Por el temporal el arbolado porteño volvió a ser tema: desde Rosas a Sarmiento y a Thays, el “paisajista mayor” de la Ciudad.
Por Eduardo Parise
El temporal ocurrido hace 12 días quedará en la memoria de los
habitantes de Buenos Aires como lo que fue: una tragedia. Con los años
se recordará a los 16 muertos que hubo en Capital y GBA, a los heridos y
a los problemas y destrozos que causó. Y en este último rubro,
seguramente muchos también recordarán la pérdida de cientos de árboles,
esos elementos vivos que, entre otras virtudes y además de su aporte
estético, suelen proveernos de buen oxígeno.
Según los últimos
estudios, en las calles y plazas porteñas hay más de 420.000 árboles, lo
que equivale a un ejemplar cada siete habitantes. Y en ese escenario
verde, el ranking de especies dice que la primera posición en el podio
la tienen los fresnos americanos, seguidos por plátanos, tilos y
jacarandaes. Pero para demostrar que Buenos Aires es una ciudad bien
ecléctica, no sólo en su gente o en sus construcciones, también se
encuentran –entre muchos más– tipas, paraísos, robles, limoneros,
ombúes, eucaliptus, araucarias, lapachos, pinos y hasta 3.000 palmeras
(hay pindó y fénix) que le aportan un toque tropical.
Como todo en
la Ciudad, el arbolado porteño también tiene su historia. Por ejemplo
se sabe que a comienzos del siglo XVII se aplicaban penas a quienes
destruyeran algarrobos. Y que, entre 1778 y 1784, durante el gobierno de
Juan José de Vértiz y Salcedo (el único virrey español que había nacido
en América), se diseñó un paseo junto al río, al que se conoció como
“La alameda”, aunque en sus orígenes la mayoría eran ombúes.
En
los tiempos en que en estas tierras Juan Manuel de Rosas era el
mandamás, en muchas quintas se instalaron pequeños montes de árboles. Y
con la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento (1868-1874) aquella
tendencia de “plantar árboles”, como solía reclamar el sanjuanino, se
mantuvo como una constante. Siempre se dijo que fue él quien trajo desde
Estados Unidos los plátanos, esos que generan quejas de los médicos
alergistas y de quienes sufren las alergias por la pelusa que sueltan.
También, aportó las semillas de los árboles de la nuez Pecan, originario
de ese país. Y que fue el promotor de la plantación de eucaliptus, como
muchos de los que aún se ven en muchos barrios.
Claro que el
título de “paisajista mayor” de Buenos Aires, lo sigue manteniendo el
francés Carlos Thays quien, desde 1893 (cuando ganó por concurso el
puesto de director de Parques y Paseos de la Ciudad), recorrió todo el
país buscando especies que sirvieran para decorar calles, parques y
plazas. Así, desde el Norte trajo tipas (llegan a medir más de 30
metros) y jacarandaes, esos que, al final de cada primavera, visten de
violeta muchos rincones ciudadanos. Obviamente hay otros árboles que van
camino a su erradicación como los simpáticos paraísos (sus ramas y
troncos se ahuecan y caen con mucha facilidad) y los ficus (está
prohibido plantarlos), cuyas raíces suelen causar estragos en veredas y
cañerías.
Como se ve, el tema de las arboledas porteñas tiene
todavía mucha savia para aportar y con ellos se podría hacer hasta un
tratado sobre sus colores, sus sombras y sus leyendas. Sobre todo con
aquellos que tienen relación con el pasado, como es el caso de ese
retoño del aromo que Manuelita Rosas plantó en 1838 en los jardines de
la residencia familiar que tenían en Palermo. Dicen que junto a ese
árbol, la hija de Don Juan Manuel consiguió indultos a favor de algunos
sentenciados por cuestiones políticas. Y, por eso, se lo conoció como
“el aromo del perdón”. Pero esa es otra historia.
Fuente: clarin.com
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