Un artista y un científico argentinos trabajaron juntos durante nueve meses en una universidad inglesa para aplicar principios de percepción visual en la creación de obras de arte. El resultado, una muestra de pinturas que revela que la interacción fluida puede tender puentes inimaginables, crear arte y discutir el futuro de una disciplina que sólo tiene cien años.
¿CENTELLEA? “The beat of the crowd”, creada bajo los principios de Hermann Grid, forma parte de una muestra de arte y neurociencias.
Por Marcela Mazzei
Sólo
hay que disponerse a mirar fijo la primera foto que acompaña a esta
nota y advertir que los círculos del centro comienzan a centellear, a
moverse como si se tratara de una animación. Y esto es una cosa en la
pantalla de la computadora, donde las imágenes suelen moverse, pero
sucede lo mismo con el original, pintado en acrílico sobre tela,
colgado en una galería de arte británica con el título “The beat of the
crowd”. El centellear que hipnotiza a los visitantes es la ilusión
óptica Hermann Grid (por su descubridor) y fue uno de los principios de
percepción visual que el neurocientífico Rodrigo Quian Quiroga y el artista visual Mariano Molina eligieron para experimentar trabajo conjunto de arte y ciencia.
“The beat of the crowd” es parte de The art of visual perception
(El arte de la percepción visual), una muestra de pinturas creadas a
partir del estudio exhaustivo de las posibilidades de la visión humana y
el uso de las ilusiones ópticas. Durante enero se exhibió al público
en el centro de arte de la Universidad de Leicester como parte del
programa AHRC Beyond Text,
que tiene planes de llevar al gran público europeo y más allá también
los principios de percepción visual escondidos en obras de arte creadas
con los papers en la mano.
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POLLOCK'S SPACE. Un tributo y un experimento, que pone sobre tela el principio de oclusión.
De la Pampa a Leicestershire
Físico
de la UBA y doctorado en matemática aplicada en Alemania, Rodrigo
Quian Quiroga es profesor de la Universidad de Leicester, Inglaterra,
donde vive desde los años 90. Además de estudios sobre la memoria que editó en un libro sobre Borges
y por los que fue reconocido, ya había publicado varios trabajos de
investigación sobre el cruce de arte y neurociencias. De su laboratorio
surgieron los estudios con el Eye Tracker –un software que
determina hacia dónde se dirige la mirada cuando contemplamos una obra
de arte–, que en su etapa de pruebas en la Galería Tate de Londres
participó de un documental de la BBC Channel 4 emitido a principios de
2012; y también una publicación sobre cómo vemos obras de arte de
acuerdo a su precio de mercado, entre otros.
En
su búsqueda de un artista con quien intercambiar saberes y explorar
las fronteras, contactó a Mariano Molina y charla de café mediante ya
estaban organizando un viaje: como artista en residencia, Molina se
instaló durante nueve meses en Inglaterra y de aquella “interacción
fluida” resultaron unas 20 piezas de acrílico sobre tela y algunos
trabajos en soporte digital que presentan de manera inteligible cómo el
cerebro procesa la información visual. “Mi interés como
neurocientífico es entender cómo un grupo de neuronas genera algo tan
fascinante como la percepción de lo que vemos. El parque que tengo a la
vista desde mi oficina no es una película que se proyecta en mi
cabeza: es ni más ni menos que un disparo de neuronas en mi cerebro”,
define Quian Quiroga su área de investigación, en conversación
telefónica desde Inglaterra.
“Siempre me fascinaron las ilusiones ópticas”, asegura Mariano Molina sentado en el hall del Art Hotel,
que alberga su muestra más reciente en Buenos Aires. Allí, entre las
pinturas de su proyecto personal, se reconocen –y él mismo reconoce–
algunos puntos de contacto con las creadas en conjunto con Quian
Quiroga. En la galería está su serie sobre muchedumbres: una escena
general con cuerpos gesticulando donde se confunden en el acting
un recital de rock con la tribuna de un estadio de fútbol y una
manifestación política juvenil. “Este proyecto surgió sin buscarlo, algo
que me parece maravilloso, y aunque seguro va a influir en un futuro
lejano-inmediato y va por un carril diferente, es un gran aporte a mis
conocimientos”.
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FUERA DE FOCO. El neurocientífico Rodrigo Quian Quiroga y el artista
visual Mariano Molina pintan en una de las obras de El arte de la
percepción visual.
La historia del arte y la percepción
Los
“trucos” de los pintores para generar atmósferas, profundidades o
sensación de realidad son tan antiguos como el arte mismo. “Estamos
aprendiendo cosas que Rembrandt ya sabía intuitivamente hace siglos;
aunque no entendía cómo funciona el cerebro, tenía muy claro los efectos
que producía un contraste o un claroscuro –explica Quian Quiroga–. Son
las cosas que estudiamos hoy en el laboratorio, y los científicos
tenemos que perder el miedo a cruzar esta barrera y aprender del arte,
que aplica la percepción visual hace cientos de años mientras en
Neurociencia comenzamos hace cien; sería muy arrogante de nuestra parte
decir que podemos explicarlo todo cuando en realidad podemos aprender
un montón de los artistas”.
Egresado
de la escuela de arte Prilidiano Pueyrredón, premiado en salones
nacionales de pintura, invitado a bienales internacionales y reconocido
por sus murales, Mariano Molina tuvo que hacer memoria para
identificar artistas o movimientos estéticos la manera en que las
técnicas de percepción visual se manifiestan en la historia del arte.
“Leonardo Da Vinci sabía cómo dar cuenta de las dimensiones, de la
cercanía y lejanía de los objetos; en el Renacimiento está muy clara la
perspectiva; después la Gestalt; incluso Kandinsky abordó muchos
aspectos de las ilusiones ópticas; otro es Escher… Y hay una artista
británica que descubrí allá, Bridget Riley, que desde los 70 pinta unas
cosas maravillosas”, enumera. Por el poco espacio que tienen estos
asuntos en los programas de formación artística, Molina se considera un
afortunado por la experiencia que acaba de vivir. “Rodrigo habla de la
intuición del artista, pero si vos podés adquirir estos conocimientos
de antemano, te da una mayor amplitud y perspectiva. Son cosas con las
que un artista está lidiando todo el tiempo a la hora de ponerse a
trabajar. Si estos artistas hubieran tenido toda esta información,
podrían haber tenido mucho más impacto visual”, reconoce y le pone
reservas a la intuición, la inspiración y la imaginación (“palabras muy
románticas”) en el quehacer artístico, más relacionado según su
entender al mundo de las ideas. Su “visión distinta” también dejó
huellas en el laboratorio.
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EN FOCO. "Si tapás algunas cosas y no otras, le generás un enigma al cerebro resuelve haciéndose la idea de tres dimensiones".
Oclusión y rivalidad binocular
En
un ejercicio múltiple, “Pollock's space” (Foto 2) funciona como
tributo, manifestación artística y explicación didáctica del principio
de oclusión. Allí se distingue al genial Jackson Pollock en blanco y
negro volcando pintura sobre una tela con un gesto que podría haber
patentado. Convive en la misma superficie con una estampa texturada en
rojo. La tentación a decir que está “sobre” el más famoso de los
expresionistas es inevitable, porque allí reside la “ilusión”, lo que
engaña al cerebro. Explica el científico: “Si estás viendo dos objetos y
uno cubre al otro, ves a éste último más cerca. Eso lo entendés por
cálculos que hacés en tu cerebro, porque realmente no está más cerca”.
En la pintura, con la oclusión aprendida, se pusieron a jugar: mientras
la mano de Pollock tapa la estampa, ésta tapa el resto del cuerpo.
Aplican el mismo principio en una serie donde el dúo artístico-científico aparece dentro de campo –en otro guiño arty. En la primera versión (Foto 3), ambos fuera de foco pintan como si delante de ellos hubiera un vidrio: Molina repite el pattern
estilo Pollock mientras Quian Quiroga dibuja unas neuronas de Cajal
(por Santiago Ramón y Cajal, pionero de la Neurociencia). En una segunda
versión (Foto 4), ambos están en foco en una maniobra que los acerca
al espectador, al tiempo que los dibujos que cubren por regiones los
espacios definen el conjunto: “Si tapás una cosa y no otra –asegura
Quian Quiroga– le creás un enigma al cerebro que la única manera que
tiene de resolverlo es haciéndose la idea que estás en tres dimensiones,
sino esa pintura no tiene explicación”.
Intuitivamente
aprendidos, estos conocimientos explicitados procuran más herramientas
para la paleta del artista siempre atento a salirse de lo
convencional, de crear algo original; al tiempo que abre un sendero
poco ortodoxo para el avance de la una disciplina joven como la
Neurociencia. El paso siguiente en esta aventura de la percepción
visual se llama rivalidad binocular –otro principio famoso, un poco más
complejo–, y se trata de entender la manera en que los humanos vemos:
“Casi lo mismo con los dos ojos”, dice Quian Quiroga. Cada ojo ve en
dos dimensiones y como un ojo está al lado del otro, las imágenes que
vemos con cada uno están un poco desplazadas; ese desplazamiento hace
que el cerebro genere una visión tridimensional. Es el clásico efecto
del cine 3D, pero va mucho más allá. “Lo que nosotros sabemos en
Neurociencia es que si en vez de darle a cada ojo una imagen un poquito
desfasada le das dos imágenes completamente distintas, el cerebro se
confunde porque nunca vio una cosa así. Y la manera que tiene de
resolverlo es alternando las dos imágenes”, explica. Sigue: “Uno podría
decir que ves una mezcla de las dos imágenes, pero no: ves una imagen y
después la otra. Es algo que hace tu cerebro y no podés controlar, es
totalmente involuntario”.
En
el hall del Art Hotel, bajo la supervisión de Molina y con una
reproducción de la pintura delante y los anteojos 3D puestos, funcionó:
en la imagen de la serie de muchedumbres que el ojo izquierdo veía en
azul se colaba intermitentemente y como si fuera un videoclip otra
imagen diferente, en rojo, que estaba escondida en la misma pintura.
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Del laboratorio al atelier
“Nos juntábamos en la universidad donde yo tenía mi computadora –iba casi todos los días, como todos los colaboradores–, conversábamos con Rodrigo, él me traía papers, me explicaba cosas que había estado estudiando y planteábamos propuestas. También el científico es una fantasía que te creás, pero lo percibí muy a tono con la rutina de un artista y el intercambio de ideas desde lugares completamente opuestos es fascinante”, resume Molina, que no pudo estar presente en la inauguración pero en su lugar Quian Quiroga proyectó un video que los muestra trabajando. “Fue un principio, un acercamiento entre dos ramas del conocimiento que finalmente genera que el público acceda a campos académicos que no está acostumbrado, tanto desde el arte como de la ciencia; pero no estábamos tan pretenciosos de generar conciencia, sabemos que algo suma pero sin exagerar nuestras intensiones”, reflexiona Molina.
El día de la apertura, después de las presentaciones formales y una breve conferencia sobre cómo funciona la percepción, el público presente se dedicó a sorprenderse con los movimientos que se dan al interior del cerebro cada vez que se pone en marcha la percepción visual. Mientras atendía a la prensa local, el neurocientífico percibió algo novedoso: “Por mi carrera, me podía imaginar dando charlas delante de un montón de gente interesada en los resultados de la ciencia, pero en mi vida me hubiera imaginado mostrando cuadros en una galería de arte”. Pequeña y personal, una de las tantas posibles repercusiones de un proyecto que puso a funcionar al mismo tiempo las cajas de herramientas del arte y la ciencia contemporánea.
Fuente: Revista Ñ Clarín
Fuente: Revista Ñ Clarín
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