tarquinio Colatino
entregada al sacrificio para salvar el honor perdido. Cuerpos sensuales
y delicados, eróticos, con una plástica profundamente teatral donde
ella misma se incluye como personificación de su arte.
En 1639
Artemisia viaja a Londres. Vivirá allí dos años y decorará los techos de
la casa de la reina en Greenwich. Su padre era considerado allí el
mayor maestro de su tiempo; muere en Londres y, según dicen las fuentes,
el funeral de Gentileschi fue tan suntuoso y espectacular como fueron
los de Rafael y Miguel Angel.
Artemisia regresa a Nápoles
aproximadamente en 1640 y allí se queda hasta su muerte, cuya fecha
exacta no es precisa pero se estima que ocurrió en 1654.
En
Nápoles siguen los encargos, respaldada por su amante y protector
Frescobaldi, Artemisia responde a los pedidos de sus coleccionistas
realizando retratos y cuadros de grandes dimensiones como los de Diana y
la Galatea, o“El juicio de París”. En los últimos años de su vida
Artemisia parece colaborar estrechamente con el pintor napolitano
Onofrio Palumbo, según el testimonio de algunos documentos que se
encuentran en los archivos en Nápoles. Antes de morir, dirá de ella
misma una frase que la define: “Soy el alma de César en un cuerpo de
mujer”.
Se presume que sus restos se encuentran en la iglesia
Sain Giovanni Fiorentini de Nápoles, sin embargo resulta difícil
identificar su tumba, que desaparece en unos trabajos de restauración de
la iglesia en 1785.
Fuente: Revista Ñ Clarín
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