LUCIEN FREUD
LOS ESPEJOS, FUENTE DEL REALISMO CRUEL DEl ENORME PINTOR



El autor de esta nota, curador y biógrafo de Freud, analiza su método para crear.
 
“Reflejo (autorretrato)”. Los retratos fueron uno de los temas recurrentes en su obra, junto a los desnudos.
 
Por William Feaver

Uso el espejo como recurso para retratar un interior en pequeña escala. Siempre el mismo espejo, uno que me gusta y conozco”, contaba Lucian Freud acerca del espejo georgiano que lo acompañó siempre, desde 1943. Era una de las dos cosas que tenía en su departamento con vista al canal, en Londres. La otra era una cabeza de cebra.
Freud usaba los espejos para lograr ángulos extraños, crear distancia y dar esa leve sensación de aislamiento. Porque, como a menudo revelan sus títulos – Reflejo (autorretrato ), Pintor trabajando , reflejo-, sus autorretratos eran imágenes especulares de un rostro que fruncía el ceño autoritario o entrecerraba los ojos para estudiarse de perfil. Como dijo Freud: “Pintarme a mí mismo es más difícil que pintar a otras personas. El elemento psicológico es más difícil. Cada vez más.” Al espejo lo llevó de estudio en estudio. Terminó en la cocina del último que tuvo. La única pintura donde aparece, con marco y todo, es Pequeño interior (autorretrato) , comenzada en 1968 y terminada tres años más tarde. Diminuto en la imagen reflejada, el pintor parece indeciso entre seguir con este cuadrito o pasar al que habría de convertirse en Gran interior, Paddington 1968-9 o quizá perfeccionar el brillo de las hojas en el magnífico Interior con planta, reflejo escuchando (autorretrato), 1967-8 . Sea como sea, este es Freud deteniéndose a reflexionar. Piensen en esto: aquí tenemos la representación de una imagen reflejada que incluye la representación de otra imagen reflejada de su cuadro más grande en años, en el cual una niña ofendida, su hija Ib, está plantada bajo una planta trepadora sobre un piso manchado de pintura. Ostensiblemente una imagen de estudio, Pequeño interior comprime las posibilidades.
El amor era parte del todo: la asiduidad del amor y la expectativa del amor.
Habitación de hotel, 1954 , lo muestra en un cuarto con Caroline Blackwood. Ella tiembla en la cama y él está de pie como una presencia oscura traspuesta de la imagen de sí mismo que estudió en el espejo. Caroline se quejó de que se la representaba más vieja de lo que era, pero las uñas comidas y el meñique sobre su labio inferior son reveladores. El matrimonio se acabó pronto.
“Hacer un cuadro”, decía Matisse, “parecería tan lógico como construir una casa; si uno trabajara de acuerdo con principios sólidos. No deberíamos preocuparnos por el lado humano. O lo tenemos o no lo tenemos. Si lo tenemos, colorea la obra a pesar de todo.” Para Freud, no había dudas de que hacer cuadros era lo primero. Sin embargo, el instinto lo regía. “Los ojos le dan los mensajes al cerebro”, me dijo una vez, “y no todos salen en forma de lenguaje. El pintor que mira a una persona piensa cosas que la otra persona de ningún modo quiere que piensen de ella.” El lado humano y animal, era para él lo principal. Al pintar a una sola persona, tenía la ventaja de estar enteramente al mando. Con dos o más personas, se le complicaba y nunca más que a comienzos de los 80, cuando se le ocurrió la idea de recrear un Watteau.
Conocía la pintura original – Pierrot content , que presentaba al personaje de la Comedia del Arte sentado en un claro con frívolos acompañantes. Su versión, enorme, es una escena luminosa en su estudio de entonces. “Quería que el entorno fuera ligeramente premeditado”, expresó. “Es lo más cerca que estuve de elegir actores más que de pintar personas. Ellos también son personajes. Hacen cierto juego de roles pero no traté de olvidar quiénes eran. Al final, sólo están allí.” Les mostró una foto del Watteau y les dijo que quería algo parecido. Allí, “ligeramente disfrazados”, cuatro personajes sobre una cama, con la luz que cae pareja sobre todos. Hay una hija y dos novias de diferentes épocas. “Me interesa todo ese aspecto de las cosas: las personas y hasta qué punto se ven afectadas por estar cerca unas de otras, pero cada una encerrada en sí misma.” Cuando Gran interior W11 (según Watteau) se exhibió en 1983, más de un crítico lo interpretó como un estudio de personas bohemias que vivían en medio de la mugre. “Una habitación sórdida… paredes descascaradas, una pileta horrible y el tipo de cañerías demasiado visibles que los ingleses son propensos a aceptar”, escribió Terence Mullaly en The Telegraph, agregando: “Lucian Freud siempre me ha parecido enormemente sobrevaluado y este cuadro confirma mi opinión.” No fue el único de ese parecer; la desaprobación se centró en la torpeza de las figuras puestas en pose, obviamente poco habituadas a sentarse juntas.
Freud avanzó a fuerza de crueldad, arremetiendo donde otros conciliaban. “Nada tentativo.” Abriéndose camino por la espalda desnuda de Leigh Bowery (un polifacético personaje de la cultura londinense de la época), se acercó a esas amplias zonas de piel pálida como Alpes aún no conquistados. “Aunque espero forzar la sensibilidad del espectador, lo que realmente me interesa es violentar la mía.” Confrontativo en su realismo, trataba todo, las flores, los bebés, una reina, un lebrel soñoliento, el piso y todo, como disparadores para su poder de observación. Ese realismo es la raíz primaria del arte, eternamente moderna.
Al insistir en que todo lo que dibujaba o pintaba era un retrato, Freud no reconocía distinción entre géneros. La decisión de la National Portrait Gallery de limitar su espléndida exposición a los retratos humanos es poco imaginativa aunque no irracional. A Freud le deleitaba la perspectiva de tener retrospectivas pero cuando sucedía se desconcertaba. Hace diez años, un domingo a la mañana, fue a ver cómo colgaban su retrospectiva de la Tate, dijo que le gustaba pero después me llevó aparte. Había sólo una cosa, le parecía. “William, ¿te importaría que pusiéramos mi autorretrato con el espejo de mano junto al pequeño de mi madre?” Iban bien juntos. “Ah, muchísimas gracias”, dijo.
Pocas veces contempló su obra reunida. En realidad, lo deprimía, explicó, ver tantos retratos de personas que había conocido y quería y ahora estaban muertas.

Freud Básico

Berlín, 1922 – Londres, 20 de julio de 2011. Nieto de Sigmund Freud, vivió desde los 11 años en Inglaterra. Fue uno de los mayores referentes de la pintura figurativa del siglo pasado, su especialidad eran los retratos y los desnudos, las personas y sus vidas. En 2008 se convirtió en el pintor vivo más cotizado, cuando su obra Supervisora de ganancias durmiendo (1995) se vendió por U$S 33,6 millones.

Fuente: clarin.com

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