Arte / Palabra de artista
Días antes de inaugurar una muestra
antológica en el Centro Cultural Recoleta, el pintor cuenta qué lo
llevó a crear mundos complejos.
Pablo
Siquier es un constructor de ideas. No dibuja objetos sino
pensamientos. Logra mostrar la estructura de lo mental a través de un
raro pasaje por la vacilación de lo sensible: parte de un dibujo digital
complejo que realiza en la computadora y, a partir de su proyección en
la pared o en el papel, realiza una copia en carbonilla. Vista de lejos,
la obra se parece mucho a la que dibujó en la computadora, pero cuando
la mirada se acerca se notan errores, vacilaciones, el temblor del
trazo: se vuelve sensible. Se humaniza. El concepto encarna.
Siquier es un poeta que inventa mundos sin historia, sin
relato: pura estructura. Es un minimalista barroco. El oxímoron lo
define: esa contradicción entre dos términos que conviven y se
potencian. A mediados de febrero, Siquier realizará una muestra
antológica en la Sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta, en la que
se verán cinco proyectos que recorren algunos de los momentos más
significativos de su trayectoria. Habrá dos grandes murales de unos 75
m2 y una estructura en metal semejante a un laberinto que el espectador
podrá cruzar. También una instalación en telgopor que recorrerá todo el
perímetro (obra que rescata su primera muestra individual en Ruth
Benzacar, en 1995, ya exhibida en el Reina Sofía, y se construirá por
primera vez un proyecto de ambientación de 1987, compuesto por 10.000
maderas pintadas con 54 puntos de color cada una. Fiel a su estilo, será
una muestra a la vez monumental y mínima. Discreta y enorme. Tan
cerebral como sensible.
-Si bien comenzaste a exponer en los años 80, se puede decir que pertenecés al grupo de artistas de los 90.
-Comencé a mostrar mi obra de la mano de Jorge Glusberg y
Laura Buccellato. En el ICI mostré en 1989, invitado por Laura, junto
con Sergio Avello, Ernesto Ballesteros y Juan Paparella. También por
esos años expuse con el Grupo de la X en el Museo Castagnino de Rosario.
Y participé de una colectiva en Ruth Benzacar.
-Sin embargo, junto con Jorge Macchi, son los dos
únicos artistas importantes de esa década que no estuvieron en el grupo
del Rojas.
-Así es. Hay un equívoco en relación con el grupo del
Rojas, del que yo no participé. Creo que el error surge porque Gumier
Maier me incluyó en El Tao del Arte , que se exhibió en el
Recoleta en 1997. También hubo obra mía cuando se mostró la colección
Bruzzone en la galería del Rojas en 1999.
-La obra de 1987, que recién podés producir y mostrar ahora, ¿tenía originalmente estas dimensiones?
-Era así desde el principio. Más que en instalaciones, en
esa época yo pensaba en ambientaciones. Me inspiraba en la música
ambiental de Brian Eno. Con los cuadros me pasaba lo mismo. Pensaba en
términos de lectura: el cuadro era como una página a ser leída de una
manera retiniana, por los ojos y por el cerebro, y la ambientación era
para ser percibida por el cuerpo. Se trataba de estar rodeado por
colores como si fuera un olor o un sonido. Los cuadros eran más
intelectuales y las ambientaciones, algo más sensuales.
-Tu idea de ambientación hace pensar en una especie
de discoteca abstracta, en la que la ambientación rima con las
experiencias electrónicas y aleatorias de John Cage.
-Más que con la obra de Cage, en los años 80 yo me sentía
en contacto con el minimalismo musical de Steve Reich. La idea de
repetición y la comprensión de que el error produce una forma nueva las
tomé de Reich. Para completar el caldo de cultivo del que me alimenté,
voy a agregar a Jean Dubufett. Su rescate del arte que no seguía los
patrones establecidos fue muy inspirador para mí en esos años.
-¿Qué sentís ahora que tu obra está en el subte y es vista por miles de personas cada día?
-La repercusión que tiene el arte mural en un sitio de
tránsito masivo es increíble. Mandé una obra a Miami y el funcionario de
la aduana dijo al verla: "Este cuadro es del tipo que hizo el mural del
subte". Hay varios murales míos en la ciudad: los dos del edificio Los
Molinos, en Puerto Madero, el del nuevo espacio del Centro Cultural San
Martín y el del Sanatorio Güemes; pero el del subte es el más visto. No
es algo que busqué sino que se fue dando. El arte geométrico tiene una
tradición de instalación pública. Al principio era su destino: la
geometría utópica, el constructivismo, el urbanismo de la revolución
rusa. Se lo imaginó para que estuviera en el lugar donde se vivía y
trabajaba. Era producto de la creencia de que la geometría se oponía a
la estética burguesa. Inclusive cuando la utopía revolucionaria cayó, la
geometría siguió dando la batalla por estar en el espacio público.
Pienso en la obra de Le Parc o de Vasarely, en los años 60.
-Cuando conocí tu obra, hace un cuarto de siglo, creí
que eras arquitecto porque hay en tu abstracción una insistencia en la
ciudad, los recorridos urbanos, las perspectivas edilicas, el diseño.
-Soy un apasionado de la arquitectura pero no tengo
formación académica. La mayoría de los libros que están en esa
biblioteca son de arquitectura.
-Hay rasgos arquitectónicos y urbanísticos en tus
obras: noto un diálogo con los dibujos de ciudades utópicas, las plantas
de los barrios obreros de la Bauhaus, hasta el clima opresivo de las
cárceles de Piranesi.
-Algunos de mis dibujos en carbonilla parecen jaulas que
dialogan con las prisiones de Piranesi. La serie de los cuadros grises
son construcciones pensadas con una idea arquitectónica, con una misma
idea estética. En cambio, la serie de los cuadros en blanco y negro son
situaciones urbanísticas: las cosas quedan incompletas, los proyectos
son truncos, mezclados, enfermos. Me parece que los cuadros grises se
pueden relacionar con edificios y los cuadros blancos con ciudades.
-Tu obra pasó de lo fluyente, que era la música, a lo
sólido de un proyecto arquitectónico de tinte moderno, aunque sin
aceptar el ideal de hacer tabla rasa con el pasado y comenzar todo de
nuevo.
-La idea del movimiento moderno fue arrasar con todo.
Está en Le Corbusier y aún la sostiene Clorindo Testa. A mí me parece
equivocada. La gente no se identificaba con esa nueva arquitectura sin
ningún ornamento; quería caminar por las mismas calles por las que había
caminado con sus padres. Creo que mi trabajo es producto de esa
revisión del modernismo; combina lo de la tabla rasa con la situación
afectiva. Se sostiene en esa tensión. En algún sentido mi trabajo es
posmoderno, es una revisión de los postulados del modernismo
recalcitrante.
-Hace 20 años abandonaste el color. ¿Por qué?
-No abandoné el color sino que respeté lo que los
sistemas de representación me dictaban. En todas mis series trabajo con
un sistema de representación estricto. En los cuadros en blanco y negro
es sombra proyectada sobre el plano. Es un relieve blanco sobre fondo
blanco: lo único que se ve es la sombra que proyecta una luz que está
arriba. Con los dibujos en carbonilla pasaba lo mismo. Lo que importa es
la línea y la expresividad de esa línea. Cualquier color es superfluo.
-Comenzaste a hacer cuadros blancos y negros, con
sombra proyectada antes del uso de la computadora. ¿Qué te aportó pasar
al dibujo digital?
-Podía hacer a mano las líneas rectas, con una regla,
pero las curvas complejas surgieron de mi trabajo en la computadora.
También me permitió trabajar la tridimensionalidad más compleja sin
perderme. Y, por último, la cantidad de obras.
-Ese pasaje entre la idea elaborada en el mundo
digital y la concreción al dibujar con carbonilla me parece que es una
metáfora de la vida contemporánea: somos seres anfibios que vivimos
entre el mundo de los átomos y el de los bits. Comunicación y fijación.
-Mi obra participa de esta vacilación completamente
contemporánea entre esos dos mundos. Uno de los grandes murales que voy a
dibujar a mano en la muestra del Recoleta luego será borrado. Lo que
queda es el proyecto. Y en la producción digital del proyecto está mi
placer, que es esencialmente mental, no sensual. Quizá eso sea lo
contemporáneo.
Adn Siquier
Buenos Aires, 1961
Buenos Aires, 1961
Es uno de los artistas argentinos de mayor proyección
internacional. Formado en la Escuela Prilidiano Pueyrredón y en el
taller de Pablo Bobbio, desde 1991 realizó numerosas muestras
individuales en galerías, museos (por ejemplo, en el Centro Reina Sofía,
de Madrid), y bienales, como las de Porto Alegre y San Pablo. La
muestra en el Centro Cultural Recoleta que se inaugura en febrero es su
primera gran antológica en Buenos Aires.
Fuente: ADN Cultura LA NACIÓN
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