Por Hernán Firpo
Es una activa luchadora del buen empleo del castellano para hablar y escribir. Y está a favor del insulto bien usado.
Dora es de esas personas que ya no existen. Vamos de vuelta: entre tanto soñador y tanto hermano de la somnolencia televisada, Dora no es una existidora profesional. Está bien que la humanidad necesite espectáculo, pero con tanta sensación, imagen y materia alrededor, maese Ari Paluch, ¿el alma seguirá siendo el sidecar del cuerpo?
Llega a nuestra casilla de correos el mail de una señora pidiendo –en cadena– que cuidemos la lengua y la protejamos como si los sujetos, predicados, oraciones compuestas y subordinadas estuvieran en peligro de extinción. Greenpeace tiene a Natalia Oreiro, y el castellano a Dora Beatriz Bidou.
“Amo mi lengua por su fabulosa riqueza. Me eriza la piel que se use mal al hablarla y al escribirla. El disparate, estimado, nos invade y debemos tener mucho cuidado”. Advierte que las muletillas empobrecen y que si el idioma llegara a agonizar, “no sé cuándo será porque no hago predicciones”, la culpa será de los educadores y los padres.
De la advertencia al escándalo hay un paso. Casi de casualidad asistimos a la discusión que Dora tiene con la página 129 de un libro que no mencionaremos para evitar represalias del autor. Primero discutirá leyéndola en voz alta y luego le pegará a la página 129 con el revés de su mano derecha. “Los gramáticos no somos prósperos de la nada (otro bofetón). Es importante salvar una b o una v. No es verdad lo que dice este autor. La literatura se hace con el cuerpo, y con la lengua. El castellano es para escribir páginas de oro. Es un idioma redondo y me ofende que la sintaxis se desperdicie. Estoy grande e histérica, me duele el presente, pero más me duele el futuro. A mí no me alcanza con ser una pudiente del idioma. Para nada”.
Dora es la Eugenia de Chikoff de las buenas costumbres del habla castellana y ni por las tapas habría que imaginar un pasado en Filosofía y Letras, lo que la vuelve más cálida. Si le preguntás, te habla de un pasado cercano a la salud y la enfermería. “Vengo de un palo donde las palabras escasean. Se está vivo o se está muerto. Vengo de un idioma muy drástico”.
Su particular búsqueda de la belleza reside en el bombardeo de las fuerzas sintácticas, narrativas y poéticas a través del mail. Leemos: En Primaria estudiábamos Lengua, Matemáticas, Ciencias Naturales. En 6º de Primaria si en un examen tenías faltas de ortografía del tipo de “b” en vez de “v” o cinco faltas de acentos, eras candidato a repetir el grado.
Y se apena Dora porque sabe que las palabras que usamos son insuficientes y no alcanzan para decir. Sufre a su modo al notar que pronto no habrá veredas salvadas y que todos viviremos como la gente; es decir, utilizando menos de 200 palabras, y así, dice, “así no se puede expresar. Además, acuerdo con Roberto Fontanarrosa, quien solía repetir que mala palabra era hambre. Hay que putear. Este mundo se ha vuelto demasiado cínico e hipócrita como para arrinconar al insulto. Sin abandonar mi armadura de Quijote, diría que el insulto se volvió necesario, lo que no quita que la palabra boludo sea un triste tarugo compactador”.
A Dora le importan más las palabras que los hechos. La música de las palabras. Es un personaje de novela. “Me hice amiga de la computadora. Escribo, reenvío material, recibo textos, dibujos, poesía. Y me manejo por instinto. Siempre escribí. Desde chiquita, y escribía a escondidas porque la hija única no debía escribir... Podría hablarte horas del papel en blanco...”
Entre las palomas de un balcón de San Telmo piensa que la gramática se pierde porque tal vez no haya nada de qué hablar. Y cuenta que mantiene un ritual exánime: charlar. “Charla, herramienta con la que varias personas se comunican mediante frases. Soy una conversadora nata. Sólo se domina lo que uno nomina. Por eso nos juntamos para hacer lo que mejor nos sale: hablar. Un día te voy a invitar a esas reuniones eternas... La escasez del idioma lleva a la escasez del pensamiento”, dirá la autora de Diálogos en Soledad, una colección de cuentos que, implícitamente, debe sugerir los ahogos del soliloquio.
Ktepsa –qué te pasa–, Tkm –te quiero mucho–. “Los mensajes de texto están demoliendo a las vocales, y si las vocales nos molestan, querido, el apocalipsis está próximo”.
Fuente: clarin.com
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