A los 87 años, el artista uruguayo da pistas sobre su vitalidad.
Y agradece lo que Tigre le dio.
Por Mercedes Pérez Bergliaffa
Pintor del medio del río”, se autoproclama el artista uruguayo
Carlos Paéz Vilaró. Así define él la doble vida que lleva, yendo y
viniendo entre nuestro país y el hermano. Y su gran base local, el fondo
de su corazón argentino, se ubica en la zona de Tigre.
Justamente:
lo importante ahora es la gran exposición de su obra que está
realizando el Museo de Arte del Tigre (MAT). Es una forma de
agradecimiento, dice Vilaró, a todo lo que el Tigre le dio: sus pájaros,
sus árboles, sus perfumes, la comunidad.
Paéz Vilaró es, ante
todo, un hombre cosmopolita y viajero. Alto, de facciones armónicas, el
artista mantuvo como constante, a lo largo de sus 87 años, una
insaciable curiosidad y el objetivo de ser más libre.
Vilaró, observando sus obras y sus viajes pareciera que hizo con su vida lo que le vino en gana.
Es
así. Siempre me porté como tirando una piedra contra un cristal. Y fui
muy feliz. Además, pienso que es mucho más importante el intento que el
hallazgo. Por eso les digo a los jóvenes: tírense en el océano, aún sin
saber nadar. Pero tírense.
Dio la vuelta al mundo en velero,
vivió en un conventillo en Montevideo; en Africa, en Nueva York y en San
Pablo. Conoció a Picasso, Dalí y de Chirico; tiene familia. ¿Le queda
algún sueño pendiente? Me quedan, me quedan. El fundamental es crear un arte para no-videntes
: que los hombres que nacen ciegos tengan derecho a conocer el color y
la vida que nace de ahí. Soñé con hacer un circo dinámico, al cual el
hombre ciego entre por un tobogán, sin lastimarse; luego pase entre
flecos que lo rozan, sintiendo perfumes que están en el aire, o música
que entre por sus oídos.
Usted viene de una familia tradicional.
¿Necesitó trabajar alguna vez? ¡Totalmente! ¡Yo no podía permitir que
mis padres tuvieran a su cargo el mantenerme! Y como todos los uruguayos
siempre soñamos con conocer Buenos Aires, con cruzar ese río (a ver si
era verdad lo que cantaba Gardel), me vine hacia acá, donde hice una
experiencia maravillosa, que luego me llevó hacia una vida de tango,
nocturna. Trabajé La Fabril financiera, una imprenta muy importante de
Barracas, en Iriarte 2035. Aunque mi primer trabajo fue ponerles la
cabecita a los fósforos en una fábrica de Avellaneda, cuando tenía 18
años. Ganaba 30 centavos por hora. Allí aprendí a trabajar, a ser
puntual, a obedecer un horario, a marcar tarjeta a las seis de la
mañana, a viajar en el tranvía 22 por la calle Montes de Oca… en fin.
Todo un periplo que nunca me voy a olvidar. Luego recorrí los pueblos
de Córdoba vendiendo velas “Rancherita”.
Vilaró, usted siempre
fue muy inquieto. ¿Hay algo que siga buscando? Mi búsqueda es pensar,
siempre, cómo es el cuadro que voy a pintar mañana… ¡si es que no lo
pinto hoy!”, dice, pícaro y con encanto, el pintor: un seductor con
pulseras negras de pelos de cola de elefantes curadas por las tribus de
Kenia (amuletos protectores, designio divino).
Fuente: clarin.com
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