Javier Marías y el poder devastador de la literatura
............................................................................................ JAVIER MARÍAS
Claudio Magris - Corriere Della Sera
ROMA.- En la lengua de los Chamacocos, un pueblo indígena del Paraguay, para negar el verbo en tiempo presente se usa el futuro, que pertenece al modo "no indicativo". Para decir "él no ama", se dice "él amará". Con ello no se quiere afirmar la certeza o la probabilidad o la esperanza de que algo suceda más tarde (en el ejemplo citado, "que él mañana se enamore"), sino más bien señalar una negación, una ausencia. Diciendo "él amará", además, se puede entender que no ama. Esto bastaría quizá para proponer al chamacoco como lengua oficial del Reino de Redonda y, como duque del mismo reino ("duque de segunda mano", reza el título que elegí para mí), me reservo el derecho de hacer esa propuesta. Creo que a nuestro soberano, Javier Marías, rey de Redonda y uno de los grandes escritores del mundo, tal propuesta no le disgustará. Como todo auténtico poeta, Marías es inexplicable incluso para sí mismo. Cercano a la tragedia, a la piedad, a la violencia cruda, pero también rico de ironía, en la escritura y en la vida, como lo demuestra su bizarro Reino de Redonda, una islita deshabitada en el Mar de las Antillas, en la que Glasworthy, un escritor aventurero, se proclamó rey hacia fines del siglo XIX, y cuyo título, a través de surreales y complejas sucesiones, llegó hasta Marías mismo, quien constituyó una Cámara de Pares del Reino, cuyo número crece por cooptación entre sus miembros, y entre los cuales se encuentran Coetzee, Munro, Steiner, Eco, Kundera y Almodóvar. También el humorismo, la sonrisa fraternal y afectuosa forman parte de la gama de sentimientos de un autor como Marías, para quien -como para su amadísimo Shakespeare, de quien extrae a menudo el título de sus novelas- la vida es al mismo tiempo una fábula narrada por un idiota, como en Macbeth , o la belleza de Julieta, que enseña cómo se encienden las antorchas. En Marías -que acaba de lanzar una nueva novela, Los enamoramientos - la escritura nace sin un diseño preciso: "Carezco por completo de una visión de futuro. No sólo no sé lo que quiero escribir y adónde quiero llegar... No sé siquiera cuando comienzo una novela ni cuál será el tema ni qué sucederá ni quiénes serán los personajes. Y ni hablar de cómo terminará". Con esta poética -que siento mía, mucho más que otras-, Marías cuenta aquello que hubiera podido suceder y nunca sucedió. Como para Musil, también para él, la historia, individual y colectiva, está hecha de potencialidades concretas y no quiméricas, es decir, de aquello que es posible en una determinada situación y, como tal, forma parte de la vida y del mundo. Tu rostro mañana -obra de fuerza extraordinaria- es el título de su reciente trilogía, pero podría ser también el título ideal de su narrativa en general, que comprende textos inolvidables, como Mañana en la batalla piensa en mí , Corazón tan blanco (probablemente su obra maestra), Negra espalda del tiempo , además de agudos ensayos, en los que la amable y morosa racionalidad de pronto se quiebra como la superficie del mar, cuando los remolinos abren lugar a los abismos, sin que por ello se turbe la responsable lógica del discurso. Javier Marías es un maestro original de la narración del tiempo, tal como tantos predecesores excepcionales: Proust, pero sobre todo Faulkner y Sterne, sus preferidos. Narrar el tiempo significa contar el modo en que éste se deshilvana a partir de una bruma capaz de tomar, como las nubes, la forma de las realidades más diversas. El tiempo, transcurriendo, se transforma en el rostro y en los sentimientos de los hombres, se coagula en los eventos individuales y colectivos, en un proceso en que todo se condensa y se disuelve, sin que nada se pierda. La red que el narrador echa en la crecida aferra de todo, aun cuando después lo deja hundirse con piedad en el magma informe de la vida, porque para los hombres no siempre es bueno que emerja la verdad. En la escritura, el pasado inestable y cambiante se transforma y asume una dimensión cronológica distinta. Marías es un poeta de lo grande y de lo mínimo, de la historia y de los matices del corazón, de las pasiones, intrigas, aventuras, del misterio, de los objetos y fantasmas. A menudo enfoca en cámara lenta la existencia en escenas amplificadas, para después difuminar esa existencia en una sombra humanísima y protectora. A Marías también le fascinan, si bien con horror, el mal violento e impalpable, el mal individual y colectivo, la traición y la delación, los crímenes cometidos por los Estados y por las leyes, el mal opaco que la vida absorbe, olvida e integra en lo cotidiano, como el delito de Ranz en Corazón tan blanco , o la indiferencia que rodea a la mujer muerta en Mañana en la batalla piensa en mí , o las atrocidades de la guerra de España y de los servicios secretos, evocados en el último volumen de la trilogía Tu rostro mañana , en que acciones tenebrosas se entrecruzan con una de las más bellas historias de amor y de muerte. ¿Es un bien o es un mal conocer el rostro en el mañana, el de uno mismo y el de las personas queridas que forman parte de nosotros, que son parte de nuestro propio rostro? ¿La verdad nos hace libres, como dice el Evangelio, tan amado por Freud? ¿O bien, petrifica como la mirada de la Medusa, es insostenible como el rostro de Dios, que quien lo ve, muere? Marías es un gran narrador de las verdades y de los secretos, de la imposibilidad y de la necesidad de ignorar. Su gran compatriota barroco, Gracián, debe de haberle enseñado que la verdad es una sangría del corazón. Narrar deforma y altera los hechos, los crea y los niega al mismo tiempo. El escritor y el lector son también espías. Inventar la vida como hacen los escritores -dice Marías- significa "hallar", descubrir la vida misma, en el sentido del verbo latín invenire . La escritura hace algo más: descubre también la ausencia, aquello que se ha perdido, las omisiones y los deseos insatisfechos de una existencia, los proyectos frustrados, descubre aquello que fuimos y aquello que no fuimos. Sólo el relato puede representar este lado cóncavo de la vida, estas alternativas de la realidad en indicativo, o incluso de la totalidad de la existencia. Porque nosotros somos lo que hicimos, pero también lo que hubiésemos querido hacer, aquello que quizá por pura casualidad no hicimos pero que estábamos dispuestos a hacer, aquello que pensamos y deseamos sin confesárnoslo, lo que olvidamos o fingimos haber olvidado. Esta es la verdad de la escritura, pero también su potencia devastadora, porque obliga a hacer las cuentas con la totalidad de aquello que somos, cuyo peso es casi siempre insoportable. Marías no está casado, pero es un gran poeta del matrimonio, la relación existencial por excelencia entre las personas y por ello profundamente peligrosa: vida convivida, que es un confesionario y al mismo tiempo una elusión, un decirse todo, junto a la dificultad y a la tentativa de no decirlo, con pasión, riesgo y culpa; una complicidad y una rivalidad que giran en torno al decir y el no decir. La vida, para Marías, es fidelidad y traición. No la banal traición erótica o sentimental, sino la traición permanente de los amigos, amantes, padres, hermanos, amores, credos; traición de la propia infancia y del pasado, que se suprimen con el tiempo, al alejarse de ellos. La literatura, al indagar y a veces al revelar el secreto, tiene una función potencialmente profanadora. Narra el secreto, pero lo narra tarde, en un momento quizás equivocado, poniendo en movimiento mecanismos destructivos. Cada narración puede desencadenar consecuencias incalculables. En el último volumen de la trilogía, Valerie muere porque descubre lo que su accionar ha provocado a lo largo del tiempo. La literatura es entonces la lucha contra el olvido y a favor del olvido, ya sea en el plano individual, ya sea en el plano histórico y político: como, por ejemplo, en la España postfranquista, la culpa y la necesidad del olvido de los delitos de la Guerra Civil. La escritura vuelve incluso más ambivalente el yo de quien escribe, de quien lee y de los personajes. En el breve ensayo "Quien escribe", Marías afirma que cuando presta su experiencia a un personaje no se trata más de sí mismo, sino de otro; por más similar que sea a sí mismo, se trata de "quien hubiera podido ser y no he sido". Este escritor tan experto en la dislocación moderna o posmoderna del yo ofrece al lector lo que la novela contemporánea no sabe o no quiere ofrecer sino muy raramente: personajes de carne y hueso, historias, hechos, aventuras, verdades esenciales sobre la vida, el amor, la cercanía/lejanía de los seres humanos, la pérdida, la dificultad de vivir juntos, en la amistad como en el amor. El fin de un escritor verdaderamente grande -dijo Marías a propósito de Faulkner- es intentar lo imposible. Valga para todos lo que me deseó en la dedicatoria de su libro Fiebre y lanza , la primera parte de la trilogía: "Que tus queridos rostros de hoy lo sean también mañana".
Fuente: lanacion.com
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