MORTALES COMO HUMANOS






Llenas de nostalgia, realizadas con cables y otros materiales descartados y desechados, las instalaciones de Daniel Canogar buscan un resto de vida en tecnologías que tienen fecha de caducidad, como los seres humanos. 


Se acelera. Ella teme, suda. Supone que puede notarse esa contracción y dilatación súbita, anómala, incontrolable. Pero, ¿qué hacer? Le ha ocurrido otras veces, es cierto. Y en todos los casos ese latido fue un indicador estadístico preciso: a esos hombres los amó. Más tarde, recuerda, el corazón dejaba ese temblor agitado en noches de abrazos potentes cuando se dormía sintiendo contra su pecho el latido ajeno. No había sincronía, sin embargo ese sonido desfasado le parecía perfecto. Escuchando esos latidos, se sintió viva.
“Para mí es muy importante que mis instalaciones tengan no sólo un concepto importante detrás de la obra sino que despierten ciertas memorias muy físicas”, dice el artista español Daniel Canogar, de paso por Buenos Aires para presentar Latidos en el Espacio Fundación Telefónica.
Canogar es un alquimista en esto de dar vida a objetos ya caducos. Con material tecnológico obsoleto, desechado, ya muerto, las seis instalaciones que muestra aquí dan cuenta de la eficacia de esa operación estética y conceptual: echa luz sobre la memoria colectiva y, al tiempo, logra que el espectador recupere imágenes muy suyas.
Hace años que Canogar viene trabajando con una serie de materiales en desuso o en vías de extinción. En su estudio, acumula infinidad de materiales más una colección de cámaras y aparatos ópticos: “Me interesa mucho la historia de los nuevos medios: los primeros estereoscopios y las máquinas precinematográficas, todos artefactos del siglo XIX que empiezan a hacer nacer la figura del espectador”, dice el artista, que se metió en el arte tan sólo con 17 años y no paró. Imposible olvidar su serie “Otras geologías” (2005), increíbles murales fotográficos de decenas de metros de largo donde un amasijo de cuerpos es bellamente devorado por los residuos más diversos. Un submundo hipnótico e inquietante. Más tarde, salto al vacío: llevó esos materiales al terreno escultórico, transformando, por dar tan solo un ejemplo, una superficie de medio millar de lamparitas quemadas en luminosa pantalla de retroproyección. Hizo también fascinantes instalaciones en el espacio público. Lo suyo no es la forma tradicional de proyectar imágenes: necesita expandirse, huir del rectángulo blanco, copar pisos, cañerías, baños, la fachada del Alcázar de Segovia, fábricas abandonadas en Brooklyn, la Iglesia de San Pietro en Roma, y hasta una instalación con pantalla de leds en el atrio del Consejo de la Unión Europea en Bruselas, realizada con motivo de la presidencia española de la Unión Europea (en 2010), con alusiones sociopolíticas ácidas y explícitas. Y la lista sigue.
En el Espacio Fundación Telefónica puede verse “Scanner” (2009), una instalación con cables eléctricos, telefónicos y de computadoras desechados y rescatados por el artista para darles nueva vida virtual. Uno se encuentra con un entramado escultórico destellante gracias a esas proyecciones en loop sobre cablerío que aparenta transmisión energética y neuronal. Una maraña exuberante, potente, deslumbrante. “En el fondo se trata también de recuperar la memoria, el uso que tuvo este material”, dice el artista, y agrega: “En muchos sentidos las nuevas tecnologías se han convertido en una religión para el ser humano. Una especie de emoción que tenemos ahora por las máquinas”.

SPIN WITH TWO WALLS, 2010. | Cien DVDs, video proyección de 3:30 minutos en loop.
SPIN WITH TWO WALLS, 2010. | Cien DVDs, video proyección de 3:30 minutos en loop.
“Pneumas” (2009) son pequeños nichos que contienen cables del pasado: altarcitos para tecnologías que al minuto de creadas devienen obsoletas y a las que Canogar vuelve a darles aliento de vida. Cables sin transmisión energética que, por artilugio de una animación proyectada, se transforman.
Esos restos del pasado cercano tecnológico vuelven a aparecer en “Frecuencia” (2012), hecha con antiguas máscaras de pantallas de televisión (recuperadas de un centro de reciclaje que procesa televisores analógicos) que alguna vez fueron bombardeadas por electrones y en las que habita la huella de Nam June Paik. En un salto sin escala desde la imagen electrónica, Canogar convierte esas pantallas como de gasa, en las que proyecta una serie de imágenes, en una obra abstracta. Ahí, dice el artista, está condensada la memoria de toda la información que se ha procesado sobre esas pantallas.
En ese roce del pixel electrónico del proyector con la cinta magnética analógica, ahí justamente, señala Canogar, están él y toda su generación, esa que tuvo que empezar a trabajar con otra tecnología sin previo aviso. “Tracks” (2011) es una videoproyección en loop sobre cintas de casetes VHS extendidas en la sala a modo de trama geométrica. La videoproyección es tan potente que el ojo queda alucinado. Con “Spin” (2010) ocurre algo similar. Los fragmentos de películas y la música de un centenar de DVDs descartados, de pronto, vienen a formar un desfile inagotable de narrativas visuales y sonoras. Para Canogar, ahí están flotando esas miles de películas que vemos en nuestra vida. Sobre el muro negro, los DVDs, que pronto quizá sean pura arqueología, son como diamantes.
“He visto en mi vida una serie de tecnologías que han pasado delante de mis ojos y luego han desaparecido: parece que es algo que ocurre cada vez más rápidamente. Yo soy un artista de 47 años y creo que es bastante típico que los artistas que cumplen 40 empiecen a pensar más en la muerte y en el paso del tiempo. En el fondo yo soy un televisor, soy celuloide, soy VHS y también, circuitos de cables. Y en ese sentido me empiezo a identificar enormemente con ellos. Es decir: ¿me estoy haciendo obsoleto como ser humano, como artista, como hombre también?

-¿Qué lugar juega la palabra en este entramado tecnológico voraz? ¿Se diluye?
-Para mí la obra de arte no es el destino final: es el puente entre seres humanos que se pueden comunicar fundamentalmente a través de la palabra. La palabra es tremendamente precisa, y el arte y la imagen permiten algo que me interesa mucho: una enorme complejidad. Es muy importante el diálogo entre estos dos sistemas de comunicación: necesito la precisión que me permite la palabra y, al mismo tiempo, la polisemia de la imagen.
Sus obras son vanitas posmodernas: no incluyen calaveras, velas ni flores marchitas, sino televisores, cables, DVDs. Materiales desligados de la naturaleza y hallados en la basura. Con tecnología pura, dura y caduca –agonizante o ya muerta–, Canogar crea instalaciones deslumbrantes que ponen el foco en el pasado. Devela qué hay allí de efímero. Y es capaz de hacernos recordar potentes latidos cuerpo a cuerpo.

FICHA

Daniel Canogar
Latidos

Lugar: Espacio Fundación Telefónica, Arenales 1540.
Fecha: hasta el 23 de junio.
Horario: lunes a sábados, 14 a 20.30.
Entrada: gratis.



Fuente: Revista Ñ Clarín

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